
Podría habernos triturado de un simple coletazo, pero la ballena austral se acercó, dócil y curiosa, hasta nuestra embarcación. Es difícil describir qué se siente cuando uno de estos gigantes marinos se coloca al alcance de tu mano (Península Valdés, Argentina, abril 2007).
Navegábamos entre Punta Pardela y Playa Colombo, en aguas de Península Valdés (Argentina), en un día de absoluta calma. Demasiada, quizá, para las expectativas que todos habíamos puesto en la búsqueda de uno de los animales más grandes del planeta. Sin embargo, el capitán ballenero (*) que nos acompañaba, el mítico Pinino Orri, estaba seguro de que las ballenas francas australes se dejarían ver. Y tanto que se dejaron ver…
Hubo ejemplares cuya curiosidad los llevó hasta el mismo casco de nuestra embarcación que, de pronto, se convirtió en un ridículo cascarón. Es difícil describir la sensación que se experimenta cuando una ballena de 15 metros y 40 toneladas se acerca, con una mezcla de elegancia y autoridad, para escrutarte con sus diminutos ojos. A tan corta distancia llegaron a colocarse algunos ejemplares que terminamos empapados por el agua que expulsaban al respirar. Indiferentes, pasearon sus morros, adornados como un viejo arrecife de coral, al alcance de nuestras manos.
Hubo, incluso, ballenas que cantaron mientras entrevistábamos a Pinino: un sonido ronco y primitivo que a este capitán, curtido en cientos de travesías, aún le sigue emocionando.
Precisamente, el ser una ballena sociable, que no rechaza la presencia humana, la colocó al borde de la extinción ya que su caza resultaba más fácil que la de otras especies. Sólo entre 1820 y 1840 se llegaron a cazar en el hemisferio sur más de 80.000 ballenas francas australes, matanza que se detuvo, por fin, en 1935 cuando la especie pasó a estar protegida. Península Valdés, y en general las costas patagónicas, ejerce una poderosa atracción sobre estos mamíferos marinos cuando llega el momento de aparearse, y así, cada año, llegan a transitar por esta aguas unos 1.200 ejemplares entre adultos y crías.
Rodeados de ballenas terminamos el rodaje del primer capítulo (Las alas de la Pampa) de la serie documental que nos llevó a tierras argentinas en abril de 2007. Una producción de Canal Sur Televisión y la Estación Biológica de Doñana (CSIC).
(*) Esta denominación, “capitán ballenero”, nada tiene que ver con la caza de estos animales. Hoy, en Península Valdés, reciben este nombre los marinos especializados en el avistamiento, con fines científicos o turísticos, de ballenas. Una actividad regulada, de manera estricta, en estas aguas.
P.D.: Con esta foto inicio una serie dedicada a comentar algunas de las imágenes, casi siempre de naturaleza, que me han sobrecogido en diferentes puntos del planeta.
Si después de este relato quieres ver la coreografía que nos regalaron estos gigantes del mar, aquí tienes el documental completo (las ballenas las encontrarás a partir del minuto 37).
Bello documento que despierta la sensibilidad natural que todos llevamos dentro, y que las dosis de odio esacerbado que nos infunden a diario por numerosas vías, pretende eclpsar. Menos mal que hay personas sensatas, doctores de las buenas formas y sentimientos que nos recetan periódicamente este tipo de «medicinas» que nos hacen pasar el domingo mas tranquilos.
Gracias Dr. Montero y buen domingo para ti también.
Genial José María, me ha encantado la narración y ya me hubiera gustado estar allí.
Enhorabuena
[…] Hasta aquel remoto territorio de Asia central nos embarcamos en la primera expedición organizada por la Estación Biológica de Doñana (CSIC) y la Radio Televisión de Andalucía (RTVA); la primera de una serie de aventuras, en los cinco continentes, que tuve el privilegio de dirigir, mano a mano, con mi amigo Fernando Hiraldo (de alguna de ellas ya he escrito en este blog). […]
[…] almacén de mi nostalgia, ocupan lugares de privilegio las estepas vírgenes de Kazajistán, las cantarinas ballenas patagónicas, los densos y primitivos bosques de Tasmania, las interminables playas desiertas del Banc d´Arguin […]
[…] la que empecé a imaginar recetas (sí, también intervino la memoria, esta vez la que conservo de aquel viaje por la Argentina […]