Feeds:
Entradas
Comentarios

Archive for the ‘Periodismo’ Category

Machacar. El verbo, contundente, no está elegido de forma caprichosa. Ni siquiera debería considerarse excesivo: cualquiera que conozca esta profesión sabe que describe con bastante precisión nuestro día a día. Yo mismo hubiera elegido, sin pretender causar escándalo ni tan siquiera llamar la atención a cualquier precio, verbos igualmente rotundos y descriptivos, como, por ejemplo, “vapulear”, “aplastar”, “despreciar”, “acosar”, “maltratar”, “abusar”, «explotar» o “apalear”. No, no se trata de alimentar el morbo, se trata de visibilizar lo que está oculto, levantar la alfombra donde se esconde la mugre del periodismo, revelar el tabú y proponer algunas soluciones desde la sensatez.

Hace años decidí incorporar a todas mis intervenciones públicas, y en especial a aquellas que se desarrollan en escenarios vinculados a la educación, una referencia, aunque fuera escueta, a las pésimas condiciones laborales en las que trabajan, en las que trabajamos, la mayoría de los periodistas de este país. A veces comento, con cifras objetivas, los sueldos ridículos y horarios inasumibles, en otros casos hablo de la presión insoportable que se aplica en muchas redacciones, de la brecha de género, de la imposible conciliación familiar, de los frecuentes casos de acoso, de las estrellas  que viven del estrés de sus subordinados, de las malas maneras y los modos agresivos como norma aberrante, de cómo el talento se vampiriza, de la promoción de los gilipollas (que diría el filósofo Aaron James) convertidos en los máximos exponentes del peor liderazgo, de la epidemia de depresiones y crisis de ansiedad que salpica las plantillas, de las adicciones que ayudan a sobrellevar el infierno, de una salud mental estigmatizada y desatendida y, sobre todo, del silencio cómplice de empresas, sindicatos y organizaciones profesionales, y de los representantes de todas estas corporaciones (con honrosas excepciones, por supuesto, que la generalización no sería justa).

Finalmente, al cabo de cientos de conferencias, cursos, seminarios y charlas informales, decidí incorporar un mantra a mi intervención, fuera cual fuera el tema sobre el que tuviera que disertar (la última vez que lo usé, hace apenas una semana, hablaba en Málaga de divulgación científica aplicada a la conservación de los océanos), un mantra que resumiera esta desazón profesional, de manera que cualquiera, sin distinción de edad u oficio, la entendiera y, quizá, vislumbrara el alcance del problema: “Es imposible un periodismo digno en condiciones indignas”. Con estas ocho palabras está todo dicho, aunque los que quieran conocer con más detalle esta indignidad ya tienen, por fortuna, a especialistas como Mar Cabra, quien después de tocar el cielo del Pulitzer conoció el infierno de esta profesión, y desde ahí, desde ese lugar íntimo y doloroso, ha ido reconstruyéndose y construyendo un espacio para la esperanza (segunda recomendación para colegas: visitad la web de la ONG The Self-Investigation, de la que Mar es cofundadora y directora ejecutiva, organización que promueve una cultura laboral saludable en las industrias del periodismo y la comunicación).

A veces los periodistas no tenemos más remedio que escribir de oídas, construyendo un relato fiable sostenido en el testimonio de nuestras fuentes, pero en este caso nosotros mismos somos la fuente y, aún así, caemos en el absurdo de denunciar los abusos de otros, buscando y rebuscando fuentes creíbles (para hacer justicia), sin ser capaces de confesar, y documentar, los abusos que nosotros mismos sufrimos, sin atrevernos a señalar a los abusadores, sin identificar a los cómplices necesarios. El que señala es señalado, y no siempre goza de la protección laboral suficiente, el arrojo o la fortaleza de ánimo necesarias para resistir las embestidas de los que generan esos ambientes tóxicos, de aquellos que los toleran o los que, desde una épica profesional trasnochada y ridícula, los alientan asegurando que esta “no es una profesión para blandengues”.

No, sobre esta indignidad no escribo de oídas, ya me gustaría. Conozco bien el “entorno tóxico” del que habla Mar, el burnout que se lleva por delante a los que no pueden soportar ese choque entre ideales/vocación y cruda realidad, el discurso áspero de los que desatienden los sentimientos, el cinismo de los que dicen que los periodistas estamos para mejorar la calidad democrática de la sociedad y lo hacen desde la dictadura más cruel y, sobre todo, conozco muy bien a los que, a pesar de sus responsabilidades, protegen a los que alimentan esa hoguera y desprecian o ignoran (no sé que es peor) a los que la sufren a diario. Todos estos individuos, o la mayoría de ellos, lucen, de puertas afuera, elegantes disfraces que no sólo disimulan su maldad sino que, incluso, llegan a convertirlos en próceres del mejor periodismo, del más humano.

Y todo esto sigue ocurriendo, con elegante discreción y entre bambalinas, mientras asistimos al descrédito social de nuestra profesión (terrible paradoja: nunca hemos consumido más información, pero nunca hemos desconfiado más de la información que consumimos), avivado por una de esas coyunturas, una más, en la que el valor del periodismo es cuestionado precisamente por la mala praxis de algunos de sus más notables representantes, que, sin pudor alguno, presumen, como gorilas en celo, de su falta de ética, de su manifiesta amoralidad. Estos primates pasados de testosterona (hormona que también hace estragos entre algunas periodistas) ni siquiera se disfrazan, quizá porque tienen suficientes palmeros que los animan, que las jalean, en sus disparates.

Una amiga de Mar, que también lo es mía y que no pertenece a nuestro gremio (aunque lo sufre y respeta), me preguntaba, después de leerme en RRSS, si no había llegado el momento de que los periodistas, algunos periodistas al menos, nos rebeláramos contra este sinsentido, si no era ya hora de un “se acabó” como el que ha removido los cimientos, carcomidos, de otras profesiones que también proyectaban un falso glamour, una felicidad de attrezzo. Yo creo que sí, que ya toca repensar, desde dentro, el periodismo, un periodismo en llamas, para evitar que nos machaque, para hacerlo más humano y más digno.

PD: Desde luego, y por desgracia, lo que cuento se sufre en otras muchas profesiones, y también es cierto que los que gozamos de mejores condiciones laborales y un cierto reconocimiento profesional (labrado a pico y pala), aún sufriendo algunas de las indignidades que señalo, estamos en mejores circunstancias para enfrentarnos a ellas, denunciarlas, señalar a los victimarios y a sus cómplices, y, además, sobrevivir a sus efectos nocivos.

Read Full Post »

Ya lo tengo en el jardín de casa, bajo el olivo, que es en donde mejor se lee.

Los cenáculos de periodistas me aburren, siempre me han aburrido. La endogamia de este oficio, como la de todos los oficios, es insufrible, y los concursos de egos algo impropio de personas adultas. Y los dos, felizmente, coincidimos en esta traición a la quintaesencia de la etología del gremio. Por este, u otros motivos más prosaicos, nunca coincidí con Héctor Márquez, aunque durante años fuimos vecinos de periódico en El País, él con sus crónicas culturales y yo con las mías (en verde). Pero el azar, que es tozudo, quiso que nos encontráramos en Málaga pocos días antes del confinamiento, convocados por Raúl Alcanduerca, en La Térmica. Y ahí empezó todo. Empezaron las ganas de hacer cosas juntos, los mensajes de guasap, las videoconferencias, los seminarios online durante la pandemia, los proyectos… Héctor es un agitador cultural en el sentido estricto del término: una vez que entras en su coctelera sabes que ya no podrás escapar pero que de ese torbellino, y de esa mezcla de ingredientes, saldrá un bebedizo a la altura del bálsamo de Fierabrás (estimulante y curativo, a partes iguales).

Un día dijo que quería poner en marcha una colección de libros bajo el título “Aula Savia”,  un marchamo que ya había utilizado para compartir conocimientos en torno al mundo vegetal (y sus maravillas); una colección que sirviera de homenaje a la mítica figura de Paco Puche (uno de los imprescindibles en los orígenes de esto, el ecologismo andaluz, al que hoy se apunta hasta el Tato). Y yo sabía que habría colección, y habría libros, y habría alegría compartida. En el tesón de Héctor tengo plena confianza, porque es un tesón austero, humilde, generoso, que sólo requiere de los lazos que tejen la amistad y el asombro.

A mitad del pasado mes de agosto Héctor se presentó en mi lejano refugio del Valle del Silencio, en la Tebaida Berciana, al pie de los Aquilianos, con mi libro, uno de los tres con los que iba a arrancar la colección, bajo el brazo. Nunca he corregido unas pruebas de imprenta con más gusto, en mejor compañía ni en escritorio con mejores vistas. Y antes de que nos alcanzara el otoño ya estábamos en el Jardín Botánico de La Concepción, en la periferia de Málaga, los tres autores a los que Héctor había agitado para inaugurar la colección: Joaquín Araujo ( y sus Emboscadas), Aina S. Erice (con La consolación de la clorofila) y un servidor (con mi Naturaleza en calma).

El nombre de la colección no puede ser más bonito, el padre de la idea no puede ser más buena gente, la compañía es del todo inmejorable y el lugar de la cita bellísimo.

Quien quiera saber de qué van estos tres libros… tendrá que comprarlos. Los tres autores, y el capitán del Aula, vivimos de escribir, qué le vamos a hacer, aunque los magros ingresos que de seguro nos reportarán estas letras apenas den para unos espetos con unas copas de malvasía (dos de las mejores ocupaciones de quien está vivo). La venta online está disponible en este enlace de la Librería Proteo.

PD: No es verdad, la naturaleza nunca está en calma. La vida anda burbujeando a todas horas, sin descanso. Hay una fértil agitación de la que participan todas las criaturas. No hay equilibrio posible, ni silencio. Quizá haya un orden oculto en ese caos, pero los humanos no llegamos a descifrarlo en sus infinitos matices. La calma que anuncia mi libro es la del observador, la que se requiere para enfrentarse al reto de ese conocimiento, un esfuerzo en el que necesitamos implicar a la razón, a los sentimientos y, sobre todo, a la conciencia.

Desde este blog, y durante más de una década, he examinado con calma el mundo que nos rodea, tratando de entenderlo para poder explicarlo. Y eso es lo que he sumado a nuestra Aula Savia: un resumen de ese afán por mirar con asombro lo cotidiano y con serenidad lo extraordinario. Hay oscuridad y zozobra, lo sé, pero no me vale la angustia, ni el pesimismo, ni la apatía. Creo que hay esperanza, y un libro compartido siempre alimenta esa esperanza.

