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Sin periodistas no hay periodismo. Sin periodismo no hay democracia (imagen tomada de http://www.vanguardia.com).

No acostumbro a escribir mis conferencias, ni mis clases, sea cual sea el escenario académico al que me inviten; me suele bastar con unos apuntes que sirvan para no perder el hilo y no olvidar las ideas clave. Sin embargo, cuando empecé a pensar en lo que quería decir en el Congreso Internacional de Comunicación en el que acabo de participar como ponente, me di cuenta de que, por una vez, necesitaba escribir, palabra a palabra, coma a coma, lo que quería exponer. No era una cuestión de vértigo o de inseguridad, era una cuestión de firmeza en los argumentos. Necesitaba una estructura sólida que otorgara rotundidad a lo que quería contar y que garantizara que nada iba a quedar en el tintero o que algo pudiera malinterpretarse (aunque, como veréis, en el texto, entrelíneas, habitan, ocultos, otros textos).

Esto es lo que quería contar y lo que finalmente he contado en el Aula 1 de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra:

Creo que en las circunstancias actuales, y por más que este sea un congreso internacional y que en esta misma mesa se sienten algunos colegas que vienen de otros países con otras realidades, creo que sería ridículo, o más bien sería un ejercicio de cinismo, no hablar de la situación en la que hoy, en España, se desarrolla el oficio de periodista y el exterminio (perdonadme por el calificativo pero es el que más se acerca a la realidad), sistemático y calculado, al que nos están condenando los enemigos del pluralismo y la libertad de expresión.

Vengo de Sevilla, donde el periódico decano de la prensa local (115 años está a punto de cumplir) se encuentra al borde de la desaparición, con todos sus trabajadores encerrados y en huelga, después de una humillante operación mercantil en la que su propietario lo vendió por un euro. Eso es lo que vale hoy un periódico digno como El Correo de Andalucía, donde, por cierto, yo mismo me formé como periodista y en donde firmé una página semanal de medio ambiente en el lejano 1981; una página pionera en el panorama del periodismo ambiental español, un espacio que entonces (imaginaos) era milagroso conquistar todas las semanas; un espacio que con los años se fue extendiendo y que fuimos conquistando, todos los periodistas ambientales, en multitud de medios. Un espacio que hoy hemos vuelto a perder, que hoy nos han arrebatado.

Un euro es lo que vale El Correo de Andalucía. Un euro para los que piensan que la información de calidad es una simple mercancía, barata, con la que se trafica sin mayores escrúpulos, y no un bien público que debemos defender todos, periodistas y ciudadanos, porque de él depende, en gran medida, nuestra propia libertad.

Me escucho hablar y siento el vértigo de quien ha retrocedido décadas en el tiempo, de quien está reivindicando, de nuevo, los espacios de dignidad que ganamos a finales de los 60 y que creíamos invulnerables en un sistema democrático.

Desde hace ya algunos años, demasiados, los medios de comunicación, la mayoría de los medios de comunicación, no están gobernados por periodistas, ni siquiera en las parcelas que son estrictamente informativas. Ahora nos sometemos al criterio de los políticos, los gerentes, los publicistas, los analistas de audiencias, los programadores (en el caso de la televisión)… profesionales para los que la información, insisto, es una simple mercancía sobre la que se anteponen otros valores (poder, beneficio económico, audiencia) que nada tienen que ver con el ejercicio, digno, del periodismo.

También vengo de una televisión pública, Canal Sur TV, donde, desde hace exactamente 17 años existe una sección específica de medio ambiente en el organigrama de los Servicios Informativos (la primera y única sección de sus características en las televisiones españolas), y un informativo semanal de medio ambiente (Espacio Protegido) que ha cumplido quince años en antena (en la escala temporal que se maneja en el universo de la televisión esto es una barbaridad). Justamente el mismo año en que nacía Espacio Protegido, 1998, nacía también Medi Ambient, nuestro programa hermano de la Televisión Valenciana, de Canal Nou, que, por cierto, ha cosechado aquí, en Telenatura, algún que otro galardón más que merecido. Un programa que, sospecho, nunca más  volveremos a ver porque es una de las muchas víctimas del cierre de Canal Nou decidido esta semana por un gobierno, el de la Generalitat valenciana, que sumió a esta empresa pública en la ruina económica (1.200 millones de deuda acumulada) y, lo que es peor aún, en el descrédito ciudadano (os recomiendo la lectura del testimonio de Iolanda Mármol, periodista de los Servicios Informativos de Canal Nou, o la lectura del libro “¿Y tú qué miras?” de Mariola Cubells, donde se relata cómo se trabajaba en la redacción de informativos de Canal Nou y a qué punto de degradación se había llegado).

