
No debemos dejar de ser críticos ni siquiera en las peores circunstancias. Sólo se avanza cuando se cuestiona, se reformula, se revisa, se discrepa. No me gusta el pensamiento único pero no termino de entender cuál es el propósito último de los que en redes sociales, y desde cualquier otro púlpito, andan rebelándose contra todo (TODO) lo que gira en torno a la COVID. Me vais a perdonar (algunos son amigos y por eso me permito el tuteo), pero sigo sin saber cuál es vuestra alternativa a ese «perverso-pensamiento-único», cuál es vuestra solución a esta emergencia.
¿Que el virus no existe? ¿Que el virus ha sido fabricado? ¿Que todo es una conjura para dominar el mundo? ¿Que tampoco es para tanto, que la gripe mata más? ¿Que no hay que usar mascarillas? ¿Que el gobierno -cualquier gobierno- nos quiere engañados y sometidos? ¿Que no es necesario respetar la distancia de seguridad y las medidas de contención razonables en cualquier epidemia? ¿Que no hay que ponerse ninguna vacuna? ¿Que la economía es más importante que la salud? ¿Que la libertad es más importante que el virus? ¿Que el sistema sanitario siempre está colapsado con o sin COVID? ¿Que la pandemia remitirá en poco tiempo de manera espontánea? ¿Que los científicos y los medios de comunicación han urdido, juntos, una gran mentira en torno a esta enfermedad? ¿Que los periodistas, así en general, somos unos trápalas y unos ignorantes? ¿Que las farmacéuticas se están forrando a cuenta de vender humo?
La discrepancia no sólo es necesaria, es imprescindible, por eso los resultados de las investigaciones científicas se someten a falsabilidad, reproducibilidad, repetibilidad, revisión por pares y publicación. Es decir, se someten a la discrepancia. Por ejemplo, desde que en diciembre The Lancet publicó la primera revisión independiente de la vacuna de la Universidad de Oxford y AstraZeneca toda la comunidad científica puede revisarla y someterla a falsabilidad (cosa que ninguno de los que discuten el «pensamiento único» hacen: ¿existe alguna prueba publicada, y sometida a todas las garantías del método científico, que sostenga estas teorías radicalmente críticas?). Las evidencias científicas no son opinables, por eso no es opinable el hecho de que la tierra sea redonda o que exista la fuerza de la gravedad (sí, hay quien lo discute porque… hay gente pató). Y eso no quiere decir que sepamos todo sobre esta pandemia, que estemos seguros de que las acciones para combatirla sean las mejores, que ignoremos el coste social, económico y emocional de todas esas acciones o que tengamos la absoluta seguridad de que todos los gobiernos están actuando con sensatez y que las vacunas y tratamientos van a funcionar sin anomalía alguna. Nadie tendrá nunca esas certezas como absolutos indiscutibles, pero eso no otorga credibilidad a lo que sólo es una opinión, respetable (siempre que no cause daño, porque ese es el límite, el daño al otro, de la tolerancia), pero opinión, únicamente opinión. En ciencia, dice Miguel Pita, «todas las opiniones valen lo mismo: nada, incluso las de los científicos”. Tener una opinión no es tener una solución. Ser una excelente investigadora, haber sido distinguido con un Nobel, ocupar un cargo de responsabilidad en una farmacéutica o en un hospital puntero, haber escrito docenas de libros, tener un programa de televisión o una columna semanal en prensa, lucir un par de doctorados en disciplinas científicas, haber descubierto un patógeno desconocido o un tratamiento milagroso… ninguna de estas virtudes hace que tus opiniones adquieran una cualidad extraordinaria: seas lo que seas (o hayas sido lo que hayas sido) tus opiniones, en lo que respecta a la COVID, valen, en términos científicos, lo que vale cualquier otra opinión: n-a-d-a.

En resumen: ¿qué alternativas plantea este coro virtual de escépticos? Las pocas que he leído me producen bastante más inquietud que la propia enfermedad.
Y ahora, para colmo, algunos se manifiestan, poniéndose en riesgo ellos y quiénes los acompañan, liderados por especialistas como Bunbury o Carmen París (estupendos en lo suyo, ojo, en-lo-suyo).