Read Full Post »

Salvo contadas excepciones las biografías me aburren. Es un género al que sólo acudo cuando el personaje en cuestión me divierte con sus peripecias vitales, incluso las más dramáticas (como me ocurrió con Groucho Marx en Groucho y yo, y también –menudo cambio de registro- con José Manuel Caballero Bonald en La novela de la memoria). Claro que también escapo del sopor cuando se trata de alguien admirable que, aún así, no ha padecido el síndrome de la prima donna, y del que, por tanto, cabe envidiar algunas virtudes y tratar, si fuera posible, de aprender lo suficiente como para alcanzar alguna de ellas.

Aunque ciertos pasajes me han divertido, la biografía de Manu Leguineche (Manu Leguineche. El jefe de la tribu, de Víctor López, con prólogo de Javier Reverte) pertenece claramente al grupo de las memorias ejemplares. Llegados a este punto, los que me conocéis ya sabéis que advertiré, por enésima vez –perdonadme-, que me hice periodista, abandonando el florido camino de la Biología, por culpa de este vasco recriado en La Alcarria. Justo cuando leí, con 17 años, El camino más corto, cambié de rumbo. Y aquella brusca decisión, insensata sin lugar a dudas, se convirtió en una de las decisiones más sensatas de toda mi vida. Quizá sólo erré, pasados los años, en una apreciación estimulante pero falsa, aunque entonces no lo sabía: creí que todos los periodistas serían como Manu Leguineche. Menudo desatino.

De los muchos testimonios que recoge Víctor López hay varios, agrupados en el capítulo “Asignatura pendiente”, que podría haber suscrito yo mismo, porque coinciden con una idea que me quema desde que empecé a seguir la estela profesional del maestro: Manu es uno de los grandes olvidados en las facultades de Periodismo de este país. “Pese a que algunos claustros persisten en su intento de salvaguardar la figura del periodista vasco, – asegura el biógrafo-, “la mayoría continúa mirando hacia otro lado. Leguineche sigue siendo una asignatura pendiente en el panorama universitario español”.  Los jóvenes que sueñan con ser periodistas leen con fascinación a Kapuscinski, Terzani o Fisk, sin saber de la existencia de Manu, el maestro más cercano. La erótica de lo foráneo sigue causando estragos bajo algunas boinas bien apretadas.

Manu Leguineche en su refugio de Brihuega (Guadalajara).

Aún más grave, si es que hay algo más grave que la desidia en el ámbito de la academia, es el olvido al que está condenado en las redacciones de los medios de comunicación. La tribu de la que presumía Manu está al borde de la extinción, si es que no la damos ya por extinguida y con pocas posibilidades de resurrección. Y no me refiero a los intrépidos reporteros que se jugaban el tipo en las guerras de medio mundo para dictar crónicas apresuradas entre disparos y lingotazos de whisky. No, de esos seguimos teniendo una nómina razonable, aunque algunos de ellos escriban hoy al dictado, lejos de los escenarios donde palpita la vida. No, no me refiero a esa tribu.

Me refiero a la de los periodistas que se deben a sus lectores, a su audiencia, y no renuncian a este compromiso, sacrosanto, en favor de su ego, de los intereses empresariales, de los enredos políticos o de una cuenta corriente saneada (la de la mayoría de los plumillas es ridícula, y eso, efectivamente, nos hace muy vulnerables).

Me refiero a la de los periodistas que escriben de lo que saben, y por eso escriben, y no de los que creen que el conocimiento se adquiere por ósmosis, colocándose delante de un ordenador o de una cámara. Los que tratan de explicarnos el mundo que nos rodea haciendo el esfuerzo, previo, de entenderlo ellos mismos. Los que admiten hasta dónde llega su conocimiento de un asunto, el que sea, y por eso tienen claro sobre qué no pueden, ni deben, informar (ni opinar siquiera). Los que no necesitan consultar de manera frenética las previsiones del día, porque tienen agenda propia y la actualidad la construyen ellos mismos.

Me  refiero a los que aún frecuentan los mentideros, y los consideran más biodiversos, y hasta más fiables, que esos gabinetes de comunicación tan profesionales, tan profesionales, que te ahorran todo el trabajo y, con el auxilio de algoritmos y algo de postureo, te ofrecen, sin necesidad de mancharte las botas de barro, el paquete completo de una realidad tan real, tan real, que ni siquiera invita a ser contrastada.

Me refiero a las buenas personas, que lo son sin dejar de ser buenos periodistas (y viceversa). Esa tribu, incómoda, que hace cómodo el ejercicio diario de una actividad áspera. Los que hacen equipo de frente, sin látigo ni púlpito, los que escuchan antes de hablar, los que aprenden de los becarios y desconfían de los diablos (por muy viejos que sean).

Me refiero a los periodistas humildes, a los sensatos, a los que no se creen depositarios de la llama sagrada. Me refiero a los periodistas que aceptan las contradicciones y las incertidumbres, a los que dudan.

“En medio del triunfo, Manu es un escéptico que duda de su propia valía; en plena guerra es un compasivo que baja la guardia para proteger a un compañero; en la mesa de los placeres es un cobarde ante un solomillo rojo y una copa de vino espeso; en el trato amistoso es un tímido que se protege de quien mejor le conoce, y en el campo del amor es un débil al que pone en fuga una mujer hermosa porque la teme tanto como la admira. Manu es un vividor, un sabio y un moralista, pues esa es su actitud respectivamente ante el yo, ante lo desconocido y ante los hombres” (Guadalajara tiene quien le escriba. Homenaje a Manu Leguineche).

A Manu lo echo de menos todos los días. Sé que no está en las universidades, pero me preocupa, sobre todo, que su ejemplo no esté presente en las redacciones.

A la tribu de Manu le quedan dos telediarios.

PD: Como es mi costumbre, he alternado la lectura de la biografía de Manu con otro libro. Sin pretenderlo, y esto es algo que me ocurre con frecuencia, se origina un rico contrapunto entre ambos títulos, algo así como un misterioso mecanismo de compensación. Si estoy leyendo una novela negra, la alterno con un ensayo sobre filosofía. Si me decido por un poemario, lo combino con una obra científica. Estas semanas Leguineche, y sus peripecias de periodista nómada y aguerrido, han convivido con la calma de Sylvain Tesson en su retiro, ascético, a orillas del lago Baikal (La vida simple). Mientras uno se internaba en los peligrosos escenarios de la guerra de los Balcanes o soportaba un duro interrogatorio en Israel, el otro dejaba pasar las horas, en calma, mirando cómo cambiaba la luz de invierno sobre los bosques de una Siberia helada y desierta.

Sylvain Tesson en su cabaña, a orillas del Baikal (Siberia).

Curiosamente, al final ambos libros han llegado al mismo punto germinal, al elogio del silencio. Quién diría que el locuaz Manu, el lector voraz, el inquieto periodista ávido de aventuras, el parrandero que reunía en su ático a la bohemia del periodismo madrileño, terminaría refugiándose en el paisaje, minimalista, de la Guadalajara más rural, en la paz de La Alcarria, entre paisanos con los que jugar al mus.

“Mi patria es esa en la que me esperan el pan y el vino. Ver pasar las nubes y escuchar a Los Panchos” (La felicidad de la tierra, Manu Leguineche).

No fue hombre de oropeles (*), aunque recibió todos los galardones a los que puede aspirar un informador, pero es que, si quedaba alguna pompa, en su último tránsito se deshizo de todos aquellos brillos y aquellos ruidos, de esa hoguera de las vanidades que a tantos achicharra. Si le invadió alguna nostalgia fue la del tiempo desaprovechado, ese que podría haber ocupado en ver pasar las nubes y escuchar a Los Panchos.

“Al pasar el tiempo te preguntas cómo pudiste dejar que pasaran en blanco los días […] Lo sabrás cuando ya hayan pasado. Te invade una sensación de pérdida” (Manu Leguineche).

(*) Su biografía en Wikipedia ocupa 5 (cinco) líneas. Invito a compararla con la de algunos colegas, intrascendentes, que han tenido la osadía de ofrecernos su perfil en la «enciclopedia de contenido libre» consumiendo párrafos y párrafos. Algo parecido a esos currículos adolescentes que uno infla sin pudor, convirtiendo la asistencia a una charla en «curso de postgrado», el chapurreo de inglés en «conocimiento avanzado» del idioma y una mención en el concurso de redacciones del colegio en «temprano galardón literario». Los impostores, como en tantas otras parcelas de la vida, también abundan en este gremio.

Read Full Post »

Que te arrastre un viento huracanado, micrófono en mano, no te convierte en meteorólogo ni hace de ti un experto en cambio climático. No, el periodismo (especializado) no funciona por ósmosis.

A lo largo de mi vida laboral he tenido el privilegio de aprender junto a algunas excelentes profesionales, periodistas que han modelado mi manera de entender este oficio. Desde Carmen Yanes, mi primera jefa (una teresiana comprometida y seria) en el extinto Nueva Andalucía, hasta Sol Fuertes y Soledad Gallego-Díaz, cuando ambas me ofrecieron escribir una página semanal de medio ambiente en la edición andaluza de El País (1992-2007).

De esta última recuerdo una conversación que terminó por convertirse en uno de mis mantras, un consejo que, al cabo de los años, y en lo que se refiere al periodismo especializado, ha ido creciendo en su acierto. Me lamentaba yo un día en su despacho al comprobar que un diario de la competencia se me había adelantado en la publicación de un tema que yo andaba preparando para mi «Crónica en verde» (el clásico síndrome de la «exclusiva» pisoteada). Soledad fue rotunda:

Nunca debes preocuparte porque alguien se adelante. Preocúpate de que tu reportaje sea mejor. Si necesitas más tiempo, tómatelo, y demuestra que la calidad de tu trabajo ha merecido la espera.

Cuánta razón tenía. ¿De qué sirve correr cuando lo que nos piden nuestros lectores, nuestra audiencia, es entender? Lo triste es que, casi tres décadas después, todavía hay quien en este oficio cree que lo importante es ser el primero aunque la precipitación nos impida interpretar con acierto cuestiones complejas: el espectáculo por encima de la información, las prisas como un supuesto valor añadido (aunque nos conduzcan al descrédito). Y no me refiero a dejar que la actualidad deje de serlo y que lleguemos tarde, cuando ya no se nos requiere como periodistas, me refiero a aplicar cierta calma, la imprescindible para hacer bien nuestro trabajo. Y para que esa calma tenga su justa medida, y no se eternice (que tampoco se trata de eso), lo que se necesita es formación, capacidad de análisis, estudio, manejo rápido y certero de las fuentes apropiadas, uso preciso del lenguaje, cultura, contención, y, sobre todo, conocimiento del tema que vamos a abordar.

