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Archive for the ‘todólogos’ Category

Que te arrastre un viento huracanado, micrófono en mano, no te convierte en meteorólogo ni hace de ti un experto en cambio climático. No, el periodismo (especializado) no funciona por ósmosis.

A lo largo de mi vida laboral he tenido el privilegio de aprender junto a algunas excelentes profesionales, periodistas que han modelado mi manera de entender este oficio. Desde Carmen Yanes, mi primera jefa (una teresiana comprometida y seria) en el extinto Nueva Andalucía, hasta Sol Fuertes y Soledad Gallego-Díaz, cuando ambas me ofrecieron escribir una página semanal de medio ambiente en la edición andaluza de El País (1992-2007).

De esta última recuerdo una conversación que terminó por convertirse en uno de mis mantras, un consejo que, al cabo de los años, y en lo que se refiere al periodismo especializado, ha ido creciendo en su acierto. Me lamentaba yo un día en su despacho al comprobar que un diario de la competencia se me había adelantado en la publicación de un tema que yo andaba preparando para mi «Crónica en verde» (el clásico síndrome de la «exclusiva» pisoteada). Soledad fue rotunda:

Nunca debes preocuparte porque alguien se adelante. Preocúpate de que tu reportaje sea mejor. Si necesitas más tiempo, tómatelo, y demuestra que la calidad de tu trabajo ha merecido la espera.

Cuánta razón tenía. ¿De qué sirve correr cuando lo que nos piden nuestros lectores, nuestra audiencia, es entender? Lo triste es que, casi tres décadas después, todavía hay quien en este oficio cree que lo importante es ser el primero aunque la precipitación nos impida interpretar con acierto cuestiones complejas: el espectáculo por encima de la información, las prisas como un supuesto valor añadido (aunque nos conduzcan al descrédito). Y no me refiero a dejar que la actualidad deje de serlo y que lleguemos tarde, cuando ya no se nos requiere como periodistas, me refiero a aplicar cierta calma, la imprescindible para hacer bien nuestro trabajo. Y para que esa calma tenga su justa medida, y no se eternice (que tampoco se trata de eso), lo que se necesita es formación, capacidad de análisis, estudio, manejo rápido y certero de las fuentes apropiadas, uso preciso del lenguaje, cultura, contención, y, sobre todo, conocimiento del tema que vamos a abordar.

Uno de los argumentos más perversos que se ha ido imponiendo en el oficio periodístico es aquel que sostiene que uno sabe de algo al estar en el sitio donde ese algo se está produciendo (el mítico «conocimiento por ósmosis»). Es decir, si a uno lo envían a pie de incendio forestal, de volcán en erupción, de huracán, de pandemia o de vertido tóxico, automáticamente se convierte en un experto en incendios, volcanes, fenómenos meteorológicos extremos, pandemias o vertidos contaminantes, cuando el proceso debería ser justamente al contrario: uno sabe de incendios, volcanes, meteorología, pandemias o vertidos, y es por eso que lo envían a pie de suceso. Esto no pasa ni en política, ni en deportes, ni en economía, o pasa poco, pero en ciencia, y en medios generalistas, es el pan nuestro de cada día. Por eso tenemos especialistas en cualquier asunto que requiera conocimientos científicos, porque adquieren esa condición sencillamente, y de manera milagrosa, al recibir el encargo de hablar/escribir del asunto (y no digamos si te nombran enviado especial, circunstancia que de inmediato te catapulta al doctorado, sin tesis ni nada,  en la disciplina correspondiente).

Creemos estar informados, dice Rosa María Calaf, cuando en realidad estamos entretenidos. Y no, la misión de los periodistas no es entretener, es informar. La función debe estar por encima de la forma. Stephen Few, uno de los pioneros en reflexionar sobre los principios de eso que ahora llamamos visualización de datos, lo explica de manera muy clara refiriéndose al periodismo escrito, aunque puede aplicarse a cualquier medio: «…muchos profesionales toman los datos y se dedican simplemente a buscar una forma divertida y original de mostrarlos, en vez de entender que el periodismo consiste -una vez reunidas las informaciones- en facilitar la vida de los lectores, no en entretenerlos. El trabajo del diseñador de información no es encontrar el gráfico más novedoso, sino el más efectivo…».

Claro que es más fácil envolver en papel de celofán la nada: gesticular con aplomo, tener el nudo de la corbata bien hecho, lucir un maquillaje apropiado, sonreir (mucho), bromear (mucho), hablar alto y de forma atropellada… Y así se nota menos que, en realidad, no tenemos mucha idea de lo que estamos hablando, o tenemos una idea demasiado superficial y, por tanto, inapropiada para un (verdadero) periodista.

Una de las mayores pérdidas que ha sufrido este oficio es la desaparición de las maestras, de los maestros, cada vez más escasos, cada vez más arrinconados, devorados por esas mismas prisas, por esos fuegos de artificio que algunos tratan de defender como la quintaesencia del periodismo. Los jóvenes periodistas necesitan dónde mirarse, para no perderse y, extraviados, caer en la trampa del «aprendizaje por ósmosis», que no digo yo que no funcione para otras virtudes que tienen que ver más con el espíritu que con el intelecto (la bondad, la templanza, la empatía…) pero que en lo que se refiere al conocimiento no merece más consideración que algún programa de Iker Jiménez.

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Prólogo inexplicable: el borrador de este post lo escribí hace justamente un año, en pleno confinamiento. No es la primera vez que a la urgencia por expresarme le sigue el olvido de quien acumula demasiados textos. Este se quedó rezagado, oculto en un rincón del portátil, pero lo cierto es que hoy, doce meses después, sigue siendo, creo, oportuno.

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Enfrentarnos a una emergencia global del calibre de esta pandemia pone a prueba la resistencia de algunos de los pilares en los que se sostienen las sociedades democráticas, esas que aspiran al bienestar de sus ciudadanos. La sanidad pública o la investigación son los ejemplos más llamativos, por cruciales, de estas demoliciones para las que no hace falta, en algunos casos, demasiada dinamita.

Cerca, muy cerca, de esta primera línea, de esas vigas maestras, está el buen periodismo, sobre el que también descansan muchas de nuestras conquistas, muchos de nuestros derechos, muchas de nuestras garantías ciudadanas. Quizá no haya mejor momento, que este que nos brinda un diminuto patógeno, para hablar de la credibilidad de los medios de comunicación, porque la infección también ha servido para revelar la inquietante fragilidad de esta virtud innegociable.

El reto de la credibilidad” ha sido el título elegido por el vicedecano de Comunicación de la Universidad San Jorge (Zaragoza), Pepe Verón, para convocarnos a un oportunísimo webinar en el que he compartido cartel con mi buena amiga la politóloga Cristina Monge, asesora ejecutiva de ECODES, y el periodista, y editor del Área Digital de la Corporación Aragonesa de Radio y Televisión, Jorge San Martín. Y como en estas difíciles circunstancias somos muchos los que mantenemos la esperanza de mejorar espoleados por la emergencia, pocas horas después era APIA (Asociación de Periodistas de Información Ambiental) quien nos convocaba a un curso del Google News Lab sobre verificación digital, a cargo del periodista Pablo Sanguinetti.

Ambas circunstancias me permitieron ordenar algunas ideas personales sobre esta cuestión, la de la credibilidad de los medios, ideas que traigo a este blog para que no queden extraviadas en las profundidades de la selva de papel que estos días tapiza mi estudio. No sé si a estas reflexiones me ha movido el más desapasionado interés profesional o ha sido el asombro, la indignación y el desaliento que me está causando la producción, consumo y defensa de ciertas informaciones de bajísima calidad (o directamente falsas) con las que se está generando un clima de peligrosa turbidez y crispación social. Y no, no son desconocidos e iletrados los que se alimentan de estas patrañas. Muchas de ellas llegan a las mejores familias, a gente sensata, a ciudadanos responsables, a buenos amigos, a personas sencillas a las que infectan con esa otra enfermedad que sólo conduce al descrédito, la mala baba y el enfrentamiento estéril.

El descrédito no es nuevo.- La crisis de 2008 impactó con tal virulencia en la profesión periodística (sobre todo en nuestro país) que las cifras de destrucción de empleo y desaparición de medios de comunicación resultan demoledoras (mejor no pensar en los cálculos que haremos post-pandemia): en sólo cinco años, entre 2008 y 2013, se destruyeron en España más de 11.000 empleos periodísticos y se cerraron más de 280 medios de comunicación. En un escenario así el discurso dominante insistía en la urgente necesidad de “un nuevo modelo de negocio” para nuestro oficio, pero lo cierto es que yo, y quizá este sea un defecto generacional o vocacional, siempre he pensado que “negocio” y “periodismo” son dos conceptos que casan regular. Tiendo a creer, y quizá esta sea una manifestación de corporativismo, que los problemas de supervivencia en los medios de comunicación comenzaron cuando los periodistas cedieron el gobierno de las redacciones a gerentes, publicistas, financieros, empresarios, políticos encubiertos, analistas de audiencias… La supervivencia, directamente vinculada a la credibilidad, comenzó a resentirse porque el negocio y la información, el showbiz y el rigor, el interés partidista y el servicio público, el balance de resultados y el periodismo… casan regular. 

