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Posts Tagged ‘ciencia’

Nuestra memoria es débil, pero ya se ocupan las hemerotecas de recordarnos lo que no debería causarnos sorpresa. En la imagen (de la Biblioteca Nacional) algunos titulares de prensa a propósito de la «gripe española» de 1918.

Hace 15 años en este país los virólogos estaban escondidos, trabajando en sus cosas, investigando en silencio. Hoy los encuentras en la cola del supermercado, en las redes sociales y en las tertulias de radio y televisión. España se ha llenado de resueltos virólogos, aunque los de verdad, los que se dedicaban a estos patógenos hace 15 años, siguen trabajando en la sombra y (la mayoría) se cuidan mucho de opinar, sin fundamento ni rigor, en mitad de esta emergencia.

Una de las ventajas de haberme especializado en información científica y ambiental es que, después de llevar casi 40 años escribiendo de estos asuntos en medios de comunicación (me estrené en el diario Nueva Andalucía un lejano 3 de diciembre de 1981, hablando del valor ecológico de los humedales del Bajo Guadalquivir), hay pocos temas que me sorprendan y pocos especialistas de salón que me seduzcan. Por eso me llama la atención, por ejemplo, con qué asombro hablan algunos colegas de los efectos del cambio climático, cuando el diario El País ya informaba con detalle de esta cuestión en 1976; la alarma que desata el virus del Nilo, presente en las marismas del Guadalquivir desde hace décadas, o la repentina atención que merece el vínculo entre la pandemia de COVID19 y determinados factores ambientales, cuando yo mismo me pasé dos años (2005-2006) escribiendo, con cansina insistencia, a propósito de esa peligrosa relación entre enfermedades emergentes, factores ambientales y globalización. De aquella época me siguen pareciendo particularmente valiosas las entrevistas que hice a Adolfo García-Sastre, algunas de ellas emitidas en Canal Sur Televisión (octubre 2006), uno de los máximos expertos en gripe de todo el mundo, al que entonces pocos conocían en nuestro país y que traje desde Nueva York para que dictara, en Córdoba, una de las conferencias del Seminario Internacional de Periodismo y Medio Ambiente de cuya dirección me ocupé durante más de una década.  

Este país se ha llenado de resueltos virólogos, y donde más abundan los todólogos, seamos sinceros, es en los medios de comunicación…

No es la primera vez que presumo en este blog de hemeroteca doméstica. En ella vuelvo a sumergirme hoy, aprovechando las muchas horas de encierro a la que nos obliga el coronavirus, para rescatar algunos párrafos de aquellos textos en los que ya aparecía el temor a una pandemia, la necesidad de controlar el salto de patógenos de animales silvestres a humanos, los riesgos de la globalización en la dispersión de virus a escala planetaria, el vínculo de estas enfermedades con el cambio climático o la atención prioritaria que debería prestarse al trabajo científico y, en particular, al desarrollo de vacunas. Todo suena muy actual, ¿verdad?, pues como veréis lo escribí hace más de 15 años. ¿En qué hemos empleado el tiempo en estos tres largos lustros?

“Virus con alas”. Crónica en verde. El País, 12 de septiembre de 2005

Link: https://elpais.com/diario/2005/09/12/andalucia/1126477345_850215.html

La FAO ha advertido que las aves infectadas [por gripe aviar] en Siberia y Kazajstán pueden alcanzar fácilmente zonas del Caspio, el Mar Negro y los Balcanes, extendiéndose por algunos enclaves del sureste europeo en donde, precisamente, los ejemplares del centro y norte de Europa se mezclan con los de Asia, y el contacto de ambos grupos facilitaría la extensión de la epidemia hacia territorios aparentemente a salvo.

[…]

La Organización Mundial de la Salud, en su último informe sobre la cuestión, fechado el 18 de agosto, admite que “es imposible controlar la gripe aviar en las aves salvajes, y ni siquiera vale la pena intentarlo”. Al igual que la FAO, la OMS recuerda que el papel de estos animales en la propagación de las cepas más agresivas del virus “sigue siendo en gran parte desconocido”.