Uno de los argumentos más perversos que se ha ido imponiendo en el oficio periodístico es aquel que sostiene que uno sabe de algo al estar en el sitio donde ese algo se está produciendo (el mítico «conocimiento por ósmosis»). Es decir, si a uno lo envían a pie de incendio forestal, de volcán en erupción, de huracán, de pandemia o de vertido tóxico, automáticamente se convierte en un experto en incendios, volcanes, fenómenos meteorológicos extremos, pandemias o vertidos contaminantes, cuando el proceso debería ser justamente al contrario: uno sabe de incendios, volcanes, meteorología, pandemias o vertidos, y es por eso que lo envían a pie de suceso. Esto no pasa ni en política, ni en deportes, ni en economía, o pasa poco, pero en ciencia, y en medios generalistas, es el pan nuestro de cada día. Por eso tenemos especialistas en cualquier asunto que requiera conocimientos científicos, porque adquieren esa condición sencillamente, y de manera milagrosa, al recibir el encargo de hablar/escribir del asunto (y no digamos si te nombran enviado especial, circunstancia que de inmediato te catapulta al doctorado, sin tesis ni nada,  en la disciplina correspondiente).

Creemos estar informados, dice Rosa María Calaf, cuando en realidad estamos entretenidos. Y no, la misión de los periodistas no es entretener, es informar. La función debe estar por encima de la forma. Stephen Few, uno de los pioneros en reflexionar sobre los principios de eso que ahora llamamos visualización de datos, lo explica de manera muy clara refiriéndose al periodismo escrito, aunque puede aplicarse a cualquier medio: «…muchos profesionales toman los datos y se dedican simplemente a buscar una forma divertida y original de mostrarlos, en vez de entender que el periodismo consiste -una vez reunidas las informaciones- en facilitar la vida de los lectores, no en entretenerlos. El trabajo del diseñador de información no es encontrar el gráfico más novedoso, sino el más efectivo…».

Claro que es más fácil envolver en papel de celofán la nada: gesticular con aplomo, tener el nudo de la corbata bien hecho, lucir un maquillaje apropiado, sonreir (mucho), bromear (mucho), hablar alto y de forma atropellada… Y así se nota menos que, en realidad, no tenemos mucha idea de lo que estamos hablando, o tenemos una idea demasiado superficial y, por tanto, inapropiada para un (verdadero) periodista.

Una de las mayores pérdidas que ha sufrido este oficio es la desaparición de las maestras, de los maestros, cada vez más escasos, cada vez más arrinconados, devorados por esas mismas prisas, por esos fuegos de artificio que algunos tratan de defender como la quintaesencia del periodismo. Los jóvenes periodistas necesitan dónde mirarse, para no perderse y, extraviados, caer en la trampa del «aprendizaje por ósmosis», que no digo yo que no funcione para otras virtudes que tienen que ver más con el espíritu que con el intelecto (la bondad, la templanza, la empatía…) pero que en lo que se refiere al conocimiento no merece más consideración que algún programa de Iker Jiménez.

Read Full Post »

A veces pienso que nuestra forma de entender el periodismo, que nuestra manera de plantear un informativo en televisión, son propias de un modelo profesional demodé, algo así como un curioso anacronismo que sólo es tolerable en una televisión pública.

En «Tierra y Mar» & «Espacio Protegido» (Canal Sur Televisión) no hiperventilamos, no gritamos agarrados a un micro, ni locutamos de forma atropellada; no tenemos drones, ni cámaras de última generación y apenas disponemos de grafismo molón (la realidad virtual ni está ni se le espera); dejamos que nuestros protagonistas hablen, no alimentamos el morbo, ni la polémica estéril, y tampoco nos ponemos falsamente intrépidos; no forzamos la realidad hasta inventarnos una propia, no endulzamos lo amargo ni hacemos de la anécdota una catástrofe o un milagro.

A veces nos adelantamos a la actualidad pero otras muchas esperamos a que la actualidad pase de largo, sin atropellarnos, para poder interpretarla con calma y algo de distancia. No nos gusta correr, porque las prisas nos impiden entender (para explicarnos). Empleamos mucho tiempo en estudiar (mucho más de lo que nos ocupó esta tarea en la Universidad) porque aún no hemos sido capaces de adquirir conocimientos por ósmosis, y también hacemos muchos kilómetros (para hablar del campo hay que estar en el campo) aunque muchos menos de los deberíamos. Nuestra tierra nos aporta unas señas de identidad muy poderosas, pero entre ellas no se encuentra la soberbia ni el espejismo de creernos únicos, ni tampoco la obligación de ser ocurrentes. En lo sencillo, en lo cotidiano, en lo próximo, encontramos historias extraordinarias (contadas por personas, no por personajes).

A muchos de nosotros la edad nos obliga a usar las gafas de cerca para escribir, pero cuando le damos vueltas a lo que queremos contar nos ponemos, también por edad, las gafas de lejos. Lo inmediato es tentador, pero es más valioso contar lo que vendrá, lo que apenas se dibuja en el horizonte. Tratamos de que lo urgente no nos distraiga de lo importante (aunque algunos digan que en televisión lo primero es trascendente y lo segundo irrelevante).

No nos obsesionan los datos de audiencia, pero la audiencia nos acompaña de manera más que generosa. No pontificamos sobre los nuevos soportes, los nuevos targets o las nuevas narrativas, pero gozamos de una excelente salud en RRSS (ya nos acercamos a las 25 millones de visualizaciones en YouTube).

A lo mejor este modelo de televisión (pública) no está tan pasado de moda. A lo mejor el espectáculo es una cosa y la información otra (y, para colmo, hay espectadores que saben distinguirlos). A lo mejor en lo clásico se esconde la vanguardia, y en el reposo la verdadera agilidad. A lo mejor lo global no se entiende sin recurrir al periodismo de proximidad, ni lo difuso es posible aclararlo sin esforzarse en un periodismo de precisión.

A lo mejor esto es periodismo, sin más (ni menos). 

Read Full Post »

Prólogo inexplicable: el borrador de este post lo escribí hace justamente un año, en pleno confinamiento. No es la primera vez que a la urgencia por expresarme le sigue el olvido de quien acumula demasiados textos. Este se quedó rezagado, oculto en un rincón del portátil, pero lo cierto es que hoy, doce meses después, sigue siendo, creo, oportuno.

———————————————————————————————————————————

Enfrentarnos a una emergencia global del calibre de esta pandemia pone a prueba la resistencia de algunos de los pilares en los que se sostienen las sociedades democráticas, esas que aspiran al bienestar de sus ciudadanos. La sanidad pública o la investigación son los ejemplos más llamativos, por cruciales, de estas demoliciones para las que no hace falta, en algunos casos, demasiada dinamita.

Cerca, muy cerca, de esta primera línea, de esas vigas maestras, está el buen periodismo, sobre el que también descansan muchas de nuestras conquistas, muchos de nuestros derechos, muchas de nuestras garantías ciudadanas. Quizá no haya mejor momento, que este que nos brinda un diminuto patógeno, para hablar de la credibilidad de los medios de comunicación, porque la infección también ha servido para revelar la inquietante fragilidad de esta virtud innegociable.

El reto de la credibilidad” ha sido el título elegido por el vicedecano de Comunicación de la Universidad San Jorge (Zaragoza), Pepe Verón, para convocarnos a un oportunísimo webinar en el que he compartido cartel con mi buena amiga la politóloga Cristina Monge, asesora ejecutiva de ECODES, y el periodista, y editor del Área Digital de la Corporación Aragonesa de Radio y Televisión, Jorge San Martín. Y como en estas difíciles circunstancias somos muchos los que mantenemos la esperanza de mejorar espoleados por la emergencia, pocas horas después era APIA (Asociación de Periodistas de Información Ambiental) quien nos convocaba a un curso del Google News Lab sobre verificación digital, a cargo del periodista Pablo Sanguinetti.

Ambas circunstancias me permitieron ordenar algunas ideas personales sobre esta cuestión, la de la credibilidad de los medios, ideas que traigo a este blog para que no queden extraviadas en las profundidades de la selva de papel que estos días tapiza mi estudio. No sé si a estas reflexiones me ha movido el más desapasionado interés profesional o ha sido el asombro, la indignación y el desaliento que me está causando la producción, consumo y defensa de ciertas informaciones de bajísima calidad (o directamente falsas) con las que se está generando un clima de peligrosa turbidez y crispación social. Y no, no son desconocidos e iletrados los que se alimentan de estas patrañas. Muchas de ellas llegan a las mejores familias, a gente sensata, a ciudadanos responsables, a buenos amigos, a personas sencillas a las que infectan con esa otra enfermedad que sólo conduce al descrédito, la mala baba y el enfrentamiento estéril.

El descrédito no es nuevo.- La crisis de 2008 impactó con tal virulencia en la profesión periodística (sobre todo en nuestro país) que las cifras de destrucción de empleo y desaparición de medios de comunicación resultan demoledoras (mejor no pensar en los cálculos que haremos post-pandemia): en sólo cinco años, entre 2008 y 2013, se destruyeron en España más de 11.000 empleos periodísticos y se cerraron más de 280 medios de comunicación. En un escenario así el discurso dominante insistía en la urgente necesidad de “un nuevo modelo de negocio” para nuestro oficio, pero lo cierto es que yo, y quizá este sea un defecto generacional o vocacional, siempre he pensado que “negocio” y “periodismo” son dos conceptos que casan regular. Tiendo a creer, y quizá esta sea una manifestación de corporativismo, que los problemas de supervivencia en los medios de comunicación comenzaron cuando los periodistas cedieron el gobierno de las redacciones a gerentes, publicistas, financieros, empresarios, políticos encubiertos, analistas de audiencias… La supervivencia, directamente vinculada a la credibilidad, comenzó a resentirse porque el negocio y la información, el showbiz y el rigor, el interés partidista y el servicio público, el balance de resultados y el periodismo… casan regular. 