Es decir, estoy convencido de que arrastrábamos, antes de 2008, una severa crisis de credibilidad que es uno de los valores con que mejor se defiende un medio de comunicación. Estábamos sumidos, hacía ya unos cuantos años, en una terrible paradoja: jamás habíamos consumido tanta información pero jamás habíamos desconfiado tanto de la información consumida. Y en vez de poner remedio a este disparate, reparando las grietas de la credibilidad, nos lanzamos a levantar nuevos modelos de negocio sobre unos cimientos cada vez más frágiles. Buscábamos una respuesta empresarial a un problema cuyas causas están sobre todo vinculadas al propio ejercicio de este oficio, a una buena praxis periodística.

El espacio de la mentira.- La credibilidad perdida no sólo deja un terrible vacío en los medios de comunicación que padecen esta merma sino que, además, provoca el crecimiento de los bulos, las mentiras y las informaciones de pésima calidad. El espacio que no es ocupado por el periodismo creíble está siendo ocupado por el periodismo increíble (aunque este carácter no lo adviertan muchos receptores). Lo que nosotros no seamos capaces de narrar de manera rigurosa y fiable (y la pandemia es un ejemplo terrible de este fenómeno) será narrado, por otros, de manera engañosa y falsa. La mentira tiende a ocupar todas las grietas que va dejando una credibilidad mermada. El espacio de la mentira va creciendo y cada vez resulta más difícil de reconquistar.

Ciencia de saldo.- Si hay que hablar de política se busca a un periodista de política. Si hay que hablar de deporte se busca a un periodista de deporte. Si hay que hablar de virus, de vacunas, de cambio climático… cualquiera vale. La ciencia, más presente que nunca en nuestra vida cotidiana, sigue siendo una información de saldo en muchos medios de comunicación. Alucino con esos debates periodísticos sobre la COVID en manos de todólogos incapaces de distinguir un virus de una bacteria. Todólogos alimentados por los propios medios de comunicación para que pontifiquen con soltura y sin freno (en RRSS el desmadre no tiene límites). Y luego nos quejamos de que los ciudadanos estén atemorizados, confudidos, cabreados…

¿Cómo es posible que la mayoría de los responsables que gobiernan los medios de comunicación sean unos analfabetos científicos y que presuman de esta carencia en un momento en el que la ciencia es la materia prima con la que se construye gran parte de la actualidad? Importa más la audiencia que el rigor, el espectáculo contamina la información, los sucesos se imponen a los procesos, vale más correr que entender… No, todo lo que nos ofrecen los medios de comunicación no es periodismo, aunque se le coloque ese disfraz para así dignificar la morralla y el ruido.

Los límites de la libertad de expresión.-  Entre las pequeñas conquistas que hemos podido anotar en este escenario de algarabía y confusión está la que pone límites a la libertad de expresión. Sí, límites a lo que algunos creían ilimitado o, más bien, defendían como ilimitado para poder así violentar la propia esencia de este derecho. Ya era hora de que abandonáramos ese falso pudor por el que estábamos dispuestos a defender lo que no merece ser defendido en un verdadero Estado de derecho.

La libertad de expresión no puede amparar la mentira y los bulos malintencionados, sobre todo en situaciones de alarma en las que la población es particularmente vulnerable a las informaciones tendenciosas. Las críticas no deben tener límites, revelar datos incómodos pero veraces no debe tener límites, pero la mentira sí, la mentira no puede estar amparada por ninguna ley y menos cuando busca enturbiar la vida pública. Una colega defendía esta tesis recurriendo a un ejemplo clásico bastante elocuente, un ejemplo que tiene como protagonista a Oliver Wendell Holmes Jr., juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, quien en 1919 escribió: La protección más rigurosa de la libertad de expresión no protegería a un hombre que gritara falsamente <fuego> en un teatro provocando el pánico”. Hoy, ahora, en plena crisis sanitaria hay quien grita falsas consignas de alarma con la única intención de generar (más) pánico, y en vez de censurarlo, o silenciarlo, desde los medios de comunicación le prestamos un peligroso altavoz. Y así nos va.

Periodismo digno en condiciones indignas.- Nunca he entendido cómo es posible embarcarse en sesudos análisis sobre el futuro del periodismo sin pasar, aunque sea de puntillas, por las condiciones laborales de los periodistas. Antes de la crisis de 2008 referirse, en público, a los horarios, sueldos, tipo de contratos o arbitrariedades contractuales, que sufrían, que sufren, que sufrimos, la mayoría de los periodistas era casi un tabú. Ahora ya no sentimos aquel pudor, aquella vergüenza o aquel miedo, pero nada ha mejorado porque un día nuestros receptores supieran en qué condiciones se trabaja en este oficio.

¿Cómo se hace periodismo digno en condiciones indignas? ¿Cómo ser creíbles si trabajamos en condiciones increíbles? ¿Con qué profundidad nos vamos a acercar a temas complejísimos si apenas disponemos de tiempo, de reposo, de medios? ¿Qué está ocurriendo en la situación actual, en qué condiciones están, estamos, trabajando los periodistas en la vorágine de esta pandemia? ¿Qué está ocurriendo con el periodismo de proximidad, el más valioso en situaciones de alarma pero también el más frágil por su pequeño tamaño? ¿Cuántos medios, cuántos periodistas, van a sobrevivir a la pandemia? ¿En qué condiciones se trabajará en esos medios capaces de sobrevivir?

¿Y los medios públicos? ¿Qué papel desempeñamos, qué papel deberíamos desempeñar, qué papel vamos a desempeñar el día después?  Se nos vuelve a conceder una nueva oportunidad, otra oportunidad más, para defender la virtud más valiosa en situaciones de emergencia: el carácter de servicio público. Pero ese carácter sólo puede defenderse desde la credibilidad, una virtud de muy difícil (pero no imposible) conquista en un medio público, una virtud que se adquiere con muchísimo trabajo y muchísima dificultad y muchísimo tiempo y que, sin embargo, se pierde en un instante, y lo peor es que una vez perdida puede que jamás vuelva a recuperarse por mucho empeño que pongamos en ello.

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Nuestra memoria es débil, pero ya se ocupan las hemerotecas de recordarnos lo que no debería causarnos sorpresa. En la imagen (de la Biblioteca Nacional) algunos titulares de prensa a propósito de la «gripe española» de 1918.

Hace 15 años en este país los virólogos estaban escondidos, trabajando en sus cosas, investigando en silencio. Hoy los encuentras en la cola del supermercado, en las redes sociales y en las tertulias de radio y televisión. España se ha llenado de resueltos virólogos, aunque los de verdad, los que se dedicaban a estos patógenos hace 15 años, siguen trabajando en la sombra y (la mayoría) se cuidan mucho de opinar, sin fundamento ni rigor, en mitad de esta emergencia.

Una de las ventajas de haberme especializado en información científica y ambiental es que, después de llevar casi 40 años escribiendo de estos asuntos en medios de comunicación (me estrené en el diario Nueva Andalucía un lejano 3 de diciembre de 1981, hablando del valor ecológico de los humedales del Bajo Guadalquivir), hay pocos temas que me sorprendan y pocos especialistas de salón que me seduzcan. Por eso me llama la atención, por ejemplo, con qué asombro hablan algunos colegas de los efectos del cambio climático, cuando el diario El País ya informaba con detalle de esta cuestión en 1976; la alarma que desata el virus del Nilo, presente en las marismas del Guadalquivir desde hace décadas, o la repentina atención que merece el vínculo entre la pandemia de COVID19 y determinados factores ambientales, cuando yo mismo me pasé dos años (2005-2006) escribiendo, con cansina insistencia, a propósito de esa peligrosa relación entre enfermedades emergentes, factores ambientales y globalización. De aquella época me siguen pareciendo particularmente valiosas las entrevistas que hice a Adolfo García-Sastre, algunas de ellas emitidas en Canal Sur Televisión (octubre 2006), uno de los máximos expertos en gripe de todo el mundo, al que entonces pocos conocían en nuestro país y que traje desde Nueva York para que dictara, en Córdoba, una de las conferencias del Seminario Internacional de Periodismo y Medio Ambiente de cuya dirección me ocupé durante más de una década.  

Este país se ha llenado de resueltos virólogos, y donde más abundan los todólogos, seamos sinceros, es en los medios de comunicación…

No es la primera vez que presumo en este blog de hemeroteca doméstica. En ella vuelvo a sumergirme hoy, aprovechando las muchas horas de encierro a la que nos obliga el coronavirus, para rescatar algunos párrafos de aquellos textos en los que ya aparecía el temor a una pandemia, la necesidad de controlar el salto de patógenos de animales silvestres a humanos, los riesgos de la globalización en la dispersión de virus a escala planetaria, el vínculo de estas enfermedades con el cambio climático o la atención prioritaria que debería prestarse al trabajo científico y, en particular, al desarrollo de vacunas. Todo suena muy actual, ¿verdad?, pues como veréis lo escribí hace más de 15 años. ¿En qué hemos empleado el tiempo en estos tres largos lustros?