Represento, en fin, a un colectivo, el de los periodistas ambientales, que sufre, como pocos, el impacto de esta crisis, porque son los periodismos especializados los primeros que se sacrifican en un medio que naufraga, los primeros que se lanzan por la borda tratando de evitar el hundimiento. Los profesionales mejor formados, los que gozan de mayor experiencia, los que se manejan con mayor soltura en el terreno de la información compleja, los que pueden transmitir sus conocimientos a las nuevas generaciones de periodistas, esos son los primeros en caer víctimas de los ERES, los ERTES y otros engendros administrativos similares.

Hemos vuelto al redactor o redactora todo terreno y baratito (y también sumiso), al becario explotado y a los colaboradores que se ofrecen gratis (ya ni siquiera hay que buscarlos, ellos mismos se ofrecen, a cero euros, con tal de enlucir su curriculum y, por supuesto, sin mirar el daño que causan al resto de sus compañeros). Y no hablo de algo que ocurre en medios de pequeño tamaño (esos ya se han extinguido o están a punto de extinguirse), hablo de medios de gran tamaño donde se ha instalado, con absoluto desparpajo, esta forma indigna de hacer periodismo. Una buena amiga, con muchas horas de vuelo en uno de los periódicos más importantes de este país, me lo resumió de manera magistral en un correo electrónico: Vamos a la estructura laboral de un reloj de arena muy culón. Por arriba los mandamases cobrando un congo, en la cintura (cada vez más estrecha), nosotros —profesionales con experiencia y preparados–, especie en extinción; y debajo, los becarios esclavos, una franja movible y volátil, a duro la jornada, que hará ricos a los de arriba. Nos queda poco, muy poco”.

¿Qué clase de información podemos ofrecer en estas condiciones? ¿Se puede hacer un periodismo ambiental digno y riguroso cuando tus condiciones laborales son indignas y la manera en que hay que despacharse para encarar una información compleja –como lo es la información ambiental— es cualquier cosa menos rigurosa? Cualquier análisis, hecho en España, a propósito del periodismo ambiental, cualquier análisis como los que hemos conocido en este congreso, está enturbiado por este contexto. Y aún así, seguimos haciendo periodismo ambiental de calidad y manteniendo, muy activa, una asociación profesional (APIA) que suma cerca de 200 socios.

Aunque los entierros superan, con mucho, a los nacimientos, todavía hay vida en este sector maltratado. Una revista imprescindible como Quercus ha pasado a ser gobernada por sus (pocos) trabajadores, un grupo de valientes que se han atrevido a hacer lo que pocos se atreverían a hacer, y La Vanguardia acaba de estrenar, en su oferta digital, un canal de información ambiental donde escriben algunos de los mejores profesionales de esta especialidad.

No todo está perdido, pero hemos perdido mucho de lo que habíamos conquistado en las tres últimas décadas. Y la pérdida más valiosa no es material, lo más valioso que estamos perdiendo es la capacidad de análisis que habíamos sido capaces de brindar a los ciudadanos, esa que permite conectar el cambio climático (o cualquier otro asunto ambiental trascendente) a su vida cotidiana, a sus intereses, a su calidad de vida, a sus expectativas de trabajo o a su salud.

¿Sirve de algo reproducir, y repetir como cacatúas, los últimos datos, las últimas evidencias científicas del IPCC, sin ser capaces de analizar esa información, sin ser capaces de interpretar (“informar” es “dar forma”) esa información para adaptarla al grado de conocimiento de nuestros receptores y al contexto (social, económico, cultural…) en el que estos viven?

Si el cambio climático no somos capaces de conectarlo con la salud, con la agricultura o con el turismo (por citar tres ámbitos que resultan esenciales para la sociedad española), no dejará de ser un simple asunto “mágico” (como decía Miguel Delibes parafraseando a Umberto Eco), aislado de causas y consecuencias, que sólo es capaz de provocar asombro o angustia. Sin esas conexiones, sin esa interpretación, que sólo es capaz de aportar el comunicador especializado, el cambio climático es comprensible y trascendente para los científicos, pero no para el común de los ciudadanos.

