El conductor de la tertulia me preguntó: “¿Y cuáles serían los riesgos para Doñana? “. Y entonces sufrí un ataque agudo de déjà vu, de paramnesia, de esto-ya-lo-he-escuchado-yo-antes. Para los que nos dedicamos al periodismo ambiental, y llevamos unas cuantas décadas en el oficio, esta es una de las preguntas más frecuentes, menos originales y más irritantes (si te duele la naturaleza, porque en caso contrario la irritación no aparece como efecto secundario).
Esa misma pregunta la debió escuchar, cientos de veces, Tono Valverde cuando a finales de los años 50 del pasado siglo comenzó a peregrinar por los despachos del Régimen tratando de convencer a los jerarcas de la época de la insensatez que suponía autorizar un proyecto agrícola que implicaba desecar gran parte de las marismas del Guadalquivir (el corazón de Doñana). La amenaza no era nueva, proyectos para introducir ganado cabrío, instalar un campo de maniobras militares, plantar caucho o repoblar con eucaliptos se habían barajado en más de una ocasión. Tono, mezclando audacia e inteligencia, no sólo consiguió parar el golpe sino que, además, reunió los apoyos políticos y financieros necesarios para que en 1969 se aprobara el decreto por el que nacía el Parque Nacional de Doñana.
Claro que la pregunta de marras no permaneció mucho tiempo en el olvido, porque en 1973 se aprobó la carretera costera que debía unir Huelva y Cádiz, atravesando el litoral de Doñana. Cinco años interrogando e interrogándose (¿Y cuáles serían los riesgos para Doñana?) convencieron al gobierno de la UCD de que esa vía de comunicación suponía una grave amenaza para el parque nacional. Solución: ampliar los límites del espacio protegido para blindar la línea costera y dejar la carretera varada en Matalascañas (1978).
¿Y cuáles serían los riesgos para Doñana? nos volvimos a preguntar en 1986, cuando el uso incontrolado de un pesticida en los arrozales del entorno del parque nacional provocó la muerte de más de 30.000 aves acuáticas.
El 12 de julio de 1993 la sección cuarta de la Audiencia Provincial de Sevilla confirmaba la absolución de todos los encausados en el denominado caso Doñana. Los tribunales no habían encontrado pruebas suficientes para castigar la conducta de agricultores o funcionarios públicos, dos de los colectivos a los que se señalaba como responsables de aquella masiva mortandad de aves, la de 1986. La polémica sentencia concluía deseando que “no haya lugar a volver a pronunciarse (…) con motivo de un nuevo desastre ecológico en el Parque de Doñana o su entorno”. La rotura de la balsa minera de Aznalcóllar, que dio lugar a una catástrofe ambiental de peores consecuencias que la juzgada en 1993, truncó esa esperanza en la madrugada del 25 de abril de 1998. ¿Y qué nos preguntamos en el amanecer de aquel sábado negro? Sí, efectivamente: ¿Y cuáles serán los riesgos para Doñana?
Las promesas de puestos de trabajo a tutiplén, inversiones multimillonarias y desembarco de turistas a manta, no sirvieron para neutralizar la maldita pregunta: ¿Y cuáles serían los riesgos para Doñana? En 1988 la amenaza se llamaba Costa Doñana, una macrourbanización en la que se habían diseñado 20.000 plazas hoteleras en las mismas puertas del parque nacional y sobre su acuífero principal. Menudo lío se originó a partir de la pregunta: manifestaciones de uno y otro signo, coches quemados, insultos, agresiones… Y, al final, los que vinieron a contestarla, por encargo del gobierno andaluz, fueron un selecto grupo de especialistas (la entonces famosa Comisión Internacional de Expertos, con Manuel Castells a la cabeza) que, en 1992, presentó, a bombo y platillo, sus conclusiones. Un detallado documento que trazaba las líneas maestras del desarrollo sostenible en el entorno de Doñana y que sirvió para abrir las puertas (y sobre todo las arcas) de Bruselas. Al fin sabíamos qué acciones, qué obras, que proyectos, podían ocasionar riesgos para Doñana; y, por oposición, cuáles eran las actividades que podían favorecer el desarrollo de la comarca, el crecimiento de su renta y su bienestar, sin hipotecar el futuro del espacio natural.
