
A un lado la estrella apoyada en la cáscara de naranja, en el diminuto spa de un gintonic, y al otro la fotógrafa (lástima que no quedara reflejada en el vaso o en el hielo…;-). Y una vela encendida, y un mantel que aguantó todas las risas que dejamos en Blanco Enea…
PRÓLOGO.- Ya me lo descubrió Estíbaliz pero, aún así, es como si nunca hubiera pisado esa esquina de la plaza de San Pedro.
Lo inesperado aguardaba en Blanco Enea, donde José María se acercaba a la mesa con esa misma mirada que gastan los niños (entre traviesa y temerosa), para hacer de la comida un relato sugerente pero escueto en palabras, y dejar así que nos perdiéramos, sin brújula, en los vericuetos de sabores para los que vale cualquier adjetivo menos “aburridos”. Bajo el aparente orden de unos manteles impolutos, unos cubiertos alineados y un servicio atentísimo explotó, sin ruido ninguno, el caos (que es, aunque resulte chocante, la fuente original de la inspiración). Un torbellino de sensaciones que no sabes muy bien de dónde vienen y, sobre todo, a dónde te van a llevar. Porque en Blanco Enea se trata de eso, de dejarse llevar, de abandonarse para provocar, de manera suave o rotunda, la aparición de la sorpresa. Y luego, ya con el pelo revuelto y la lengua asombrada, sumergirse en el diminuto oleaje balsámico de un gintonic en el que flota, distraída, una estrella (¿fugaz? ¿de mar? ¿de anís?).
Mi amiga María Novo, que aún siendo gallega también mantiene un largo idilio con Córdoba, no se cansa de decírmelo (en esas tertulias que yo quisiera interminables) y de escribirlo en sus libros. “Lo que me fascina de la vida”, insiste María, “es esa capacidad que tiene para sorprendernos; sin esa presencia de lo aleatorio, de lo inesperado, la vida sería muy aburrida”.
Yo pensé, de manera equivocada (como en otros tantos asuntos en los que he confesado mi error), que la edad termina invitando a un cierto apego por lo previsible. Por simple comodidad. Por olvido o, tal vez, por miedo. Y es cierto que a veces, si uno ha navegado lo suficiente y ha sobrevivido a unas cuantas tormentas, la tentación por la calma chicha, por la dulce rutina, es muy poderosa…
Para evitar esa tentación (que debe ser de las pocas tentaciones malsanas) hay que rodearse de personas dispuestas a improvisar sin perder la sonrisa; viajar con amig@s vulnerables al placer sin medida; hay que visitar lugares en donde el orden es sólo una apariencia; ponerse en manos de artistas capaces de hacernos ver la realidad con otros ojos; dejar que el paladar se interne por territorios desconocidos; celebrar que lo raro es hermoso; beber más de la cuenta para que los brindis no acaben a medianoche; andar bajo la lluvia; bailar sin temor al ridículo ni al sudor; cantar por el puro gusto de oír que alguien nos hace el coro de aquella canción casi olvidada; hablar al oído para sortear el bullicio o para deslizar un secreto; andar descalzos en la madrugada; evitar el sueño para ver cómo amanece en otra ciudad, aunque sea tu propia ciudad, por puro placer…
Después de una noche en Blanco (Enea), el amanecer, que se coló tardío entre las cortinas del hotel, me encontró con el pelo revuelto y la lengua asombrada…
Todo eso, y algunas cosas más, fue lo que compartimos una madrugada de noviembre en Córdoba.
EPÍLOGO.- Cuando en el coche, ya de vuelta, sonó el «Libera me» de Jocelyn Pook estuvimos tentados de no parar en Sevilla y continuar viaje hasta Portugal…
Querido amigo, siempre me asombras. Conozco algunos de los rincones que comentas con delicioso esmero, pero otros no y, como voy mucho por Cordoba, lo apunto en mi agenda de buena gastronomía.
Un abrazo
No te lo pierdas Benito !!!!
[…] línea 😉 de sugerirme que cocine esta berza en su casa. Y yo sincero le he contestado que a los fogones de Blanco Enea sólo entro si soy el pinche del pinche del cuarto pinche… si no… me da vértigo. Es […]
[…] ese aburrimiento y sonreir, lejos de cualquier enfado, el mejor tratamiento que conozco es visitar Blanco Enea (Plaza de San Pedro, Córdoba), la casa (y no es una metáfora) de Jose María González Blanco. Da […]
[…] José María González Blanco, al que conocí en aquel rincón cordobés tan amigable que era Blanco Enea. De sus manos de cocinero travieso salen platos alucinantes que no sólo están ricos sino que, […]