La película de George Clooney , en la que se retrata el pulso entre el periodista de la CBS Ed Murrow y el senador integrista Joseph McCarthy, generó un interesante debate en torno a los informativos de televisión y su capacidad para transmitir, de forma honesta y rigurosa, noticias realmente trascendentes. Murrow, en el lejano 1952, ya advirtió de que la información en el medio televisivo estaba a punto de ser derrotada por el espectáculo, y los profesionales españoles que participaron en aquel debate (Iñaki Gabilondo, Pedro Piqueras, Matías Prats o Lorenzo Milá, entre otros) sólo pudieron certificar lo acertado del pronóstico.
Se gana audiencia pero… ¿se gana en comprensión, en información?
La evolución que ha experimentado el área de los informativos en la televisión española, al igual que en otras televisiones, es claramente perjudicial para las informaciones científicas y ambientales ya que estas, en la mayoría de los casos, remiten a cuestiones ciertamente complejas, difíciles de interpretar. Cuestiones que en muchos casos terminan resolviéndose por la vía de la frivolización (tuvo más impacto mediático la referencia al primo de Mariano Rajoy y sus discutibles afirmaciones sobre el cambio climático, que el propio problema ambiental al que se refiere esta anécdota) o por el lado del catastrofismo (los sucesos ambientales suelen ser muy apreciados en los informativos de televisión, sobre todo cuando cuentan con imágenes de impacto, como suele ocurrir, por ejemplo, con los incendios forestales).
Pero, ¿realmente este es el tratamiento informativo que reclaman los espectadores? ¿Esta es la televisión que queremos? ¿Por qué las encuestas muestran, de manera insistente, una demanda insatisfecha de rigor y profundidad?

Ryszard Kapuscinski (sí, ya se que me repito, pero vuelvo al maestro y a su lúcido lamento) apunta algunas posibles soluciones a este enigma por el cual los responsables de la programación televisiva parecen obrar al margen de las demandas del público y de la clase política, ofreciendo productos que, aún reuniendo audiencias millonarias, son repudiados por su banalidad. Hoy los medios de comunicación, apuntaba el periodista polaco ya en 1999, se gobiernan de tal manera que pesa más el criterio empresarial que el informativo. Las televisiones están lideradas por economistas, publicistas, expertos en marketing y analistas de audiencias, mientras que los periodistas se colocan en un segundo plano. Al menos los periodistas que responden, quizá, a un modelo de este oficio por desgracia ya caduco: “Antes la profesión de periodista era un trabajo de especialistas. Había un limitado grupo de periodistas especializados en algún campo en concreto. Ahora la situación ha cambiado por completo: no existen especialistas en ningún campo”. Y concluye: “Los medios de comunicación, la televisión, la radio, están interesados no en reproducir lo que sucede, sino en ganar a la competencia. En consecuencia, los medios de comunicación crean su propio mundo y ese mundo suyo se convierte en más importante que el real”.
Hay ejemplos notables de esta perversión por la cual la peripecia que lleva a obtener una noticia, por banal que esta resulte, es más importante que la noticia en sí. De esta manera se han extendido, en todas las televisiones, esos programas de información en directo donde, por ejemplo, un “sufrido” informador, o una “intrépida” informadora, nos relatan, entre jadeos y movimientos de cámara convulsos, el esfuerzo que han tenido que realizar para alcanzar esa pequeña cabaña, perdida en la sierra, donde un rústico pastor nos explica su receta para hacer gachas. Trasladando este concepto a los noticieros en sentido estricto, y a las informaciones ambientales que estos recogen (o deberían recoger), resulta muy acertada la frase con la que la veterana corresponsal de TVE anunciaba la llegada de este tipo de informadores al escenario de alguna noticia trascendente: “Ya están aquí estos que tanto saben de cubrir crisis y absolutamente nada de las crisis que cubren”. Lo dicho: el envoltorio pesa más que el contenido.
En resumen: ahora el pulso no es con un McCarthy de última hora (que también los hay) sino con una pandilla de merluzos que se colocan delante de las cámaras… y también detrás.
Fuentes:
· Cruz, Juan. “El espectáculo frente a la información”, El País, 5 de marzo de 2006.
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