¿Sirvió de algo esa hoja de ruta? Sí, sirvió para que la comarca de Doñana recibiera todo tipo de ayudas e inversiones ligadas al desarrollo sostenible, y para que la marca Doñana se convirtiera en un marchamo de calidad asociado a cierto tipo, selecto y respetuoso, de agricultura, turismo o pesca.
¿Sirvió el dictamen para enterrar la maldita pregunta? No.
En fin, que la pregunta ha seguido viva y coleando, asociada al dragado del Guadalquivir, al oleoducto Balboa, y, ahora, a la obras de sondeo y almacenamiento de Gas Natural-Fenosa.
¿Es tolerable que una sociedad lleve más de medio siglo haciéndose la misma pregunta? ¿Tiene lógica vivir con esta permanente congoja a propósito de la conservación de Doñana? ¿Lo permitiríamos en otros lugares que son igualmente Patrimonio de la Humanidad? ¿Es tan valioso lo que hemos protegido o tampoco es para tanto? En tiempo de crisis, ¿conviene relajar las cautelas ambientales en favor de un puñado de puestos de trabajo?
O apostamos de manera decidida por lo que nos sugerían los expertos hace ya más de 20 años, o nos liamos la manta a la cabeza y aprovechamos, sin límite ni pudor, todos los recursos que nos brinda este espacio natural. Hay que elegir, aunque sólo sea para no seguir haciéndonos la pregunta, la misma pregunta, durante otro medio siglo: ¿Y cuáles serían los riesgos para Doñana?
P.D. a 12.4.23 // Esta tarde comienza en el Parlamento andaluz el debate en torno a la proposición de ley sobre los regadíos en el entorno de Doñana. Sí, la pregunta es la misma que dejé flotando en este blog hace diez años… y la respuesta también es la misma.
Doñana, para bien o para mal, siempre será Doñana y debe permanecer así. El desarrollo sostenible se puede aplicar en numerosos escenarios medioambientales, pero… ¿es preciso centrarse en espacios tan especiales?, ¿no hay otros entornos menos sensibles?. Nunca llegaré a comprender el origen de la estupidez humana. Hoy ya entiendo el motivo de la ambición, el de la soberbia, ese ego inconmensurable y otros muchos defectos, pero el de la estupidez, debe ser algo que tiene que ver con esa inteligencia que aún tenemos que desarrollar los humanos, y ¡así nos va!.
Gracias José María por sacar este tema a la palestra. Un abrazo
[…] conservación es enemiga del desarrollo”. ¿Os suena esta cantinela demodé? Pues la crisis, unida a ciertas dosis de ignorancia, ceguera y codicia, la han vuelto a poner de […]
[…] 10.- Doñana es otra de esas palabras que atrae la atención inmediata, aunque precisamente en este post me quejo de esa continua preocupación en torno al futuro de este espacio natural. Algunos estamos ya un poco cansados de que nos pregunten por Doñana. […]
[…] pues, amenaza alguna en este tipo de actividades, aunque su rendimiento económico fuera escaso. Los problemas habrían de venir de otro tipo de aprovechamientos mucho más ambiciosos y, sin duda, capaces de alterar profundamente estos territorios y sus señas de identidad. Ya a […]
eso de ir dando puñetazos y con las tiritas en el bolsillo para ponérselas después es una costumbre chunga que estamos adquiriendo y que se está convirtiendo en rutinaria…. aunque de momento simulamos que funciona.
cuando el bicho, tras darle el puñetazo se de la vuelta, nos rompa los huesos y nos estampe, a ver cómo nos las apañamos para coger las tiritas del bolsillo y colocárnolas…. y a ver quién se cura con eso!!!
Pasar de la tirita al quirófano, para una operación a corazón abierto no es fácil… ni hay garantías de supervivencia… Así nos va, y peor que nos va a ir…