
En la Garganta Jaranda, cuando el camino no admitía pérdida. Al fondo, la Portilla de Jaranda, a más de 2000 metros de altitud, cuando parecía un destino asequible (Foto: JMª Montero).
“En los extravíos
nos esperan hallazgos,
porque es preciso perderse
para volver a encontrarse”.
(Encontrarse, Eduardo Galeano)
Cada vez es más difícil perderse. Y eso, aunque parezca lo contrario, no es un alivio. Transitar siempre por un camino bien señalizado nos priva de la sorpresa, de lo inesperado, de la emoción más primitiva, aquella que nos provoca el miedo, y la esperanza, a lo desconocido.
La vida nos espera fuera de ruta. Los carteles, los mapas, el GPS, las marcas de pintura, las piedras amontonadas, las flechas, el navegador, las señales… son trampas para la libertad. Al corazón no le gustan los senderos marcados. Y, para nuestra desgracia, todos los mensajes que recibimos, todas las instrucciones que nos dan, insisten en la necesidad de no salirse del camino, de no abandonar esa vía que conduce con absoluta seguridad a… ¿a dónde conduce?
Hace unos días nos perdimos en el sector extremeño de la Sierra de Gredos. La cómoda ruta de montaña que deberíamos haber cubierto en cuatro o cinco horas se convirtió en una agreste, imprevisible y maravillosa caminata de más de nueve horas.
Teníamos comida y bebida suficientes, ropa y calzado adecuados, teléfonos móviles y, sobre todo, ingentes cantidades de risa y amistad. No existía, pues, ningún peligro, así es que lo que hicimos fue tratar de disfrutar de esa cada vez más rara sensación de estar perdidos. Posiblemente lo que vimos jamás lo hubiéramos disfrutado con esa intensidad si no hubiéramos abandonado la ruta marcada. El extravío convirtió lo cotidiano en aventura.
Hay que perderse, aunque sólo sea de vez en cuando. Hay que olvidar los mapas y apagar los navegadores. Y caminar sin rumbo cierto. Ya está bien de que nos digan a dónde tenemos que ir y cómo tenemos que ir. Que nos dejen, al menos, la libertad de extraviarnos y ver lo que, quizá, no quieren que veamos. De hallar lo que, quizá, no quieren que encontremos.
¿Cuándo fue la última vez que te perdiste?
[…] que manejan los taxistas o la fría pantalla de uno de esos navegadores que raramente permiten que nos extraviemos. El mapa nunca se corresponde con el territorio, y menos aún con el de los afectos. Nada sabe la […]
[…] sobre todo, el periplo de John, Charley y Rocinante es una vibrante exaltación al viaje sin rumbo, a los viajeros que transitan por carreteras secundarias sin el auxilio de un simple […]
[…] Peor que la polarización es la coincidencia, entre polos opuestos, en la persecución feroz al que no se ata a ningún extremo. En esta tierra no molestan los extremistas (como mucho divierten y sirven para discutir, sin demasiadas consecuencias): los que de verdad molestan son los librepensadores. Bichos raros por escasos. Bichos al borde de la extinción, a los que unos y otros disparan con idéntica saña. Bichos que desconfían de la seguridad del pesebre y a los que tampoco convence la aparente libertad del campo abierto. Humanos en permanente contradicción, sin tribu, sin terruño, sin planes; devorados por las dudas, amenazados por la insensatez de quien se empeña en salirse de la autovía para triscar campo a través, pisando sembrados, sorteando abismos y perdiéndose. […]