“Virus con alas”. Crónica en verde. El País, 12 de septiembre de 2005

Link: https://elpais.com/diario/2005/09/12/andalucia/1126477345_850215.html

La FAO ha advertido que las aves infectadas [por gripe aviar] en Siberia y Kazajstán pueden alcanzar fácilmente zonas del Caspio, el Mar Negro y los Balcanes, extendiéndose por algunos enclaves del sureste europeo en donde, precisamente, los ejemplares del centro y norte de Europa se mezclan con los de Asia, y el contacto de ambos grupos facilitaría la extensión de la epidemia hacia territorios aparentemente a salvo.

[…]

La Organización Mundial de la Salud, en su último informe sobre la cuestión, fechado el 18 de agosto, admite que “es imposible controlar la gripe aviar en las aves salvajes, y ni siquiera vale la pena intentarlo”. Al igual que la FAO, la OMS recuerda que el papel de estos animales en la propagación de las cepas más agresivas del virus “sigue siendo en gran parte desconocido”.

“La salud incierta”. Crónica en verde. El País, 24 de octubre de 2005

Link: https://elpais.com/diario/2005/10/24/andalucia/1130106148_850215.html

La crisis sanitaria desatada en torno a la gripe aviar ha puesto de manifiesto un conjunto de patologías que afectan a la salud humana y que, en gran medida, están determinadas por las condiciones ambientales y las perturbaciones que hemos ido introduciendo en ellas. Enfermedades exóticas, o erradicadas hace tiempo de determinados territorios, se hacen presentes debido, por ejemplo, al cambio climático, a las migraciones animales o al trasiego de personas y mercancías entre puntos geográficos muy distantes.

[…]

Los especialistas de la OMS que estudian el problema de la gripe aviar consideran que si el temido virus consigue finalmente mutar y adquiere la capacidad de transmitirse de persona a persona, el escenario más peligroso, en la más que probable pandemia estarían implicados los modernos sistemas de transporte. Es decir, el virus no llegaría a destinos alejados del sudeste asiático por medio de las aves migratorias si no que, muy posiblemente, alcanzaría enclaves remotos, como Europa, por medio de personas infectadas que tomaran, por ejemplo, un avión.

“Los orígenes del virus”. Crónica en verde. El País, 23 de enero de 2006

Link: https://elpais.com/diario/2006/01/23/andalucia/1137972137_850215.html

Precisamente este virus, el de la gripe española, ha podido reconstruirse gracias a un complejo proyecto científico en el que ha participado un español, el microbiólogo Adolfo García-Sastre, profesor en la Facultad de Medicina Monte Sinaí, de Nueva York. Un especialista que acaba de visitar Sevilla para reunirse con sus colegas de la Estación Biológica de Doñana, dedicados a la identificación de virus en poblaciones de aves silvestres, cuestión que podría resultar decisiva a la hora de prevenir la temida pandemia.

                Pregunta. ¿De qué manera están relacionados los virus de la gripe presentes en aves y aquellos otros que son propios de la especie humana?

                Respuesta. Los virus de la gripe que afectan a humanos son virus muy determinados, de los que, en la actualidad, sólo existen dos tipos. Estas dos variantes también están presentes en las aves que, además, se ven afectadas por otros 16 tipos de virus de la gripe. Los virus pandémicos aparecen cuando un virus propio de aves es capaz de infectar a humanos. Este salto no es fácil, porque cada virus está adaptado a su propio huésped y no se propaga con facilidad en otro.

                P. Sin embargo ese salto es posible, y ha podido incluso certificarse en el virus de la gripe española de 1918, que usted, junto a otros especialistas, ha sido capaz de reconstruir.

                R. El virus de 1918 tiene unas secuencias muy parecidas a las que encontramos en virus de aves, aunque ambos son un poco distintos porque aparecen ciertos cambios que diferencian a uno y a otros. Es muy posible que en esas secuencias, que hemos identificado en algunos genes, se encuentre la clave que explique por qué un virus propio de aves es capaz de cambiar lo suficiente como para adaptarse a los humanos. Estamos, por tanto, tratando de precisar las características de esas secuencias porque así sabremos hasta qué punto un virus de aves será capaz de infectar a humanos. ¿Se necesitan diez cambios?, ¿veinte cambios?, ¿cuarenta cambios? Cuantos más cambios hayan de producirse en el perfil genético del virus menor riesgo existe de que sea capaz de saltar a humanos.

                 P. ¿El virus de 1918 fue capaz desaltar directamente de aves a humanos?

                R. Sabemos que en otras pandemias, como la de 1957, lo que ocurrió es que un virus de gripe humana fue capaz de adquirir un par de genes de virus propios de aves. En el caso de 1918 no podemos asegurar que se produjera un salto directo de aves a personas, porque no tenemos muestras de virus de humanos que circularan antes de esa fecha, pero debido a las similitudes que este virus presenta con respecto a los que afectan a las aves esta es una hipótesis en la que estamos trabajando. Es posible que un virus aviar, después de una serie de cambios, sea capaz de saltar directamente a humanos.

                P. ¿Es posible anticiparse a ese salto? ¿Podemos identificar a los virus candidatos a producir una pandemia?

                R. Si somos capaces de identificar las secuencias que en determinados genes explican el éxito de un virus a la hora de infectar a humanos, propagarse a gran velocidad y causar enfermedad, podremos reconocer virus que, con las mismas secuencias, se encuentren en la naturaleza, o bien virus que estén cerca de adquirir esas secuencias, virus que necesiten pocos cambios para convertirse en pandémicos. Esos virus serían los que tendríamos que vigilar de cerca porque, potencialmente, son los más peligrosos. Al mismo tiempo, estamos investigando los mecanismos que, a nivel molecular, se desencadenan a partir de esas secuencias genéticas, mecanismos que hacen que la enfermedad sea más severa, porque el conocimiento de estos mecanismos nos permitirá desarrollar fármacos específicos capaces de neutralizarlos. Y esas mismas herramientas moleculares nos van a servir también para diseñar vacunas más efectivas.

                P. ¿Los virus H5, que ahora concentran el temor de todos los especialistas, terminarán por convertirse en virus pandémicos?

                R. Las pandemias han existido siempre, y cuando se producen la mortalidad se dispara, como ocurrió en 1918, cuando la tasa de mortalidad, en una circunstancia extrema, llegó a alcanzar el 2 %. Las pandemias ocurren a intervalos de entre 10 y 90 años, y la última que tenemos registrada es la de 1968. Lo que sí sabemos ahora, y no sabíamos antes, es que los virus proceden de las aves y por eso hay que evitar el contacto entre aves silvestres y domésticas, y entre aves y humanos, como factor de prevención. De todas maneras, no es tan fácil decir que los virus H5 van a ser capaces de producir una pandemia, y si lo fueran tampoco parece probable que sean tan letales una vez que comiencen a propagarse de humanos a humanos, ya que en la actualidad sus tasas de mortalidad rozan el 50 %.

                 P. ¿Disponemos de tiempo? ¿Será posible contar con esas nuevas herramientas de prevención y tratamiento antes de que aparezca una pandemia?

                R. La cuestión del tiempo no es fácil de predecir, pero si para algo ha servido el miedo, quizá exagerado, que ha producido toda esta situación, es para que los gobiernos tomen conciencia de lo grave que resultaría una pandemia y preparen la infraestructura necesaria para fabricar vacunas con rapidez y contar con suficientes antivirales, recursos de los que ahora mismo no disponemos.

Al mismo tiempo que se diseña este sistema de alerta temprana hay que estar preparados para interrumpir la cadena de transmisión del virus. Ya que no es fácil que el  patógeno salte directamente de aves silvestres a humanos, hay que concentrar la atención en los huéspedes intermedios, las aves domésticas, a las que hay que sacrificar en cuanto existan indicios de un brote infeccioso. La última barrera de contención habría que levantarla en el caso de que la enfermedad se transmitiera entre humanos, y en este caso habría que recurrir a vacunas específicas y antivirales efectivos, dos elementos, insiste García-Sastre, “que sólo pueden obtenerse fomentando la investigación y disponiendo de la infraestructura necesaria para actuar con rapidez”.

“Enfermedades sin fronteras”. Revista Estratos, otoño 2006

El sur de España, por el que discurren las rutas migratorias que usan las aves que van y vienen a África, es, en el caso del virus del Nilo, una zona de alto riesgo, como aseguran Rogelio López-Vélez, especialista de la Unidad de Medicina Tropical del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, y Ricardo Molina, especialista de la Unidad de Entomología Médica del Instituto de Salud Carlos III. Y no se trata de un riesgo potencial sino que ya se tienen evidencias de la llegada del patógeno a tierras españolas, puesto que estudios realizados entre 1960 y 1980, detallan estos expertos,  “demostraron la presencia de anticuerpos en la sangre de los habitantes de Valencia, Galicia, Doñana y delta del Ebro, lo que significa que el virus circuló en nuestro país por entonces.

