
Bahía de Cádiz, 23 de julio de 2015, primeras luces… «Me voy por la mañana / a ver el sol nacer…» (Foto: José Mª Montero)
Me despedí de la bahía, en luna menguante, mirando la danza de Júpiter y Venus sobre el Campo de las Balas. Pedí un deseo cuando una estrella fugaz, diminuta, señaló el castillo de Santa Catalina. Dejamos que el poniente nos abrigara y que esa misma brisa atlántica se llevara, camino de La Caleta, la última emoción furtiva, la que se encendió, la que se incendió, con una canción (casi) a capella.
Me despedí de la bahía sin saber que había vuelto al punto de partida con la rara exactitud de los relojes. Paré y pacté. Dejé que el tiempo pasara, muy lento, y que el calendario de las ciudades del mundo no se detuviera. Me guardé, una a una, todas las piedritas en los bolsillos y me entregué a un silencio que, protegido entre delicados corchetes, estaba en todos los rincones menos en las circunvoluciones de mi cerebro (donde los recuerdos seguían, alborotados, jugando al escondite).
Me embarqué, ya en luna creciente, para volver a pisar Cádiz, y me di el gusto de ver amanecer antes de tocar tierra. Poco a poco las primeras luces fueron pintando las olas y luego, en un suave tono naranja, la línea del horizonte. Desde allí, a lo lejos, me lanzaron un reflejo (¿un guiño?) las cristaleras cómplices.
Me perdí por Cádiz, como siempre, y mis ojos, sin gafas, descubrieron que no sólo en Barcelona o en Estrasburgo la ciudad tenía escondidos mensajes cifrados sino que también aquí, en las callejas de la Viña y del Pópulo, la ciudad hablaba de sueños, de sonrisas o de poesía. Palabras escondidas. Palabras viajeras. Palabras.

En mi móvil guardé las palabras que se escondían en los escaparates de Cádiz y también las que, en negrita, viajaron desde lejos, en una rara sincronía, para acompañarlas. Foto: José Mª Montero
PD: Hoy es 7 de agosto y, por tanto, la Tierra, como en aquel pequeño vals, ha dado una vuelta completa alrededor del Sol para dejarme exactamente en el mismo lugar. ¿Somos nosotros los que, de manera mansa e imperceptible, volvemos al punto de partida, una y otra vez, o es el universo entero el que gira para regalarnos una segunda oportunidad? Convencidos de que el curso del tiempo es lineal e irreversible no admitimos esos misteriosos bucles a los que tanto esfuerzo dedican poetas y físicos, emparejados, aunque resulte extraño, en la búsqueda de una explicación a esa paradoja que traiciona los relojes, los calendarios y las agendas.
Si se pudiera poner música, sería una bella balada. Gracias José María.
[…] tomé mi tiempo por la calle Libertad, la plaza de la Cruz Verde y El Manteca, mirando, a lo lejos, las cristaleras cómplices, las del Campo de las […]
[…] que estaban por venir, las que flotaban entre las luces del salón de Coque, las vimos nacer, al fin, en aquella azotea de julio donde, una vez más, quise parar el reloj. Despertaron, acústicas, junto al Campo de las Balas, […]