No es la primera vez que en este blog hablo de Ulrich Beck y su “sociedad del riesgo global” (https://elgatoeneljazmin.wordpress.com/2011/03/12/tranquilos-no-pasa-nada/), pero si hoy vuelvo a citar a este sociólogo alemán es porque resulta estremecedor (por usar un calificativo suave) leer lo que escribió hace ya más de 13 años, cuando la orquesta de este Titatic europeo (o planetario) celebraba nuestra opulencia desmedida en las tranquilas aguas de un océano en donde no cabía peligro ni amenaza alguna (o eso nos aseguraron).
El pasado martes un economista solvente (José Carlos Díaz) confesaba en Radio Nacional de España que cada vez tenía más dudas sobra la “existencia de vida inteligente en Bruselas”. Y si fuera sólo en Bruselas… Estamos rodeados de especialistas, de ministros, de comisarios, de presidentes de gobierno, de responsables de entidades financieras, de analistas, de portavoces de agencias de calificación… tremendamente eficientes en el arte de predecir el pasado y absolutamente ineficientes a la hora de vislumbrar el futuro (y con serias dificultades para explicar el presente). Por eso resulta estremecedor leer a Beck y comprobar que:
a) O nuestros gobernantes no lo leyeron en su día.
b) O lo leyeron y les importó un pimiento lo que decía.
c) O lo leyeron y no entendieron nada.
d) O lo leyeron y celebraron, a escondidas, la llegada de la difícil coyuntura que éste anunciaba (porque de alguna manera les iba a beneficiar).
Ahí va lo que Beck escribió en 1999 (“La sociedad del riesgo global”, Ulrich Beck. Editorial Siglo XXI):
“La mayoría de los predicadores morales omiten mencionar que un número cada vez mayor de hombres y mujeres se ven obligados a considerar el futuro como una amenaza, y no como un refugio o una tierra de promisión (…).
En todo el mundo y simultáneamente el trabajo frágil aumenta con rapidez, es decir, el trabajo a tiempo parcial, por cuenta propia, los contratos eventuales y otras formas de trabajo para las que apenas hemos encontrado descripciones adecuadas. Si esta dinámica prosigue, dentro de diez o quince años cerca de la mitad de la población activa de Occidente trabajará en condiciones de incertidumbre. Lo que solía ser una excepción se está convirtiendo en la regla.
Esto conduce a la bien fundamentada impresión según la cual ya no hay más margen de maniobra que el de elegir entre: (a) la protección social del creciente número de pobres, a costa de un elevado desempleo (como en la mayoría de los países europeos), y (b) aceptar una clamorosa pobreza para alcanzar un índice de desempleo ligeramente inferior (como en los Estados Unidos) (…).
Las estrategias defensivas ortodoxas se ven, pues, sometidas a presión. En todas partes se exige “flexibilidad”: en otras palabras, un “empresario” tiene que poder despedir a los “empleados” con mayor facilidad. La “flexibilidad” también significa una redistribución de los riesgos, transfiriéndolos del Estado y la economía a los individuos. Los trabajos disponibles son cada vez más a corto plazo y “renovables”: es decir, “extinguibles”. Se pide a la gente que sonría y lo acepte: <sus cualificaciones y capacidades son obsoletas y nadie puede decirle qué aprender para que se le vuelva a necesitar en el futuro>.
Pero claro, los ciudadanos, que son tozudos, se resisten a sonreír y a aceptar semejante panorama, quizá, quién sabe, porque ellos no lo han provocado. Y empiezan a exigir, y empiezan a reclamar, y salen a la calle, y se manifiestan, y protestan… ¿Cómo abordan entonces algunos gobernantes esta revuelta? ¿De qué manera los poderes más ortodoxos se enfrentan al descontento ciudadano? De nuevo podemos prescindir de los futurólogos, porque en nuestra biblioteca está bien descrita esta estrategia gracias al holandés Maarten A. Hajer y su “retórica de la contención” (1997), referida, precisamente, a los conflictos ambientales. ¿Y cómo se aplica esta retórica? Ahí van las ideas clave de Hajer:
– Argumento central: los temores públicos son claramente irracionales.
– Principal tarea: educar a la población a reconocer el sobredimensionamiento de su percepción del riesgo.
– Estrategia: los afectados no son tanto informados o persuadidos como controlados o derrotados.
¿Y cuáles son los mecanismos para desarrollar esta retórica de la contención? También están bien descritos por Hajer:
– Bombardeo con información técnica, sin explicación ni interpretación.
– Los datos que los afectados reclaman nunca se ponen a su disposición, con vistas a controlar los temas a discutir y desanimar a los ciudadanos de seguir participando.
– Importancia de la retórica y del lenguaje simbólico: estilo abstracto, impersonal, técnico, creando una impresión de neutralidad profesional. Son los afectados lo que se encrespan, permitiendo a los funcionarios descalificarlos como “emocionales”.
– La producción de significados no sólo se centra en la palabra, sino en las representaciones visuales dominadas por la imagen.
– Los aspectos de género (y en ocasiones, étnicos) pueden ser significativos.
¿No os resulta todo esto muy, muy familiar? Y lo peor es que este planteamiento teórico tiene su aplicación práctica a diario (maestros no faltan, y de todos los colores, aunque algunos tiren más de cachiporra que otros…). Para comprobarlo sólo hay que salir a la calle, que es ese sitio en el que transcurre la vida y al que solíamos asomarnos los periodistas…
Sonríe y acepta, pero si encuentra algo mejor, cójalo. Ese sería, para mi, el futuro slogan con el que nos tendremos que ir acostumbrando a «sobrevivir» viendo lo que pasa en Siria, Afganistan, Uganda, Grecia, Italia, Portugal, Valencia,…,pues en la sociedad de «consumo» en la que nos ha tocado vivir se aplica la estrategia que nos mencionas del holandés Maarten A. Hajer en su “retórica de la contención” y, realmente, ya no se si debo temer mas la «cachiporra» o a la «pluma» lasciva e interesada. Tendré que esperar a hacerme «mayor» para comprender algo de lo que pasa.
Elegir algo mejor va a ser complicado. Mucho me temo que nos han cambiado el slogan: «Sonríe, acepta y como te despistes te endosamos algo peor».