Es cierto que el periodismo ambiental, como periodismo especializado, está sufriendo de manera particularmente intensa esta crisis, pero, paradójicamente, debería ser el que mejor resistiera esta crisis, uno de los periodismos con mayor capacidad de supervivencia, porque es capaz, porque somos capaces, de interpretar una realidad compleja y por tanto podemos otorgar un valor añadido a nuestro trabajo, un plus que lo convierte en único dentro de una oferta informativa demasiado homogénea e intrascendente.

Los visionarios de turno, o los tontos útiles (que son muy útiles en esta demolición de los medios y sus profesionales), nos hablan de reinventarnos (la palabra mágica para sobrevivir a la crisis). Tan en serio se lo han tomado algunos colegas que en sus perfiles profesionales ya no se identifican como periodistas (o esta condición ha pasado a un vergonzante segundo plano) porque ahora son escritores, coach, consultores, community manager o asesores en Social Media.

Tenemos que reinventarnos dicen los gurús, pero ¿qué es lo que tenemos que reinventar? ¿El periodismo? ¿Tenemos que renunciar a las señas de identidad de este oficio, las que no han cambiado ni deben cambiar, las que se basan en la pluralidad, en el contraste de la información, en la honestidad, en la investigación, en el vínculo inquebrantable con nuestros receptores y no con nuestros pagadores? ¿Eso es lo que debemos reinventar? Una cosa es adaptarse al lenguaje (cuestión de empatía) o a las herramientas que marcan los tiempos (adaptación sobre todo tecnológica) y otra muy distinta es inventar un periodismo diferente al único periodismo posible: el periodismo riguroso y honesto.

Y ya que he hablado de adaptación tecnológica: ¡ cuidado con el tecno-optimismo ! No se hace mejor periodismo porque tengamos un iPad o un smartphone. Arnold Newman, uno de los mejores fotógrafos norteamericanos del siglo XX, lo explicó muy bien refiriéndose a su disciplina: “Muchos fotógrafos piensan que si compran una cámara mejor serán capaces de hacer mejores fotos. Una cámara mejor no hará nada por ti si no hay nada en tu cabeza o en tu corazón”.

El periodismo, como ha hecho siempre, se adapta a las nuevas herramientas pero no por ello debe sacrificar sus señas de identidad.

¿Cuándo escribimos en Twitter, o en nuestro blog, o en Facebook, podemos prescindir de las reglas éticas que estamos obligados a respetar en un periódico o en una televisión convencionales? ¿Debemos relajar el contraste de la información, la búsqueda de los datos precisos, la localización de las fuentes rigurosas, el lenguaje respetuoso, la independencia real, la educación? ¿Esa es la reinvención de la que nos hablan algunos visionarios?

Los periodistas ambientales, reunidos en APIA, cumplimos veinte años y lo celebramos con un congreso nacional que, dentro de muy pocos días, tendrá lugar en Madrid; un congreso que se desarrollará bajo el lema “Tenemos futuro”. Quizá nos hemos olvidado de los signos de interrogación, o los hemos obviado para poner un poco de esperanza. Pero, de verdad, sinceramente, ¿tenemos futuro? El periodismo en el que se formó mi generación y la de los periodistas que me enseñaron el oficio, el periodismo que necesita de valores  más que de herramientas, ese periodismo… ¿tiene futuro? Las facultades de Comunicación están repletas de estudiantes convencidos de que ese futuro existe, ¿pero ellos y nosotros hablamos del mismo periodismo?

No todo se debe a la crisis económica, también hay una profunda crisis de valores, una suicida pérdida de las señas de identidad del verdadero periodismo consumidas en el negocio puro y duro.

