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Posts Tagged ‘Carmen Yanes’

Que te arrastre un viento huracanado, micrófono en mano, no te convierte en meteorólogo ni hace de ti un experto en cambio climático. No, el periodismo (especializado) no funciona por ósmosis.

A lo largo de mi vida laboral he tenido el privilegio de aprender junto a algunas excelentes profesionales, periodistas que han modelado mi manera de entender este oficio. Desde Carmen Yanes, mi primera jefa (una teresiana comprometida y seria) en el extinto Nueva Andalucía, hasta Sol Fuertes y Soledad Gallego-Díaz, cuando ambas me ofrecieron escribir una página semanal de medio ambiente en la edición andaluza de El País (1992-2007).

De esta última recuerdo una conversación que terminó por convertirse en uno de mis mantras, un consejo que, al cabo de los años, y en lo que se refiere al periodismo especializado, ha ido creciendo en su acierto. Me lamentaba yo un día en su despacho al comprobar que un diario de la competencia se me había adelantado en la publicación de un tema que yo andaba preparando para mi «Crónica en verde» (el clásico síndrome de la «exclusiva» pisoteada). Soledad fue rotunda:

Nunca debes preocuparte porque alguien se adelante. Preocúpate de que tu reportaje sea mejor. Si necesitas más tiempo, tómatelo, y demuestra que la calidad de tu trabajo ha merecido la espera.

Cuánta razón tenía. ¿De qué sirve correr cuando lo que nos piden nuestros lectores, nuestra audiencia, es entender? Lo triste es que, casi tres décadas después, todavía hay quien en este oficio cree que lo importante es ser el primero aunque la precipitación nos impida interpretar con acierto cuestiones complejas: el espectáculo por encima de la información, las prisas como un supuesto valor añadido (aunque nos conduzcan al descrédito). Y no me refiero a dejar que la actualidad deje de serlo y que lleguemos tarde, cuando ya no se nos requiere como periodistas, me refiero a aplicar cierta calma, la imprescindible para hacer bien nuestro trabajo. Y para que esa calma tenga su justa medida, y no se eternice (que tampoco se trata de eso), lo que se necesita es formación, capacidad de análisis, estudio, manejo rápido y certero de las fuentes apropiadas, uso preciso del lenguaje, cultura, contención, y, sobre todo, conocimiento del tema que vamos a abordar.

Uno de los argumentos más perversos que se ha ido imponiendo en el oficio periodístico es aquel que sostiene que uno sabe de algo al estar en el sitio donde ese algo se está produciendo (el mítico «conocimiento por ósmosis»). Es decir, si a uno lo envían a pie de incendio forestal, de volcán en erupción, de huracán, de pandemia o de vertido tóxico, automáticamente se convierte en un experto en incendios, volcanes, fenómenos meteorológicos extremos, pandemias o vertidos contaminantes, cuando el proceso debería ser justamente al contrario: uno sabe de incendios, volcanes, meteorología, pandemias o vertidos, y es por eso que lo envían a pie de suceso. Esto no pasa ni en política, ni en deportes, ni en economía, o pasa poco, pero en ciencia, y en medios generalistas, es el pan nuestro de cada día. Por eso tenemos especialistas en cualquier asunto que requiera conocimientos científicos, porque adquieren esa condición sencillamente, y de manera milagrosa, al recibir el encargo de hablar/escribir del asunto (y no digamos si te nombran enviado especial, circunstancia que de inmediato te catapulta al doctorado, sin tesis ni nada,  en la disciplina correspondiente).

Creemos estar informados, dice Rosa María Calaf, cuando en realidad estamos entretenidos. Y no, la misión de los periodistas no es entretener, es informar. La función debe estar por encima de la forma. Stephen Few, uno de los pioneros en reflexionar sobre los principios de eso que ahora llamamos visualización de datos, lo explica de manera muy clara refiriéndose al periodismo escrito, aunque puede aplicarse a cualquier medio: «…muchos profesionales toman los datos y se dedican simplemente a buscar una forma divertida y original de mostrarlos, en vez de entender que el periodismo consiste -una vez reunidas las informaciones- en facilitar la vida de los lectores, no en entretenerlos. El trabajo del diseñador de información no es encontrar el gráfico más novedoso, sino el más efectivo…».

Claro que es más fácil envolver en papel de celofán la nada: gesticular con aplomo, tener el nudo de la corbata bien hecho, lucir un maquillaje apropiado, sonreir (mucho), bromear (mucho), hablar alto y de forma atropellada… Y así se nota menos que, en realidad, no tenemos mucha idea de lo que estamos hablando, o tenemos una idea demasiado superficial y, por tanto, inapropiada para un (verdadero) periodista.

Una de las mayores pérdidas que ha sufrido este oficio es la desaparición de las maestras, de los maestros, cada vez más escasos, cada vez más arrinconados, devorados por esas mismas prisas, por esos fuegos de artificio que algunos tratan de defender como la quintaesencia del periodismo. Los jóvenes periodistas necesitan dónde mirarse, para no perderse y, extraviados, caer en la trampa del «aprendizaje por ósmosis», que no digo yo que no funcione para otras virtudes que tienen que ver más con el espíritu que con el intelecto (la bondad, la templanza, la empatía…) pero que en lo que se refiere al conocimiento no merece más consideración que algún programa de Iker Jiménez.