[…]

Algunas de las alteraciones ligadas al cambio climático, como un cierto aumento de la temperatura media, incrementarían el riesgo de transmisión de esta enfermedad, circunstancia que afecta a otras muchas dolencias, exóticas o ya erradicadas en territorio español, circunstancia que han puesto de manifiesto en sus trabajos de investigación los doctores López-Vélez y Molina y que también se incluye entre las advertencias recogidas en el documento “Evaluación preliminar de los impactos en España por efecto del cambio climático”, publicado por el Ministerio de Medio Ambiente. Recurriendo a una explicación simplificada, se puede decir que pequeñas variaciones en la temperatura, las precipitaciones o la humedad podrían afectar a la biología y ecología de ciertos vectores, como los mosquitos, y afectar también a los hospedadores intermediarios de dichas enfermedades o a sus reservorios naturales. 

Revista Sierra Albarrana, octubre 2006

Entrevista a Adolfo García-Sastre, profesor de Microbiología en la Facultad de Medicina Monte Sinaí (Nueva York).

P. ¿Disponemos de tiempo? ¿Será posible contar con esas nuevas herramientas de prevención y tratamiento antes de que aparezca una pandemia?

R. […] Siendo optimista, podemos decir que hoy estamos mejor preparados que hace cinco años, pero siendo pesimista creo que es necesario advertir que tenemos los conocimientos adecuados para enfrentarnos a una emergencia de este tipo pero, sin embargo, aún no hemos desarrollado las capacidades suficientes para hacerlo. Y tanto en lo que se refiere a conocimientos como a capacidades hay que insistir en el hecho de que cualquier acción debe plantearse a escala planetaria, porque de poco sirven los esfuerzos de un grupo de países frente a enfermedades que no saben de fronteras.

Revista Estratos, invierno 2006

Entrevista a Adolfo García-Sastre, profesor de Microbiología en la Facultad de Medicina Monte Sinaí (Nueva York)

                P. ¿Qué evidencias científicas se han obtenido a partir del estudio de anteriores pandemias?

                R. Sólo hay dos pandemias de gripe, la de 1957 y la de 1968, de las que conocemos exactamente cuál fue la composición del virus que las provocó, y en ambos casos el patógeno, sobre un total de ocho genes, tenía de cinco a seis genes que ya estaban presentes en virus de la gripe que afectaban a humanos, virus que ya estaban circulando. Es decir, sólo dos o tres genes cambiaron para adquirir determinantes genéticas procedentes de algún virus de aves. ¿Cómo se originó, pues, el virus pandémico? Nuestra hipótesis es que tuvo que originarse por co-infección en algún huésped que fue infectado, al mismo tiempo, por un virus de aves y un virus humano. Ese huésped pudo ser un cerdo pero también pudo ser un humano. Además de esa co-infección fue necesario que el virus resultante incorporara algunos cambios más hasta lograr transmitirse entre humanos con eficacia. Así se generó la pandemia, y por eso ahora ponemos tanto el acento en la necesidad de prevenir infecciones en los animales domésticos, sacrificando de inmediato a los ejemplares que estén afectados por la enfermedad, ya que estos son el paso intermedio necesario para que finalmente se genere un virus pandémico. En resumen, hay que estar preparados para interrumpir la cadena de transmisión del virus. Ya que no es fácil que el  patógeno salte directamente de aves silvestres a humanos, hay que concentrar la atención en los huéspedes intermedios.

                P. Cuando se desató el temor a una pandemia de gripe aviar se dispararon las ventas de ciertos antivirales. ¿Serían realmente efectivos ante una enfermedad de estas características?

                R. Los antivirales son efectivos, bajo ciertas circunstancias, de un modo profiláctico, de manera que, en caso de pandemia, pueden evitar la infección. Pero, aún así, su uso generalizado podría, en algunos casos, fomentar, de manera muy rápida, el desarrollo de virus mutantes resistentes al antiviral, y esto causaría un problema añadido. Además, si una persona quiere estar protegida durante el desarrollo de la pandemia necesitaría tomar una dosis continuada mientras el virus esté circulando, lo que supone medicarse durante, por ejemplo, tres meses, y en la actualidad no existe capacidad para producir tal cantidad de antivirales, si lo que realmente queremos es proteger a toda la población.

                P. ¿Serían entonces las vacunas el único recurso capaz de proteger a la población a gran escala? 

                R. No puede existir una vacuna hasta que no sepamos exactamente cuál es el virus que causa la pandemia. A partir de ese momento se inicia una auténtica carrera para producir la vacuna, distribuirla y vacunar a los ciudadanos. Por tanto, lo que debemos hacer ahora es engrasar ese mecanismo, a escala internacional, de manera que los plazos se acorten al máximo. Además, debemos potenciar la investigación en busca de vacunas más eficientes, vacunas que sean capaces de ofrecer protección con una dosis diez veces más baja que la que ahora venimos utilizando. Si somos capaces de lograr esta reducción en la dosis habremos resuelto el problema de la producción, seremos capaces de cubrir a mucha más población con los medios disponibles. 

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La imagen vale mucho más que las miles de palabras que se dijeron en la clausura de la COP25. Ese día, cuando por la mañana, bien temprano, entré en la Zona Azul de la Cumbre del Clima, en el área institucional, me encontré con esta metáfora y sencillamente la fotografié con mi móvil, sin otros testigos que unos operarios que bromeaban con la faena que les habían encomendado. Un reflejo de periodista al que no di demasiada importancia… pero la imagen, para mi sorpresa (o no), se ha hecho viral. A ver en qué envolvemos la COP26 😦 (Fotografía: José María Montero).

Los que seguís este blog para minorías sabéis que pertenezco a un oficio donde está muy mal visto no saber de algo, de-lo-que-sea… de todo. La condición de todólogo es connatural al propio ejercicio del periodismo, y si para colmo trabajas en televisión, o en sus alrededores, se te presume la omnisciencia. Quizá por eso a casi nadie ha extrañado que en pocas semanas el universo mediático español se haya visto enriquecido con una extensa nómina de sesudos especialistas en cambio climático, resueltos analistas de los mercados de carbono, meticulosos peritos en dinámica atmosférica, agudos estrategas en gobernanza ambiental y, cómo no, avispados profetas de lo-que-está-por-venir (tanto si actuamos como si no actuamos: interpretar la acción o la inacción, desde la ignorancia, suele ser un empeño poco o nada riguroso que predispone a esos caprichosos vaivenes).

Con el desparpajo que sólo está al alcance de los auténticos gurús he visto a colegas que -sin sonrojarse- han pontificado sobre la COP25 -sin pisarla-, hilando unas cuantas frases hechas, transitando por los correspondientes lugares comunes y rasgándose las vestiduras en defensa, of course, de todo lo políticamente correcto. A estos tres ingredientes facilones les colocas un poco de literatura (sin reparar en digresiones, golpes de pecho y guiños pseudofeministas), algunas citas posturosas (que no falte Thoreau, por supuesto) y unas ilustraciones molonas, y ya tienes un best-seller para calmar conciencias, hacer caja y alimentar el ego-eco-friendly. A falta de un editor avispado, con esta misma materia prima se puede montar un curso universitario (y hasta un máster), un think tank de andar por casa o, prácticamente gratis, un manifiesto revolucionario y una campaña en redes sociales de esas que, aún abusando de obviedades y faltas de ortografía, te aúpan al Olimpo de los influencers.

Cuando para Canal Sur Televisión cubrí la Cumbre de la Tierra (Río de Janeiro, 1992) los periodistas ambientales éramos cuatro gatos. En la COP25 (Madrid, 2019) la familia de plumillas verdes ha tenido su propia zona de trabajo (gracias a APIA). No pudimos posar todos (por la Cumbre andábamos unos 40 ambientales -de los casi 200 periodistas españoles acreditados-), pero aquí tenéis una buena muestra de este green-dream-team 🙂 La especialización como valor innegociable del buen periodismo.

Ya os conté qué virtudes profesionales, a mi corto juicio, eran necesarias para sobrevivir a una COP (si uno pensaba abordarla como periodista y no como simple redactor de ideas ajenas), y también relaté el día después de una Cumbre del Clima con sus claroscuros, sus mensajes entre líneas y sus notas a pie de página. Ahora, hoy, un mes después de cubrir la COP25 para los informativos diarios de Canal Sur Televisión, vuelvo a las andadas, rebuscando en las zonas de sombra de un encuentro inabarcable la sustancia inmaterial con la que tejer algunas reflexiones propias (si es que existen reflexiones estrictamente propias), mensajes entrelíneas que escapen del murmullo, grisáceo y monótono, que se ha instalado en las redes.

