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Playa 2

Cogidos de la mano rumbo a lo desconocido. El deseo y el miedo me esperaban en el mar, yo lo sabía, y por eso cuando dijo «ven» yo contesté «voy», sin dudarlo… Casi todas las historias bonitas comienzan de esa manera (Mi padre y yo posamos así de decididos en algún lugar de la costa mediterránea andaluza allá por el verano de 1967 o 1968).

«No soy lo que soy, soy lo que hago con mis manos» (Louise Bourgeois)

 

Me dijo «ven». Posiblemente yo contesté «voy».

Lo que ha quedado de aquel verano en Nerja es el olor a algas y el miedo a lo desconocido. Uno y otro se han unido en la memoria y esta noche, cuando busque el sueño, es posible que vuelvan cogidos de la mano, porque hoy es 4 de septiembre.

Me dijo «ven». Posiblemente yo contesté «voy».

Más de cuarenta años después me miro las manos y me asalta ese mismo miedo que sentía cuando mi padre decía «ven» y yo, confiado, contestaba «voy», y le tendía mis manos para que me subiera a sus hombros, y se internaba en el mar hasta que las olas me alcanzaban la cara y me salpicaban el paladar de salitre. Pero, al mismo tiempo, no podía resistir el vértigo, la excitación con la que me enfrentaba a esa masa de agua azul o verdosa, infinita y salada. Me aterrorizaba aquella sensación de naufrago a hombros de un gigante, pero me encantaba paladear ese miedo sabiendo que mi padre tenía bien sujeto mi cuerpo flacucho y lo hacía, entre risas, por puro amor.

Me dijo «ven». Posiblemente yo contesté «voy».

Hay noches que son naufragio y salvación a partes iguales, y aunque la cabeza me dice que hay que elegir mi corazón sigue el mismo vaivén que cuando tenía tres o cuatro años y pasaba del miedo al deseo sin considerar que, quizá, uno debía excluir al otro. Miedo y deseo. ¿O era al contrario? Sí, primero aparecía el deseo y luego venía el miedo, lo mismo que me ocurre algunas noches, esas en las que vuelve el olor a algas… Pero también es verdad que casi nunca dudo, porque casi todas las historias bonitas comienzan de esta manera.

Me dijo «ven». Posiblemente yo contesté «voy».

Rendido, cubierto de salitre, con la piel quemada y los pies emborrizados en arena me escapaba del abrazo y corría a la destartalada DKW, con su toldo de rayas azules y grises bien estirado; y allí, donde mi madre pasaba el día con el pelo recogido, me refugiaba del miedo y del deseo. Hasta allí no llegaba el olor a algas, ni las olas me salpicaban la cara. Allí, debajo del toldo, la sombra sólo prometía rutina, dulce rutina, aburrida rutina de verano.

Hoy es 4 de septiembre, y aunque el calendario me contradiga es el final del verano…

«No puedo evitar prever desde ahora, junto al buen azar de tenerte, el anticipo de la nostalgia que sentiré cuando no estés. Ya lo sé. Demasiado lo sé. Todo está claro. Todo estuvo claro desde el vamos. Pero que me resigne no incluye que te mienta. Y esto que yo, ombligo, dejo en ti, oído, es para que alguna vez te zumbe y al menos te preguntes qué será ese zumbido…«

(Vaivén, Mario Benedetti)

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Frida, en su sana despreocupación, administra el batiburrillo de libros que se amontonan en la mesa del porche, los olisquea y los ignora, quizá porque todo lo que explican ella ya lo sabe (Foto: JMª Montero)

Creo que la pasión lectora que este verano se ha apoderado de mi no me visitaba desde Bachillerato, aunque, en realidad, se parece, sobre todo, al apetito literario de aquellos primeros años de Universidad, donde lo devoraba casi todo, con desigual criterio, tratando de educar mi apetito con sabores absolutamente dispares.

¿Quién dijo que escribir es difícil? A veces lo que más cuesta es no escribir, y quizá esa obligada contención, a la que me estoy entregando este verano casi como un sacerdocio, es la que explica la necesidad desmedida de leer, y leer, y leer… y releer. Si no puedo explicarme, al menos que sean otros los que se expliquen, y me lo cuenten, en silencio, al borde del mar, en el porche que mira al jardín o entre los pliegues de la almohada (bien pasada la medianoche).

