
Entre el pensamiento y la acción la distancia es mínima, pero hay que salvarla si queremos que algo cambie, que algo se manifieste, que adquiera vida propia. Pensar no es suficiente… (Detalle de «La creación de Adán», el famoso fresco de Miguel Ángel que adorna la Capilla Sixtina)
«Entre lo que veo y digo,
entre lo que digo y callo,
entre lo que callo y sueño,
entre lo que sueño y olvido.
La poesía.
Se desliza entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido.
No es un decir:
es un hacer«
(Decir, hacer // Octavio Paz)
Si alguien se ocupara de susurrarnos cada uno de ellos al oído terminaríamos volviéndonos locos. No podríamos soportar ese parloteo sin descanso. Pero, aunque nos resulte increíble, ese discurso ininterrumpido e inconexo habita dentro de nosotros todos los días, a todas horas… sin descanso. Ni siquiera respeta un orden. No hay un guión. No es un relato. Son frases sueltas, exclamaciones, parrafadas que van de un sitio a otro, lamentos, ideas absurdas, reflexiones oportunas, recuerdos, planes. Se llaman pensamientos y cada día generamos unos 70.000, de manera que apenas existen espacios de silencio entre uno y otro. Somos, para nuestra desgracia, incapaces de dejar de pensar.
Y lo peor de todo es que damos tanta importancia a lo que pensamos que terminamos por creer que, en realidad, somos lo que pensamos, y que es suficiente con pensar algo para dotarlo de existencia, para que se manifieste, se haga tangible o se produzca el cambio que anuncia esa idea.
A veces damos un paso más y decimos lo que pensamos, compartimos, gracias a la palabra, esa idea, y así el engaño se intensifica. Si lo he pensado y lo he dicho… ya está hecho!! Pero no: pensar y decir no es suficiente para que nuestras buenas intenciones, o nuestras maldades, se materialicen y adquieran vida propia.
Decimos «pienso en ti» y con esas tres palabras, que remiten a la presencia constante de alguien en nuestra mente, creemos que todo está hecho, pero, en realidad, hacer, lo que se dice hacer, no hemos hecho nada más allá de emitir unos sonidos que pueden ser, o no, agradables al oído.
A diferencia de Uri Geller ni tu ni yo podemos cambiar nada con un simple pensamiento. Por más que pensemos y pensemos y pensemos… no hay acción. Ni doblamos cucharillas, ni detenemos el tictac de los relojes, ni nos deshacemos… Bastaría una caricia, el roce de un dedo, el aliento entrecortado agitando el vello de la nuca, una gota de sudor – o una lágrima- salpicando la mejilla, las manos entrelazadas… Qué se yo… Bastaría dar un paso, pequeño, que convirtiera el pensamiento en acción para que se produjera un cambio.
Pensar mucho, y no hacer nada, sólo conduce a la melancolía… Y la palabra, aunque poderosa, no es suficiente.
“Los pensamientos son las sombras de nuestros sentimientos” (Nietzsche)
Como me gusta, comparto.
¿Te quedaste a gusto? ¿o sigues pensando?…
[…] No me gustan las banderas, ni los himnos, ni los desfiles… Me cuesta distinguir cuál es mi verdadera patria (más allá de la infancia y los amigos, quiero decir). Me duele lo que ocurre en casa de mis vecinos y lo que sucede en una apartada aldea de Nigeria (sólo que me es más fácil tratar de comprender lo que le sucede al vecino y también me resulta más sencillo tratar de ayudarle). […]
[…] Pensar, decir, hacer… / lunes, 12 de octubre de 2015 […]
[…] misterioso pulso vital que enfrenta a mujeres y hombres, las leyes del corazón (y sus caprichos), la cobardía vencida, la falsa valentía, el poder, la mentira, la inútil inteligencia sin sabiduría, el absurdo amor […]