Prólogo: ni puristas, ni pesimistas.

La primera cautela decisiva (porque pertenece al capítulo de las obligaciones higiénicas) es acometer cualquier análisis AfterCumbre alejándose, a la misma prudencial distancia, tanto de los puristas como de los pesimistas. Unos y otros son veneno a la hora de enfrentarse a esta emergencia climática. Los primeros porque, convencidos de estar en posesión de la verdad absoluta, carecen de la humildad necesaria para escuchar, dialogar, ceder y acordar. Consumen más energía en censurar las opiniones ajenas que en argumentar las propias. Y los segundos porque, en el mejor de los casos, han llegado a la conclusión de que compartir todo tipo de malas noticias nos predispone a la acción, olvidando que ese abuso de catastrofismo sólo conduce a la angustia y/o la indiferencia suicida. Si añadimos el postureo (recordad: que no falten las citas de Thoreau ni los guiños pseudofeministas) entonces ya tenemos la peligrosa «Triple P» del ambientalismo simplón. !Vade retro!

1.- Rebajemos la escala: la gobernanza de lo cercano.

No nos obsesionemos con la deserción de Donald Trump (deserta de todo aquello en donde no pueda imponer su criterio imperial, ya sea la OTAN, el Acuerdo de París o la OMC) o la tibieza de algunos otros emperadores. El cambio climático es un problema global que exige alianzas globales, sin duda, pero la acción local está adquiriendo una fuerza de tal calibre que, en algunos casos, la suma de esas iniciativas de pequeña o mediana escala supera con creces los efectos de algunas pomposas deserciones estatales. ¿Cuántas empresas, ciudades, estados, universidades, provincias, comunidades autónomas, ciudadanos, están ya actuando para frenar el cambio climático?

Si conseguir un nuevo modelo de gobernanza planetaria se antoja una tarea aún más compleja que el nacimiento de la Sociedad de Naciones (cuya enzima decisiva fue la I Guerra Mundial, ojo), trabajemos en el desarrollo de la gobernanza local, de la gobernanza de barrio, de colegio, de empresa, de familia. Proyectemos nuestros buenos deseos en lo cercano, y no sólo en lo que se refiere a la acción sino también en la educada reclamación (pidamos a los que más responsabilidad tienen que sean los que más se impliquen). Alimentemos la creatividad antes que la reactividad, pero (por favor) que no nos confundan azuzando nuestro sentimiento de culpa los que tienen mucha más culpa que nosotros.

Si la lucha contra el cambio climático se nos antoja inabarcable, rentabilicemos nuestro esfuerzo en los cambios domésticos. Cada vez estoy más convencido de que la única revolución posible es la revolución de lo próximo, de lo cercano. Menos mítines, arengas y soflamas, menos teatro, y más sonreírle al vecino, llegar al trabajo silbando, pedir perdón, decir buenos días, abrazar, ceder el paso, no tocar el claxon, echarle una mano al amigo, dar las gracias, preguntar al que está triste, no exigir, no suponer, no amenazar, no maquinar, brindar con la gente a la que quieres y decirle que la quieres, escuchar en silencio al que discrepa, regalar música o vino sin motivo, etc… etc… etc… La sostenibilidad tiene mucho que ver con el respeto y la convivencia, así es que no es mal comienzo este esfuerzo, nada intrascendente, por mejorar el espacio interpersonal y a partir de ahí… ir aumentando la escala.

2.- Abran paso, llegan los niños.

Si ponemos la lupa generacional sobre este problema aparecerán, también, las ventajas de reducir la escala. No son sólo jóvenes, que ya se habían incorporado a esta movilización y lo que han hecho es reforzar su presencia y su compromiso, ahora aparecen los niños, ahora se suman al escenario de la acción y la reclamación los menores de edad, algo que espanta a tantos voceros (o será que son pocos pero hacen mucho ruido) que algún poderoso valor debe tener, seguro, este fenómeno. Con tanta fuerza ha irrumpido la infantilización (en el mejor sentido del término) en este debate climático que en la COP25 los imperturbables miembros de seguridad de la ONU, en una decisión incomprensible, desalojaron del espacio de negociación, y hasta amenazaron con retirarles la credencial, a algunos de estos chiquillos (y de paso nos inmovilizaron, en tierra de nadie, a los pocos periodistas que estábamos presentes en la burda maniobra).

Los más jóvenes no tardaron en subirse al escenario del plenario, pero no estoy muy seguro de que, además de oirlos, los escucharan. (Foto: José María Montero)

La educación (insisto) no está reñida con la rebelión, con la resistencia, con la protesta. No. En esto también nos está dando una lección, a los adultos, Greta Thunberg y el movimiento de escolares europeos al que sirve de inspiración (por cierto, la generación mejor formada en la historia del continente). No los molestemos, hagámonos a un lado o, mejor aún, coloquémonos detrás, siguiendo, con respeto, su estela. No seamos como esos políticos que el día-mundial-de-lo-que-sea sostienen la pancarta que abre la manifestación-de-lo-que-sea, los que se suben a la mesa-presidencial-de-lo-que-sea, los que cortan la cinta-de-lo-que-sea.

Si tecleamos en Google para rastrear qué valores aporta la infancia al conjunto de la sociedad, qué nos aportan los niños, de qué manera la mirada de los más pequeños es valiosa en la resolución de problemas que parecen superar su capacidad de entendimiento, nos encontraremos con miles de referencias que, malinterpretando nuestra pregunta, nos conducen en la dirección contraria, insistiendo en todo lo que los niños pueden aprender de los adultos. Y digo yo que, viendo cómo nos enfrentamos los adultos a ciertos problemas, quizá merezca la pena hacerles un poco más de caso no sólo a los jóvenes sino también a los niños y permitirles, incluso, aprender del valiosísimo fracaso que casi siempre precede a los hallazgos decisivos.

Estamos en buenas manos, en las manos de los que aún saben jugar y tienen ojos que ven lo que tocan. Foto: José María Montero.

Cuando me asomé a una festiva manifestación de niños que reclamaban justicia climática a la entrada de Ifema, en las puertas de la COP25, un adulto, a la vista de las canciones, pancartas ingeniosas y caras pintadas, aseguró que en realidad «estaban jugando». Tal vez no se dio cuenta que justamente en ese supuesto menosprecio estaba el poder de un grupo que, por edad, jamás había pisado una Cumbre. Quizá si el ocurrente adulto hubiera leído a Tonucci (perdonad la suposición -sin pruebas- y la pedantería -sin arrogancia-) entendería el valor (oculto) de lo que estaba viendo: «Jugar para un niño es la posibilidad de recortar un trocito de mundo y manipularlo, sólo o acompañado de amigos, sabiendo que donde no pueda llegar lo puede inventar» (Francesco Tonucci). La creatividad, claro que sí, es la bendita creatividad sin límites que los adultos perdimos en el camino o dejamos maltrecha a cuenta de recibir mandoblazos y embutirnos en apretados corsés.

¿Qué hacemos para defender la creatividad en una sociedad así, en un sistema educativo así, en unas empresas así, en unas familias así? ¿Quién protege a los creativos? ¿Quién los defiende de la rutina y el orden? ¿Quién se ocupa de estos exploradores sin los que resultará imposible descubrir soluciones a los grandes problemas de la humanidad, desde el cáncer hasta la depresión pasando por el cambio climático? ¿Quién, sin entenderlos, juzgará imprescindible su manera de hacer, fresca, heterodoxa y hasta caótica? ¿Cómo sobrevivirán a los mediocres y a los estúpidos, a los puros y a los pesimistas, siempre conspirando en contra de la diferencia?

Abran paso, llegan los niños (y las niñas, cuidado…).

3.- Al planeta le da igual.

Ya sé que quedan monísimas las fotos de osos polares, de paradisiacos arrecifes de coral, de tupidos bosques boreales y de koalas, pero si seguimos insistiendo en el impacto del cambio climático en los elementos más llamativos de nuestra naturaleza nos olvidaremos de que al planeta, en todas sus manifestaciones (monísimas, insulsas o feorras), le importa un pimiento el cambio climático. El planeta se adaptará, una vez más, a lo que venga, y en ese tránsito, una vez más, habrá perdedores y ganadores (efectivamente: nosotros, los humanos, somos perdedores natos).

«Nos enfrentamos a riesgos, llamados existenciales, que amenazan con barrer del mapa a la humanidad», explica Anders Sandberg, investigador del Instituto para el Futuro de la Humanidad (Universidad de Oxford). Y detalla: «No se trata solo de los riesgos de grandes desastres, sino de desastres que podrían acabar con la historia». Quizá ha llegado el momento de pasear menos a los koalas y un poco más a los habitantes de Tuvalu, dejar de lamentar la terrible existencia de los osos polares y mostrar la lucha por la supervivencia en las aldeas del Sahel castigadas por sequías desproporcionadas que alargan el soudure, moderarnos en la exhibición de los glaciares, los bosques boreales, las selvas tropicales o los arrecifes de coral (como único referente estético a la hora de alertar sobre el cambio global) y poner el acento en las comunidades rurales sin futuro o en los inhóspitos arrabales de las megalópolis.