El cóctel que he elegido y que, como siempre, queda bajo la atenta administración de Frida, mezcla géneros, territorios y épocas de acuerdo a un orden que no comprendo pero que seguro existe. Si leo lo que leo… por algo será. Por ejemplo, sólo leo a Llamazares en verano, ¿por qué? Mezclo la poesía clásica (Catulo, 86 a.C. – 40 a.C.) con la de última hora (Irene X, una aragonesa que no ha cumplido los 25) y con la de siempre (Benedetti, al que vuelvo buscando piedritas), pero ¿tiene algún sentido esta mezcla? Mis comisarios favoritos siguen siendo mediterráneos (Montalbano de Camilleri, Jaritos de Márkaris) o ibéricos de pata negra (los picoletos Bevilacqua y Chamorro, de Silva), pero entre medias, y de la mano de una amiga, se me ha colado un militar islandés (el coronel Keimppainen, de Paasilinna), ¿a qué viene este disparate geográfico? Me consuelo en Patti Smith (releo, emocionado, Éramos unos niños) y me acojono con la última novela de David Trueba (Blitz, cuyo comienzo no dejo de aplazar para protegerme, convencido que va a retomar el hilo a partir de uno de los pocos párrafos que me gustó de la fallida Saber perder), ¿a qué viene tanto sentimiento pegado a unas letras? Y entre medias, para enredar aún más este aparente sinsentido, picoteo en Schopenhauer (agudo aunque políticamente muy incorrecto), en Calamaro (tan excesivo y disperso en sus escritos como en sus canciones), en Gil de Biedma (para no abandonar los excesos, ni la intensidad) o en Dylan (un malafollá imprescindible cuando hay que conducir, solo y de noche, camino a no se dónde, y entonces te acuerdas de que te han regalado Bob Dylan at Budokan en CD: sí, ese mismo, el que perdiste o regalaste hace treinta años…).

Las letras de este verano me quieren decir algo, pero no tengo ni idea de qué es lo que me quieren decir… Ahí van algunas pistas cazadas con el rotulador verde:

«Bueno, ¿y qué era? Todavía no lo sé. Me atraían sus ojos, su voz, su cintura, su boca, sus manos, su risa, su cansancio, su timidez, su llanto, su franqueza, su pena, su confianza, su ternura, su sueño, su paso, sus suspiros. Pero ninguno de estos rasgos bastaba para atraerme compulsiva, totalmente. Cada atractivo se apoyaba en otro. Ella me atraía como un todo, como una suma insustituible de atractivos, acaso sustituibles. (…) Ella me daba la mano y no hacía falta más. Me alcanzaba para sentir que era bien acogido. Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y eso era amor.” (La tregua, Mario Benedetti)

«El tiempo y la naturaleza, que son sabios, nos permiten reemplazar las capas de alegría y de ilusión que nos van arrancando por capas de comprensión y serenidad, sostenidas en la intuición de que, junto a lo que va deshaciéndose por el camino, hay algo que construimos y que no puede perderse, algo que terminamos siendo y desde donde nos cabe resistir.» (Los cuerpos extraños, Lorenzo Silva)

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Libros que no me canso de leer porque me emocionan como el primer día. Es la vida. Sin más. (Foto: JMª Montero)

«Yes, I believe it’s time for us to quit
When we meet again
Introduced as friends
Please don’t let on that you knew me when
I was hungry and it was your world.
Ah, you fake just like a woman, yes, you do
You make love just like a woman, yes, you do
Then you ache just like a woman
But you break just like a little girl.» (Just like a woman, Bob Dylan)

«A qué vienes ahora,
juventud,
encanto descarado de la vida?
¿Qué te trae a la playa?
Estábamos tranquilos los mayores
y tú vienes a herirnos, reviviendo
los más temibles sueños imposibles,
tú vienes para hurgarnos las imaginaciones.»

