«Hubo mujeres, estaban allí, yo las conocí, sus familias las encerraron en manicomios, se les sometía a tratamientos por electrochoque. En los años 50 si eras hombre podías ser un rebelde, pero si eras mujer tu familia te encerraba. Hubo casos, yo las conocí. Algún día alguien escribirá sobre ellas» (Gregory Corso en Women of the Beat Generation , de Brenda Knight)
Me gustan las mujeres luminosas. Al cabo de los años admito que las busco de manera intencionada, las identifico entre la multitud y, finalmente, casi siempre, nos reconocemos (como sostenía Vinicius de Moraes). Pero no es menos cierto que el azar, caprichoso, también me regala encuentros fortuitos con mujeres que atesoran el carácter, el criterio y la determinación que tanto necesito para sostener mi vitalidad. Encuentros fugaces pero decisivos, porque en ellos pesa más el azar que la rutina, lo incierto que lo previsto.
Incluso cuando esas virtudes, tan poderosas, se tuercen y enseñan su lado más áspero me dejo seducir por el viento cálido y palpitante de una personalidad femenina indómita, silvestre, que pone luz en unos paisajes a menudo demasiado grises y domesticados. Hay en esas mujeres algo sencillo, una manera de sentir primitiva y sincera, libre de prejuicios, valiosa porque no se ha dejado maniatar ni ha sido cubierta por capas y capas de corrección y contención. Cuando quiero mirar algo con la mirada de asombro que mantendría un niño, pero esperando la explicación de un adulto más o menos sensato (o al menos sensible), uso los ojos, la mirada, de alguna de estas mujeres, de alguna de estas amigas.
Me gustan las mujeres luminosas. Las que no atienden a razones porque tienen razones propias. Las que se rebelan sin perder la sonrisa. Las que se emocionan, de corazón, sin pudor. Las que no se rinden, aunque lloren a solas. Las que alimentan mi alegría. Las que me regalan motivos para ser, a pesar de todo, optimista.
Me gustan las mujeres libres, las atrevidas, las heterodoxas, es decir, esas que suelen causar cierto pánico en algunos (bastantes) hombres. Quizá por eso mismo no me gustan (nada) los hombres que tratan de apagar a las mujeres luminosas, por las malas (ignorándolas, despreciándolas, ridiculizándolas, ninguneándolas) o por las muy malas (recurriendo a la intimidación o, directamente, a la violencia); y tampoco me gustan las mujeres que cambian de bando, y de valores, para medrar (o, tal vez, quién sabe, por puro miedo) y así hacerse un hueco, disfrazadas de hombres-muy-hombres, en un mundo demasiado masculino, y, al fin, terminar brillando con la luz cegadora, efímera y peligrosa, de una explosión.
Pero las que menos me gustan, porque en ellas sí que hay miedo y ni siquiera el cariño o la compasión me valen (a veces) para entender sus porqués, son aquellas mujeres que, en un mundo razonablemente libre (es decir, en nuestro mundo occidental-civilizado-democrático-etc-etc-etc) ocultan su brillo; las que se envuelven en una manta bien gruesa para que nadie adivine que son luminosas; las que se prohíben; las que se mutilan; las que se someten; las que se callan; las que no se atreven; las que renuncian; las que sólo lo intentan; las que frenan cuando hay que acelerar; las que no bailan; las que no cantan; las que no se conceden ni siquiera la sencilla alegría de ser luminosas y libres.
Si hoy me ha dado por escribir este post, dedicado a mis amigas luminosas, es porque acabo de leer Beat Attitude, la antología de mujeres poetas de la generación beat, esa generación tan enrollada que, sin embargo, estaba corroída por el mismo machismo que entonces (y ahora) parecía reservado a los carcas. Annalisa Marí Pegrum, la poeta y traductora ibicenca que se ha ocupado de esta oportuna selección, confiesa en las primera páginas de este libro la misma sorpresa: «Siempre me ha llamado la atención que la literatura de la generación beat pareciera limitarse a una escritura masculina con un punto de vista masculino cuya descripción de las mujeres rozaba a veces la misoginia. ¿Dónde estaban las mujeres? ¿Había mujeres? Y, si es así, ¿escribían?»
Pues sí, escribían, aunque a la sombra de Kerouac, de Burroughs o de Ginsberg. Y escribían con la misma luz y atrevimiento, con la misma fuerza, con la misma obscenidad y poesía, con el mismo desgarro y el mismo romanticismo. Sólo que unos pocos, muy pocos, tuvieron la fortuna de conocerlas, de disfrutarlas (aunque hoy, algunas, siguen en la brecha, como Diane di Prima, de quien he escogido los versos del poema que cierran este post).
Después de releer este verano, a modo de bálsamo curalotodo, la autobiografía sentimental de Patti Smith (Éramos unos niños) y los pasajes poéticos que más tarde recopiló en Tejiendo sueños, he tenido la suerte de que una mujer luminosa me regale Beat Attitude y así no olvidar, aunque a estas alturas es difícil que se me olvide, que me gustan (mucho) las mujeres luminosas, que no soporto a los hombres que tratan de oscurecerlas ni a las mujeres que tratan de imitarlos, y, sobre todo, que me apenan esas otras mujeres que ocultan su brillo y se suman, dóciles, al gris, o al negro absoluto, hasta diluirse en el más puro aburrimiento, en la nada.
«No puedo prometerte
que nunca pasarás hambre
o que no estarás triste
en este mundo
descuartizado
y reducido a cenizas
pero puedo enseñarte
cielo
a amar tanto
que tu corazón se rompa
por siempre jamás«
(Diane di Prima, Song for baby-o, unborn)
Un placer leer siempre su Blog. Un abrazo desde Nueva York, tengo muchas veces presente la conversación y motivación con la que salí de aquel encuentro hace anos que tuvimos en Sevilla.
Qué alegría saber de ti y saber que estás cumpliendo tus sueños al otro lado del Atlàntico. Si para algo sirvió aquella comida… me alegro !!!! Un abrazo desde Cádiz.
[…] Mujeres luminosas / viernes, 2 de octubre de 2015 […]
[…] que justo cuando este blog cumple cinco años lo celebre de la misma manera con que lo inicié: con el ejemplo de mujeres apasionadas. En aquella ocasión (un 5 de febrero de 2011) conté cómo de la mano de Luz Casal llegué, hace […]
[…] y noviembre, noches de otoño en las que te guía, sorteando la oscuridad, cualquier oscuridad, una persona luminosa. Una cita con la belleza. Un encuentro con la generosidad. Un espacio para la esperanza y la […]
[…] pequeños detalles en los que se perpetua, sin ruido, sin sangre, sin denuncias, el macromachismo. Una manera, sutil y “civilizada”, de mantener atadas a las mujeres desde que son niñas. Mi hija me fue poniendo ejemplos de su vida cotidiana (porque aunque nos cueste creerlo nuestros […]