La naturaleza, creo, no debería usarse como sobresaliente espejo de la catástrofe, porque la catástrofe la vamos a sufrir los que miramos, arrobados, a esa naturaleza que no tiene en si misma más sentido que el que nosotros, pobres víctimas, queramos otorgarle. Mejor que hablar de lo que podemos hacer por salvar esa naturaleza, para la que somos un elemento banal, creo que debemos insistir en lo que la naturaleza puede hacer por nosotros, por nuestra propia supervivencia como especie, y aplicarnos en la tarea no sólo de conservarla sino, sobre todo, de restaurarla (o dejarla en paz, para que lo haga ella misma).

4.- Escuchar a los pequeños.

Tan impoluta luce esta sala de reuniones en la COP25 que el resultado de cualquier debate se antoja inevitablemente estéril. Foto: José María Montero.

¿Os acordáis del Senado Imperial de Coruscant? Sí, el de Star Wars (Episodio III, La Venganza de los Sith), esa especie de colmena circular, gigantesca y oscura, en donde están representados los miles de mundos habitados que componen el cinematográfico imperio galáctico. Todos están representados, sí, pero el poder recae en un grupo reducido de mundos que dejan que la voz de los pequeños se oiga pero que no se escuche. Inspirado (asegura la Wookieepedia) en las maniobras de Augusto para transformar la República Romana en el dictatorial Imperio Romano, el Senado de Coruscant muestra esa fórmula aparentemente democrática en la que todos pueden hablar, pocos son escuchados y sólo una discreta minoría disfruta de auténtico poder ejecutivo.

No sé por qué el plenario de la COP21 (París) me recordó esa deshumanizada imagen galáctica, la misma que encontré en la COP25 (Madrid). Pude escuchar sin trabas a los pequeños, incluso a los muy pequeños, pero no estoy muy seguro de que el resto de la colmena estuviera atenta a sus alegatos (no confundir las exquisitas normas de protocolo que dicta la diplomacia internacional con la escucha atenta). Y fueron en esos discursos humildes, de países y colectivos humildes, donde encontré las más crudas evidencias del sufrimiento que ya está causando el cambio climático, los más desesperados y sinceros mensajes de socorro, las propuestas más atrevidas y ecuánimes. Escuchando a los más pequeños supe de la urgencia, de la emergencia, sin eufemismos ni rodeos alambicados. ¿Y qué hacían mientras tanto los grandes? Pues algunos aprovecharon para darse un paseo (EEUU), consultar el Whatsapp (aquí la lista es larga, aunque me dio la impresión de que los gigantes asiáticos ganaban por goleada), mostrar su escaso liderazgo y su incapacidad para la negociación ambiciosa (Chile) o hacerse notar sacando su lado más bravucón (Brasil).

¿Agotamiento? ¿Aburrimiento? ¿Sueñan los delegados con bosques eléctricos? Foto: José María Montero.

PD: La prórroga de la clausura, que convirtió a la COP25 en la más larga de la historia, obligó a algunas de las delegaciones (sí, las pequeñas, las humildes) a regresar a sus países sin poder participar en las deliberaciones finales. No, no es que tuvieran prisa, es que no podían asumir el coste de un cambio de vuelos y hoteles. A veces para votar es imprescindible poder pagar. Money, money…

5.- El tiempo del sufrimiento.

La emergencia climática requiere el diseño de nuevos paradigmas en el terreno de la economía, de la ecología, de la politología… pero lo que más necesitamos, es reforzar la empatía, antes incluso de ese esfuerzo por multiplicar los conocimientos académicos. La empatía, que no requiere de cátedras ni de inversiones millonarias, es una virtud muy poderosa que, sin embargo, se nos antoja cada vez más rara y escasa.

Ha llegado el tiempo del sufrimiento, es el precio de la inacción, y la inercia del cambio climático que, aún actuando de forma urgente y decidida (algo que no parece posible), va a originar una dolorosa crisis humanitaria en multitud de territorios, algunos de ellos a escasos kilómetros de casa. Si no somos capaces de ponernos en el pellejo del otro, si pensamos que el dolor no nos va a alcanzar a nosotros, si miramos para otro lado convencidos de que las inundaciones, las olas de calor, las sequías o las enfermedades emergentes sabrán discriminar nuestro lugar de nacimiento, el saldo de nuestra cuenta corriente, el escudo de nuestro pasaporte o nuestro color de piel… es que nos fallan el cerebro y el corazón.

Tal vez nuestras capacidades como especie, incluida la empatía, se están viendo superadas por la naturaleza y la magnitud del problema, y el colapso, o la autodestrucción, son inevitables. Pero aún así, y como ocurre con los enfermos terminales, mejor sería evitar el sufrimiento hasta donde la empatía sea capaz de reducirlo.

6.- Ciencia con emoción: el poder de las metáforas.

La rotundidad de las evidencias científicas en torno al cambio climático ha alcanzado tal magnitud que el negacionismo no es ya una postura basada en la dudosa credibilidad del trabajo de miles de investigadores. El negacionismo es ahora una forma de oportunismo disfrazada de lícito escepticismo. El mantra es sencillo: «Si la ciencia viene a estropearme el negocio, cuestionemos el rigor de la ciencia antes que revisar el coste ambiental y social de nuestro negocio, su peligrosa viabilidad«.

Pero la ciencia, impecable en sus postulados racionales, necesita de la emoción para buscar cómplices más allá de su burbuja endogámica, para hacer que sus alertas sean entendidas por los ciudadanos que nada saben del método científico y que son tremendamente vulnerables a las soflamas (esas sí, cargadas de calculada emoción) de los que ven amenazados sus negocios o comprometido el pago de sus deudas monumentales, y para salvarse hacen a la ciencia culpable de un alarmismo ciego que sacrificará el sacrosanto crecimiento económico y el bendito desarrollo.

La metáfora es, en manos de los científicos más creativos, una poderosa herramienta emocional que, alejándose del discurso indescifrable, no traiciona el rigor. Hace años, con la sencillez con la que explicaba lo complejo, me lo resumió José Luis Sampedro, un economista atípico con el que me gustaría haber tenido más relación que aquel encuentro inesperado y fugaz en la recepción de un hotel granadino: «Si metemos un pollito en una caja de zapatos nadie en su sano juicio podrá pensar que el pollito crecerá sin límite o que, al menos, se convertirá en lustrosa gallina sin destrozar la caja, y sin embargo estamos en manos de los que aseguran que el pollito no dejará de crecer ni romperá el contenedor por mucho que la caja de zapatos tenga un tamaño innegociable«.

7.- Del tobogán al precipicio.

Llevo décadas abonado a las impecables metáforas de Miguel Delibes y algo menos a las no menos ingeniosas que me regala, de COP en COP, David Howell, uno de los observadores más lúcidos en estos farragosos encuentros. En COP25 me explicó la diferencia entre un suave tobogán de largo recorrido y baja velocidad en el que podríamos habernos deslizado, sin vértigo ni peligro, desde el volumen de emisiones que la ciencia ya señaló como insostenibles hace tres décadas hasta unos niveles que no pusieran en peligro nuestra propia supervivencia, y el precipicio, profundo y vertical, al que nos vemos obligados a lanzarnos de cabeza (y sin paracaídas) en el escaso tiempo que nos queda para evitar el colapso.

Las metáforas me siguieron persiguiendo en forma de letras rendidas y macetas a las que alcanzó una repentina otoñada. Foto: José María Montero

Y mientras vamos cayendo en picado, cual Titanic camino al iceberg y a toda máquina, no abandonemos la empatía porque, como en el caso del transatlántico, los primeros en ahogarse serán los de tercera clase, claro, pero al final el agua llegará hasta el salón donde bailamos, despreocupados, los afortunados pasajeros de primera clase. ¡Ah!, y tampoco nos olvidemos de lo inútil que resultará nuestra soberbia en este mal trago: los efectos de la peor catástrofe siempre son relativos, porque para los pasajeros del Titanic el hundimiento del buque fue una putada, pero para las langostas que esperaban ser cocinadas en las peceras de la cocina fue un verdadero milagro.

8.- Los medios del ego.