(Himno a la juventud, Jaime Gil de Biedma)

«Al menos estoy segura de algo: yo no quiero a alguien seguro de lo que quiere. Yo quiero a alguien seguro de que me quiere. Y ya está. Que nunca deje de dudar, pero que me tenga claro. Que me tenga, claro. Y que me ame oscura.» (Grecia, Irene X)

«Hoy, frente a San Antonio, tampoco encontró ese espejo, tan sólo el de los cristales de las ventanas de los hoteles que miran a la bahía, pero lo encontrará mañana, cuando vuelva a emerger por Portinatx y se refleje en las buganvillas de toda Ibiza, que son tantas como estrellas hay esta noche en su firmamento. Seguramente, también, la mayoría se agitarán con la brisa que acompaña siempre al amanecer e incluso alguna perderá parte de sus flores, que pasarán a integrar la tierra como las estrellas que se deslizan desde hace rato por la bóveda del cielo lo hacen de la piel de éste y como los recuerdos pasan a formar parte de nuestra biografía. Es el destino de todo lo que se cae, de todo lo que se mueve, ya sea en el cielo, ya sea en la tierra. O en nuestro corazón, que también tiene estrellas y flores como esta noche de San Lorenzo«. (Las lágrimas de San Lorenzo, Julio Llamazares)

«Odio y amo. ¿Por qué es así, me preguntas? No lo sé, pero siento que es así y me atormento» (Epigrama 85 – Amor y odio, Catulo)

«El deseo trabaja como el viento. Sin esfuerzo aparente. Si encuentra las velas extendidas nos arrastrará a velocidad de vértigo. Si las puertas y contraventanas están cerradas, golpeará durante un rato en busca de las grietas o ranuras que le permitan filtrarse. El deseo asociado a un objeto de deseo nos condena a él. Pero hay otra forma de deseo, abstracta, desconcertante, que nos envuelve como un estado de ánimo. Anuncia que estamos listos para el deseo y sólo nos queda esperar, desplegadas las velas, que sople su viento. Es el deseo de desear«. (Saber perder, David Trueba)

«La luz entraba a raudales por las ventanas y bañaba sus fotografías y el poema que componíamos nosotros dos sentados por última vez. Robert muriéndose: creando silencio. Yo, destinada a vivir, prestando oído a un silencio que tardaría toda una vida en expresar«. (Éramos unos niños, Patti Smith)

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En algunos libros también se esconden anotaciones-al-margen que explican cómo, dónde y a qué hora se hicieron vivas esas letras (Foto: JMª Montero)

 

 

«Aunque la distancia no pueda con la memoria, busco el calor como las aves migratorias, porque pedir perdón de nuevo ya no sirve para nada. (…) Es que partir es morir un poco. A veces, optar entre un entorno seguro que te abriga y que te espera, y elegir la libertad desesperada de inventarse cada día es una decisión dramática. No importa la elección, es imposible no arrepentirse«. (Paracaídas &vueltas. Diarios íntimos, Andrés Calamaro).

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Chubas

¿Quién tiene miedo al temporal con un chubasquero decente y unas buenas botas? (es un selfie fallido, pero me gusta… 🙂 )

Me gusta cuando en invierno, solitaria, la playa se asilvestra. El anuncio del temporal, que debería ser reclamo y no alarma, disuade a los paseantes y, así, pocos somos los que disfrutamos de esa estampa, primitiva y poderosa, que componen el viento, la lluvia y el oleaje batiendo caóticos la orilla. La naturaleza en puro desequilibrio, como está siempre, por cierto, aunque pensemos lo contrario…

 

Un chubasquero decente, unas buenas botas y el asombro a flor de piel, el mismo asombro con el que recorría las playas de mi infancia buscando piedritas, guijarros pulidos que adornaban el alfeizar de una ventana.

Piedras

Hoy he vuelto a casa con los bolsillos llenos de piedritas…

Hoy, caminando contra el viento, he vuelto a buscar piedritas, porque así no me distraigo y mi atención reposa en los pequeños detalles, esos en los que se esconde la belleza; porque esa ocupación, infantil e improductiva, me obliga a olvidarme de lo complejo y a caminar despacio (ya correré el lunes y me defenderé a duras penas de las complicaciones…).