“La salud incierta”. Crónica en verde. El País, 24 de octubre de 2005

Link: https://elpais.com/diario/2005/10/24/andalucia/1130106148_850215.html

La crisis sanitaria desatada en torno a la gripe aviar ha puesto de manifiesto un conjunto de patologías que afectan a la salud humana y que, en gran medida, están determinadas por las condiciones ambientales y las perturbaciones que hemos ido introduciendo en ellas. Enfermedades exóticas, o erradicadas hace tiempo de determinados territorios, se hacen presentes debido, por ejemplo, al cambio climático, a las migraciones animales o al trasiego de personas y mercancías entre puntos geográficos muy distantes.

[…]

Los especialistas de la OMS que estudian el problema de la gripe aviar consideran que si el temido virus consigue finalmente mutar y adquiere la capacidad de transmitirse de persona a persona, el escenario más peligroso, en la más que probable pandemia estarían implicados los modernos sistemas de transporte. Es decir, el virus no llegaría a destinos alejados del sudeste asiático por medio de las aves migratorias si no que, muy posiblemente, alcanzaría enclaves remotos, como Europa, por medio de personas infectadas que tomaran, por ejemplo, un avión.

“Los orígenes del virus”. Crónica en verde. El País, 23 de enero de 2006

Link: https://elpais.com/diario/2006/01/23/andalucia/1137972137_850215.html

Precisamente este virus, el de la gripe española, ha podido reconstruirse gracias a un complejo proyecto científico en el que ha participado un español, el microbiólogo Adolfo García-Sastre, profesor en la Facultad de Medicina Monte Sinaí, de Nueva York. Un especialista que acaba de visitar Sevilla para reunirse con sus colegas de la Estación Biológica de Doñana, dedicados a la identificación de virus en poblaciones de aves silvestres, cuestión que podría resultar decisiva a la hora de prevenir la temida pandemia.

                Pregunta. ¿De qué manera están relacionados los virus de la gripe presentes en aves y aquellos otros que son propios de la especie humana?

                Respuesta. Los virus de la gripe que afectan a humanos son virus muy determinados, de los que, en la actualidad, sólo existen dos tipos. Estas dos variantes también están presentes en las aves que, además, se ven afectadas por otros 16 tipos de virus de la gripe. Los virus pandémicos aparecen cuando un virus propio de aves es capaz de infectar a humanos. Este salto no es fácil, porque cada virus está adaptado a su propio huésped y no se propaga con facilidad en otro.

                P. Sin embargo ese salto es posible, y ha podido incluso certificarse en el virus de la gripe española de 1918, que usted, junto a otros especialistas, ha sido capaz de reconstruir.

                R. El virus de 1918 tiene unas secuencias muy parecidas a las que encontramos en virus de aves, aunque ambos son un poco distintos porque aparecen ciertos cambios que diferencian a uno y a otros. Es muy posible que en esas secuencias, que hemos identificado en algunos genes, se encuentre la clave que explique por qué un virus propio de aves es capaz de cambiar lo suficiente como para adaptarse a los humanos. Estamos, por tanto, tratando de precisar las características de esas secuencias porque así sabremos hasta qué punto un virus de aves será capaz de infectar a humanos. ¿Se necesitan diez cambios?, ¿veinte cambios?, ¿cuarenta cambios? Cuantos más cambios hayan de producirse en el perfil genético del virus menor riesgo existe de que sea capaz de saltar a humanos.

                 P. ¿El virus de 1918 fue capaz desaltar directamente de aves a humanos?

                R. Sabemos que en otras pandemias, como la de 1957, lo que ocurrió es que un virus de gripe humana fue capaz de adquirir un par de genes de virus propios de aves. En el caso de 1918 no podemos asegurar que se produjera un salto directo de aves a personas, porque no tenemos muestras de virus de humanos que circularan antes de esa fecha, pero debido a las similitudes que este virus presenta con respecto a los que afectan a las aves esta es una hipótesis en la que estamos trabajando. Es posible que un virus aviar, después de una serie de cambios, sea capaz de saltar directamente a humanos.