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PEriódico Machado

Esta era la parte más suculenta de mi doble página machadiana, con la que me sentí orgulloso aquel 12 de abril de 1983.

Como por entonces no tenía coche ni carnet de conducir (ni un duro), a Baeza me llevó mi padre, convertido, como otros tantos domingos, en solícito conductor de un cuasi-periodista. Con mi flamante Yashica FX-3, diecinueve años y una novia entregada a la poesía, el 10 de abril de 1983 me planté en el homenaje nacional a Antonio Machado, a pesar de que el fiscal Jesús Vicente Chamorro, artífice del encuentro y fundador de Justicia Democrática en plena dictadura, me había confesado por teléfono que le parecía “demasiado joven” para cubrir con rigor un acto de tamaña  trascendencia.

En verdad el homenaje se convocó un 20 de febrero de 1966 pero las autoridades franquistas lo prohibieron y expedientaron a Chamorro por su atrevimiento. El fiscal mantuvo escondido en su casa, durante 17 largos años, el enorme busto de bronce del poeta que, al fin, iba a colocarse en un fanal de hormigón, mirando a la sierra de Cazorla, no muy lejos del instituto donde Machado impartiera clases de francés.

Homenaje a Machado - Montero CIRCULO

Buscando en la red documentación sobre aquella jornada festiva me he encontrado con este regalo: una foto del homenaje de 1983 en la que me he reconocido entre la multitud. A mi novia no la veo 😦

Más de 5.000 personas tomaron Baeza aquella mañana de primavera, soleada y alegre. Y a pesar de las reticencias de Chamorro, yo cubrí, sin que nadie me lo encargara, aquel homenaje capitaneado por Paco Rabal y Rafael Alberti. Con ellos me coloqué en la cabeza de la improvisada peregrinación laica que iba recorriendo todos los hitos machadianos, recitando, en cada uno de ellos, algún poema del ilustre profesor. Y a cada verso encendido yo disparaba mi cámara y miraba a mi novia (o al contrario, ya no me acuerdo bien).

El lunes, de vuelta a la redacción del vespertino Nueva Andalucía, me ofrecí para componer una doble página a la altura del acontecimiento que había tenido la suerte de vivir. En un periódico dirigido por un escritor de buen corazón (Javier Smith) y una teresiana progresista (Carmen Yanes) no era difícil que a un pipiolo  que llevaba de ayudante de redacción unos meses le aprobaran una doble página donde todo (texto, fotos y maqueta) quedaba bajo su responsabilidad.

El reportaje, a doble página, se publicó el martes y cuando, a pie de rotativa, estaba disfrutando de su lectura, hinchado como un pez globo, alguien tocó mi hombro y con voz ronca me preguntó: “¿Es usted comunista?”. El consejero delegado de la empresa editora del diario, Antonio Uceda, me miraba fijamente, con cara de pocos amigos, esperando una respuesta. “Noooooo”, debí contestar con la vocecilla atiplada característica de un pez globo cuando se desinfla a marchas forzadas. Entonces, apretó: “¿Por qué ha puesto usted en el reportaje la foto de Paco Rabal con el puño en alto?”. Tiré de erudición, hice la finta y logré escabullirme cuando ya me veía recogiendo el finiquito: “La hice justo en el momento en que Paco Rabal recitaba <Los olivos>, ya sabe usted, ese poema que dice: <… de los que muestran el puño / al destino / los benditos labradores…>”.

Paco Rabal

Así de revolucionario fotografié a Paco Rabal para plantarlo en las páginas centrales de un diario del Arzobispado. El atrevimiento del becario.

Quizá porque era de Palma del Río, y los labradores no debían resultarle ajenos, o porque el adjetivo “benditos” inspiraba cierta confianza en una empresa propiedad del Arzobispado de Sevilla, el caso es que Antonio Uceda, el temible consejero delegado, soltó a su presa, y el pez globo, convertido ya en un tembloroso chanquete, se escurrió por los talleres hasta alcanzar su Vespa 150 con la que logró escapar, sano y salvo, de aquellas viejas naves del polígono de la Carretera Amarilla.

Desde entonces desconfío de la gente a la que no le gusta la poesía, a la que no le conmueve un verso. O, dicho de otra manera, tiendo a juntarme con personas que encuentran en la poesía consuelo, futuro y alegría.

Hoy, celebrando el Día Mundial de la Poesía, y también la primavera, me lo ha dicho un amigo: “Si me tienen que operar de algo quisiera que el cirujano fuera un lector de poesía, un buen cirujano pero, además, amante de la poesía”. Y yo le alabo el gusto porque, ¿quién si no va a entender, de verdad, qué es lo que hay aquí dentro y cómo es posible que funcione?

P.D.: De casi todo hace ya treinta años…

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