Los coches son cárceles de metal en las que nos desplazamos torpemente, con malos humos, haciendo ruido y consumiendo demasiados recursos. Son cárceles, pero también son cápsulas en las que podemos deslizarnos en mitad del caos, aislados de la locura que habita en las grandes rondas de circunvalación.
Vivo en un pueblo pequeño y no tengo más remedio que usar el coche, pero, afortunadamente, apenas sufro los embotellamientos de la SE-30. Sin embargo, cuando tengo que bajar a la gran ciudad, y el Metro no me resuelve ese desplazamiento, me atrinchero en mi cápsula de cuatro ruedas y pongo música a volumen generoso. Música para sobrevivir a un atasco. Música que amansa a las fieras. Música para olvidarme de que, en realidad, viajo en una cárcel de metal.
Esta es la primera entrega de mi “Música para sobrevivir a un atasco”, una serie que se inicia con Rodrigo Leao, el portugués que me transporta hasta la costa vicentina en una larga noche de verano con amigos, frango grelado, tinto del Douro y … sin atascos.
Hola! (no sé si decirte gato, jazmín o amigo -es que nunca sé cómo llamaros a los josé marías, sobre todo si no tengo la suficiente confianza como para cambiaros el nombre, una tentación siempre despìerta). He entrado en tu blog hoy por fin, y me acuso de haber ramoneado tanto por campos de mucha arboleda y poca fronda cuando tenía tan a la boca (a los morros) gente como tú.
De momento gracias por esta música, ya otro día que ne me lleven las ansias de campo a mi casita de Cortelazor y a un mundo sin internet te leo más y, si eso, te digo. Un abrazo.
Franca
P.S. Gracias por hacernos llegar la naturaleza (y la ciencia) con tanta sencillez; en mi caso haces que ciertas reticencias sean suplantadas por la admiración.
Gracias por los piropos Franca. Como decía Woody Allen uno escribe, en definitiva, para que lo quieran más… Espero verte por este rinconcillo virtual. Besos.