Una de las estrategias más perversas que se vienen aplicando en el ámbito laboral desde hace siglos es aquella que busca la división, y hasta el enfrentamiento, entre los trabajadores. Aplicando diferentes técnicas, no muy sofisticadas, y aprovechando las debilidades y miserias humanas, cualquier patrono es capaz de provocar el suficiente mal rollo entre sus subordinados como para que a nadie se le ocurra buscar la solidaridad de sus iguales a la hora de reivindicar lo más mínimo. Diferencias salariales injustificadas, propagación de rumores insidiosos, fomento del chivateo, sanciones y recompensas arbitrarias… son algunas de las muchas técnicas que buscan, en definitiva, borrar la amistad de ciertos escenarios, aniquilar la diversión, fulminar la solidaridad y la empatía.
Esta malsana costumbre, que para colmo va en contra de la propia productividad (http://www.humorpositivo.com), ha terminado por contaminar otros muchos escenarios. En realidad el elogio de la seriedad y hasta el mal rollo se considera, con demasiada frecuencia, un activo en el desarrollo de múltiples actividades (“A ti te falta mala leche, no llegarás muy lejos”, es una máxima que todos hemos oído en alguna ocasión en boca de esos gurús del lado oscuro).
Hace algún tiempo leí las cinco lecciones básicas que un especialista en mejora de la gestión empresarial (Fernando Gastón,http://improsofia.wordpress.com) confesaba haber aprendido a lo largo de su carrera profesional como ingeniero, lecciones sencillas que había colgado en su blog:
1.- La humildad es más importante que la mala leche.
2.- La mala leche es innecesaria.
3.- Que la mala leche sea necesaria para ti depende de dos cosas: los objetivos que te marques y tu capacidad para respetar ciertos valores.
4.- En el mundo de la empresa falta humildad y sobra mala leche.
5.- Los líderes se mueven por valores y la mala leche no es uno de los importantes.
En estos tiempos de zozobra, cuando demasiadas conquistas sociales se resquebrajan y es difícil mantener un espíritu solidario porque nos hacen creer que el otro es siempre una amenaza, conviene defender los valores por encima, incluso, de las acciones (no puedo evitar pensar que si los primeros no existen, las segundas nacen ciegas). Hablar del espíritu de camaradería, de la solidaridad, de la diversión con la que tendríamos que encarar las actividades cotidianas o de los lazos de amistad que fortalecen cualquier agrupación humana (desde una comunidad de vecinos hasta una empresa pasando por una asociación profesional o un equipo de fútbol) debería considerarse, siempre, como una fortaleza y, sin embargo, algunas minorías influyentes tratan de hacernos creer que son debilidades que nos alejan de la excelencia y el progreso.
Como les ocurría a aquellos monjes recluidos en la abadía benedictina de “El nombre de la rosa” acercarse hoy a la risa, como vía para conocer la verdad (aunque sea una verdad muy pequeña y doméstica) puede resultar peligroso, porque el veneno de la seriedad lo impregna casi todo. No nos dejan hacer amigos en según qué sitios, porque estos guardianes de la ortodoxia aseguran que los afectos son siempre un estorbo en el universo profesional. ¿Es mejor dejar el cultivo de la amistad para otros ámbitos que no sean los laborales? ¿Las amistades que nacen en el seno de una empresa o de una asociación profesional son de regular calidad? ¿El buen rollo es una debilidad? ¿Hablar de amistad es distraernos de cosas más importantes?
No estoy seguro de que las organizaciones más serias sean las mejores, pero estoy absolutamente seguro de que son las más aburridas e incómodas. Y aquí hemos venido, aunque algunos lo nieguen, a pasarlo bien y, si es posible, en buena compañía.
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