Cuando todas las noches me colocaba delante de la sala Baker, la sala del plenario, para tratar de explicar en directo lo que había ocurrido durante esa jornada de negociaciones en la COP25, escuchaba, como es lógico, las peroratas de algun@s de mis colegas (tod@s trabajábamos en ordenada, apretada y obediente fila). Y, una vez más, me topé con esos clásicos-de-ayer-y-de-hoy más propios de una retransmisión deportiva o del relato vacuo de una interminable final de Eurovisión: la nada convertida en crónica, la peripecia del periodista por encima de los acontecimientos, las certezas de cartón piedra en un escenario repleto de incertidumbres, las frases hechas, las anécdotas elevadas a la categoría de exclusiva, los lugares comunes, la ciencia como revestimiento y no como cimiento,… He de admitir, eso sí, que la mayoría de est@s cronistas, y de los que luego iba viendo en los diferentes canales (algun@s sentados en mesas de debate moderadas por profesionales que, un@s y otr@, saben de cambio climático lo mismo que de música pentatónica china) lucían muy bien vestid@s y maquillad@s, jugueteaban con gafas de moderna montura, tomaban notas (así como sesudas y apresuradas) en impolutos moleskines, se movían por el plató en delicada coreografía, adornaban su discursos con imágenes de koalas y osos polares, y miraban directamente a la cámara con la arrogante seguridad de aquel directivo de Camp (Manuel Luque) que nos convenció de las bondades del detergente Colón. Y algun@ de ell@s, incluso, se ha atrevido a regalarnos ciertas columnas, sosas y huecas, buscando el lustre que todavía otorga la prensa escrita.

Una vez más ante el inevitable vértigo de tener que explicar (en directo) lo complejo, contarlo a cientos de miles de personas y en poco más de un minuto. Foto: José María Montero

Menudo desperdicio. Los más potentes medios de comunicación entregados al ego, la vacuidad y los fuegos de artificio: «Ya están aquí los que tanto saben de cubrir crisis y nada saben de la crisis que tienen que cubrir» (Rosa María Calaf, dixit). Pobre periodismo.

9.- Nuevos escenarios de acción.

El punto 1 nos debería llevar, de manera natural, a este otro ítem. Los discursos bienintencionados y biendocumentados y bienexplicados requieren de escenarios donde llevarlos a la práctica. Los parlamentos son tentadores, al igual que las salas de conferencias y las aulas universitarias, pero para hablar de cambio climático también hay que asomarse a los mercados de abastos, los estadios de fútbol, las iglesias, los parques, los asilos, los teatros, los bares, las guarderías y hasta las cárceles. Y proponer, en esos mismos escenarios, acciones modestas que sumen en ese cómputo humilde pero imparable de lo cercano, de lo doméstico, de lo que se mueve lejos de los senados imperiales pero muy cerca de la tierra, la que se escribe sin mayúscula inicial, esa que pisamos a diario.

10.- El dedo de Greta.

Hay niños, muchos niños, que mueren cruzando el mar en busca de una vida digna. Niños que terminan alimentando el turismo sexual de adultos adinerados y sin escrúpulos. Niños que triunfan en la selva de la farándula o se pasean por las pasarelas de medio mundo (el desarrollado, of course). Niños que juegan a ser adultos en programas de televisión casposos. Niños que rebuscan en los basureros para sobrevivir. Niños que ayudan a sus padres en humildes negocios, en explotaciones agrícolas, en ruidosos mercadillos. Hay niños que cuidan de sus hermanos, de sus padres, de sus abuelos, asumiendo responsabilidades muy por encima de su edad. Niños que acuden a escuelas de fútbol, o de danza, bajo la inquisidora mirada de sus padres que quieren convertirlos, al precio que sea, en Leo Messi, Megan Rapinoe, Tamara Rojo o Israel Galván. Hay niños que compiten por ser chefs en concursos donde la cocina es una guerra y no un placer. Hay tantos niños a los que no dejan ser niños, que resulta sorprendente (por usar un calificativo suave) la estúpida preocupación que ha asaltado a esa caterva de adultos empeñados en salvar a Greta Thumberg de las garras de sus malvados padres, de los oscuros tejemanejes de ciertas multinacionales o de maquiavélicos lobbies (desconocemos cuáles) y del estrés que debe de estar provocándole tanta lucha. Perdonadme el topicazo, pero mientras Greta señala a la luna los tontos se fijan en el dedo. Y si se cabrean tanto, y la emprenden con esta joven, no es sólo porque señala lo que algunos (demasiados) no quieren ver, sino porque después de señalar el problema se remanga y se pone a trabajar, a predicar con el ejemplo. La atacan por que no es inofensiva (como lo son casi todas las modelos, las prostitutas, las cantantes o las dependientas). Lo que molesta no son sus discursos sino sus acciones. ¿Dónde se ha visto una niña dando lecciones en vez de pasearse, bien maquillada y ligera de ropa, por una pasarela o un escenario? La reacción contra Greta Thumberg es intencionadamente agresiva, viejuna y muy, muy machista.

Momento en el estaban hablando en el plenario de COP25 las delegadas de mi país. Sí, nací en Córdoba, pero mi verdadera patria es Youth. Foto: José María Montero.

¿Qué hubiera sido de nosotros, como civilización, sin el ejemplo inspirador de Gandhi, Rosa Parks, Luther King, Ana Frank o Mandela? Ninguno, ninguna, se encuentra ya entre nosotros, pero abrieron caminos por los que hoy transitan millones de personas en busca de un futuro mejor. Tengo la sensación de que el icono Greta va a desaparecer de la primera línea en breve, y creo que ese paso atrás fortalecerá aún más el movimiento que se ha ido tejiendo en torno a su persona, un movimiento que necesita líderes, como todos los movimientos, pero que precisa, sobre todo, de la inspiración (y el estimulante cabreo) que el dedo de Greta, y sus acciones, ya han dejado en todo el planeta.

Epílogo: cinco preguntas de difícil respuesta.

a) Alcanzar la neutralidad en carbono significa transformar el sistema económico de manera radical, en muy poco tiempo y sin dejar a nadie atrás en esa carrera de obstáculos. ¿Es posible o es una utopía que ya no vamos a ser capaces de alcanzar?

b) Si no existe un modelo de gobernanza global y, en consecuencia, no existen mecanismos para hacer de los compromisos internacionales una obligación, ¿es posible actuar con decisión, justicia y rapidez, desde la generosa voluntariedad de los gobiernos?

c) Cada vez que se celebra una COP se insiste en el elevadísimo coste de la transición ecológica y no son pocos los países que se arrugan ante un esfuerzo aparentemente inasumible, pero… ¿por qué no somos capaces de explicar (bien) el coste, terrible, de la inacción?

d) ¿Cómo conseguir que la transición, además de rápida y efectiva, sea justa, sobre todo para los más vulnerables (desfavorecidos, mujeres, niños, indígenas, desempleados, ancianos…)?

e) Más allá de la calle, ¿hasta dónde llegará la voz de los más jóvenes? ¿Qué influencia, qué capacidad de negociación, qué poder de decisión tendrán los nuevos movimientos sociales en el sofisticado mecanismo de debate del senado galáctico en el que se han convertido las COP? ¿Cómo se encaja la urgencia de la juventud en la desesperante lentitud de los estados y las organizaciones?

Mi redacción es tan, tan pequeña, que puedo instalarla en cualquier sitio, lo mismo en París, que en Madrid o en Glasgow. De COP en COP. Foto: José María Montero.

 

 

 

Nota al pie: Nos vemos, espero, en la COP26, en Glasgow, north-by-northwest

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7:15 h. Enciendo la radio. Sintonizo informativos de varias cadenas. Escucho a unos cuantos todólogos, a varios políticos y a intrépidos reporteros. Primera reflexión del día: Todólogos que dicen gansadas, políticos que no saben explicar lo que ocurre y periodistas que no saben describir lo que ven. Esto promete.

9:45 h. Leo varios periódicos, de tendencias contrapuestas. La sensación de desconcierto predomina en aquellos que deberían estar al tanto de lo que demanda la ciudadanía. Segunda reflexión del día: Si algunos de los que no se explican lo que ocurre salieran a la calle descubrirían que es justamente en ella en donde transcurre la vida.

10:15 h. En el AVE escucho las conversaciones de los pasajeros que también se preguntan qué está ocurriendo. El de la gomina advierte que detrás de todo esto hay “una mano oscura” porque en la vida “no hay nada espontáneo”. Tercera reflexión del día: Si quieres irritar a la caverna di que lo que estás haciendo es «espontáneo». Algo tiene esa maravillosa palabra que a ciertos dinosaurios les causa una profunda turbación.

11:05 h. En Twitter sigo el animado cruce de mensajes. Alguien señala que algunos periodistas están pidiendo a los acampados que “definan sus objetivos”, que “concreten sus acciones”, que “expliquen las razones de la protesta”. Cuarta reflexión del día (con forma de fábula): Cuando el ciempiés se detuvo a pensar cómo lograba sincronizar su paso…, ya no caminó nunca más. La acción, a veces, es más importante que la razón que la impulsa. «El corazón si pudiera pensar, se pararía» (Pessoa dixit).

