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Posts Tagged ‘Agrodiversidad’

Diario YA, 24 de mayo de 1986. Sí, el pipiolo de las gafas es un servidor, defendiendo en la prensa nacional, hace 35 años, el valor ambiental de los olivares andaluces y su papel, decisivo, en la supervivencia de un nutrido grupo de aves. Entonces era predicar en el desierto, pero ahí estábamos, esperando que el tiempo nos diera razón.

En la primavera de 1986 firmé un artículo en el desaparecido Diario YA destacando el valor ambiental de los olivares andaluces y, en particular, su papel en la conservación de una nutrida comunidad de aves; una manera poco convencional de defender un cultivo que se enfrentaba, por primera vez, a la incomprensión de Europa.

Hacía menos de un año que España había ingresado en la Comunidad Económica Europea y todavía se rumoreaba, y así lo denunciaban algunos medios de comunicación, que nuestro país tendría que arrancar una gran superficie de olivar para plegarse a las exigencias de Bruselas. Se llegó a hablar de un millón de hectáreas, lo que suponía una catastrofe económica y social. Científicos y ecologistas prepararon un manifiesto en defensa de este cultivo, alertando sobre las graves consecuencias ambientales que tendría tal decision.

Uno de los más reputados ecólogos de este país, impulsor de la educación ambiental en el ámbito universitario, el desaparecido Fernando González Bernáldez, lo explicó entonces de manera contundente: «Si la superficie de olivar se reduce en España, muchos millones de estas aves insectívoras desaparecerán y, sin proponérselo, países como Suiza, Suecia o Alemania, tendrán que incrementar de manera importante los gastos en insecticidas para sus cosechas, con las consecuencias contaminantes que todos conocemos«. La Unión Europea debería ser, por tanto, la principal interesada en mantener este singular ecosistema, razonaba el catedrático de Ecología. Hubo incluso quien propuso, para evitar el problema de los excedentes que se esgrimía como excusa, incentivar el consumo de aceite en el continente apelando a la elevada sensibilidad ambiental de algunos países, incluyendo en las botellas de este producto una etiqueta que dijera: «Consumiendo aceite de oliva español está Vd. favoreciendo la supervivencia de las aves insectívoras«.

Recordé aquella primitiva batalla hace unos días, cuando desde SEO Birdlife me pidieron que moderara el encuentro virtual en el que se daban a conocer los magníficos resultados del LIFE Olivares Vivos. Llegaba, por fin, la evidencia, subrayada por la comunidad científica y el apoyo de numerosos agricultores, de que llevábamos razón. Han pasado 35 años, un suspiro en la escala de la naturaleza, pero el tiempo, afortunadamente, ha jugado a nuestro favor y, sobre todo, a favor de un nuevo modelo de agricultura donde la producción y la conservación no sólo son compatibles sino que al ir de la mano generan beneficios mutuos: una agricultura sensata multiplica la biodiversidad, y una biodiversidad sana incrementa la producción y la rentabilidad.

Merece la pena dedicar unos minutos a este encuentro virtual para saber de qué estamos hablando, para celebrar que una nueva agriucltura no solo es posible sino que ya existe.

Mi intervención, de la mano de SEO Birdlife, se produjo pocos días después de recibir una invitación similar, en este caso de mi amiga Astrid Vargas, para que tejiera un diálogo, un Agrocafé, con los emprendedores de AlVelAl y A Regenerar, al que se sumaron comunicadores agroambientales de toda España y también los amigos de Climate Reality. Una tarde repartidos entre Madrid, Palomares del Río (Sevilla), Amsterdam, La Junquera (Murcia) y Vélez Rubio (Granada), entre otros muchos puntos de conexión.

En ese encuentro, dedicado a la agricultura regenerativa (un paso más en este esfuerzo por cambiar de modelo productiva para garantizar nuestra propia supervivencia), destaqué, como hice en el encuentro de SEO Birdlife, el valor del tiempo, pero en otro sentido: ya no era sólo celebrar la razón que venía del pasado sino evitar la cómoda referencia al futuro. En el caso de AlVelAl y A Regenerar uno de los elementos más valiosos es que esta experiencia, con enormes dosis de atrevimiento, se está ejecutando ya, ahora, con resultados tangibles. Claro que miran hacia el futuro, pero los pies los tienen en el presente: una invisible red cooperativa está construyendo, en el altiplano de Granada, Almería y Murcia, una comunidad con nombre y apellidos, donde encajan la tierra, la agricultura, la ganadería, la apicultura, la biodiversidad, la cultura, el arte…

Hay que escapar de la excusa del futuro (“esto lo hacemos por nuestros hijos…”; “estamos trabajando para nuestros nietos…”; “construimos un futuro mejor…”). Decía Ángel González, el poeta: “te llaman porvenir / porque no vienes nunca”. Pues eso, el futuro nunca llega y es peligrosamente consolador (“a veces la esperanza son ganas de descansar”, dice la milonga) pero el único territorio de la acción es hoy (“si no es ahora, ¿cuándo?”, asegura el Zen).

