Hace una semana, en este rincón en donde la filosofía se hace tan oportuna como incómoda, acudí a Epicteto recordando a Óscar Santacruz, el personaje de Lorenzo Silva (en su novela La Estrategia del agua) que alternaba la lectura del estoico griego con la del Sun Tzu.
Y ya que a Epicteto le dedicamos unas líneas para que nos explicara cómo el dolor no habita en las cosas sino en la opinión que de ellas tenemos, hoy le llega el turno al Sun Tzu, conocido en Occidente como El arte de la guerra, un tratado militar chino que ha cumplido ya más de 2.300 años y que hoy sigue inspirando a los que creemos en la sabiduría de la no agresión.
El Denma Translation Group lo forma un grupo de especialistas en textos orientales y obras militares chinas que en su día abordó una de las mejores traducciones del Sun Tzu (Editorial EDAF, 2001). De este grupo tomo una de las frases del capítulo 5 (SHIH), y, lo que es más importante, parte del comentario recogido en uno de los tres ensayos que Denma incluye en esta obra.
SHIH
“La lucha es caótica, sin embargo no estás sujeto al caos”
El caos y el orden son dos aspectos de la misma cosa. Juntos constituyen la totalidad de nuestra experiencia, lo bueno y lo malo, la confusión y la claridad, que se hallan totalmente interconectados y en un cambio constante. Desde una perspectiva más pequeña, experimentamos estos aspectos como opuestos. Pero a fin de considerar el conjunto, el sabio general ha de trabajar con esta totalidad. Él se mantiene en la ordenación fundamental del caos, y por eso para él “la lucha es caótica, y sin embargo no está sujeto al caos”.
Aunque el caos constituye por lo general una época de dificultades e incomodidades, también es dinámico, un momento de gran apertura y creatividad. El sabio general aprecia su potente cualidad. Desde el momento en que no adopta ninguna posición fija, el caos no constituye una amenaza. No está socavado por la incertidumbre. Más que ceder al impulso de controlar el caos cuando este surge, el sabio jefe descansa en el caos y permite a este que se resuelva por si mismo.
Esta confianza recuerda un tipo de paciencia convencional que impediría al sabio general lanzarse a la acción. Sin embargo, más que un acto de contención, es una cuestión de dejar que las cosas sucedan en su momento. Es un retirarse de las pequeñas escaramuzas para permitir que madure la victoria de mayor relieve.
Siempre recordaré a un compañero de la mili que, en aquellos años en que aún sabíamos muy pocas cosas de la vida, me dio una sabia lección que no he olvidado desde entonces. Este compañero practicaba el deporte del yudo, un sistema de lucha japonés, como sabemos, que no utiliza armas, y que se basa en la destreza de los movimientos. Pues bien, este compañero y amigo, un buen día que salimos de paseo después de la jornada cuartelera, estando sentados plácidamente en una terraza en amena conversación, me dijo con una tranquilidad pasmosa lo siguiente: “En nuestra disciplina, aquel que de diez combates consigue vencer en cinco, es considerado como un buen luchador. El que vence los diez, es sin duda un excelente practicante. Pero el mejor de todos, el luchador perfecto, es aquel que consigue ganar los diez sin tener que luchar.” En este arte noble de la guerra que es la vida, en medio del caos en que frecuentemente nos toca desenvolvernos, lo mejor es dejar que la naturaleza obre por sí misma. Nosotros solamente debemos tener la sabiduría suficiente para ocupar el espacio más adecuado en cada momento dentro de la corriente de fuerzas impetuosas que es la vida. Es mi modesta opinión.
Yo también pienso lo mismo, aunque recuerdo un caso en el que siendo yo joven y cinturón azul de judo, proyecté al suelo a un compañero y espere, noblemente a que se levantara, pero ese señor, aprovechando mi actitud, tiró de mi y me sacó el hombro, y aún, a los 61 años, tengo problemas de dislocación puntual. No obstante sigo pensando en que «si buscas la paz, evita la guerra», pero añado, «no bajes la guardia».
[…] influencia de Schumacher en su pensamiento y en sus acciones, para descubrir, para descubrirnos, en la trampa que nos tiende el orden, casi cualquier clase de […]
[…] que la culpa siempre es del otro (y si es más pobre, es más culpable), que todo debe ser regulado para que nada pueda resultar caótico. No creo que haya personas ni escenarios intocables, prefiero pensar que lo sagrado es intangible y […]