Siempre cito, cuando hablo de esta degradación imparable, la película “Buenas noches, y buena suerte”, de George Clooney , en la que se retrata el pulso entre el periodista de la CBS Ed Murrow y el senador integrista Joseph McCarthy. Murrow, en el remotísimo 1952, ya advirtió que la información en el medio televisivo estaba a punto de ser derrotada por el espectáculo. El mayor peligro no viene de la censura directa, no viene de los mandamases empeñados en colocarnos una mordaza, el peligro viene, sobre todo, de la banalidad. ¿De qué manera se ha neutralizado en TVE un programa informativo de referencia como Informe Semanal? ¿Lo han eliminado sin más? No, simplemente lo han ido adulterando poco a poco y al final, cuando nos resultaba casi irreconocible, lo han relegado a un horario indecente, y su hueco, en el prime time, lo ocupa ahora un concurso casposo (de nuevo estamos en este extraño túnel del tiempo que nos devuelve cincuenta o sesenta años atrás…).

Nuestra pérdida de valores incluye esa insana afición al cainismo, común en casi todas las profesiones pero que en el caso del periodismo se practica con inusual soltura y, sobre todo, sin pudor alguno. Acostumbramos a ser nuestros peores enemigos y, por eso, cuando un medio desaparece o un profesional sufre un traspiés los primeros en alegrarse, sin recato, son sus colegas, somos los propios periodistas. Echadle un vistazo a las reacciones, en los medios, a la desaparición de Canal Nou. Eso de que perro no muerte a perro ya pasó a la historia. Ahora los perros comen de todo; incluso se comen a ellos mismos (¿autocanibalismo?).

Consuela comprobar, como yo mismo he comprobado en otras tierras, que el cainismo no es exclusivo de nuestro país, aunque aquí lo practicamos con un grado de refinamiento difícil de alcanzar en otras latitudes. Aquí se suele disfrazar de santa indignación, de honestidad a prueba de bombas, de rigor presupuestario, de patriotismo, de defensa de valores universales, de lucha obrera, o de cualquier pamema al uso. Pero el cainismo no busca el bien común, solo busca el provecho propio: quien quiere comer solo es porque quiere comer más.

En España la crisis económica está resultando terrible para el periodismo, pero la conjura de los necios que ha nacido de nuestra propia incapacidad, de nuestra pérdida de valores, de nuestra soberbia, es aún más terrible, porque su origen y su solución sólo depende de nosotros mismos. A nadie podemos echarle la culpa.

Paradójicamente estamos en un momento, crucial, en el que, quizá, la única forma de avanzar hacia ese futuro incierto sea volviendo a los orígenes, retrocediendo hasta el mismo corazón de este oficio. Si me lo permitís, y aunque se haya convertido en un lugar común, quisiera acabar citando a Kapuscinski, donde, a pesar de todo, casi siempre encuentro consuelo y esperanza, porque nos remite a esos orígenes perdidos que son los que nos hacen periodistas sea cual sea la tormenta que tengamos que sortear.  “Creo”, escribió el periodista polaco en 1999, “que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Y convertirse, inmediatamente, desde el primer momento, en parte de su destino”.

Nuestro destino, el de los periodistas, es el destino de nuestros conciudadanos, y creo que en este momento, si queremos sobrevivir con dignidad, ellos y nosotros tenemos que rebelarnos (que no reinventarnos). Rebelarse es, en este justo instante, mucho más importante que reinventarse.

Gracias.

 

XXVIII Congreso Internacional de  Comunicación

Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra.

Viernes, 8 de noviembre de 2013

 

P.D.: Gracias a Bienvenido León, y su equipo, por invitarme a participar como ponente en este congreso. Y gracias, sobre todo, por su compromiso, desde hace muchos años, con el mejor periodismo ambiental, un compromiso que, desgraciadamente, no es muy frecuente en las facultades de Comunicación que es en donde más lo necesitamos.

Si uno no se rebela cuando es estudiante, ¿cuándo se va a rebelar?

 

 

 

 

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Cernuda

«Y entonces la ignorancia,
la indiferencia y el olvido, vuestras armas
de siempre, sobre mí caerán…»

Una de las muchas anécdotas (reales o inventadas) que se le atribuyen a Churchill tiene como protagonista a un joven parlamentario conservador que, en su primer día de trabajo (es un decir…), se acercó al escaño del primer ministro para mostrarle su admiración. Al novato no se le ocurrió mejor panegírico que exaltar la alianza que en ese justo instante lo unía al estadista: “Nunca pude imaginar que un día yo estaría sentado junto a usted, mirando a esos bancos en los que, frente a nosotros, se sientan nuestros enemigos, los laboristas, a los que vamos a combatir juntos”. A Sir Winston le sorprendió la miopía del joven parlamentario y así se lo hizo saber: “No se confunda usted, nuestros enemigos se sientan junto a nosotros, a los que usted está mirando es a nuestros contrincantes”.