Es decir, estoy convencido de que arrastrábamos, antes de 2008, una severa crisis de credibilidad que es uno de los valores con que mejor se defiende un medio de comunicación. Estábamos sumidos, hacía ya unos cuantos años, en una terrible paradoja: jamás habíamos consumido tanta información pero jamás habíamos desconfiado tanto de la información consumida. Y en vez de poner remedio a este disparate, reparando las grietas de la credibilidad, nos lanzamos a levantar nuevos modelos de negocio sobre unos cimientos cada vez más frágiles. Buscábamos una respuesta empresarial a un problema cuyas causas están sobre todo vinculadas al propio ejercicio de este oficio, a una buena praxis periodística.

El espacio de la mentira.- La credibilidad perdida no sólo deja un terrible vacío en los medios de comunicación que padecen esta merma sino que, además, provoca el crecimiento de los bulos, las mentiras y las informaciones de pésima calidad. El espacio que no es ocupado por el periodismo creíble está siendo ocupado por el periodismo increíble (aunque este carácter no lo adviertan muchos receptores). Lo que nosotros no seamos capaces de narrar de manera rigurosa y fiable (y la pandemia es un ejemplo terrible de este fenómeno) será narrado, por otros, de manera engañosa y falsa. La mentira tiende a ocupar todas las grietas que va dejando una credibilidad mermada. El espacio de la mentira va creciendo y cada vez resulta más difícil de reconquistar.

Ciencia de saldo.- Si hay que hablar de política se busca a un periodista de política. Si hay que hablar de deporte se busca a un periodista de deporte. Si hay que hablar de virus, de vacunas, de cambio climático… cualquiera vale. La ciencia, más presente que nunca en nuestra vida cotidiana, sigue siendo una información de saldo en muchos medios de comunicación. Alucino con esos debates periodísticos sobre la COVID en manos de todólogos incapaces de distinguir un virus de una bacteria. Todólogos alimentados por los propios medios de comunicación para que pontifiquen con soltura y sin freno (en RRSS el desmadre no tiene límites). Y luego nos quejamos de que los ciudadanos estén atemorizados, confudidos, cabreados…

¿Cómo es posible que la mayoría de los responsables que gobiernan los medios de comunicación sean unos analfabetos científicos y que presuman de esta carencia en un momento en el que la ciencia es la materia prima con la que se construye gran parte de la actualidad? Importa más la audiencia que el rigor, el espectáculo contamina la información, los sucesos se imponen a los procesos, vale más correr que entender… No, todo lo que nos ofrecen los medios de comunicación no es periodismo, aunque se le coloque ese disfraz para así dignificar la morralla y el ruido.

Los límites de la libertad de expresión.-  Entre las pequeñas conquistas que hemos podido anotar en este escenario de algarabía y confusión está la que pone límites a la libertad de expresión. Sí, límites a lo que algunos creían ilimitado o, más bien, defendían como ilimitado para poder así violentar la propia esencia de este derecho. Ya era hora de que abandonáramos ese falso pudor por el que estábamos dispuestos a defender lo que no merece ser defendido en un verdadero Estado de derecho.

La libertad de expresión no puede amparar la mentira y los bulos malintencionados, sobre todo en situaciones de alarma en las que la población es particularmente vulnerable a las informaciones tendenciosas. Las críticas no deben tener límites, revelar datos incómodos pero veraces no debe tener límites, pero la mentira sí, la mentira no puede estar amparada por ninguna ley y menos cuando busca enturbiar la vida pública. Una colega defendía esta tesis recurriendo a un ejemplo clásico bastante elocuente, un ejemplo que tiene como protagonista a Oliver Wendell Holmes Jr., juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, quien en 1919 escribió: La protección más rigurosa de la libertad de expresión no protegería a un hombre que gritara falsamente <fuego> en un teatro provocando el pánico”. Hoy, ahora, en plena crisis sanitaria hay quien grita falsas consignas de alarma con la única intención de generar (más) pánico, y en vez de censurarlo, o silenciarlo, desde los medios de comunicación le prestamos un peligroso altavoz. Y así nos va.

Periodismo digno en condiciones indignas.- Nunca he entendido cómo es posible embarcarse en sesudos análisis sobre el futuro del periodismo sin pasar, aunque sea de puntillas, por las condiciones laborales de los periodistas. Antes de la crisis de 2008 referirse, en público, a los horarios, sueldos, tipo de contratos o arbitrariedades contractuales, que sufrían, que sufren, que sufrimos, la mayoría de los periodistas era casi un tabú. Ahora ya no sentimos aquel pudor, aquella vergüenza o aquel miedo, pero nada ha mejorado porque un día nuestros receptores supieran en qué condiciones se trabaja en este oficio.

¿Cómo se hace periodismo digno en condiciones indignas? ¿Cómo ser creíbles si trabajamos en condiciones increíbles? ¿Con qué profundidad nos vamos a acercar a temas complejísimos si apenas disponemos de tiempo, de reposo, de medios? ¿Qué está ocurriendo en la situación actual, en qué condiciones están, estamos, trabajando los periodistas en la vorágine de esta pandemia? ¿Qué está ocurriendo con el periodismo de proximidad, el más valioso en situaciones de alarma pero también el más frágil por su pequeño tamaño? ¿Cuántos medios, cuántos periodistas, van a sobrevivir a la pandemia? ¿En qué condiciones se trabajará en esos medios capaces de sobrevivir?

¿Y los medios públicos? ¿Qué papel desempeñamos, qué papel deberíamos desempeñar, qué papel vamos a desempeñar el día después?  Se nos vuelve a conceder una nueva oportunidad, otra oportunidad más, para defender la virtud más valiosa en situaciones de emergencia: el carácter de servicio público. Pero ese carácter sólo puede defenderse desde la credibilidad, una virtud de muy difícil (pero no imposible) conquista en un medio público, una virtud que se adquiere con muchísimo trabajo y muchísima dificultad y muchísimo tiempo y que, sin embargo, se pierde en un instante, y lo peor es que una vez perdida puede que jamás vuelva a recuperarse por mucho empeño que pongamos en ello.

Read Full Post »

Diario YA, 24 de mayo de 1986. Sí, el pipiolo de las gafas es un servidor, defendiendo en la prensa nacional, hace 35 años, el valor ambiental de los olivares andaluces y su papel, decisivo, en la supervivencia de un nutrido grupo de aves. Entonces era predicar en el desierto, pero ahí estábamos, esperando que el tiempo nos diera razón.

En la primavera de 1986 firmé un artículo en el desaparecido Diario YA destacando el valor ambiental de los olivares andaluces y, en particular, su papel en la conservación de una nutrida comunidad de aves; una manera poco convencional de defender un cultivo que se enfrentaba, por primera vez, a la incomprensión de Europa.

Hacía menos de un año que España había ingresado en la Comunidad Económica Europea y todavía se rumoreaba, y así lo denunciaban algunos medios de comunicación, que nuestro país tendría que arrancar una gran superficie de olivar para plegarse a las exigencias de Bruselas. Se llegó a hablar de un millón de hectáreas, lo que suponía una catastrofe económica y social. Científicos y ecologistas prepararon un manifiesto en defensa de este cultivo, alertando sobre las graves consecuencias ambientales que tendría tal decision.

Uno de los más reputados ecólogos de este país, impulsor de la educación ambiental en el ámbito universitario, el desaparecido Fernando González Bernáldez, lo explicó entonces de manera contundente: «Si la superficie de olivar se reduce en España, muchos millones de estas aves insectívoras desaparecerán y, sin proponérselo, países como Suiza, Suecia o Alemania, tendrán que incrementar de manera importante los gastos en insecticidas para sus cosechas, con las consecuencias contaminantes que todos conocemos«. La Unión Europea debería ser, por tanto, la principal interesada en mantener este singular ecosistema, razonaba el catedrático de Ecología. Hubo incluso quien propuso, para evitar el problema de los excedentes que se esgrimía como excusa, incentivar el consumo de aceite en el continente apelando a la elevada sensibilidad ambiental de algunos países, incluyendo en las botellas de este producto una etiqueta que dijera: «Consumiendo aceite de oliva español está Vd. favoreciendo la supervivencia de las aves insectívoras«.

Recordé aquella primitiva batalla hace unos días, cuando desde SEO Birdlife me pidieron que moderara el encuentro virtual en el que se daban a conocer los magníficos resultados del LIFE Olivares Vivos. Llegaba, por fin, la evidencia, subrayada por la comunidad científica y el apoyo de numerosos agricultores, de que llevábamos razón. Han pasado 35 años, un suspiro en la escala de la naturaleza, pero el tiempo, afortunadamente, ha jugado a nuestro favor y, sobre todo, a favor de un nuevo modelo de agricultura donde la producción y la conservación no sólo son compatibles sino que al ir de la mano generan beneficios mutuos: una agricultura sensata multiplica la biodiversidad, y una biodiversidad sana incrementa la producción y la rentabilidad.

Merece la pena dedicar unos minutos a este encuentro virtual para saber de qué estamos hablando, para celebrar que una nueva agriucltura no solo es posible sino que ya existe.

Mi intervención, de la mano de SEO Birdlife, se produjo pocos días después de recibir una invitación similar, en este caso de mi amiga Astrid Vargas, para que tejiera un diálogo, un Agrocafé, con los emprendedores de AlVelAl y A Regenerar, al que se sumaron comunicadores agroambientales de toda España y también los amigos de Climate Reality. Una tarde repartidos entre Madrid, Palomares del Río (Sevilla), Amsterdam, La Junquera (Murcia) y Vélez Rubio (Granada), entre otros muchos puntos de conexión.

En ese encuentro, dedicado a la agricultura regenerativa (un paso más en este esfuerzo por cambiar de modelo productiva para garantizar nuestra propia supervivencia), destaqué, como hice en el encuentro de SEO Birdlife, el valor del tiempo, pero en otro sentido: ya no era sólo celebrar la razón que venía del pasado sino evitar la cómoda referencia al futuro. En el caso de AlVelAl y A Regenerar uno de los elementos más valiosos es que esta experiencia, con enormes dosis de atrevimiento, se está ejecutando ya, ahora, con resultados tangibles. Claro que miran hacia el futuro, pero los pies los tienen en el presente: una invisible red cooperativa está construyendo, en el altiplano de Granada, Almería y Murcia, una comunidad con nombre y apellidos, donde encajan la tierra, la agricultura, la ganadería, la apicultura, la biodiversidad, la cultura, el arte…

Hay que escapar de la excusa del futuro (“esto lo hacemos por nuestros hijos…”; “estamos trabajando para nuestros nietos…”; “construimos un futuro mejor…”). Decía Ángel González, el poeta: “te llaman porvenir / porque no vienes nunca”. Pues eso, el futuro nunca llega y es peligrosamente consolador (“a veces la esperanza son ganas de descansar”, dice la milonga) pero el único territorio de la acción es hoy (“si no es ahora, ¿cuándo?”, asegura el Zen).