13:20 h. Estoy en Sol, y no me resulta difícil explicarme qué está ocurriendo aquí. Ni siquiera necesito ser periodista. Hay movilizaciones agrias y otras que tienen corazón. Esta tiene corazón. Quinta reflexión del día: El único peligro que advierto en la acampada es que los asistentes están manejando, sin ningún tipo de precauciones, verdades como puños. Y el caso es que, a pesar de ello, parecen contentos. Habrá que vigilarlos de cerca. Esta gente es capaz de cualquier cosa…

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Seguimos recopilando perlas de todólogos, en las procelosas aguas de Twitter, usando como anzuelo nuestro hashtag #perlastodologos.

Esta es la segunda recopilación de perlas. Da gusto tratar con expertos…

* «No hay sol suficiente para toda la energía que necesitamos» (un todólogo explicaba en radio las limitaciones de la energía solar). Aportación de @monteromonti

* «Ya basta de echar al mar los residuos de las centrales nucleares españolas» (untodólogo explicando, también en radio, los problemas de los residuos radiactivos). Aportación de @monteromonti

* «Prepararse para los terremotos forma parte de la cultura budista» (un todólogo, en radio, nos ilustraba sobre la componente geológica del budismo). Aportación de @monteromonti

* “España compra electricidad (nuclear) a Francia” (Una falsedad dicha por decenas de todólogos). Aportación de @pcaceres_

* “La energía que producen las renovables no se puede almacenar” (Curiosa revelación de un todólogo en radio. ¿Y la de otras fuentes de energía, sí, o no?). Aportación de @ClaraNavio y @JosechuFT

* “»Encuentran índices nucleares en la cadena alimenticia». (Da gusto oir a los expertos explicando la contaminación radiactiva de los alimentos). Aportación de @monteromonti

* “Los residuos atómicos españoles están en Francia” (Esto es peor que buscar a Wally…). Aportación de @pcaceres_

* Montserrat Domínguez en la SER matutina: ¿y esos españoles que vuelven de Japón.. esa radiactividad se contagia o qué? (Cuidado con el riesgo de epidemia). Aportación de @pcaceres_

* Vuelve un clásico: «En el último temporal los rios tiraron agua al mar, un desperdicio» (Esta vez los todólogos atacan en un diario de Málaga). Aportación de @monteromonti

* “Los campos de golf conservan el paisaje” (Es de hace un par de años, cuenta @ClaraNavio, pero me llegó al alma).

* “Desde que existe el carril-bici los peatones nos jugamos la vida” (todólogo sevillano alarmado por los mortales atropellos atribuidos a las bicicletas, ¿o eran los coches?) Aportación de @monteromonti

* “Yo de este tema confieso que no tengo ni idea, pero opino que…” (lo mejor para opinar en libertad es no tener ni idea del asunto). Otro clásico que todos hemos oído alguna vez en boca de un todólogo.

Pero la madre de todas las perlas está en boca de un todólogo de verbo fácil y dimensión planetaria. Aquí lo tenéis explicando la presencia de vapor de agua en Marte y cómo la vida en este planeta fue arrasada por un curioso cataclismo…

 

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Llevamos varios días sufriendo una auténtica epidemia de todólogos. Radios, televisiones y, en menor medida, periódicos, se han llenado de tertulianos-columnistas-comentaristas capaces de cambiar de tema cada 24 horas (o cada diez minutos) y enfrentarse a cada asunto de la actualidad con la solvencia que da la cultura sin límites (que no es el caso) o el atrevimiento ilimitado (que es lo más común).
A cuenta de la tragedia de Japón los todólogos que el viernes descifraban las claves políticas del conflicto vasco se habían convertido el sábado en expertos en sismología. El lunes ya hablaban como solventes físicos nucleares. El martes se manejaban sin problemas en el proceloso mundo de las energías renovables. El miércoles nos ilustraban sobre la mejor manera de enfriar un reactor nuclear. El jueves detallaban el impacto de la tragedia en la bolsa de Tokio. El viernes analizaban las consecuencias sanitarias del suceso. El sábado hacían un paréntesis para evaluar la situación del Real Madrid o el Barcelona, y el domingo ya los teníamos destripando la política de Gadafi y el equilibrio de fuerzas en Oriente Medio. Hoy nos han explicado cómo funciona un misil Tomahawk.
En definitiva, los todólogos hacen buena aquella cruel definición de periodista: «Persona que tiene que explicarle a muchos lo que él sólo no ha sido capaz de entender». Ellos sí que son la vergüenza del Periodismo (si es que a un todólogo se le puede llamar periodista). Pero la culpa, no nos engañemos, es de los medios, que exhiben unas tragaeras igualmente sin límites, aceptando pulpo como animal de compañía y admitiendo, sin sonrojo, errores de bulto que harían repetir curso a un alumno de Secundaria (un día subiré a este blog un vídeo en el que una afamada todóloga llama, en televisión y varias veces, «pez» a un delfín). 

Ya que el hashtag #todologos no ha dejado de circular en Twitter, acabo de proponer un #perlastodologos para recoger todas las chorradas con las que nos regalan el oído, y así dejar constancia de su atrevida sapiencia. Esas perlas, con las que tenemos que comulgar todos los días aquellos que respetamos esta profesión, también quedarán recogidas, desde hoy, en este humilde blog. Inauguramos, pues, esta selección, rigurosamente cierta:

* «No hay sol suficiente para toda la energía que necesitamos» (un todólogo explicaba en radio las limitaciones de la energía solar).

* «Ya basta de echar al mar los residuos de las centrales nucleares españolas» (un todólogo explicando, también en radio, los problemas de los residuos radiactivos).

* «Prepararse para los terremotos forma parte de la cultura budista» (un todólogo, en radio, nos ilustraba sobre la componente geológica del budismo).

Se admiten más perlas. Queda abierta la veda. Yo he preferido anotar el pecado y no el pecador, pero… cada cual que escriba lo que quiera.

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Desde la Casa de la Ciencia lanzan la pregunta (muy oportuna, esa es la verdad): “¿Creéis que a la divulgación científica le falta MARKETING? (así, en mayúsculas…).
Uffff… Cuando leo MARKETING y pienso en mi profesión me entran los mismos sudores que cuando leo BANDERA o PATRIA y pienso en el lugar en el que vivo. 

A la divulgación científica le faltan… divulgadores/as, y compromiso por parte de las empresas (públicas y privadas), y educación científica (decente) en el sistema escolar, y… y luego hablamos de marketing, y de marketing relacional, y de Community Manager, y de Social Media Planner, y del Sursum Corda… Pero no empecemos la casa por el tejado, que así nos va. Estoy cansado de que me vendan, con potentes y originales herramientas de marketing, humo.

El que la divulgación científica sea, en muchos casos, un producto para minorías no debe ser motivo de regocijo. Es cierto que hay magníficas iniciativas, en el terreno de la cultura científica, que nadie conoce por no saberlas publicitar. Para cualquier comunicador esto es un desastre que debería conducir a la frustración y la melancolía. Pero para alcanzar a las masas no todo vale. Ni siquiera para que sepan que existimos (se me ocurren unas cuantas maldades para conseguir que las masas nos conozcan…). Claro que hace falta publicidad, y marketing, y herramientas originales y potentes, y divulgadores mediáticos… pero lo primero de todo es saber qué queremos contar, cómo lo vamos a contar, a quién se lo queremos contar, con qué lenguaje, en qué soporte… No reniego de las lindezas del Periodismo 2.0 (aquí estoy), pero para llegar a la versión 2.0 primero habrá que transitar, con solvencia, por la versión 1.0.

¿Seguro que el Periodismo 1.0 ha muerto? ¿Obsolescencia programada por el mercado? ¿Un modelo demodé? ¿Una comunicación averiada? Pues a mi me sigue funcionando el Periodismo 1.0, esa es la verdad.

Quizá me esté quedando antiguo (cosas de la edad), pero yo prefiero hablar primero de Comunicación, de Periodismo, de Divulgación… y luego de Marketing. Y, sobre todo, prefiero que el Marketing lo hagan los publicistas, y los periodistas, los comunicadores, sigamos encargándonos, sobre todo, de mimar la información y, así, respetar a nuestra audiencia.

A este paso, entre la crisis, la polivalencia extrema y las nuevas técnicas de Marketing, conseguirán extinguirnos. De hecho ya hay muchos más redactores que periodistas, lo cual es inquietante.

Es una cuestión de orden: lo primero es la información de calidad, y lo segundo es su distribución. El papanatismo, con el marketing como bandera, para terminar vendiéndote una burra, es una estafa demasiado frecuente a la que nos hemos acostumbrado (como a la comida basura o al hilo musical). Si Ryszard levantara la cabeza… volvería a reafirmarse en lo que escribió hace ya unos cuantos años: “Hoy los medios de comunicación se gobiernan de tal manera que pesa más el criterio empresarial que el informativo. Las televisiones están lideradas por economistas, publicistas, expertos en marketing y analistas de audiencias, mientras que los periodistas se colocan en un segundo plano. Al menos los periodistas que responden, quizá, a un modelo de este oficio por desgracia ya caduco” (Los cínicos no sirven para este oficio, Ryszard Kapuscinski).

Seguiremos informando… si nos dejan.

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