                P. ¿Es posible anticiparse a ese salto? ¿Podemos identificar a los virus candidatos a producir una pandemia?

                R. Si somos capaces de identificar las secuencias que en determinados genes explican el éxito de un virus a la hora de infectar a humanos, propagarse a gran velocidad y causar enfermedad, podremos reconocer virus que, con las mismas secuencias, se encuentren en la naturaleza, o bien virus que estén cerca de adquirir esas secuencias, virus que necesiten pocos cambios para convertirse en pandémicos. Esos virus serían los que tendríamos que vigilar de cerca porque, potencialmente, son los más peligrosos. Al mismo tiempo, estamos investigando los mecanismos que, a nivel molecular, se desencadenan a partir de esas secuencias genéticas, mecanismos que hacen que la enfermedad sea más severa, porque el conocimiento de estos mecanismos nos permitirá desarrollar fármacos específicos capaces de neutralizarlos. Y esas mismas herramientas moleculares nos van a servir también para diseñar vacunas más efectivas.

                P. ¿Los virus H5, que ahora concentran el temor de todos los especialistas, terminarán por convertirse en virus pandémicos?

                R. Las pandemias han existido siempre, y cuando se producen la mortalidad se dispara, como ocurrió en 1918, cuando la tasa de mortalidad, en una circunstancia extrema, llegó a alcanzar el 2 %. Las pandemias ocurren a intervalos de entre 10 y 90 años, y la última que tenemos registrada es la de 1968. Lo que sí sabemos ahora, y no sabíamos antes, es que los virus proceden de las aves y por eso hay que evitar el contacto entre aves silvestres y domésticas, y entre aves y humanos, como factor de prevención. De todas maneras, no es tan fácil decir que los virus H5 van a ser capaces de producir una pandemia, y si lo fueran tampoco parece probable que sean tan letales una vez que comiencen a propagarse de humanos a humanos, ya que en la actualidad sus tasas de mortalidad rozan el 50 %.

                 P. ¿Disponemos de tiempo? ¿Será posible contar con esas nuevas herramientas de prevención y tratamiento antes de que aparezca una pandemia?

                R. La cuestión del tiempo no es fácil de predecir, pero si para algo ha servido el miedo, quizá exagerado, que ha producido toda esta situación, es para que los gobiernos tomen conciencia de lo grave que resultaría una pandemia y preparen la infraestructura necesaria para fabricar vacunas con rapidez y contar con suficientes antivirales, recursos de los que ahora mismo no disponemos.

Al mismo tiempo que se diseña este sistema de alerta temprana hay que estar preparados para interrumpir la cadena de transmisión del virus. Ya que no es fácil que el  patógeno salte directamente de aves silvestres a humanos, hay que concentrar la atención en los huéspedes intermedios, las aves domésticas, a las que hay que sacrificar en cuanto existan indicios de un brote infeccioso. La última barrera de contención habría que levantarla en el caso de que la enfermedad se transmitiera entre humanos, y en este caso habría que recurrir a vacunas específicas y antivirales efectivos, dos elementos, insiste García-Sastre, “que sólo pueden obtenerse fomentando la investigación y disponiendo de la infraestructura necesaria para actuar con rapidez”.

“Enfermedades sin fronteras”. Revista Estratos, otoño 2006

El sur de España, por el que discurren las rutas migratorias que usan las aves que van y vienen a África, es, en el caso del virus del Nilo, una zona de alto riesgo, como aseguran Rogelio López-Vélez, especialista de la Unidad de Medicina Tropical del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, y Ricardo Molina, especialista de la Unidad de Entomología Médica del Instituto de Salud Carlos III. Y no se trata de un riesgo potencial sino que ya se tienen evidencias de la llegada del patógeno a tierras españolas, puesto que estudios realizados entre 1960 y 1980, detallan estos expertos,  “demostraron la presencia de anticuerpos en la sangre de los habitantes de Valencia, Galicia, Doñana y delta del Ebro, lo que significa que el virus circuló en nuestro país por entonces.

[…]

Algunas de las alteraciones ligadas al cambio climático, como un cierto aumento de la temperatura media, incrementarían el riesgo de transmisión de esta enfermedad, circunstancia que afecta a otras muchas dolencias, exóticas o ya erradicadas en territorio español, circunstancia que han puesto de manifiesto en sus trabajos de investigación los doctores López-Vélez y Molina y que también se incluye entre las advertencias recogidas en el documento “Evaluación preliminar de los impactos en España por efecto del cambio climático”, publicado por el Ministerio de Medio Ambiente. Recurriendo a una explicación simplificada, se puede decir que pequeñas variaciones en la temperatura, las precipitaciones o la humedad podrían afectar a la biología y ecología de ciertos vectores, como los mosquitos, y afectar también a los hospedadores intermediarios de dichas enfermedades o a sus reservorios naturales. 