El tiempo, el del ahora, nos da la razón.  

Read Full Post »

Nuestra memoria es débil, pero ya se ocupan las hemerotecas de recordarnos lo que no debería causarnos sorpresa. En la imagen (de la Biblioteca Nacional) algunos titulares de prensa a propósito de la «gripe española» de 1918.

Hace 15 años en este país los virólogos estaban escondidos, trabajando en sus cosas, investigando en silencio. Hoy los encuentras en la cola del supermercado, en las redes sociales y en las tertulias de radio y televisión. España se ha llenado de resueltos virólogos, aunque los de verdad, los que se dedicaban a estos patógenos hace 15 años, siguen trabajando en la sombra y (la mayoría) se cuidan mucho de opinar, sin fundamento ni rigor, en mitad de esta emergencia.

Una de las ventajas de haberme especializado en información científica y ambiental es que, después de llevar casi 40 años escribiendo de estos asuntos en medios de comunicación (me estrené en el diario Nueva Andalucía un lejano 3 de diciembre de 1981, hablando del valor ecológico de los humedales del Bajo Guadalquivir), hay pocos temas que me sorprendan y pocos especialistas de salón que me seduzcan. Por eso me llama la atención, por ejemplo, con qué asombro hablan algunos colegas de los efectos del cambio climático, cuando el diario El País ya informaba con detalle de esta cuestión en 1976; la alarma que desata el virus del Nilo, presente en las marismas del Guadalquivir desde hace décadas, o la repentina atención que merece el vínculo entre la pandemia de COVID19 y determinados factores ambientales, cuando yo mismo me pasé dos años (2005-2006) escribiendo, con cansina insistencia, a propósito de esa peligrosa relación entre enfermedades emergentes, factores ambientales y globalización. De aquella época me siguen pareciendo particularmente valiosas las entrevistas que hice a Adolfo García-Sastre, algunas de ellas emitidas en Canal Sur Televisión (octubre 2006), uno de los máximos expertos en gripe de todo el mundo, al que entonces pocos conocían en nuestro país y que traje desde Nueva York para que dictara, en Córdoba, una de las conferencias del Seminario Internacional de Periodismo y Medio Ambiente de cuya dirección me ocupé durante más de una década.  

Este país se ha llenado de resueltos virólogos, y donde más abundan los todólogos, seamos sinceros, es en los medios de comunicación…

No es la primera vez que presumo en este blog de hemeroteca doméstica. En ella vuelvo a sumergirme hoy, aprovechando las muchas horas de encierro a la que nos obliga el coronavirus, para rescatar algunos párrafos de aquellos textos en los que ya aparecía el temor a una pandemia, la necesidad de controlar el salto de patógenos de animales silvestres a humanos, los riesgos de la globalización en la dispersión de virus a escala planetaria, el vínculo de estas enfermedades con el cambio climático o la atención prioritaria que debería prestarse al trabajo científico y, en particular, al desarrollo de vacunas. Todo suena muy actual, ¿verdad?, pues como veréis lo escribí hace más de 15 años. ¿En qué hemos empleado el tiempo en estos tres largos lustros?

“Virus con alas”. Crónica en verde. El País, 12 de septiembre de 2005

Link: https://elpais.com/diario/2005/09/12/andalucia/1126477345_850215.html

La FAO ha advertido que las aves infectadas [por gripe aviar] en Siberia y Kazajstán pueden alcanzar fácilmente zonas del Caspio, el Mar Negro y los Balcanes, extendiéndose por algunos enclaves del sureste europeo en donde, precisamente, los ejemplares del centro y norte de Europa se mezclan con los de Asia, y el contacto de ambos grupos facilitaría la extensión de la epidemia hacia territorios aparentemente a salvo.

[…]

La Organización Mundial de la Salud, en su último informe sobre la cuestión, fechado el 18 de agosto, admite que “es imposible controlar la gripe aviar en las aves salvajes, y ni siquiera vale la pena intentarlo”. Al igual que la FAO, la OMS recuerda que el papel de estos animales en la propagación de las cepas más agresivas del virus “sigue siendo en gran parte desconocido”.

“La salud incierta”. Crónica en verde. El País, 24 de octubre de 2005

Link: https://elpais.com/diario/2005/10/24/andalucia/1130106148_850215.html

La crisis sanitaria desatada en torno a la gripe aviar ha puesto de manifiesto un conjunto de patologías que afectan a la salud humana y que, en gran medida, están determinadas por las condiciones ambientales y las perturbaciones que hemos ido introduciendo en ellas. Enfermedades exóticas, o erradicadas hace tiempo de determinados territorios, se hacen presentes debido, por ejemplo, al cambio climático, a las migraciones animales o al trasiego de personas y mercancías entre puntos geográficos muy distantes.

[…]

Los especialistas de la OMS que estudian el problema de la gripe aviar consideran que si el temido virus consigue finalmente mutar y adquiere la capacidad de transmitirse de persona a persona, el escenario más peligroso, en la más que probable pandemia estarían implicados los modernos sistemas de transporte. Es decir, el virus no llegaría a destinos alejados del sudeste asiático por medio de las aves migratorias si no que, muy posiblemente, alcanzaría enclaves remotos, como Europa, por medio de personas infectadas que tomaran, por ejemplo, un avión.

“Los orígenes del virus”. Crónica en verde. El País, 23 de enero de 2006

Link: https://elpais.com/diario/2006/01/23/andalucia/1137972137_850215.html

Precisamente este virus, el de la gripe española, ha podido reconstruirse gracias a un complejo proyecto científico en el que ha participado un español, el microbiólogo Adolfo García-Sastre, profesor en la Facultad de Medicina Monte Sinaí, de Nueva York. Un especialista que acaba de visitar Sevilla para reunirse con sus colegas de la Estación Biológica de Doñana, dedicados a la identificación de virus en poblaciones de aves silvestres, cuestión que podría resultar decisiva a la hora de prevenir la temida pandemia.

                Pregunta. ¿De qué manera están relacionados los virus de la gripe presentes en aves y aquellos otros que son propios de la especie humana?

                Respuesta. Los virus de la gripe que afectan a humanos son virus muy determinados, de los que, en la actualidad, sólo existen dos tipos. Estas dos variantes también están presentes en las aves que, además, se ven afectadas por otros 16 tipos de virus de la gripe. Los virus pandémicos aparecen cuando un virus propio de aves es capaz de infectar a humanos. Este salto no es fácil, porque cada virus está adaptado a su propio huésped y no se propaga con facilidad en otro.

                P. Sin embargo ese salto es posible, y ha podido incluso certificarse en el virus de la gripe española de 1918, que usted, junto a otros especialistas, ha sido capaz de reconstruir.

                R. El virus de 1918 tiene unas secuencias muy parecidas a las que encontramos en virus de aves, aunque ambos son un poco distintos porque aparecen ciertos cambios que diferencian a uno y a otros. Es muy posible que en esas secuencias, que hemos identificado en algunos genes, se encuentre la clave que explique por qué un virus propio de aves es capaz de cambiar lo suficiente como para adaptarse a los humanos. Estamos, por tanto, tratando de precisar las características de esas secuencias porque así sabremos hasta qué punto un virus de aves será capaz de infectar a humanos. ¿Se necesitan diez cambios?, ¿veinte cambios?, ¿cuarenta cambios? Cuantos más cambios hayan de producirse en el perfil genético del virus menor riesgo existe de que sea capaz de saltar a humanos.

                 P. ¿El virus de 1918 fue capaz desaltar directamente de aves a humanos?

                R. Sabemos que en otras pandemias, como la de 1957, lo que ocurrió es que un virus de gripe humana fue capaz de adquirir un par de genes de virus propios de aves. En el caso de 1918 no podemos asegurar que se produjera un salto directo de aves a personas, porque no tenemos muestras de virus de humanos que circularan antes de esa fecha, pero debido a las similitudes que este virus presenta con respecto a los que afectan a las aves esta es una hipótesis en la que estamos trabajando. Es posible que un virus aviar, después de una serie de cambios, sea capaz de saltar directamente a humanos.

                P. ¿Es posible anticiparse a ese salto? ¿Podemos identificar a los virus candidatos a producir una pandemia?

                R. Si somos capaces de identificar las secuencias que en determinados genes explican el éxito de un virus a la hora de infectar a humanos, propagarse a gran velocidad y causar enfermedad, podremos reconocer virus que, con las mismas secuencias, se encuentren en la naturaleza, o bien virus que estén cerca de adquirir esas secuencias, virus que necesiten pocos cambios para convertirse en pandémicos. Esos virus serían los que tendríamos que vigilar de cerca porque, potencialmente, son los más peligrosos. Al mismo tiempo, estamos investigando los mecanismos que, a nivel molecular, se desencadenan a partir de esas secuencias genéticas, mecanismos que hacen que la enfermedad sea más severa, porque el conocimiento de estos mecanismos nos permitirá desarrollar fármacos específicos capaces de neutralizarlos. Y esas mismas herramientas moleculares nos van a servir también para diseñar vacunas más efectivas.

                P. ¿Los virus H5, que ahora concentran el temor de todos los especialistas, terminarán por convertirse en virus pandémicos?

                R. Las pandemias han existido siempre, y cuando se producen la mortalidad se dispara, como ocurrió en 1918, cuando la tasa de mortalidad, en una circunstancia extrema, llegó a alcanzar el 2 %. Las pandemias ocurren a intervalos de entre 10 y 90 años, y la última que tenemos registrada es la de 1968. Lo que sí sabemos ahora, y no sabíamos antes, es que los virus proceden de las aves y por eso hay que evitar el contacto entre aves silvestres y domésticas, y entre aves y humanos, como factor de prevención. De todas maneras, no es tan fácil decir que los virus H5 van a ser capaces de producir una pandemia, y si lo fueran tampoco parece probable que sean tan letales una vez que comiencen a propagarse de humanos a humanos, ya que en la actualidad sus tasas de mortalidad rozan el 50 %.

                 P. ¿Disponemos de tiempo? ¿Será posible contar con esas nuevas herramientas de prevención y tratamiento antes de que aparezca una pandemia?

