Ya sea como contenedor de comida para obreros (cualificados o no), estudiantes y turistas, o como improvisada arma arrojadiza (¿hasta qué punto el lanzamiento de este recipiente no precipitó la dimisión de Esperanza Aguirre), el tupper (o la más castiza tartera) ha vuelto a ponerse de moda en este año de apreturas.
Durante todo el verano, y para no desfallecer en medio del frenesí informativo, me he refugiado en el tupper. Antes de dormir trazaba un plan gastronómico de bolsillo, y antes del amanecer lo perpetraba en mi cocina. Sándwiches que ocuparan el tamaño justo de una luchbox, el artilugio de plástico que, en vivos colores, se ha puesto de moda en los grandes almacenes y que pronto llegará a ese chino que todos tenemos en la esquina.
Cocina minimalista para transportar junto a la agenda. Delicatessen que apenas ocupan el espacio de una libreta. Recetas para que el paladar no sufra en la oficina o en la fábrica. Mordiscos de imaginación para que el gusto no se aburra a media mañana. Salvoconductos para sortear los pasillos plagados de máquinas fastfood. Alimentos iniciáticos para comulgar con los colegas, visitar el paraíso sin salir de la redacción y hacer equipo a bocados.
Todas las mañanas, antes del amanecer, mi cocina se convertía, una vez más, en laboratorio. Y de cada experimento quedó una foto que navegaba por las redes para excitar el deseo y anticipar el pecado a tan temprana hora.
La principal virtud de estas piezas de pequeña gastronomía sigue siendo la misma que tiene la alta gastronomía: la posibilidad de compartirla. El lunchbox-party de las doce en punto se convirtió en una excusa más para disfrutar con l@s amig@s y l@s compañer@s. ¿De qué mejor manera se puede transitar por una realidad demasiado amarga?
P.D.: Efectivamente, los días en que estoy más cansado, más quemado, escribo de cocina o de filosofía Zen. El periodismo lo reservo para los días de gloria…
Eres un crack, Montero: por el texto y por tu postdata 🙂
Tú que me miras con buenos ojos 😉
Lo cierto es que la felicidad viene siempre de la mano de l@s amig@s, y comer con ellos es –ya lo he escrito — una comunión.
Espeto en stand by…
Efectivamente, sólo nos acordamos de rezar cuando nos encontramos en apuros; y lo digo por la posdata. Un abrazo, Monti. (este año a mí me toca también tirar de tartera)
[…] resulta complicado probar el plato o acompañar la faena con una copa de algo que no sea café. Cociné, una vez más, para compartir, para despedir la temporada de “Tierra y Mar” y “Espacio Protegido” (Canal […]