Hoy he vuelto a casa con los bolsillos llenos de piedritas y he recordado el poema de Benedetti: quién sabe si alguna terminará en manos de la alegría, que siempre anda buscando piedritas para llamarnos, para anunciarse, para recordarnos que está ahí fuera, esperando…

 

Piedritas en la ventana
(Mario Benedetti)

De vez en cuando la alegría
tira piedritas contra mi ventana
quiere avisarme que está ahí esperando
pero me siento calmo
casi diría ecuánime
voy a guardar la angustia en un escondite
y luego a tenderme cara al techo
que es una posición gallarda y cómoda
para filtrar noticias y creerlas

quién sabe dónde quedan mis próximas huellas
ni cuándo mi historia va a ser computada
quién sabe qué consejos voy a inventar aún
y qué atajo hallaré para no seguirlos

está bien no jugaré al desahucio
no tatuaré el recuerdo con olvidos
mucho queda por decir y callar
y también quedan uvas para llenar la boca

está bien me doy por persuadido
que la alegría no tire más piedritas
abriré la ventana
abriré la ventana.

 

Piedrass

Quién sabe si la alegría no terminará por usar alguna de estas piedritas para anunciarse, para llamarnos…

 

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Uno no siempre hace lo que quiere /
pero tiene el derecho de no hacer /
lo que no quiere” (Hombre preso que mira a su hijo, Mario Benedetti)

Era domingo. Aquel 11 de septiembre de 1983 era domingo, y yo debía  haberme subido al rápido de medianoche con vosotros, en la estación de Plaza de Armas, en Sevilla, como siempre. Pero aquel domingo, 11 de septiembre de 1983, yo estaba en Córdoba, y mientras el rápido salía de Plaza de Armas, a ritmo de rápido, yo aún andaba sudando y vociferando en la Plaza de la Corredera. Diez años se cumplían del golpe de estado contra Allende; una década que Anguita, califa rojo, quiso conmemorar poniendo voz chilena, y uruguaya, a la amarga efeméride. Cantaban los quilapayunes que habían logrado escapar del degüello, y recitaba Benedetti, Mario Benedetti.

En la estación de Córdoba agarré el rápido y os encontré, como siempre, en la cafetería. Y me faltó tiempo para deciros que en el mismo tren, que en la misma cafetería, viajaban los quilapayunes de la Corredera, y Benedetti, porque aquel hombre maduro, de bigote cano era, sin duda, el mismísimo Benedetti. En fin, entonces teníamos veinte años, y aún creíamos en los  héroes; y queríamos escribir, y ser auténticos, y puros, y eternos, como Benedetti.

¿Cuántos tintos nos soplamos en la cafetería del rápido con los chilenos? ¿Cuántos suspiros se le escaparon a Lola, convencida de estar, por fin, cara a cara, con Benedetti? ¿Cuántas fotos nos hicimos en el andén, felices por habernos encontrado?

Amanecía en Atocha y no, no nos fuimos a la pensión de los gallegos, la de Gran Vía 15.

¿A quién se le ocurrió seguir a los chilenos hasta su casa? Una casa extraña, en un lugar imposible, en donde seguimos soplando tinto y dormitando. Allí fue donde descubrimos que Benedetti, Mario Benedetti, no venía en el tren. Allí fue donde aquel hombre maduro, de bigote cano, nos confesó, con cara de asombro, que él no era Mario Benedetti.

¿De qué era el examen? ¿Nos presentamos?

Cuando un 17 de mayo de hace tres años me desayuné con la noticia de la muerte del bueno de Benedetti, de Mario Benedetti, me acordé de aquel domingo, de aquel rápido, de aquella cafetería rodante, de aquellos chilenos y su piso imposible… En fin, me acordé de aquellos años, de aquellos veinte años, en los que queríamos escribir, y ser auténticos, y puros, y eternos, como Benedetti. Y entonces te envié esta carta que hoy rescato de mi archivo y cuelgo en mi pizarra, porque en aquel tren además del falso Benedetti también viajaban nuestras ilusiones de jóvenes periodistas. Y estas eran tan auténticas que, treinta años después, siguen intactas. Y como nos las quieren robar, y como nos quieren robar también la alegría y la dignidad, prefiero escribir para defenderme, para defendernos, porque, a pesar de todo, y de todos, es la única arma que se manejar.

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