                R. La cuestión del tiempo no es fácil de predecir, pero si para algo ha servido el miedo, quizá exagerado, que ha producido toda esta situación, es para que los gobiernos tomen conciencia de lo grave que resultaría una pandemia y preparen la infraestructura necesaria para fabricar vacunas con rapidez y contar con suficientes antivirales, recursos de los que ahora mismo no disponemos.

Al mismo tiempo que se diseña este sistema de alerta temprana hay que estar preparados para interrumpir la cadena de transmisión del virus. Ya que no es fácil que el  patógeno salte directamente de aves silvestres a humanos, hay que concentrar la atención en los huéspedes intermedios, las aves domésticas, a las que hay que sacrificar en cuanto existan indicios de un brote infeccioso. La última barrera de contención habría que levantarla en el caso de que la enfermedad se transmitiera entre humanos, y en este caso habría que recurrir a vacunas específicas y antivirales efectivos, dos elementos, insiste García-Sastre, “que sólo pueden obtenerse fomentando la investigación y disponiendo de la infraestructura necesaria para actuar con rapidez”.

“Enfermedades sin fronteras”. Revista Estratos, otoño 2006

El sur de España, por el que discurren las rutas migratorias que usan las aves que van y vienen a África, es, en el caso del virus del Nilo, una zona de alto riesgo, como aseguran Rogelio López-Vélez, especialista de la Unidad de Medicina Tropical del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, y Ricardo Molina, especialista de la Unidad de Entomología Médica del Instituto de Salud Carlos III. Y no se trata de un riesgo potencial sino que ya se tienen evidencias de la llegada del patógeno a tierras españolas, puesto que estudios realizados entre 1960 y 1980, detallan estos expertos,  “demostraron la presencia de anticuerpos en la sangre de los habitantes de Valencia, Galicia, Doñana y delta del Ebro, lo que significa que el virus circuló en nuestro país por entonces.

[…]

Algunas de las alteraciones ligadas al cambio climático, como un cierto aumento de la temperatura media, incrementarían el riesgo de transmisión de esta enfermedad, circunstancia que afecta a otras muchas dolencias, exóticas o ya erradicadas en territorio español, circunstancia que han puesto de manifiesto en sus trabajos de investigación los doctores López-Vélez y Molina y que también se incluye entre las advertencias recogidas en el documento “Evaluación preliminar de los impactos en España por efecto del cambio climático”, publicado por el Ministerio de Medio Ambiente. Recurriendo a una explicación simplificada, se puede decir que pequeñas variaciones en la temperatura, las precipitaciones o la humedad podrían afectar a la biología y ecología de ciertos vectores, como los mosquitos, y afectar también a los hospedadores intermediarios de dichas enfermedades o a sus reservorios naturales. 

Revista Sierra Albarrana, octubre 2006

Entrevista a Adolfo García-Sastre, profesor de Microbiología en la Facultad de Medicina Monte Sinaí (Nueva York).

P. ¿Disponemos de tiempo? ¿Será posible contar con esas nuevas herramientas de prevención y tratamiento antes de que aparezca una pandemia?

R. […] Siendo optimista, podemos decir que hoy estamos mejor preparados que hace cinco años, pero siendo pesimista creo que es necesario advertir que tenemos los conocimientos adecuados para enfrentarnos a una emergencia de este tipo pero, sin embargo, aún no hemos desarrollado las capacidades suficientes para hacerlo. Y tanto en lo que se refiere a conocimientos como a capacidades hay que insistir en el hecho de que cualquier acción debe plantearse a escala planetaria, porque de poco sirven los esfuerzos de un grupo de países frente a enfermedades que no saben de fronteras.

Revista Estratos, invierno 2006

Entrevista a Adolfo García-Sastre, profesor de Microbiología en la Facultad de Medicina Monte Sinaí (Nueva York)

                P. ¿Qué evidencias científicas se han obtenido a partir del estudio de anteriores pandemias?

                R. Sólo hay dos pandemias de gripe, la de 1957 y la de 1968, de las que conocemos exactamente cuál fue la composición del virus que las provocó, y en ambos casos el patógeno, sobre un total de ocho genes, tenía de cinco a seis genes que ya estaban presentes en virus de la gripe que afectaban a humanos, virus que ya estaban circulando. Es decir, sólo dos o tres genes cambiaron para adquirir determinantes genéticas procedentes de algún virus de aves. ¿Cómo se originó, pues, el virus pandémico? Nuestra hipótesis es que tuvo que originarse por co-infección en algún huésped que fue infectado, al mismo tiempo, por un virus de aves y un virus humano. Ese huésped pudo ser un cerdo pero también pudo ser un humano. Además de esa co-infección fue necesario que el virus resultante incorporara algunos cambios más hasta lograr transmitirse entre humanos con eficacia. Así se generó la pandemia, y por eso ahora ponemos tanto el acento en la necesidad de prevenir infecciones en los animales domésticos, sacrificando de inmediato a los ejemplares que estén afectados por la enfermedad, ya que estos son el paso intermedio necesario para que finalmente se genere un virus pandémico. En resumen, hay que estar preparados para interrumpir la cadena de transmisión del virus. Ya que no es fácil que el  patógeno salte directamente de aves silvestres a humanos, hay que concentrar la atención en los huéspedes intermedios.

                P. Cuando se desató el temor a una pandemia de gripe aviar se dispararon las ventas de ciertos antivirales. ¿Serían realmente efectivos ante una enfermedad de estas características?

                R. Los antivirales son efectivos, bajo ciertas circunstancias, de un modo profiláctico, de manera que, en caso de pandemia, pueden evitar la infección. Pero, aún así, su uso generalizado podría, en algunos casos, fomentar, de manera muy rápida, el desarrollo de virus mutantes resistentes al antiviral, y esto causaría un problema añadido. Además, si una persona quiere estar protegida durante el desarrollo de la pandemia necesitaría tomar una dosis continuada mientras el virus esté circulando, lo que supone medicarse durante, por ejemplo, tres meses, y en la actualidad no existe capacidad para producir tal cantidad de antivirales, si lo que realmente queremos es proteger a toda la población.

                P. ¿Serían entonces las vacunas el único recurso capaz de proteger a la población a gran escala? 

                R. No puede existir una vacuna hasta que no sepamos exactamente cuál es el virus que causa la pandemia. A partir de ese momento se inicia una auténtica carrera para producir la vacuna, distribuirla y vacunar a los ciudadanos. Por tanto, lo que debemos hacer ahora es engrasar ese mecanismo, a escala internacional, de manera que los plazos se acorten al máximo. Además, debemos potenciar la investigación en busca de vacunas más eficientes, vacunas que sean capaces de ofrecer protección con una dosis diez veces más baja que la que ahora venimos utilizando. Si somos capaces de lograr esta reducción en la dosis habremos resuelto el problema de la producción, seremos capaces de cubrir a mucha más población con los medios disponibles. 

Read Full Post »

Desde el escenario, cuando dos mil personas te contemplan en silencio, el Liceu impresiona, pero hay cosas más impresionantes…

Como me crié entre las bambalinas del Teatro Góngora esa tramoya en penumbra, desde la que, sin arriesgar, se atisban los focos y el murmullo del público, me resulta un espacio cálido y familiar. Otra cosa distinta es saltar al escenario y verse expuesto a focos y a público. Sentir la descarga de adrenalina que antecede a las grandes ocasiones, esas en las que se mezclan el miedo y la felicidad. El reloj se espesa, el sonido se va acolchando y tres zancadas después se hace el silencio, un silencio que no conviene romper de manera atropellada, un silencio que hay que disfrutar.

El Gran Teatre del Liceu impresiona. Impresiona desde el patio de butacas así es que imaginaros lo que es subir al escenario, plantarse, en soledad y sin la barrera de confianza de un atril, ante más de 2.000 personas y disfrutar de esos dos o tres segundos de silencio antes de decir lo que uno ha venido a decir, lo que, quizá, nadie haya dicho antes en ese escenario.

Junto a mí, dándome el calor imprescindible, una representación de los muchos profesionales que hacen posible «Tierra y Mar» (Esther, Nuria, Susana, Abraham, Sol…) y el propio director general de la Radio Televisión de Andalucía (RTVA), Juan Manuel Mellado, ocupando, por voluntad propia, un discreto segundo plano que le honra.

«Impresiona el Liceu. Impresiona mucho, pero os aseguro que impresiona más una levantá de atunes rojos en una almadraba de Cádiz, o un amanecer en el Cerro de los Ánsares, en el corazón de Doñana; y aún impresionando más, allí no llegan los focos, allí casi nunca llegan las cámaras y nunca llegan los aplausos. Ese es nuestro escenario natural, esa es la redacción de Tierra y Mar, esos son los rincones a los que acudimos todas las semanas buscando historias sencillas, de gente discreta, que nos habla de una Andalucía que trabaja y que innova «. Después de disfrutar ese par de segundos de silencio sobrecogedor, así comenzaron mis palabras de agradecimiento en el Gran Teatre del Liceu la noche del 14 de noviembre de 2019, cuando recogí el Premio ONDAS otorgado al programa «Tierra y Mar» (Canal Sur Televisión), el primer ONDAS en la historia de la televisión pública andaluza (nacida en 1989) concedido a un programa informativo de producción propia, el primero en la historia de los premios ONDAS otorgado a un programa informativo dedicado al sector primario y al periodismo ambiental.

Hablando con acento andaluz en donde no siempre se aprecia el acento andaluz.

Andalucía en el corazón de Cataluña. Barbate en Barcelona. Doñana en Las Ramblas. Atunes rojos en el Liceu. Las historias sencillas de la gente del sur ocupando butaca junto a David Broncano, Carlos Herrera, Rosalía, Jordi Évole, Candela Peña, Rosa María Calaf, Pepa Bueno, Carlos Alsina o Andreu Buenafuente.

En el escenario del Liceu hubo espacio, aquella noche, para un periodismo amable (que no complaciente), un periodismo austero (por obligación y también por convicción), un periodismo con acento andaluz en donde no siempre se aprecia el acento andaluz.

Si no existiera la Radio Televisión de Andalucía, ¿quién nos otorgaría la posibilidad de hacernos visibles en el torbellino de las grandes cadenas nacionales e internacionales? ¿Quién se ocuparía de los grandes titulares pero también se acercaría a las pequeñas historias? ¿Quién sabría interpretar las claves de la cultura andaluza, sus señas de identidad? ¿Quiénes serían los traductores, a escala doméstica, de los grandes desafíos -pandemia, cambio climático, inmigración, crisis económica, política europea…-? ¿Qué televisión en España mantiene en antena un informativo del sector primario desde hace más de 30 años, y un informativo de medio ambiente desde 1998? ¿Quién saca el acento andaluz de las comedias para colocarlo en los informativos? ¿Quién habla del sur?