El tiempo, el del ahora, nos da la razón.  

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Vega de Granada

¿Quién defiende la Vega?
(imagen de http://www.otragranada.org)

En ese doble menú verde (Espacio Protegido + Tierra y Mar) en el que nos hemos embarcado en Canal Sur Televisión hay muchos territorios comunes, escenarios en donde hay que defender el patrimonio agrícola (la tierra, los saberes y quienes los atesoran) y también el ambiental (si es que es posible distinguir el uno del otro). La Vega de Granada es uno de esos territorios, y a ella dedicamos hoy un extenso reportaje en el que los únicos protagonistas son los habitantes de la Vega, aquellos que han resistido la invasión del asfalto.

Durante años las ciudades han crecido atendiendo, como único referente,  a los dictados del mercado inmobiliario. De acuerdo a estos criterios, el patrimonio rural y natural que rodea a las grandes urbes no tiene valor, son terrenos rústicos, no urbanizables. Cercados por el hormigón, estos territorios acaban convirtiéndose en basureros o escombreras, perdiendo el atractivo paisajístico que un día tuvieron.

De la voracidad que manifiestan las grandes urbes habla el proceso de transformación que a lo largo de la historia ha sufrido el entorno natural y rural de las principales ciudades andaluzas, un fenómeno del que ya alertaba la propia Consejería de Medio Ambiente hace años, cuando publicó este sombrío diagnóstico en uno de sus informes anuales.

Ese cinturón, en el que convive la vegetación silvestre y los cultivos, se mantuvo más o menos intacto hasta hace poco más de dos siglos. Entonces las urbes crecían muy lentamente y la ingeniería no podía resolver los problemas que imponían algunos obstáculos naturales, como terrenos de fuerte pendiente o zonas inundables. Asimismo, los habitantes de las ciudades dependían para su subsistencia de las producciones agrícolas y ganaderas que se disponían en su entorno. Por último, la vegetación natural que crecía alrededor de la urbe suavizaba los rigores del verano y las clases privilegiadas construían allí sus residencias de recreo.

Este equilibrio se rompe bruscamente en la segunda mitad del siglo XX, cuando el crecimiento urbanístico en las periferias se multiplica, pero lo hace arrasando los valores naturales existentes, sin crear un orden paisajístico nuevo. Los espacios más afectados son las vegas agrícolas y los montes próximos a las ciudades, con microclimas y panorámicas privilegiadas. Así ocurre en Sevilla, en Córdoba o en Granada.

Entre 1960 y 1980 nació una nueva Granada que duplicó, como mínimo, la superficie original urbana. Y esa expansión se hizo a costa de la vega. Este cinturón de tierras rústicas terminó por convertirse en el gran suministrador de suelo para las viviendas que reclamaba la aglomeración urbana y para sus correspondientes redes viarias, alimentando ese crecimiento difuso que, a medio plazo, agrava el deterioro de la calidad ambiental a la que aspiran todos los ciudadanos.

En los municipios litorales este proceso ha sido aún más potente, difuso y complejo, porque al propio desarrollo urbano se suman las urbanizaciones turísticas, los complejos portuarios y sus industrias asociadas, y la nueva agricultura bajo plástico. De esta manera, gran parte de la costa andaluza ha visto alterado profundamente su paisaje original, convertido ahora en una línea continua de edificios y otras construcciones.

Estos errores tratan ahora de corregirse introduciendo iniciativas encaminadas a la protección del paisaje periurbano en planes de ordenación del territorio como los que se reivindican, desde hace años, para la Vega de Granada. Esta lucha está soportada por un movimiento ciudadano modélico que ha conseguido aglutinar a todo tipo de colectivos y que en los próximos meses redoblará sus esfuerzos para lograr que, al fin, este escenario único sea declarado Bien de Interés Cultural.

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