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Posts Tagged ‘alcornoques’

Cuando, por fin, los nubarrones negros que estos días se empeñan en oscurecer nuestra salud se disipen habrá que descorchar con los amigos alguna buena botella de vino. Esta acción festiva, que millones de personas repiten a diario, es mucho más trascendente de lo que aparenta porque de ella depende el mantenimiento de algunos ecosistemas característicos del bosque mediterráneo. El 75 % de los ingresos que genera una explotación de alcornoques bien gestionada procede del corcho que se le extrae periódicamente, y la fabricación de tapones concentra el 85 % del negocio asociado a este producto vegetal, porcentaje que se eleva hasta el 90 % si la rentabilidad la medimos en puestos de trabajo.

Es decir, si la demanda de tapones de corcho decrece lo que peligra es algo más que una industria, es el propio mantenimiento de una de las parcelas más valiosas de nuestro patrimonio forestal.

A juicio de WWF, que desde hace varios años lidera una campaña en defensa de los tapones de corcho, “es muy importante que las bodegas sepan que, con su decisión de elegir un tipo de tapón u otro, están influyendo en el futuro de los alcornocales y, asimismo, de las especies asociadas a ellos, algunas tan valiosas y amenazadas como el águila imperial, la cigüeña negra o el lince”. En una superficie de alcornocal equivalente a la quinta parte de un campo de fútbol se han llegado a encontrar hasta 135 especies distintas de plantas, lo que da idea de la biodiversidad asociada a este bosque humanizado.

Estas masas forestales prestan, además, otros servicios ambientales, difíciles de evaluar en términos económicos pero imprescindibles. Los alcornocales conservan el suelo en comarcas amenazadas por la erosión, recargan los acuíferos, controlan la escorrentía moderando el riesgo de inundaciones y las pérdidas de tierra fértil, resisten al avance de los incendios forestales y, por último, ayudan a fijar el dióxido de carbono. En este último servicio, de gran importancia en la lucha contra el cambio climático, el corcho, asegura WWF, “resulta especialmente significativo, ya que es un material de muy larga duración y, por ello, idóneo para secuestrar CO2 durante prolongados periodos de tiempo”. Los alcornocales que se manejan para extraer corcho de manera regular producen una cantidad de materia prima hasta cinco veces superior a la que se mide en los ejemplares intactos, por lo este tipo de aprovechamiento incrementa la capacidad de fijar dióxido de carbono.

Lo cierto es que, como advierten los especialistas de WWF, “pocos materiales de origen natural manifiestan al tiempo tantas características útiles”. El corcho es impermeable, inodoro, resistente a los agentes químicos e inatacable por los líquidos, prácticamente imputrescible y muy resistente a  la acción de los insectos, compresible y elástico, con extraordinaria capacidad de recuperación dimensional, escasa conductividad térmica, excelente aislamiento acústico y de vibraciones, muy liviano y con elevada resistencia mecánica.

La aplicación documentada más antigua de la que se tiene referencia se remonta 3.000 años atrás, cuando los habitantes de Cerdeña empleaban este material para proteger sus armas de la humedad y construir diferentes elementos de uso doméstico, como cubos y otros recipientes. También se ha certificado la presencia del corcho en el antiguo Egipto, donde se usaba para fabricar flotadores destinados a las artes de pesca. En Atenas y Roma aparecen ya lo que podríamos considerar primitivos tapones con los que se preserva el contenido de las ánforas en las que se guarda vino o aceite.

En cualquier caso, los aprovechamientos del corcho no dejaban de ser humildes y, en demasiadas ocasiones, insuficientes para salvar de la quema a los alcornocales que, durante siglos, fueron muy apreciados para obtener de ellos carbón vegetal. Como señala el biólogo Simón Fos, en un trabajo publicado por la Universidad de Valencia, la exitosa combinación entre corcho y vino “debió esperar pacientemente la ocurrencia del monje Dom Pierre Perignon, que, a finales del siglo XVII, tuvo la feliz idea de añadir azúcar a los vinos jóvenes de la Champaña para conservar la efervescencia que producen de forma natural”. El éxito y la continuidad del méthode champenoise era pura utopía con los tapones de madera o de cáñamo impregnado en aceite, utilizados mayoritariamente hasta ese momento. Era necesario un material elástico e impermeable que se ajustara al recipiente una vez introducido y que impidiera la pérdida de los gases producidos durante la fermentación. Así, el tapón de corcho, señala Fos, “cumplió a la perfección estas exigencias y se convirtió en el guardián perfecto e inseparable del champán y, finalmente, de todos los productos de la industria vitivinícola”.

