
Leer a Bertrand Rusell ayuda a reconciliarse con la Humanidad. Lástima que los más necesitados de su filosofía no frecuenten este tipo de lecturas.
Dice el ministro del Interior, con esa rotunda seguridad que siempre gastan los ministros del Interior, que “hay que limpiar las redes de indeseables”, quizá convencido de que los indeseables que circulan por las redes no tienen una vida real más allá de estos escenarios virtuales. Los indeseables están a este lado de la pantalla, no nos equivoquemos, lo que ocurre es que el parapeto informático, que en muchos casos actúa, además, como una bebida euforizante (1), sirve a los acomplejados para sacar pecho, convierte a los cobardes en fanfarrones, facilita a los corruptos presumir de honestidad, a los atormentados los viste de templanza y bonhomía, y hasta los mediocres lucen como intelectuales de vasta cultura y refinados gustos (léanse, por ejemplo, los panegíricos de tuiteros casi iletrados dedicados a glosar la figura del escritor muerto…sobre todo si obtuvo el Premio Nobel).
En gran medida, como ocurre en otros órdenes de la vida, la envidia, más o menos disfrazada, suele ser el motor de este curioso fenómeno de cogorza electrónica que deriva, como casi todas las cogorzas, en un despropósito de bochornosas consecuencias.
Hay quien, como el ministro del Interior, piensa que esta es una lacra de la vida moderna, tira de porra y, si cabe, busca iluminación en alguno de esos gurús de ultimísima hora. Pero si volvemos la vista atrás nos encontraremos con el mismo panorama, descrito con la precisión y el talento de quien hace cerca de un siglo se empeñó en defender la bondad por encima de la violencia.
Acabo de leer una pequeña joya de mi admirado Bertrand Russell. “La conquista de la felicidad”, que así se llama el ensayo, se publicó en 1930 pero respira frescura, actualidad y, sobre todo, oportunidad. El filósofo británico no sólo describe, con humor, las causas de la felicidad (algunas no tan obvias como quisiéramos creer) sino que, sobre todo, advierte sobre los motivos de la infelicidad, señalando la envidia como uno de los principales y acercándose a ella con una mirada inquisitiva que no desprecia ninguna perspectiva por chocante que nos parezca.
A mi los indeseables que más miedo me dan en las redes (y fuera de ellas) son esos que nos prometen, a dentelladas y con los ojos inyectados en sangre, la justicia y la igualdad universales. Los que dicen combatir en favor de los más débiles, sin reconocer que los más débiles son ellos. Los que juzgan y condenan con la infalibilidad de un Papa. Los que presumen de cultivar enemigos. No se por qué me recuerdan a aquellos otros que de vez en cuando salían con sus pasamontañas negros asegurando que las bombas y los tiros en la nuca eran el mejor camino para lograr la libertad y la felicidad de un pueblo. Menudos salvapatrias…
“En cuanto se piensa racionalmente en las desigualdades, se comprueba que son injustas a menos que se basen en algún merito superior. Y en cuanto se ve que son injustas, la envidia resultante no tiene otro remedio que la eliminación de la injusticia. Por eso en nuestra época la envidia desempeña un papel tan importante. Los pobres envidian a los ricos, las naciones pobres envidian a las ricas, las mujeres envidian a los hombres, las mujeres virtuosas envidian a las que, sin serlo, quedan sin castigo. Aunque es cierto que la envidia es la principal fuerza motriz que conduce a la justicia entre las diferentes clases, naciones y sexos, también es cierto que la clase de justicia que se puede esperar como consecuencia de la envidia será, probablemente, del peor tipo posible, consistente más bien en reducir los placeres de los afortunados y no en aumentar los de los desfavorecidos. Las pasiones que hacen estragos en la vida privada también hacen estragos en la vida pública. No hay que suponer que algo tan malo como la envidia pueda producir buenos resultados. Así pues, los que por razones idealistas desean cambios profundos en nuestro sistema social y un gran aumento de la justicia social, deben confiar en que sean otras fuerzas distintas de la envidia las que provoquen los cambios.
(…) El corazón humano, tal como lo ha moldeado la civilización moderna, es más propenso al odio que a la amistad. Y es propenso al odio porque está insatisfecho, porque siente en el fondo de su ser, tal vez incluso subconscientemente, que de algún modo se le ha escapado el sentido de la vida, que seguramente otros que no somos nosotros han acaparado las cosas buenas que la naturaleza ofrece para disfrute de los hombres. La suma positiva de placeres en la vida de un hombre moderno es, sin duda, mayor que en las comunidades más primitivas, pero la conciencia de lo que podría ser ha aumentado mucho más. La próxima vez que lleve a sus hijos al parque zoológico, fíjese en los ojos de los monos: cuando no están haciendo ejercicios gimnásticos o partiendo nueces, muestran una extraña tristeza cansada. Casi se podría pensar que querrían convertirse en hombres, pero no pueden descubrir el procedimiento secreto para lograrlo. En el curso de la evolución se equivocaron de camino; sus primos siguieron avanzando y ellos se quedaron atrás. En el alma del hombre civilizado parece haber penetrado parte de esa misma tensión y angustia. Sabe que existe algo mejor que él y que está casi a su alcance; pero no sabe dónde buscarlo ni cómo encontrarlo. Desesperado, se lanza contra el prójimo, que está igual de perdido y es igual de desdichado. Hemos alcanzado una fase de la evolución que no es la fase final. Hay que atravesarla rápidamente, porque, si no, casi todos pereceremos por el camino y los demás quedarán perdidos en un bosque de dudas y miedos.