Revista Sierra Albarrana, octubre 2006

Entrevista a Adolfo García-Sastre, profesor de Microbiología en la Facultad de Medicina Monte Sinaí (Nueva York).

P. ¿Disponemos de tiempo? ¿Será posible contar con esas nuevas herramientas de prevención y tratamiento antes de que aparezca una pandemia?

R. […] Siendo optimista, podemos decir que hoy estamos mejor preparados que hace cinco años, pero siendo pesimista creo que es necesario advertir que tenemos los conocimientos adecuados para enfrentarnos a una emergencia de este tipo pero, sin embargo, aún no hemos desarrollado las capacidades suficientes para hacerlo. Y tanto en lo que se refiere a conocimientos como a capacidades hay que insistir en el hecho de que cualquier acción debe plantearse a escala planetaria, porque de poco sirven los esfuerzos de un grupo de países frente a enfermedades que no saben de fronteras.

Revista Estratos, invierno 2006

Entrevista a Adolfo García-Sastre, profesor de Microbiología en la Facultad de Medicina Monte Sinaí (Nueva York)

                P. ¿Qué evidencias científicas se han obtenido a partir del estudio de anteriores pandemias?

                R. Sólo hay dos pandemias de gripe, la de 1957 y la de 1968, de las que conocemos exactamente cuál fue la composición del virus que las provocó, y en ambos casos el patógeno, sobre un total de ocho genes, tenía de cinco a seis genes que ya estaban presentes en virus de la gripe que afectaban a humanos, virus que ya estaban circulando. Es decir, sólo dos o tres genes cambiaron para adquirir determinantes genéticas procedentes de algún virus de aves. ¿Cómo se originó, pues, el virus pandémico? Nuestra hipótesis es que tuvo que originarse por co-infección en algún huésped que fue infectado, al mismo tiempo, por un virus de aves y un virus humano. Ese huésped pudo ser un cerdo pero también pudo ser un humano. Además de esa co-infección fue necesario que el virus resultante incorporara algunos cambios más hasta lograr transmitirse entre humanos con eficacia. Así se generó la pandemia, y por eso ahora ponemos tanto el acento en la necesidad de prevenir infecciones en los animales domésticos, sacrificando de inmediato a los ejemplares que estén afectados por la enfermedad, ya que estos son el paso intermedio necesario para que finalmente se genere un virus pandémico. En resumen, hay que estar preparados para interrumpir la cadena de transmisión del virus. Ya que no es fácil que el  patógeno salte directamente de aves silvestres a humanos, hay que concentrar la atención en los huéspedes intermedios.

                P. Cuando se desató el temor a una pandemia de gripe aviar se dispararon las ventas de ciertos antivirales. ¿Serían realmente efectivos ante una enfermedad de estas características?

                R. Los antivirales son efectivos, bajo ciertas circunstancias, de un modo profiláctico, de manera que, en caso de pandemia, pueden evitar la infección. Pero, aún así, su uso generalizado podría, en algunos casos, fomentar, de manera muy rápida, el desarrollo de virus mutantes resistentes al antiviral, y esto causaría un problema añadido. Además, si una persona quiere estar protegida durante el desarrollo de la pandemia necesitaría tomar una dosis continuada mientras el virus esté circulando, lo que supone medicarse durante, por ejemplo, tres meses, y en la actualidad no existe capacidad para producir tal cantidad de antivirales, si lo que realmente queremos es proteger a toda la población.

                P. ¿Serían entonces las vacunas el único recurso capaz de proteger a la población a gran escala? 

                R. No puede existir una vacuna hasta que no sepamos exactamente cuál es el virus que causa la pandemia. A partir de ese momento se inicia una auténtica carrera para producir la vacuna, distribuirla y vacunar a los ciudadanos. Por tanto, lo que debemos hacer ahora es engrasar ese mecanismo, a escala internacional, de manera que los plazos se acorten al máximo. Además, debemos potenciar la investigación en busca de vacunas más eficientes, vacunas que sean capaces de ofrecer protección con una dosis diez veces más baja que la que ahora venimos utilizando. Si somos capaces de lograr esta reducción en la dosis habremos resuelto el problema de la producción, seremos capaces de cubrir a mucha más población con los medios disponibles. 

