
Así me hablaba Estrasburgo el pasado 27 de abril. Como para no prestarle atención a ese lenguaje oculto… (Fotos: JMª Montero)
Desde hace algunos meses veo mejor sin gafas, mucho mejor. La oftalmóloga que me revisó hace unos días me explicó que a veces los ojos corrigen, de manera natural, sus anomalías morfológicas y por eso la miopía que me acompañaba desde mi juventud, el ligero astigmatismo que se unió a ella en edad adulta y la inevitable presbicia que se anunció con la madurez se habían diluido hasta casi desaparecer, y el cerebro, siempre adaptativo y flexible, se había encargado de reordenar todo este complejo mecanismo de manera que las pequeñas desviaciones que ahora sufría se neutralizaban en una suerte de sistema cooperativo donde el ojo que mantenía mejores condiciones ayudaba al menos eficiente y la suma de ambos me devolvía a aquellos lejanos años en los que no necesitaba gafas.
Que los oftalmólogos que lean este post me perdonen si mi explicación es rústica e incluso acientífica, pero algo así entendí y lo cierto, y esta es la mejor evidencia, es que veo mucho mejor sin gafas, a cualquier distancia y en cualquier circunstancia (sí, tenéis razón, a ver cómo se lo explico a la Benemérita hasta que vuelva a pasar una revisión médica que me permita disponer de un nuevo carnet de conducir en el que no aparezca la obligatoriedad de llevar gafas… ).
En esta curiosa e inesperada regresión todo parecen ventajas, pero, en una de mis clásicas fantasías, he comenzado a sospechar que mis gafas no sólo mejoraban mi agudeza visual sino que me permitían distinguir detalles ocultos, elementos que pasan desapercibidos cuando mis ojos están desnudos. Al igual que no puedo escribir a mano sin que aparezcan, en los rincones de un folio o en la esquina de una libreta, mis adoradas «anotaciones al margen» tampoco puedo caminar por una ciudad sin fijarme en el lenguaje que se esconde en los soportes más inusuales, y estoy convencido de que ese lenguaje secreto sólo puedo verlo cuando llevo gafas (las de sol no valen, ya lo he comprobado).
El experimento definitivo lo lleve a cabo la semana pasada en Barcelona (aunque unos días antes ya había disfrutado de esa rara lectura urbana en Estrasburgo). Recorrí el Paseo de Gracia con y sin gafas, y mis sospechas se confirmaron. Sin gafas, paisaje, anuncios y viandantes se mostraban nítidos y brillantes, pero la ciudad no me decía nada que no fuera evidente. El lenguaje de este gran escaparate de la arquitectura modernista catalana era el previsible y por mucha atención que puse (recordando al desaparecido Nash en los delirios que refleja la película Una mente maravillosa) no encontré ningún mensaje cifrado.
Volví sobre mis pasos con mis gafas de siempre y ahí estaban, escondidas, las palabras de ese lenguaje que todas las ciudades que visito esconden. Para que no me acusen de paranoico, como a Nash, he terminado por fotografiarlas y así he descubierto, además, que todas ellas, unidas, componen un discurso que se rebela contra el ruido, contra la contaminación, contra la prisa, contra la violencia, contra el desamor… Un discurso en el que la ciudad reivindica la poesía que el asfalto se empeña en enterrar.

Bajo el asfalto y el hormigón de Estrasburgo, la poesía sigue viva y se expresa. ¿Anuncia el porvenir o es un simple juego de palabras? (Fotos: JMª Montero)
En la urbe más deshumanizada los escaparates hablan, en un delicioso francés, de amor, de placer, de pasión… y reservan el inglés para la locura. En los viejos muros de un puente, oculta entre yedras, está ella ; y en la parada del tranvía se reivindica la libertad. La vida es breve, nos recuerda el fragmento luminoso de un anuncio que nos vende algo innecesario. ¿Mejor? nos interroga la valla que oculta un triste solar. Hay belleza, y hay magia, y hay sueños…
Cuando paseo por la ciudad con mis gafas de siempre veo peor pero distingo lo que casi nadie quiere ver. Y ahora no sé muy bien qué hacer, si dejar mis ojos desnudos y ajenos a ese lenguaje oculto, o llevar siempre a mano las viejas gafas para que las ciudades, todas las ciudades, me cuenten que ni el hormigón, ni el asfalto, ni las prisas, ni el desamor, han acabado con la poesía.

Son sólo palabras, pero paseamos sin verlas. Estas me estaban esperando en el Paseo de Gracia (Barcelona) – (Fotos: JMª Montero)
PD: En realidad no sé si ese lenguaje oculto está esperando a cualquier paseante curioso, como un agónico mayday, o en realidad se trata de un relato que me busca a mí y que me habla de lo que quiero ver en la ciudad, de lo que espero ver en la ciudad, de lo que deseo que ocurra en la ciudad… ¿O, quizá, es un simple juego de palabras?
Querido amigo, pues yo me encuentro en el caso contrario y debo ponerme gafas todo el día por esa miopía que me acompaña y provocaba imagen doble y dolor de cabeza si me forzaba en exceso, pero me anima comprobar que tú has iniciado la afortunada regresión natural, no si emulando a Brad Pitt, en «El curioso caso de Benjamin Button», pero a mí me ha hecho ilusión; tanta como la calidad de tu artículo describiendo todo lo bello que puede ser la vida, si se sabe llevar las gafas adecuadas. Un abrazo
Me gusta como describes lo que te inspiran las ciudades…
Gracias !!
un placer leerte !
un abrazo
Un placer que sigamos en contacto. Un abrazo para los cuatro !!!!
Recuerdo cuando leí por primera vez «El lenguaje no verbal» de la psicóloga americana Flora Davis, y tomé conciencia de inmediato de la importancia de los mensajes que proyectamos hacia los demás, muchos de ellos de manera subliminal, tanto por parte del emisor como por parte del receptor; y de la poderosa influencia que ejercían de hecho en la comunicación. Desde entonces, procuro poner atención a lo que quiero decir y a lo que de manera consciente o inconsciente quieren decir los demás. Sin embargo, aún le sigo dando vueltas al significado del rótulo que inevitablemente podía leerse a la entrada del pabellón de Suiza en la Expo de Sevilla del ya lejano 92: «La Suisse n’existe pas».
Monty, sigues escribiendo divinamente; te pondremos de ejemplo de buen uso en las aulas de los institutos.
Suscribo lo que dice Diego: no que no exista Suiza, sino que escribes como los dioses… si es que los dioses se dedicaran a esos menesteres. Tu entrada sobre el lenguaje (oculto) de las ciudades me devuelve, por enésima vez, a Marcel Proust: «El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos caminos sino en mirar con nuevos ojos». Los tuyos parecen haberse renovado. ¡Gracias por ayudarme a ver!
Gracias !!!! Son muchos los ojos a través de los que uno ve lo que no puede ver únicamente con los propios… Es un dulce sinsentido, pero es así…
[…] sin gafas, descubrieron que no sólo en Barcelona o en Estrasburgo la ciudad tenía escondidos mensajes cifrados sino que también aquí, en las callejas de la Viña y del Pópulo, la ciudad hablaba de sueños, […]
[…] El lenguaje (oculto) de las ciudades / martes, 9 de junio de 2015 […]