Hoy, en un desahogo al que no soy aficionado (al menos en el escaparate de Twitter), escribí: “Algunos confunden SU crisis con LA crisis. Y esa no la arreglan Merkel + Sarkozy sino Freud + Tranquimazin #pacienciainfinitaoommm ”.
Lo dicho: un desahogo. Las dificultades que todos estamos enfrentando son la coartada perfecta para los pelmazos de siempre, los que se empeñan en convencernos de que una conjura universal trata de hundirlos en la miseria. A ellos, que son el colmo de la inteligencia, la sensatez, el buen juicio, la innovación y la honradez (sobre todo la honradez).
Gente amargada (aunque tiren de carcajadas con sospechosa facilidad) que, si te descuidas, terminan amargándote a ti también. Gente resentida (aunque se disfracen de una generosidad exagerada) que, si te confías, te envenenan el alma. Gente acomplejada (aunque sacan pecho en cada esquina, como los matones de barrio) que, si te relajas, despiertan tus más bajos instintos. Gente infeliz (aunque se confiesen más que satisfechos con su vida) que, si te acercas demasiado, te manchan con su tristeza.
¿Son malos? No, ni siquiera llegan a eso. Son estúpidos, y están sometidos a unas leyes que en su día formuló el economista italiano Carlo M. Cipolla y de las que ya escribí en este blog (https://elgatoeneljazmin.wordpress.com/2011/02/04/las-leyes-fundamentales-de-la-estupidez-humana/).
Como el asunto me sigue preocupando (porque es inevitable cruzarse a diario con semejantes individuos y no siempre tiene uno la templanza de un monje zen), traigo hoy al blog las reflexiones de José Antonio Marina a propósito de este problema. Las leí hace tiempo en un libro muy recomendable, “La inteligencia fracasada: teoría y práctica de la estupidez”, que el propio filósofo comentaba de esta manera:
“Con este libro expulso a la inteligencia de su trono platónico, donde se dedicaba a las puras tareas de la razón pura, a labores de aguja matemáticas, a encajes de bolillos cartesianos, y la sumerjo en la vida diaria, en los laberintos palpitantes del corazón, en la impura razón práctica.
El gran objetivo de la inteligencia es lo que llamamos felicidad y por ello todos sus fracasos tienen que ver con la desdicha. Resulta trágico comprobar que con frecuencia las circunstancias, las experiencias, limitan los recursos intelectuales de una persona, su capacidad para enfrentarse con la vida. Se da entonces un fracaso objetivo del que la víctima no es, claro está, responsable. Un niño al que se le ha inoculado el odio va a sufrir un desajuste permanente en su vida. Es una inteligencia dañada.
Muchas veces es difícil distinguir entre la inteligencia dañada y la fracasada, porque ambas llevan a los mismos penosos resultados. Se trata de fenómenos complejos, de difícil definición. Pensemos en Franz Kafka. Se consideró siempre un fracasado, y no por su falta de éxito literario, sino por su dificultad para vivir. Unas veces habla del fracaso como si fuera “su destino fatal” y otras como si se tratara de “una acción intencionada”. “Lo que yo quería era seguir existiendo sin ser molestado.” Fue víctima de una patética vulnerabilidad, que le hizo escribir: En el bastón de Balzac se lee esta inscripción: “Rompo todos los obstáculos”. En el mío: “Todos los obstáculos me rompen.” ¿De dónde provino esta fragilidad? ¿Hubiera podido evitarla? ¿Hubiera debido evitarla? Una pregunta más insidiosa: ¿Hubiéramos querido que la evitara?
No me gusta el fracaso, lo confieso. Creo que una de las intoxicaciones culturales posrománticas ha sido el gusto por una metafísica del hundimiento. A ser posible sufrida en cabeza ajena, lo que es el colmo de la impostura. Sade es estupendo para ser leído, no para ser vivido. Convertir la degradación, el fracaso, el horror, la crueldad, el sinsentido en objeto estético es inevitable, pero confundente. Separa el arte de la vida. Resulta escandalosa, porque es verdadera, la afirmación de George Steiner: la cultura no hace mejores a las personas. Una pena”.
Y mañana, o el sábado, prometo escribir de cocina, que es lo que más me gusta…
Muy bueno el articulo, Monti, como todos los que escribes.
Un abrazo.
Manuel Orti
Tu que me miras con buenos ojos… Gracias Manolo. Tenemos una comida pendiente desde hace mil años
Has descrito y desmenuzado esa sensación que yo percibía, pero que no me había parado a mirar. Hay personas que más vale tener lejos: son tóxicas.
Un abrazo
Así es. Hay personas muy, muy tóxicas. Tratar de defenderse de ellas implica, con demasiada frecuencia, tirar de mala leche, y así uno/a termina por ponerse a su misma altura (o sea, que uno/a termina intoxicado/a). ¿Cuál es, entonces, la solución? Alejarse, alejarse, alejarse… mucho, todo lo posible. Poner tierra por medio (pero que mucha tierra), y silencio (pero que mucho silencio). Y olvidarse. Paciencia infinita. Contención. Oooommmmmm
[…] España la crisis económica está resultando terrible para el periodismo, pero la conjura de los necios que ha nacido de nuestra propia incapacidad, de nuestra pérdida de valores, de nuestra soberbia, […]
[…] apellidos (quiero decir: gente que conozco en el mundo real, fuera de este universo electrónico), se pasean individuos que van por el mundo (el real, insisto) repartiendo estopa, con cara de ñu desde que se levantan, […]
[…] (si en el empeño he puesto todas mis capacidades, of course). Mucha más inquietud me causan los que celebran el fracaso ajeno, es decir, los auténticos fracasados, y, sobre todo, me espantan aquellos que emplean gran parte […]