De ser cierta, la anécdota pudo haber inspirado otra mucho más cercana en el tiempo y el espacio, y cuya veracidad adquiere menos dudas porque me la transmitieron de primera mano. En la visita que Helmut Kohl hizo al Parque Nacional de Doñana, invitado por su amigo Felipe González, los especialistas que iban a organizar su recorrido le advirtieron que para disfrutar de los mejores paisajes, y de su fauna, era imprescindible madrugar. Kohl preguntó la hora a la que tendría que levantarse y le dijeron que sobre las seis de la mañana. “No hay problema”, respondió el canciller, “en Alemania todos los días a las seis de la mañana llevo ya dos horas combatiendo a los democristianos”. Efectivamente, Kohl era el líder de los democristianos…

Consuela comprobar que el cainismo no es exclusivo de nuestra tierra, aunque aquí lo practicamos con un grado de refinamiento difícil de alcanzar en otras latitudes. En nuestro oficio, sin ir más lejos, el cainismo se practica con desparpajo y alegría incluso en una época tan terrible como la que nos está tocando vivir. Sólo hace falta comprobar, hoy mismo, la reacción de algunos medios, y algunos periodistas, al anunciado cierre de la Radio Televisión Valenciana, o la manera en que nos tratan algunos colegas (¿colegas?) a los profesionales de la Radio Televisión de Andalucía.

El cainismo se suele disfrazar de santa indignación, de honestidad a prueba de bombas, de rigor presupuestario, de defensa de valores universales, de lucha obrera o de cualquier pamema al uso. Pero el cainismo solo busca el provecho propio: quien quiere comer solo es porque quiere comer más.

Si al cainismo lo alimentamos con un poquito de envidia ibérica (nada de recebo, ibérica-ibérica) y unas gotitas de terapia freudiana (aquí no sólo matamos al padre: si es necesario matamos también a la madre, a los abuelos, al perro y al canario) entonces no dejamos títere con cabeza y nos deslizamos hacia la estupidez absoluta. Los que seguís este blog sabéis de sobra que el estúpido (de acuerdo a la definición del economista Carlo M. Cipolla) es aquella persona “que causa pérdidas a otra persona o grupo de personas sin obtener ninguna ganancia para sí mismo e incluso incurriendo en pérdidas”.

Y todo este largo preámbulo, un defecto característico de este blog, viene a cuenta de algunas experiencias personales recientes (¿de dónde, si no, se alimenta un blog?) y, sobre todo, del aniversario de la muerte de Luis Cernuda, un poeta al que, en su tiempo, despreció la derechona más rancia y censuró la izquierda oficial. ¿Quiénes eran los amigos y quiénes los enemigos? Para el que tiene criterio propio es, a veces, difícil distinguir a unos y a otros… Hoy, cincuenta años después de la muerte del poeta (en el exilio), no está de más recordar cómo  hablaba de sus paisanos

A SUS PAISANOS

(Luis Cernuda en Desolación de la quimera, 1956-1962)

No me queréis, lo sé, y que os molesta
cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende
¿Culpa mía tal vez o es de vosotros?
Porque no es la persona y su leyenda
lo que ahí, allegados ahí, atrás os vuelve.
Mozo, bien mozo era, cuando no había brotado
leyenda alguna, caísteis sobre un libro
primerizo lo mismo que su autor: yo, mi primer libro.
Algo os ofende, porque sí, en el hombre y su tarea.

¿Mi leyenda dije? Tristes cuentos
inventados de mí por cuatro amigos
(¿Amigos?), que jamás quisisteis
ni ocasión buscasteis de ver si acomodaban
a la persona misma así traspuesta.
Mas vuestra mala fe los ha aceptado.
Hecha está la leyenda, y vosotros, de mí desconocidos,
respecto al ser que encubre mintiendo doblemente,
sin otros escrúpulo, a vuestra vez la propaláis.
Contra vosotros y esa vuestra ignorancia voluntaria,
vivo aún, sé y puedo, si así quiero, defenderme.
Pero aguardáis al día cuando ya no me encuentre
aquí. Y entonces la ignorancia,
la indiferencia y el olvido, vuestras armas
de siempre, sobre mí caerán, como la piedra,
cubriéndome por fin, lo mismo que cubristeis
a otros que, superiores a mí, esa ignorancia vuestra
precipitó en la nada, como el gran Aldana.