Nuestra capacidad de autodestrucción no tiene límites…
PD: Ya lo he contado en otro post, pero, insisto, como es mi costumbre: en el Reino Unido mueren todos los años unas 3.000 personas por usar aspirina, y se producen unas 20.000 hemorragias graves a cuenta de este medicamente tan antiguo, tan testado y tan «inocuo». El riesgo cero no existe, pero la ciencia trata de minimizarlo hasta donde sea posible. Exponerse a este virus sin hacer caso a las evidencias científicas es de una enorme irresponsabilidad porque el precio, muy doloroso, lo pagamos todos. Una cosa es la libertad de expresión y otra la libertad de infección.
La discrepancia es necesaria, pero hay que sostenerla en argumentos fiables. El cabreo lo entiendo, la irresponsabilidad no. Los aplausos en redes son inocuos (sólo alimentan el ego de algunos de estos gurús de lo insostenible), pero si de ellos se deriva el convencimiento de que aquí no pasa nada, y esta idea se traduce en acciones que a todos nos ponen en riesgo (sobre todo a los más vulnerables), los aplausos dejan de ser inocentes. Entiendo el miedo, pero si nos equivocamos en la dirección en la que debemos correr para escapar del peligro, porque quien nos señala el camino es un irresponsable, es posible que terminemos por correr en la dirección equivocada, hacia el abismo del que queremos librarnos.
Dicho lo cual reparto abrazos a los amigos discrepantes, para que este cruce de posturas no nos haga perder las buenas formas, el debate sensato y la amistad (que están por encima de virus y pandemias).
Buenas noches; sea artificial o natural el virus, se haya distribuido con o sin intención, la realidad es la que manda y millones son ya los fallecidos y la cuenta suma y sigue.
La comunidad médica, en abrumadora mayoría, alerta sobre las consecuencias letales del contagio por contacto y por ello debe prevalecer el sentido común, que es el mas común de los sentidos, e intentar controlar el riesgo.
El ser humano es indisciplinado por naturaleza, quizás por el escaso por ciento de cerebro utilizado, pero su parte «animal» tampoco funciona, me refiero al instinto natural que todo animal posee. Nosotros ya lo hemos perdido y estamos indefensos ante cualquier novedoso desastre..
Alentemos la prudencia basada en la reflexión y en la confianza en los que saben del tema.
Prudencia y confianza, con qué poco podemos protegernos mientras domamos al bicho. Un abrazo amigo!
No hay otra, amigo. Confiar en la ciencia, ser pacientes y solidarios. Y ponerle un poquito de cuidado al planeta…
Tengo un amigo que llama a los que niegan la pandemia, tierraplanistas. No sé si el término es un hallazgo suyo o circulaba ya en los medios de comunicación. El caso es que a mí me resulta bastante humorístico, además de acertado. Para concienciar a todo este personal negacionista, una medida muy eficaz sería invitarles a pasar un día en una UCI. De seguro que saldrían con otro talante. Creo que se podría hacer todo un catálogo sobre las diferentes actitudes irresponsables ante la presente pandemia. Recuerdo cómo cuando empezábamos a superar la primera ola, allá por el mes de mayo, mientras la mayoría llevábamos la prescriptiva mascarilla, numerosos jóvenes iban con el rostro al aire como diciendo: esto no tiene que ver con nosotros. Recuerdo también la imagen de aquel individuo sentado en el asiento posterior de un descapotable gritando la palabra libertad a través de un megáfono. Siento una mezcla de perplejidad e indignación cuando veo las imágenes de cientos de jóvenes enfrentándose con la policía, protestando violentamente en contra de las medidas restrictivas. Seguramente se podrían buscar muchos más ejemplos de negacionismo para ilustrar la falta de límites de la irresponsabilidad humana. Quiero pensar que el colectivo de tierraplanistas, conspiranoicos o simples irresponsables, son minoría, y que la mayoría nos atenemos, con más o menos estoicismo, a respetar las medidas que nos proponen los políticos que nos gobiernan. Quiero pensar también que algún día, superada ya la pandemia, recordaremos todo esto como una pesadilla que por fin pasó. Un saludo (de salud), amigo Monti.
Quiero pensar que ese día está cerca Diego, y que volveremos a vernos, a abrazarnos y a brindar.