
Procesando los atunes capturados en la almadraba de Conil de la Frontera (Cádiz) (Grabado de Georgius Houfnaglius, 1572)
Quizá el mejor lugar que existe para conocer las señas de identidad de una ciudad y sus habitantes sea el mercado. Para mi un sábado perfecto se inicia, bien temprano, en el mercado de algún pueblo de la costa gaditana (y así lo hice ayer). Me encanta pasear por los mostradores bien surtidos de esas delicias que el mar nos regala, y escuchar a los vendedores, y a los paisanos, alabar la frescura del género, discutir los precios o intercambiar recetas poco sofisticadas. Pero, ¿hasta cuándo podremos disfrutar de este recreo sencillo que va de la vista al paladar?
Aunque la intensidad con la que hoy se agotan nuestros caladeros sólo cabe atribuirla al impacto de una flota muy tecnificada y a una más que evidente sobrepesca, los humanos siempre hemos manifestado cierta inquietud cuando, sin motivo aparente, disminuían las capturas de peces, crustáceos, moluscos o cefalópodos. El fenómeno no es exclusivo de esta época de consumo insensato. El problema viene de antiguo y hunde sus raíces en un escaso conocimiento científico sobre la dinámica de las poblaciones animales y la ecología marina.
Un buen ejemplo de esta preocupación ancestral, combinada con una dosis notable de ignorancia, lo encontramos en la pesca de atunes en las almadrabas del Golfo de Cádiz. La disminución de capturas que hoy nos inquieta, y que está directamente relacionada con una presión excesiva sobre la especie, aparece ya documentada en un escrito de Fray Martín Sarmiento, fechado en el siglo XVIII. El religioso, a petición del Duque de Medina Sidonia, investigó las causas de la decadencia de las almadrabas, aportando conclusiones tan actuales como que «el modo de pescar mucho es el peor modo de pescar y de apurar la pesca», o que «faltan los pescados en el mar porque se desprecian las leyes de la veda que se pusieron justamente en favor de la cría».
Pese a la larga historia de la pesca del atún, y el sofisticado arte con el que se le trampea, hace tres siglos se mantenían ideas tan singulares como que estos peces se alimentaban, entre otras cosas, de bellotas: «Los atunes, según Atheneo, son unos puercos marinos que comiendo dichas bellotas engordan muchísimo (…), y que, cuando el año es abundante en bellotas, lo será también en atunes».
Igualmente, en lo que se refiere a las rutas migratorias de este animal por el Estrecho (entra en el Mediterráneo en la primavera –atún de derecho– y sale al Atlántico en el verano –atún de revés–), se recurre al argumento de que estos peces ven mal con el ojo izquierdo por lo que se desplazan cerca de la costa africana al entrar al Mediterráneo. Como solución, Fray Martín Sarmiento propone cristianizar el litoral africano y así «faltaría el temor [a los moros], se cruzaría la entrada del golfo por el estrecho, se procuraría espantar los atunes de aquel lado y cargarían al lado de las almadrabas».
Sí, hace tres siglos el conocimiento científico estaba salpicado de argumentos tan delirantes como éstos, pero… habiendo aumentado el rigor de nuestros conocimientos, ¿hemos mejorado, en paralelo, la capacidad para conservar éste y otros muchos recursos naturales? Sospecho que los puercos del mar no son los atunes…
Mi amigo Luis Zumalabe, vasco, de familia de marinos originarios de Bermeo y de Bakio, dos poblaciones colindantes y situadas en la costa de Vizcaya, y que por insospechados meandros del destino reside en Tarifa desde hace al menos quince años –donde, por cierto, se ocupa de regular el tráfico marítimo del estrecho-, compara el atún con el cerdo, del cual, según el conocido dicho, “se aprovechan hasta los andares”; valga como ejemplo la siguiente receta elaborada con la piel del atún, y que conocen bien los pescadores de Isla Cristina: se cubre la mencionada piel con sal durante dos días; trascurridos los dos días, se cuece durante veinte minutos, y a continuación se desescama y se agrega a la elaboración de un potaje tradicional de alubias o garbanzos, al que dará un sabroso gusto gelatinoso y marinero.
Cocina de «pobres». Cocina que aprovecha todo. La mejor cocina de todas. Recetas maravillosas, cómo la que hoy compartes, hay que conservarlas a capa y espada. Ya estoy dándole vueltas al asunto, a ver dónde consigo piel de atún…
PD: El viernes vienen a casa los amigos de las montañas. Les daré un abrazo de tu parte…. ;-))