
Ya desde la ventanilla del AVE se adivinaban las tormentas que esa misma noche iban a descargar en Madrid… (Foto: JMª Montero)
Hace unos días me sorprendió, en plena noche y en el centro de Madrid, una de esas tormentas que nos recuerdan el poder de la naturaleza y su carácter imprevisible. En el corazón mismo de la gran ciudad, allí donde todo parece estar bajo control, donde la naturaleza aparenta estar dormida o dominada, el agua, los relámpagos y los truenos se hicieron dueños del asfalto y, al menos durante unos minutos, nos devolvieron a un escenario primitivo y hermoso.
Pero luego vino la razón y entonces recordé, como siempre que cruzo una tormenta monumental, que estos aguaceros, tan característicos del clima mediterráneo, son los principales responsables de la pérdida de suelo fértil en numerosas comarcas (comarcas, todo hay que decirlo, donde la acción humana es responsable de malas prácticas agrícolas o de la pérdida de la cobertura vegetal silvestre), un fenómeno bien documentado en Andalucía. Cuando el año ha registrado lluvias moderadas y han escaseado los episodios tormentosos altamente erosivos, la pérdida de suelo no registra índices alarmantes en el sur de la península, de manera que menos del 10 % del territorio sufre pérdidas superiores a las 100 toneladas de suelo por hectárea y año (cifra a partir de la cual el fenómeno se considera grave). Sin embargo, cuando las lluvias son generosas y las tormentas frecuentes el porcentaje de territorio que pierde suelo por encima de esos índices de alarma puede superar el 20 %.
A veces, bastan unas pocas tormentas de cierta intensidad para que comarcas especialmente vulnerables, como las Alpujarras granadinas, la cuenca del Guadalhorce (Málaga) o la Sierra Sur de Sevilla registren pérdidas de suelo de hasta 300 toneladas por hectárea y año, una verdadera catástrofe ambiental difícil de reparar a corto plazo.
En Andalucía, como ocurre en otras regiones vulnerables, estos fenómenos no son percibidos como un riesgo vital ya que, al localizarse en un país desarrollado, sus efectos pueden mitigarse a través de compensaciones económicas, recursos tecnológicos o infraestructuras. Y este enmascaramiento del perjuicio originado, posible al menos a corto plazo, hace difícil la concienciación social que es el germen de cualquier actuación administrativa.
Para frenar este proceso no basta con lanzarse a repoblaciones forestales que sólo buscan incrementar el número de árboles en el menor tiempo posible. Si lo que se trata es de mejorar la cubierta vegetal de las zonas amenazadas por la erosión, señala la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), hay que actuar, sobre todo, en la restauración de aquellas funciones que tradicionalmente viene cumpliendo el bosque mediterráneo. Hay que favorecer los aprovechamientos sostenibles (como la producción de corcho o la recolecta de plantas aromáticas y medicinales) que, además, evitan la despoblación de estos territorios marginales; mejorar las condiciones que tienen estos ecosistemas para albergar a multitud de especies animales o vegetales, y favorecer, en definitiva, su capacidad para estabilizar los suelos. Mejor actuar sobre los recursos ya disponibles que olvidarse de ellos y apostar por la simple suma de nuevos territorios forestales.
Cualquier estrategia que busque conservar los suelos debería centrarse en el desarrollo de una gestión sostenible de las tierras agrícolas, de los recursos hídricos y de la ordenación del territorio.

En Tabernas (Almería) no se trata de luchar contra la desertificación, sino de todo lo contrario: conservar la aridez.
Desentenderse de este fenómeno es desentendernos de nuestro propio futuro. Tan irrelevante nos parece el problema que incluso llegamos a confundirlo con otras circunstancias en donde no hay riesgo sino riqueza. A diferencia de lo que ocurre con la desertificación, la aridez no siempre es consecuencia de la acción humana. En Andalucía se localizan amplios territorios donde esta característica es de origen natural, por lo que, a lo largo de la historia, ha modelado ecosistemas peculiares en los que se localizan animales y vegetales perfectamente adaptados a estas condiciones extremas.. Cuando nos referimos a condiciones climáticas áridas podemos estar hablando de las que rigen desde hace cinco mil años en el Paraje Natural del Desierto de Tabernas, en Almería, y en este caso no se puede hablar de lucha contra la desertificación sino de todo lo contrario: conservación de la aridez y su biodiversidad.
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