
En junio de 2003 el nombre del pastor kazako cuyo caballo acaricio quedó registrado en mi cuaderno de viaje: Erzbulat.
Llegaron un poco pasados de vodka pero lejos de dificultar el contacto el alcohol multiplicó la hospitalidad de aquel grupo de pastores nómadas con el que nos topamos, al caer la tarde, en las montañas del Tien Shan. Se empeñaron en que bebiéramos un poco de koumiss (leche de yegua fermentada) y que montáramos en sus caballos. El verano ya se dejaba ver en estas praderas alpinas que dibujan el límite entre Kazajstán, Kirguistán y China, y en las que habíamos instalado nuestro precario campamento a más de 2.000 metros de altura.
Hasta aquel remoto territorio de Asia central nos embarcamos en la primera expedición organizada por la Estación Biológica de Doñana (CSIC) y la Radio Televisión de Andalucía (RTVA); la primera de una serie de aventuras, en los cinco continentes, que tuve el privilegio de dirigir, mano a mano, con mi amigo Fernando Hiraldo (de alguna de ellas ya he escrito en este blog).
Resulta difícil creer que estos páramos, hoy desiertos y azotados por el viento, fueran el escenario de uno de los grandes imperios de la historia. Un imperio de pastores guerreros capaces de conquistar vastas extensiones de terreno, y que pusieron en jaque a los mejores ejércitos de la época. Un mosaico de tribus nómadas que en el siglo XIII, aglutinadas bajo el temible liderazgo de Gengis Khan, impusieron su dominio desde el golfo Pérsico hasta el océano Ártico.
Hoy, el regreso de la ganadería extensiva, casi desaparecida durante la época soviética, ha sido fundamental para la recuperación de las poblaciones de algunos carroñeros exclusivos de estos territorios. Uno de los más llamativos y escasos es el buitre del Himalaya. El majestuoso vuelo de esta especie logramos filmarlo cerca del desfiladero del río Charyn, un torrente que se alimenta del deshielo en las altas cumbres y va horadando las montañas hasta modelar un cañón bellísimo, donde la erosión ha esculpido, con paciencia de siglos, un paisaje lunar.
Y esta es solo una pincelada de aquel viaje maravilloso que nos ocupó más de cuatro semanas en las que recorrimos cerca de 9.000 kilómetros en destartalados vehículos soviéticos. De las penalidades, que fueron muchas, no escribiré, sobre todo porque hoy las recuerdo como se recuerdan los mayores placeres (así de caprichosa es la memoria), o, como decía el poeta, “como se recuerdan los lugares en donde hemos sido pobres y felices”.
Corría el mes de junio de 2003 y andábamos rodando el documental “El jardín de los vientos” que se emitió en Canal Sur Televisión en el invierno de ese mismo año. Quien me acompaña es César Fernández-Ramos, el operador de cámara, y quien hizo la foto es Charli Guiard, el realizador, con los que viví unas cuantas peripecias que guardo para otra entrada.
P.D. Uno de los tres capítulos de aquella serie documental kazaka está disponible en Youtube:
http://www.youtube.com/watch?v=EFEtZDSHwGY&list=ULEFEtZDSHwGY&feature=share&index=6089
Que maravillosa experiencia personal y profesional, ahora entiendo la calidad de tus comentarios y la sensibilidad que les imprimes. Un abrazo amigo
[…] En mi memoria y, sobre todo, en el íntimo almacén de mi nostalgia, ocupan lugares de privilegio las estepas vírgenes de Kazajistán, las cantarinas ballenas patagónicas, los densos y primitivos bosques de Tasmania, las […]