Es cierto que todas estas virtudes no siempre se expresan con la luminosidad necesaria, y hay sombras que hacen muy difícil el ejercicio de un periodismo digno y riguroso. Resulta triste comprobar, en nuestro día a día, cómo muchas personas se sorprenden al ver el resultado de nuestro trabajo y nos confiesan que no se esperaban el cuidado, el conocimiento, la ecuanimidad, la empatía… con que nos hemos acercado a una realidad compleja para intentar explicarla de manera honesta. Llamar «periodismo» a lo que sólo es desconcierto y bulla, a la información que se construye con artificio, morbo, suposiciones y espectáculo, es ensuciar esta profesión y confundir a los ciudadanos hasta convencerlos de nuestra intrascendencia, de nuestra inutilidad.

La situación de la Radio Televisión de Andalucía es ciertamente compleja, muy delicada. Pero bajo el oleaje y el ruido, con demasiada frecuencia interesados, hay un territorio discreto en donde trabajan muchos profesionales honestos, responsables y conciliadores; profesionales ajenos a otros intereses que no sean los del servicio público y preocupados, muy preocupados, por el manoseo político y los recortes, injustos, que sólo nos conducen al precipicio.

Antes que juzgar el periodismo busca entender, y para eso requiere reposo, conocimiento, contención y rigor. Se nos olvida que informar, in-formar, es dar forma y, por tanto, explicar, interpretar, y en ese esfuerzo hay que acercarse a los ciudadanos con calma y empatía. Y escuchar. Por eso necesitamos una mirada profesional abierta, democrática y conciliadora.

No tuve que contarlo en ningún sitio ajeno a mi propia empresa, a la que, por cierto, llegué superando una oposición libre en 1989, porque el texto donde tuve oportunidad de explicar mi manera de entender este trabajo, el trabajo de un periodista ambiental en una televisión pública, me lo pidieron los compañeros de nuestra página web con motivo de la concesión del ONDAS. Quiero creer que en ese texto muestro, con sinceridad, cómo entiendo yo el periodismo; cuál es, a mi juicio, el sentido de una televisión pública; por qué perdemos credibilidad ante nuestros espectadores; qué valor tiene el trabajo en equipo. Así es como miro a Andalucía desde mi oficio. Así es como defiendo lo que, siendo obvio, tenemos que seguir defendiendo todos los días, y ahora más que nunca (1).

Me pude permitir hablar de atunes en el Liceu porque la televisión andaluza, una televisión pública, atiende, más allá de los grandes titulares, a lo que ocurre en una almadraba de Barbate, en una pequeña cofradía de pescadores, en la diminuta embarcación de un arráez. Mirar, escuchar y contar, explicar lo que ocurre cerca, muy cerca, tan cerca que a veces no podemos distinguirlo de lo que somos nosotros mismos. Identidad sin soberbia. Una identidad que tiene que ver con el asombro y no con el horror; con el respeto y no con la imposición; con la convivencia y no con el egoísmo. Nuestra identidad, la de Andalucía, la del Periodismo.

(1) Nota al pie: El pasado jueves, 3 de diciembre, creí necesario volver a explicarme, esta vez en las redes sociales, porque la situación de la RTVA origina no pocas confusiones en la opinión pública y algún que otro malentendido entre compañeros. Hoy, dos días después, los tuits que remiten a aquel artículo que escribí en la web de Canal Sur suman más de 31.000 impresiones y, lo que para mí es mucho más importante, han servido para que muchos colegas de profesión, científicos, ambientalistas, ONGs, educadores, universidades, medios de comunicación… enriquezcan con sus propias reflexiones este debate. Seguro que me olvido de alguien, pero hasta este momento, y entre otros, han señalado estos mensajes, y en algunos casos se han sumado a este diálogo virtual en torno a los principios del buen periodismo en una televisión pública, Javier Valenzuela (Asociación de Periodistas de Información Ambiental APIA), Nuria Castaño (periodista), Nino Sanz (biólogo), María García (APIA), Carlos González Vallecillo (biólogo y comunicador), Toni Calvo (Asociación Española de Comunicación Científica AECC), Isabel Morillo (El Confidencial), José Sierra (periodista), Regenera Hub, WWF, María Antonia Castro (APIA), Félix Tena (À Punt), Jesús Soria (SER Consumidores), Isabel Gómez (RTVA), Red Ecofeminista, Elia Valladares (RTVA), Pilar Marín (Oceana), Sostenibilidad a Medida, Juanjo Amate (ambientólogo), Pilar Ortega (RTVA), El blog de la lincesa, José Manuel García (periodista), David F. Caldera (Diputación de Granada), Raúl de Tapia (Fundación Tormes), Joaquín Tintoré (CSIC), Clara Aurrecoechea (RTVA), María José Montesinos (RNE Aragón), Medio Ambiente y Ciencia CYTlab, Roberto Ruiz Robles(Instituto Superior del Medio Ambiente), Álex Fernández Muerza (Universidad de País Vasco), Rafa Ruiz (El Asombrario), Life Invasaqua, AMA KD301 (Agente de Medio Ambiente), Dani Rodrigo (Universidad de Sevilla), Hombre y Territorio, César Javier Palacios (periodista 20 Minutos), Life Watercool, Rosa M. Tristán  (Laboratorio para Sapiens), Arturo Larena (EfeVerde), Plataforma en Defensa de la RTVA, Vega Asensio (ilustradora científica), Pepelu Ramos (RTVA), Carlos Centeno (Universidad de Granada), Asociación de Periodistas de Información Ambiental (APIA), Ángel Torcuato (ADM), Asociación Naturalista de Yuncos, Agencia Nodos, Luis Guijarro (APIA), Antonio Rivero (Grayling España), Fidel del Campo (RTVA), Agrupación de Trabajadores de Canal Sur, Joaquín Araujo (escritor y naturalista), Maite Mercado (Universidad CEU y Diario Levante), Rosa Llacer (Descubre Comunicación), Ignacio Bayo (Divulga), Alejandro Caballero (Informe Semanal TVE), Diego Muñoz, Esther Lazo (RTVA), Juan Armenteros (RTVA), Bienvenido León (Universidad de Navarra), José Antonio Montero (Revista Quercus), Fernando Valladares (CSIC), Miguel Ángel Ruiz (La Verdad, Murcia), Guillermo Prudencio (WWF), Eva Rodríguez (Agencia SINC), Región de Murcia Limpia, José Luis Gallego (naturalista y escritor, Onda Cero), Pau Ivars (periodista), Eva González (Europa Press), Mónica Salomone (periodista de ciencia), Jesús Soria (SER Consumidor), Feria de la Ciencia, Greenteam Spain, EcoInfluencer, Astrid Vargas (Commonland), CDOverde (Creadores de Opinión Verdes, EfeVerde), Gemma Teso (Universidad Complutense), Antonio Cerrillo (La Vanguardia), Benigno Varillas (periodista y naturalista), Piluca Nuñez (Asociación Empresarial Eólica), Centro de Estudios de Ciencia, Comunicación y Sociedad (Universidad Pompeu Fabra), Josechu Ferreras (Argos y Feria de la Ciencia), Carmen Lumbierres (politóloga), Pepe Verón (SER Aragon, Universidad San Jorge), César Colunga (Universidad Autónoma de Querétaro), Cristina Monge (politóloga, ECODES), Óscar Menéndez (Explora Proyectos), Rosa M. Cantón (ambientóloga), Cristina Mata Estacio (Universidad Autónoma de Madrid), Vicent Devís (À Punt), Victoria Mendizábal (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina), Pepe Damián Ruiz (Universidad de Málaga), Jorge Velarde (biólogo), Gerardo Pedrós (Universidad de Córdoba), Carmen Elías (RTVA), Judit Alonso (DW Español), María José Gómez-Biedma (RTVA), Marta Villar (CEU San Pablo Madrid), Jorge Velarde (biólogo), Paco García (SECEM), Rosa Pradas (APIA), Juan Matutano (educador ambiental), Jose M. López de Cózar (APIA), Leo Zurita (realizadora), Mangas Verdes Radio, Teresa Palacio (periodista), José Carlos Guerrero (Universidad de la República, Uruguay), Álvaro Rodríguez( Climate Reality Spain), Alfredo Batlencia (Verdemar), Izan Guerrero (periodista), Mar Verdejo (paisajista), Juan María Calvo (periodista), Facultad de Comunicación (Universidad San Jorge), Sita Méndez (AECC), Rubén Casas (wildlife filmmaker), Araceli Caballero (periodista), José A. García (Universidad Miguel Hernández), Maria Josep Picó (Universitat Jaume I), Alejandro Guelfo (Mis Peces), Geoparque de Sobrarbe, Manuel Colón (Universidad de Cádiz), Mercedes de Pablos (periodista), Teresa Cruz (Fundación Descubre), María Ruiz (RTVA), Belén Torres (RTVA), Héctor Márquez (periodista, Aula Savia), Felipe Molina (biólogo y ganadero)… y la lista sigue creciendo.

Read Full Post »

Siempre es un placer colaborar con la Fundación Social Universal, en esta ocasión aportando mi análisis en torno al lenguaje del cambio climático y a la biodiversidad democrática que, creo, hay que incorporar a este debate.

Nota al margen: En febrero publiqué en este mismo blog un texto a propósito del lenguaje del cambio climático (La lengua del cambio). Pocas semanas después los responsables de la Fundación Social Universal me pidieron un artículo, para su revista, sobre esta misma cuestión, un problema que preocupa mucho a las entidades comprometidas con las acciones de ayuda al desarrollo y las atención a los más desfavorecidos. Aunque el artículo en papel reproduce algunos párrafos de aquel primer post también es verdad que incorpora contenidos diferentes que creo oportuno compartir, sobre todo porque así me lo han pedido algunos amigos y colegas. Espero que estas reflexiones os sean de utilidad. 