Por todas estas razones, pero, sobre todo, por la que señalaba al comienzo de este post, estoy deseando descorchar una buena botella de vino con los amigos.

 

Más información: http://www.wwf.es/que_hacemos/bosques/nuestras_soluciones/corcho_fsc_si/vino_ecologico_y_corcho_fsc/

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En el Año Internacional de los Bosques y en el Día Mundial de la Biodiversidad podemos unir ambas celebraciones viajando, sin salir de la Península Ibérica, hasta la selva del sur.

En contra de lo que algunos pudieran pensar a la vista de esos soberbios tapices vegetales que adornan amplias zonas de la Europa más fría, los bosques del centro y norte del continente cuentan con una biodiversidad relativamente baja. En ellos habitan muy pocas especies vegetales, y las funciones que desempeñan rara vez se superponen. Es decir, hay territorios forestales específicamente dedicados a la producción de madera, otros que actúan como tapiz protector del suelo; los hay que se aprovechan para el esparcimiento de la población o para brindar soporte a especies animales y vegetales.  En cambio, en los bosques mediterráneos todas estas funciones se superponen, son espacios humanizados, en los que crecen un elevadísimo número de especies, muchas de ellas endémicas, y presentan una biodiversidad muy elevada. Su gestión, por tanto, es sumamente compleja, ya que hay que conjugar los múltiples aprovechamientos con la conservación de los recursos que los hacen posibles.

Además, los terrenos forestales de países como España, Portugal, Grecia, Italia o Francia están sometidos a unas peculiares condiciones climáticas. Las sequías, que periódicamente azotan a estos territorios, unidas a los incendios estivales complican aún más la conservación de este patrimonio. La lista de amenazas se completa con la sobreexplotación a la que están sometidos algunos de estos bosques, habitualmente situados en zonas deprimidas desde el punto de vista social y económico. El fantasma de la erosión, uno de los peligros ambientales más graves del sur continental, está presente en muchos de estos territorios.

Andalucía alberga algunas de las mejores muestras de bosque mediterráneo que se conservan en todo el continente. Los encinares y alcornocales, que suman más de un millón de hectáreas, son el exponente más valioso de este tipo de ecosistemas. No menos importantes, en una región amenazada por la desertización, son las 200.000 hectáreas que ocupa el matorral mediterráneo noble, con una gran diversidad de especies y alta densidad.

El Parque Natural de los Alcornocales (Cádiz-Málaga), es uno de los mejores ejemplos que en todo el ámbito europeo se pueden encontrar de lo que es un bosque mediterráneo bien conservado, en el que la mayoría de las actividades humanas, agrícolas y ganaderas, están perfectamente integradas en el medio.

Ya en 1844, cuando las tierras del sur peninsular se convirtieron en destino predilecto de naturalistas foráneos, el científico alemán Moritz Willkomm llamó a estas  espléndidas masas forestales «la selva virgen europea», después de reconocer que se trataba del bosque más bello e interesante que habían visto sus ojos. Pero el aprecio que suscitaban fuera de nuestras fronteras no era compartido por las autoridades españolas, hasta el punto de que, en 1855, las leyes desamortizadoras de Madoz autorizaron la venta, y posterior corta, de muchos de los alcornocales que entonces se extendían por numerosas comarcas españolas.

La nefasta disposición tenía sin embargo algunas excepciones que, a larga, serían providenciales. Así, no se incluían aquellos montes poblados con quejigo y con  roble enano, precisamente dos de las especies más abundantes en los alcornocales gaditanos. En palabras de Máximo Laguna, botánico de la época, «el pigmeo salvó del hacha destructora al gigante».

El Parque Natural de los Alcornocales resulta, en sus más de 170.000 hectáreas de extensión, un espacio paradójico. A primera vista presenta una cierta uniformidad, muestra un paisaje que pudiera parecer monótono y hasta pobre al visitante. Sin embargo, la mezcla de unas peculiares condiciones geológicas y climáticas, combinadas con su estratégica posición geográfica, hacen de estos territorios un paraíso para la biodiversidad, en donde se alternan numerosos ecosistemas, algunos de ellos ciertamente peculiares y hasta exclusivos.

Parque Natural de los Alcornocales (Ventana del Visitante):

http://www.juntadeandalucia.es/medioambiente/servtc5/ventana/mostrarFicha.do;jsessionid=F855116252882DD95EB9FC7166021D0B?idEspacio=7410

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