De ahí mi paradoja, por lo demás involuntaria,
pues la imponéis vosotros: en vuestra lengua escribo,
criado estuve en ella y, por eso, es la mía,
a mi pesar quizá, bien fatalmente. Pero con mis expresas excepciones,
a vuestros escritores de hoy ya no los leo.
De ahí la paradoja: soy, sin tierra y sin gente,
escritor bien extraño; sujeto quedo aún más que otros
al viento del olvido que, cuando sopla, mata.

Si vuestra lengua es la materia
que empleé en mi escribir y, si por eso,
habréis de ser vosotros los testigos
de mi existencia y su trabajo,
en hora mala fuera vuestra lengua
la mía, la que hablo, la que escribo.
Así podréis, con tiempo, como venís haciendo,
a mi persona y mi trabajo echar afuera
de la memoria, en vuestro corazón y vuestra mente.

Grande es mi vanidad, diréis,
creyendo a mi trabajo digno de la atención ajena
y acusándoos de no querer la vuestra darle.
Ahí tendréis razón. Mas el trabajo humano
con amor hecho, merece la atención de los otros,
y poetas de ahí tácitos lo dicen
enviando sus versos a través del tiempo y la distancia
hasta mí, atención demandando.
¿Quise de mí dejar memoria? Perdón por ello pido.

Mas no todos igual trato me dais,
que amigos tengo aún entre vosotros,
doblemente queridos por esa desusada
simpatía y atención entre la indiferencia,
y gracias quiero darles ahora, cuando amargo
me vuelvo y os acuso. Grande el número
no es, mas basta para sentirse acompañado
a la distancia en el camino. A ellos
vaya así mi afecto agradecido.

Acaso encuentre aquí reproche nuevo:
que ya no hablo con aquella ternura
confiada, apacible de otros días.
Es verdad, os lo debo, tanto como
a la edad, al tiempo, a la experiencia.
A vosotros y a ellos debo el cambio. Si queréis
que ame todavía, devolvedme
al tiempo del amor. ¿Os es posible?
Imposible como aplacar ese fantasma que de mí evocasteis.

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En otros sitios no se, pero aquí se hace Periodismo…

Hoy los buitres de siempre revolotean sobre mi empresa, la RTVA, la televisión pública de Andalucía. Disfrazan su apetito, como siempre, con esa cantinela demagógica de la austeridad y el derroche (y viceversa), pero, en realidad, lo que persiguen es que esta casa muera, o la maten, para hacer negocio (como siempre). Algunos incautos, y otros con buena fe, los leeran (o los escucharán) y terminarán convencidos de que son firmes defensores del bien público y la honestidad, sin saber que lo que buscan es hacer caja. Sin más. Como siempre.
No seré yo quien defienda lo indefendible. No me preguntéis por aquellas decisiones que exceden las responsabilidades de los que no ocupamos un cargo directivo. Yo soy periodista y, por eso, después de haber pasado por muchos medios, públicos y privados, y haber bregado con todo tipo de fauna, sólo puedo defender mi trabajo, y el de mi equipo, y hablar, con orgullo y sinceridad, de lo que conozco de primerísima mano.
Y desde ese orgullo, teñido de indignación, este verano, cuando tuve oportunidad de volver a la primera linea de los Informativos Diarios de Canal Sur TV (al Noticias 1, para ser exactos), escribí a propósito de la mierda en televisión. Algunos colegas (¿colegas?) deberían tomar nota… y aprender (antes de dar lecciones).

¿Cuánto de cainismo, interesado, hay en esta crisis del Periodismo?

Así lo conté en verano (y no he cambiado de parecer):
https://elgatoeneljazmin.wordpress.com/2012/09/03/mierda-en-television/

P.D.: Lamento haber utilizado la metáfora de un carroñero maravilloso cuyo trabajo es fundamental para la salud del monte mediterráneo, pero los buitres, más allá de consideraciones ecológicas, son justamente eso, una metáfora que entienden hasta los que no entienden…de animales.

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