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Cuando una emergencia (climática, sanitaria…) se niega con ferocidad, a golpe de opiniones y a pesar de las evidencias, es lícito pedir, al menos, una alternativa, una solución razonable que también se apoye en evidencias. En ciencia todas las opiniones valen lo mismo (incluidas las de los propios científicos): nada.

No debemos dejar de ser críticos ni siquiera en las peores circunstancias. Sólo se avanza cuando se cuestiona, se reformula, se revisa, se discrepa. No me gusta el pensamiento único pero no termino de entender cuál es el propósito último de los que en redes sociales, y desde cualquier otro púlpito, andan rebelándose contra todo (TODO) lo que gira en torno a la COVID. Me vais a perdonar (algunos son amigos y por eso me permito el tuteo), pero sigo sin saber cuál es vuestra alternativa a ese «perverso-pensamiento-único», cuál es vuestra solución a esta emergencia.

¿Que el virus no existe? ¿Que el virus ha sido fabricado? ¿Que todo es una conjura para dominar el mundo? ¿Que tampoco es para tanto, que la gripe mata más? ¿Que no hay que usar mascarillas? ¿Que el gobierno -cualquier gobierno- nos quiere engañados y sometidos? ¿Que no es necesario respetar la distancia de seguridad y las medidas de contención razonables en cualquier epidemia? ¿Que no hay que ponerse ninguna vacuna? ¿Que la economía es más importante que la salud? ¿Que la libertad es más importante que el virus? ¿Que el sistema sanitario siempre está colapsado con o sin COVID? ¿Que la pandemia remitirá en poco tiempo de manera espontánea? ¿Que los científicos y los medios de comunicación han urdido, juntos, una gran mentira en torno a esta enfermedad? ¿Que los periodistas, así en general, somos unos trápalas y unos ignorantes? ¿Que las farmacéuticas se están forrando a cuenta de vender humo?

La discrepancia no sólo es necesaria, es imprescindible, por eso los resultados de las investigaciones científicas se someten a falsabilidad, reproducibilidad, repetibilidad, revisión por pares y publicación. Es decir, se someten a la discrepancia.  Por ejemplo, desde que en diciembre The Lancet publicó la primera revisión independiente de la vacuna de la Universidad de Oxford y AstraZeneca toda la comunidad científica puede revisarla y someterla a falsabilidad (cosa que ninguno de los que discuten el «pensamiento único» hacen: ¿existe alguna prueba publicada, y sometida a todas las garantías del método científico, que sostenga estas teorías radicalmente críticas?). Las evidencias científicas no son opinables, por eso no es opinable el hecho de que la tierra sea redonda o que exista la fuerza de la gravedad (sí, hay quien lo discute porque… hay gente pató). Y eso no quiere decir que sepamos todo sobre esta pandemia, que estemos seguros de que las acciones para combatirla sean las mejores, que ignoremos el coste social, económico y emocional de todas esas acciones o que tengamos la absoluta seguridad de que todos los gobiernos están actuando con sensatez y que las vacunas y tratamientos van a funcionar sin anomalía alguna. Nadie tendrá nunca esas certezas como absolutos indiscutibles, pero eso no otorga credibilidad a lo que sólo es una opinión, respetable (siempre que no cause daño, porque ese es el límite, el daño al otro, de la tolerancia), pero opinión, únicamente opinión. En ciencia, dice Miguel Pita, «todas las opiniones valen lo mismo: nada, incluso las de los científicos”. Tener una opinión no es tener una solución. Ser una excelente investigadora, haber sido distinguido con un Nobel, ocupar un cargo de responsabilidad en una farmacéutica o en un hospital puntero, haber escrito docenas de libros, tener un programa de televisión o una columna semanal en prensa, lucir un par de doctorados en disciplinas científicas, haber descubierto un patógeno desconocido o un tratamiento milagroso… ninguna de estas virtudes hace que tus opiniones adquieran una cualidad extraordinaria: seas lo que seas (o hayas sido lo que hayas sido) tus opiniones, en lo que respecta a la COVID, valen, en términos científicos, lo que vale cualquier otra opinión: n-a-d-a.