(…) Para encontrar el camino que le permita salir de esta desesperación, el hombre civilizado debe desarrollar su corazón tal como ha desarrollado su cerebro”. (La conquista de la felicidad, Bertrand Rusell).
Parece que estos párrafos se escribieron anteayer, ¿verdad?, pero lo cierto es que tienen más de 80 años, y mucho me temo que el corazón de muchos, de demasiados, sigue encerrado en una cueva oscura y primitiva.
(1) En 2012 se publicaban los curiosos resultados de un estudio que firmaban investigadores de las universidades de Columbia y Pittsburg, y en el que se asegura que hay varios factores de la interacción on line que nos hacen comportarnos como si hubiéramos bebido más de tres gin tonics en una hora (imaginaros el efecto de estos pelotazos virtuales en el internauta que ya teclea bien cocido o viene cocido de serie). Por eso abundan las expresiones violentas, las amenazas tabernarias, las muestras de amor más bochornosas o la exaltación –sin límites– de la amistad, justamente el repertorio de lindezas con las que suelen aburrirnos o incomodarnos los borrachos.
¡Que interesante Jose Mª !
Si me permites, como vasco, añadir que los salvapatrias del pasamontañas y su entorno que siguen sin condenar esos tiros en la nuca de un modo inequívoco y rotundo, hoy ocupan cargos en los gobiernos e instituciones locales. Esos no han desarrrolado ni su cerebro ni mucho menos su corazón.
Un abrazo
Rafa
Así se escribe la historia y por eso, aunque el perdón es fundamental, el olvido nunca es aceptable porque si no volvemos a tropezar cien veces en la misma piedra. Y la esperanza es que, a pesar de todo, los descerebrados son minoría…
Un abrazo Rafa !!!
Si felicitase, como creo que se merece, al autor de este post, cualquiera podría pensar que me bebí de un sólo trago un «gintonic» virtual. Pues ese es el efecto que causan en mi espíritu tan claras reflexiones, aquí compartidas: ganas irrefrenables de darle un abrazo real y compartir con él, no sólo a Russell sino todo el pensamiento universal sobre ese estado anímico llamado «felicidad».
Tenemos «trabajando» a Alberto para que ese abrazo llegue más pronto que tarde 😉 Mientra, seguiremos celebrando nuestra amistad, cual borrachuzos, en las redes… Un abrazo, amigo.
[…] este asunto inexplicable que es vivir sin caer en el pesimismo ni renunciar a una cierta ética. “La conquista de la felicidad” es la obra en la que tantas claves he vuelto a encontrar, por más que Rusell lo escribiera hace […]
[…] sin entenderlos, juzgará imprescindible su manera de hacer, heterodoxa y hasta caótica? ¿Cómo sobrevivirán a los mediocres y a los estúpidos, siempre conspirando en contra de la […]
[…] Corren malos tiempos para combatir ese tipo de maldad, porque en sus extremos más extremos, tanto las derechas como las izquierdas, entregadas a ese burdo populismo con el que tratan de ganar votos y combatir el miedo, alimentan el lado más canalla de los ciudadanos, ese lado oscuro que todos tenemos. Y sí, efectivamente, se puede ser canalla de derechas y de izquierdas, y asomar los colmillos con una impecable justificación ideológica. […]
[…] gilipollas que, siempre cabreados y mirándose el ombligo, andan vociferando por las redes sociales son el mejor ejemplo de la infelicidad humana, y el colmo es que nos la quieran imponer con el argumento que sea. No, por favor, dejadnos ser […]
[…] sin entenderlos, juzgará imprescindible su manera de hacer, fresca, heterodoxa y hasta caótica? ¿Cómo sobrevivirán a los mediocres y a los estúpidos, a los puros y a los pesimistas, siempre conspirando en contra de la […]
[…] Siguiendo las reflexiones de Russell he llegado a la conclusión de que la ociosidad a la que invita el confinamiento domiciliario tiene, como mínimo, tres ventajas que fácilmente vais a identificar ayudados por algunos párrafos de su obra, párrafos tomados de varios ensayos fechados en la década de los años 30 (del pasado siglo) y que yo he mismo he seleccionado en mi biblioteca doméstica… para no aburrirme. […]