En la primavera de 2007, y gracias a la mediación de Antonio Rodríguez Almodóvar, me puse en contacto con José Manuel Caballero Bonald para invitarle a que dictara la conferencia inaugural del X Seminario Internacional de Periodismo y Medio Ambiente (Córdoba), de cuya dirección me ocupé durante más de una década.

José Manuel Caballero Bonald y José María Montero en SIPMA 2007
José Manuel aceptó mi invitación y también el título que le sugerí como posible inspiración de su charla: “El escritor comprometido”. Le expliqué que en el Seminario no sólo nos ocupábamos de las habilidades y conocimientos que un buen comunicador ambiental podía adquirir, sino que, sobre todo, nos preocupaban los valores, los principios que deben animar el ejercicio de esta profesión. El rigor, la honestidad, el compromiso… Y en ese universo de los valores, que hoy algunos creen trasnochado, era en donde necesitábamos la ayuda de José Manuel Caballero Bonald, para que nos iluminara desde su dilatada y coherente trayectoria (vital y profesional).
Escuchar al escritor en el Palacio de Congresos de Córdoba, ya en septiembre de 2007, fue uno de esos privilegios que la vida te regala a veces. Con una amabilidad y una generosidad que no siempre abundan en el universo de los creadores, de los escritores sobresalientes, José Manuel nos regaló unas horas para convivir con los alumnos e impregnar el ambiente con la calma y la sencillez del que ha visto mucho y sabe contarlo, y compartirlo.
Cuatro años después hemos conseguido recuperar aquella conferencia, que se perdió en algún vericueto de los archivos del escritor, para publicarla en un número especial de la revista Estratos. Dentro de muy poco podremos disfrutarla sobre el papel, pero mientras llega ese día no puedo resistir la tentación de avanzaros unas líneas. Un pequeño aperitivo que conserva el pulso apasionado de la palabra hablada. Un fragmento en el que Caballero Bonald destaca el compromiso del que escribe en un escenario hostil…
“No sé si peco de ingenuidad pero pienso que, a pesar de ser un juicio algo trasnochado, lo único que puede hacer un escritor para intentar corregir las erratas de la vida es actuar según sus posibilidades, esto es, enriquecer con su escritura la sensibilidad ajena. Ya es suficiente que logre esa meta, sin necesidad de obedecer de antemano a ningún otro propósito directamente acusador, incluso podría aventurarse en este sentido una conclusión nada perspicaz: que el escritor traspasará siempre a su obra aun sin proponérselo su propia ideología, pero en ningún caso debe tramitar su obra bajo la apriorística coacción de esa ideología. Lo que el escritor piensa está reflejado en todo lo que escribe, el escritor es lo que está en sus libros, de modo que su más exigente compromiso con la sociedad muy bien podía consistir en dotar del mayor grado posible de eficacia artística a su propia obra. Esa eficacia ya es socialmente útil, cumple una misión de enriquecimiento de la sensibilidad colectiva.
Cierto que hay momentos en la vida de todo escritor responsable en que las exigencias de la historia pueden más que la voluntad de ejercer su oficio sin otras preocupaciones que las estrictamente literarias. Ningún artista puede sustraerse a ese papel de testigo, de crítico de la sociedad en que vive y del poder que lo condiciona, una tesis que aparte de manoseada, quizá suene ya a deficiente, pero que aún conserva, creo yo, una palmaria vigencia, entre otras cosas porque esa función crítica de los intelectuales frente al poder siempre será tildada de prescindible por parte de quienes disponen del poder.
De sobra sabemos que el pensamiento crítico está siendo sustituido, o pretende ser sustituido, por el pensamiento único, los grandes centros dominantes. La mundialización financiera, el capitalismo desalmado, el neoliberalismo, la globalidad, el conservadurismo, no suelen reparar en lo que se entiende como libre tramitación de la cultura, como disfrute de los beneficios sociales del arte en general, y el escritor tiene que intervenir en esa situación anómala, rechazándola con su palabra escrita, o en cualquier caso con su actitud social. El artista es por definición un vigilante del poder, sea el que sea, un corrector particular de sus presuntos desvíos y abusos. Y ahí, en ese vínculo entre el escritor como generador de conocimientos y el lector como receptor de esos conocimientos, se genera la fértil intervención de la cultura en la transformación justiciera de la sociedad”.
PD a 9 de mayo de 2021: Aquella noche, cenando en una azotea de la Judería, hablamos de generosos, de Doñana, de periodismo… Recuerdo su extraordinaria vitalidad, su humor y la manera en que celebraba, siendo ya un hombre que rozaba los 80 años, todos los placeres de la vida.
Volvimos a vernos en Jerez, en su fundación, para seguir sumando placeres a aquella conversación cordobesa.
Vuelven hoy, 14 años después y cuando recibo la noticia de su muerte, aquellos recuerdos de un buen hombre, de un hombre bueno.
El sentimiento de orfandad es inevitable, aunque en mi biblioteca Pepe sigue vivo. DEP.
Monti: En las Afueras de http://www.reciclamentes.com/ y tienes su voz y la entrevistilla que le hice, besos
Gracias Sofía. No sabía que habías grabado la entrevista. Fue una conferencia maravillosa.
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