
Efectivamente, estos romanos son de chiste, inmortalizados en una de las mejores escenas de «La vida de Brian», de los geniales Monty Python.
Hay días en los que la tristeza sepulta a la indignación (que ya es decir…). Días en los que no entiendes ese afán por separar cuando más unidos tenemos que estar, esa obsesión por reivindicar el ombligo propio, esa malsana costumbre de buscar las diferencias y no las afinidades. Días en los que una apisonadora sin corazón vuelve a machacar, un poco más, este oficio, laminando las bondades de muchos profesionales extraordinarios (¡maldito martes y 13!). Y, sobre todo, días en los que se te resquebraja la esperanza porque hasta las personas más queridas empuñan un garrote, aunque sólo sea verbal…
Afortunadamente otras personas, no menos queridas, desenfundan la poesía y nos disparan letras de esas que cuando impactan alivian el dolor. Letras como las que hace un rato me ha regalado @MonteroQuercus, recordando a ese emperador-poeta que nació aquí cerquita, en Itálica (Santiponce, Sevilla), y que amaba, a partes iguales, la filosofía estoica y la epicúrea:
“Mi manera de obrar se basaba en una serie de observaciones sobre mí mismo, hechas desde mucho tiempo atrás; toda explicación lúcida me ha convencido siempre, toda cortesía me conquista, toda felicidad me da casi siempre la cordura. Y sólo escuchaba a medias a los bien intencionados que afirman que la felicidad relaja, que la libertad reblandece, que la humanidad corrompe a aquellos en quienes se ejerce. Puede ser; pero en el estado actual del mundo, eso equivale a no querer dar de comer a un hombre exánime por miedo de que dentro de unos años sufra de plétora. Cuando hayamos aliviado lo mejor posible las servidumbres inútiles y evitado las desgracias innecesarias, siempre tendremos, para mantener tensas las virtudes heroicas del hombre, la larga serie de males verdaderos, la muerte, la vejez, las enfermedades incurables, el amor no correspondido, la amistad rechazada o vendida, la mediocridad de una vida menos vasta que nuestros proyectos y más opaca que nuestros ensueños — todas las desdichas causadas por la naturaleza divina de las cosas” (“Memorias de Adriano”, Marguerite Yourcenar).
Para mi gusto lo único que combina con la poesía, si lo que buscamos es ese dulce efecto terapéutico que nos libre de la melancolía, es el humor. Así es que, regalo por regalo, os dejo este eficaz tratamiento contra el dogmatismo y las angustias identitarias, esas que, en cuanto nos despistamos, nos conducen al odio y la soledad (un territorio en el que nunca habita la risa):
:)… un abrazo… todo el afecto.
Gracias (aunque no se quién eres… ;-))
Reblogged this on Comunicación Activa and commented:
Me encanta esta película y su ironía es muy actual y es necesaria para llevar toda esta indignación.