
Desde las escaleras del Colegio Aljarafe se adivina, allá a lo lejos, cuando acaba el camino de los cipreses, el frío espacio exterior…
Tienen un pie en el colegio y otro pie en la calle, y ese difícil equilibrio se mantiene porque el corazón, en su justo sitio, lo han colocado encima de un escenario. Son los bachilleres que todos los meses de junio se despiden de su colegio, del Colegio Aljarafe, y nos regalan, a padres y amigos, la última representación, esa con la que se lanzan al espacio exterior en donde intuyen que todo es posible.
La obra suele ser jocosa aunque, paradojas del teatro, es la antesala de las lágrimas y los abrazos. ¿A dónde los llevará la vida, caprichosa? ¿Podrán defender la libertad y la alegría con las que, hasta ese justo instante, se alimentaron cada día? ¿Recordarán esta noche de verano –sí, el verano llega esa noche— en la que todos los propietarios de su memoria, desde la lejana infancia, estaban ahí, reunidos en una liturgia casi sagrada?
Delante del escenario, ya sin luz, colocaron un piano y dos micrófonos (los adolescentes, afortunadamente, son imprevisibles). ¿Qué música estaba a punto de nacer en la garganta de esas dos alumnas? Podían haber elegido cualquier canción para despedirse, pero eligieron el Hallelujah de Leonard Cohen.
Una vestida de diablo, la otra de princesa. Como la vida misma.Y así fue como todo, finalmente, quedó unido, sin importar la edad ni el miedo…
“Hay un resplandor de luz
en cada palabra.
No importa la que hayas oído.
La sagrada o la rota. Aleluya…”.
(Hallelujah, Leonard Cohen)
Si ellos no nos salvan, ¿quién nos salvará?
P.D.: «Hallelujah», en la versión irrepetible del malogrado Jeff Buckley
Monty… ¡qué emocionante! ¡Bravo!,
Un abrazo, Lolo.
Precioso….!!
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