
Cuando hice esta foto en Málaga, en el patio del Museo Picasso, no sabía que el azar me llevaría, en 2015, de las manos de Bourgeois (10 am When You Come to Me) a los amantes de Chagall (Les mariés de la tour Eiffel). Y entre una y otro: la luz, el agua, las flores… Es una buena foto, es una buena metáfora, para resumir un año intenso…
«La vida es corta, no la hagamos también pequeña»
(pensé que era una hermosa y espontánea confesión al oído pero descubrí, con pena, que era una cita de Goethe 😉 )
Es un empeño absurdo, un consuelo imposible, pero cuando se acaba el año y hago balance resulta inevitable pensar si aquello que pasó hubiera sido mejor evitarlo, si lo que no ocurrió quizá debería haber sucedido, si realmente (casi) todo fue inevitable o si lo (poco) que evitamos tendríamos que haberlo permitido. Y la conclusión a la que llego, sin pensar mucho, es… siempre la misma: bendito destino, bendito azar que me llevas y me traes regalándome un año, otro año, intenso, sin que pueda hacer otra cosa que celebrar lo inesperado, sea lo que sea.
¿Todo fueron buenas noticias? ¿Todo fueron aciertos? No. Las malas noticias no faltaron a la cita, y los errores, de los que aprender y también de los que no aprenderemos nunca, salpicaron la agenda (ese monstruo que pone orden donde sólo debería habitar el caos) en la dosis adecuada.
Desperté en lugares desconocidos. Crucé bosques al anochecer. Me interné (sin miedo) en las tormentas, buscando un arcoiris. Canté en el coche, al otro lado de la frontera. Descubrí palabras ocultas en las calles de Barcelona, en los escaparates de Estrasburgo, en las azoteas de París, en los acantilados de Swanage, en las bodegas de Valladolid, en las cristaleras de Cádiz, en los portales de Madrid… Cociné, leí, escribí. Regalé. Sonreí. Lloré. Confesé lo que sentía. Escuché. Agarré trenes que me llevaron hasta Bourgeois y Munch. Me entregué a un chaparrón de madrugada. Amé. Descorché cientos de botellas de vino. Cité a Sacks, a Robe, a Patti, a Stevenson, a Benedetti, a Frida, a Catulo… Susurré. Acaricié. Desaparecí en una fiesta. Me hiciste madrugar. Me hiciste reir. Respiré. Volé. Dormí. Soñé.
No, no me he aburrido, pero, eso sí, me he pasado el año huyendo de los aburridos y de los salvapatrias, corriendo en la dirección contraria. Tratando de evitar a los desleales y a los egoístas que, disfrazados, te esperan en cualquier revuelta del camino como bandoleros. No tengo tiempo para ellos, ni para ellas, lo siento. La vida es corta y con personajes así se hace, además, pequeña, muy pequeña, e innecesariamente retorcida.
Y al final (siempre ocurre así) he llegado a vosotr@s, a mis amig@s, a los que no tenéis que mirar el reloj para saber si me podéis dedicar un minuto o toda una vida. Si en los vaivenes del destino caprichoso estáis vosotr@s, cerca o lejos (¿quién dijo distancia?), no necesito cambiar el rumbo, aunque a veces parezca que lo he perdido sin remedio.
Un año más en manos del destino…, como debe ser.
PD: Hoy es 21 de diciembre y, por tanto, la Tierra, como en aquel pequeño vals, ha dado una vuelta completa alrededor del Sol para dejarme exactamente en el mismo lugar. ¿Somos nosotros los que, de manera mansa e imperceptible, volvemos al punto de partida, una y otra vez, o es el universo entero el que gira para regalarnos una segunda oportunidad? Convencidos de que el curso del tiempo es lineal e irreversible no admitimos esos misteriosos bucles a los que tanto esfuerzo dedican poetas y físicos, emparejados, aunque resulte extraño, en la búsqueda de una explicación a esa paradoja que traiciona los relojes, los calendarios y las agendas.
Vuelvo al mismo lugar pero… ya no soy el mismo.
«Tenía los años, los rasguños y la perspicacia suficientes como para saber que la vida es corta, y que cada uno de nuestros titubeos la acorta un poco más»
(Los cuerpos extraños, Lorenzo Silva)
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