
A primera hora de la mañana el rocío adornaba las telas de araña que cubrían el arrozal (Foto: JMª Montero)
Esta mañana hemos recorrido los arrozales del Bajo Guadalquivir preparando las próximas entregas de «Tierra y Mar» y«Espacio Protegido» (Canal Sur Televisión). Nos hemos manchado de barro y nos hemos dejado picar por los últimos mosquitos de la temporada para poder explicar, a pie de cultivo, cómo es posible que estas extensas llanuras cerealistas convivan, casi en armonía, con uno de los espacios naturales más valiosos de Europa. De hecho, Doñana ya no puede entenderse sin la existencia de los arrozales, que se han convertido en una valiosa despensa cuando el alimento escasea en el interior del territorio protegido.
El papel ecológico del arrozal nunca puede suplantar a lo que sería una marisma natural no transformada, pero, dicho esto, no cabe duda de que este es el mejor cultivo que puede existir en el entorno de Doñana, porque es el más parecido a los terrenos originales de esta zona.
Los arrozales son una despensa natural a la que acuden las aves en dos momentos especialmente delicados. A finales de la primavera y comienzos del verano, cuando en la marisma comienza a escasear el agua, las tablas de arroz están inundadas por lo que se convierten en una zona de refugio indispensable para asegurar el ciclo reproductivo de numerosas especies. También en otoño, después de la cosecha, estos campos son frecuentados por las aves migratorias e invernantes, como los numerosos gansos que recalan desde el norte de Europa.
En la zona del Brazo del Este han llegado a censarse más de 230 especies de aves, debido a la interesante configuración del paisaje, compuesto por campos de arroz parcheados con áreas no transformadas; y en la extensa finca de Veta la Palma, se han registrado algunos inviernos concentraciones de hasta 300.000 aves.
Los terrenos de Veta la Palma, aunque sea de forma accidental, albergan elementos que el parque nacional, convertido en una especie de isla, no tiene o ha ido perdiendo con el paso de los años, con lo que actúa como un colchón amortiguador de los defectos de Doñana. Cuando las aves concluyen la reproducción y abandonan los territorios protegidos se distribuyen por zonas como Veta la Palma, de tal manera que si no existieran estas áreas periféricas seguramente habría especies que ni siquiera criarían.
Algunos especialistas están convencidos de que a esta concentración de fauna no se le está sacando el suficiente rendimiento económico a través de iniciativas turísticas. De forma comunal los titulares de estas fincas podrían aprovechar la riqueza inusual que supone tener tal variedad de aves durante largas temporadas a disposición de los visitantes que quieran conocerlas, y que podrían pagar por esas visitas igual que pagan por entrar en los terrenos del parque nacional.
El arrozal, defienden no pocos conservacionistas, es un cultivo perfectamente compatible con el espacio natural de Doñana siempre que se someta a los criterios de la producción integrada, reduzca su dependencia de los productos químicos, no emplee aguas subterráneas para su mantenimiento o reclame infraestructuras claramente insostenibles.
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