El 17 de octubre de 1976 el diario El País elegía este titular a dos columnas para advertir de un problema ambiental en ciernes: “El clima mundial va a cambiar”. El origen del fenómeno se precisaba en un antetítulo no menos claro: “Provocado por la contaminación de anhídrido carbónico”. Nadie puede excusarse diciendo que nada se sabía del cambio climático hasta hace poco porque desde aquella información en un periódico generalista hasta hoy han pasado más de 40 años de información pública ininterrumpida. Si esta inquietud queremos trasladarla al ámbito andaluz podemos elegir el reportaje, a página completa, que yo mismo firmé, también en El País, un 15 de marzo de 1993 y que titulé “Paisajes para un nuevo clima” (en este caso era el subtítulo el que no dejaba lugar a dudas: “Científicos andaluces tratan de predecir los efectos del cambio climático”). Visto lo acontecido desde entonces es inevitable pensar que, en el mejor de los casos, hemos desperdiciado un cuarto de siglo, porque las acciones llevadas a cabo hasta ahora no se corresponden con la gravedad del problema y sus consecuencias a escala planetaria y, en particular, en nuestra propia comunidad autónoma.

Cuando me dicen que el cambio climático es una moda mediática reciente, tiro de hemeroteca para encontrar referencias como esta: un reportaje de El País fechado en octubre de 1976.

Uno de los elementos que más me preocupan en esta peligrosa dejación, tanto de las administraciones como de los ciudadanos, es el empeño en aplicar fórmulas que ya se han demostrado poco eficaces, la tozuda insistencia en el bucle endogámico que sólo conduce a las clásicas prédicas al coro, el uso de un lenguaje que seduce muy poco a los que se muestran ajenos a esta emergencia. Frente al cambio climático, y las acciones que buscan moderar su impacto, no valen los discursos de siempre, donde se encuentran cómodos (inexplicablemente cómodos) hasta los más comprometidos activistas, algo que pudimos comprobar algunos de los periodistas que asistimos a la reciente Cumbre del Clima (COP25). Demasiados lugares comunes que provocan indiferencia, demasiados tópicos y generalizaciones con las que amplios sectores de la sociedad nunca se han identificado, demasiados puristas, demasiados pesimistas, demasiado postureo. Vivimos instalados en un peligroso abuso del catastrofismo, como estrategia para llamar la atención, y en un permanente requerimiento de compromiso a ciudadanos que apenas conocen la naturaleza del problema y su relación con el mismo. Sostiene Maxwell Boykoff, investigador de la Universidad de Colorado-Boulder (EEUU) y director del Observatorio de Medios y Cambio Climático, y su reflexión es tan aguda como provocadora, que, “en ocasiones, al elegir términos como <desafíos climáticos> y <crisis climática>, puede que nuestros sinceros esfuerzos para facilitar el compromiso público con el cambio climático acaben construyendo más muros que puentes.

Quizá sea el momento, por pura urgencia, de multiplicar los puentes, y en esta tarea de delicada ingeniería social el lenguaje resulta decisivo, tanto como la propia actitud (sincera) de diálogo (la suma de puntos de vista no necesariamente coincidentes), actitud que está muy presente en los movimientos sociales más jóvenes pero que se enreda y se espesa en otros actores tan bienintencionados como desactualizados. Dentro de poco, y formando parte de las acciones ligadas a la declaración de emergencia climática decretada por el gobierno central, tendremos que desarrollar en España una herramienta similar a la Asamblea Ciudadana del Clima que ya funciona en el Reino Unido. ¿Qué es lo que más me seduce de la experiencia británica? Su biodiversidad que, más allá de un carácter democrático indiscutible, busca evitar el mencionado bucle endogámico, el discurso de los de siempre con los resultados de siempre. Quien se asome a la web de esta asamblea (https://www.climateassembly.uk/) descubrirá que el 22,7 % de sus miembros tienen entre 16 y 29 años, que el 50 % son mujeres, que el 38,2 % se sitúan en el nivel más bajo de cualificación educativa, que el 17 % se sienten poco o nada preocupados por el cambio climático, que el 16,4 % pertenecen a minorías étnicas y que, además, se han establecido mecanismos que garantizan la presencia de ciudadanos que habitan en las zonas más desfavorecidas del país. Pura biodiversidad democrática.

A propósito de muros y puentes hice mías, cuando las descubrí, las aportaciones de John Galtung, el especialista noruego que lleva décadas liderando las investigaciones sobre la mejor manera de resolver los conflictos sociales. Sus recomendaciones en escenarios tan complejos como el que nos plantea el acuerdo social en torno al cambio climático también pasan por el desarrollo de una comunicación democrática, conciliadora y creativa. Sobre esta última virtud, Galtung nos regala su particular punto de vista: en un conflicto entre partes, explica este sociólogo y matemático, no se trata de convencer, se trata de escucharlas a todas para entender, para entenderlas, y luego se necesita “mucha creatividad para tender puentes entre objetivos legítimos, porque todas las partes tienen, como mínimo, un objetivo legítimo“.

En lo que respecta a los medios de comunicación, mi hábitat natural, los ciudadanos desean, creo, que el periodista les ayude a entender la complejidad de este problema ambiental (por no decir existencial) sin hurtarles ni uno solo de los elementos que lo componen. La contradicción forma parte de esa realidad compleja, y la incertidumbre también, así es que necesitamos, más que nunca, periodistas dispuestos a mantener, insisto, una mirada abierta, democrática y conciliadora. Y estas tres virtudes no hay por qué sacrificarlas en el periodismo de denuncia, al contrario, son las que lo dignifican y lo alejan del periodismo sectario. La primera señal con la que se anuncia el totalitarismo, con la que se presentan los totalitarios, es la eliminación de los grises.

Los ciudadanos (creo) no quieren juicios (y mucho menos prejuicios), ni sentencias y condenas inapelables, ni manuales sobre lo que deben hacer y lo que no deben hacer. Tampoco vale poner como excusa otro futuro que no sea el nuestro. No hay que escudarse en nuestros hijos, ni en nuestros nietos, porque mucho más consecuente sería traducir esa lógica preocupación familiar  en espacios donde los que hablen y decidan sean nuestros hijos y nuestros nietos. Se acabó el ocupar las vanguardias cuando ya se nos pasó el tiempo de ser vanguardia. Se acabó el obstaculizar el camino a los que vienen reclamando ser actores y no meros espectadores. Y tampoco nos valen los líderes que sólo saben de mítines y arengas en las que se busca la aprobación de los prosélitos. Predicar al coro nunca sirvió de mucho. Sentirte aplaudido por los fieles es el objetivo de los incapaces. Buscar la aprobación de los gurús, de los caudillos inmaculados, sólo sirve para alimentar el ego y alejarnos de la calle, ese espacio en donde nada es inmaculado. Ahora, más que nunca, se necesita una comunicación conciliadora donde esté presente la diversidad, donde podamos conocer todos los elementos en disputa y, sobre todo, una comunicación plural donde concederles a los disconformes, a los desinformados, a los críticos, a los discriminados, a los desfavorecidos, la posibilidad de que expresen sus puntos de vista, porque en ellos habrá, seguro, alguno o algunos razonables, legítimos (que diría Galtung).

La lucha contra el cambio climático, que sólo tiene sentido (dada la magnitud del fenómeno y la urgencia en la toma de decisiones) si a ella se suman ciudadanos de toda condición, necesita también de un nuevo lenguaje, un discurso actualizado y plural, el diseño (colaborativo) de una comunicación (creativa) de precisión, adaptada, como sostiene Boykoff y como defendemos algunos periodistas (¿pocos?), al contexto y a las señas de identidad de las audiencias (en plural, porque no existe una audiencia única, aunque traten de convencernos de lo contrario). Seguir con lo de siempre, también en lo que se refiere a la comunicación, es renunciar a que nos entiendan y nos acompañen.

Para contar, escuchar y hacer lo de siempre… ya tengo a los de siempre… con los resultados de siempre. Y, sinceramente, más allá de un cierto entretenimiento narcisista (al que todos somos vulnerables) esta sintonía monocorde entre iguales me parece un empeño muy poco estimulante, aburrido y escasamente fértil. En determinados escenarios (creo) los adultos, los de siempre, están, estamos, sobrerrepresentados y, lo que es peor (creo), estamos auto-investidos de una sabiduría sobrevalorada (sólo hay que ver cómo hemos resuelto, o no-resuelto, algunos problemas vitales). El “eso-ya-te-lo-decía-yo”, el “yo-ya-lo-sabía” y la petulante “voz-de-la-experiencia” reducen notablemente su valor en territorios, como el del cambio climático, absolutamente inéditos y, por tanto, absolutamente desconocidos. Territorios en donde se requiere de mucha imaginación y atrevimiento, valores que (ley de vida) van mermando con los años. Lo dicho: hay establecer una auténtica y generosa diversidad, esa que a los mayores nos cuesta muchísimo.

No podemos, no debemos, ser propietarios de nuestro propio presente, y del presente de nuestros hijos, y del presente de nuestros nietos y del futuro universal. Eso es sí que es un Ministerio del Tiempo, egoísta, monolítico y plenipotenciario. Cada cual es dueño de su propio tiempo y el de mis hijos es… de mis hijos. Lo dicho: no es fácil dar un paso atrás para dejar espacio a otras voces (porque el ego y el vértigo vital son muy puñeteros), pero considero que en este empeño, y aunque resulte paradójico, un paso atrás nos va a ayudar, a todos, a dar varios pasos adelante.

Nota confinada: Este artículo lo escribí a comienzos del pasado mes de febrero. Entonces no podía imaginar que la última frase (“…un paso atrás nos va a ayudar, a todos, a dar varios pasos adelante”) era casi una premonición de lo que se nos venía encima. Hoy (mediados de abril) los responsables de la revista me piden que revise el texto y estoy, como millones de ciudadanos en todo el planeta, confinado en casa, confinado y convencido de que la Covid-19 es una nueva oportunidad, muy dolorosa, de ordenar nuestras prioridades y frenar (no ya por imposición sino por convicción) un modelo de desarrollo que nos conduce al abismo. El planeta entero ha dado un paso atrás para evitar que la pandemia cause aún más daño del que está causando, justo lo que necesitamos para enfrentar otros problemas vitales como el del cambio climático. Mientras cambiamos de rumbo (como en la manida metáfora del barco que se dirige hacia un iceberg) hay que, al menos, reducir la velocidad para ganar tiempo. Las evidencias científicas no dejan lugar a dudas en la íntima relación que existe entre la destrucción de la naturaleza, la pérdida de biodiversidad, y la multiplicación de epidemias de potenciales efectos devastadores. Proteger nuestros recursos naturales, combatir el cambio climático, es protegernos a nosotros mismos.

Read Full Post »

Older Posts »