Lo de inventarse una pandemia con más de dos millones de muertos (a día de hoy) resulta difícil de creer. Pero bueno, hay quien cree que la tierra es plana…


En resumen: ¿qué alternativas plantea este coro virtual de escépticos? Las pocas que he leído me producen bastante más inquietud que la propia enfermedad.
Y ahora, para colmo, algunos se manifiestan, poniéndose en riesgo ellos y quiénes los acompañan, liderados por especialistas como Bunbury o Carmen París (estupendos en lo suyo, ojo, en-lo-suyo).
Nuestra capacidad de autodestrucción no tiene límites…


PD: Ya lo he contado en otro post, pero, insisto, como es mi costumbre: en el Reino Unido mueren todos los años unas 3.000 personas por usar aspirina, y se producen unas 20.000 hemorragias graves a cuenta de este medicamente tan antiguo, tan testado y tan «inocuo». El riesgo cero no existe, pero la ciencia trata de minimizarlo hasta donde sea posible. Exponerse a este virus sin hacer caso a las evidencias científicas es de una enorme irresponsabilidad porque el precio, muy doloroso, lo pagamos todos. Una cosa es la libertad de expresión y otra la libertad de infección.
La discrepancia es necesaria, pero hay que sostenerla en argumentos fiables. El cabreo lo entiendo, la irresponsabilidad no. Los aplausos en redes son inocuos (sólo alimentan el ego de algunos de estos gurús de lo insostenible), pero si de ellos se deriva el convencimiento de que aquí no pasa nada, y esta idea se traduce en acciones que a todos nos ponen en riesgo (sobre todo a los más vulnerables), los aplausos dejan de ser inocentes. Entiendo el miedo, pero si nos equivocamos en la dirección en la que debemos correr para escapar del peligro, porque quien nos señala el camino es un irresponsable, es posible que terminemos por correr en la dirección equivocada, hacia el abismo del que queremos librarnos.
Dicho lo cual reparto abrazos a los amigos discrepantes, para que este cruce de posturas no nos haga perder las buenas formas, el debate sensato y la amistad (que están por encima de virus y pandemias).

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Casi todo el mundo admira la creatividad, pero luego la castiga, la castigamos, sobre todo si cuestiona nuestras creencias. Nos gustan, no nos engañemos, los cerebros grises y ordenados…

Hace algunos días disfruté presentando en la Casa de la Ciencia de Sevilla el último libro de Pere Estupinyá («El ladrón de cerebros. Comer cerezas con los ojos cerrados», Editorial Debate). Como en asuntos de literatura, aunque sea científica, nunca pacto con la impostura me leí el libro hasta la última línea y, de manera inconsciente pero constante, fui tejiendo las infinitas conexiones que el ensayo de Pere me sugería. Confieso que lo que realmente me apetecía del acto, curado ya de la simplona vanidad del estrado, era conocer a Pere y charlar un rato con él a propósito de esas conexiones, de esas inquietudes comunes, del compromiso, compartido, que nos arrastra a contar lo complejo de una manera asequible y divertida. Y hacerlo, además, en buena compañía.

Hablamos del ¿interés? que la divulgación científica suscita en las librerías y bibliotecas españolas; de la imaginación y de la filosofía aplicadas al quehacer de los científicos; del fracaso y del idealismo en un terreno en el que ambos elementos se juzgan ¿inútiles?; del morbo mediático que tienen las certezas y la inquietud que nos causan las incertidumbres; de la estéril, y tramposa, ciencia low cost; del asombro, el placer de aprender y el optimismo (no ingenuo, como precisó Pere) con el que deberíamos lanzarnos a explicar todo lo que nos rodea; de la Ciencia del sexo y el amor, y de cómo es posible que exista tal disciplina sin traicionar la poesía… Hablamos, en fin, de la Ciencia vivida, de la  pasión, y el vértigo, con los que nos asomamos a lo desconocido para tratar de contarlo y así compartirlo.

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Con Pere y Quique Figueroa, en la entrada de la Casa de la Ciencia (Sevilla), antes de conversar a propósito de la creatividad y otras fantasías propias de la juventud…

Es difícil sorprender a Pere, «consumidor omnívoro de Ciencia», con una apreciación o un dato del que no tenga referencia y que, además, despierte su curiosidad (e, inmediatamente después, su voracidad ). Pero ocurrió.

Una de las cuestiones que vengo rumiando desde hace tiempo tiene que ver con las vocaciones científicas y los múltiples elementos que influyen en ellas. En realidad me interesa ese chispazo, aparentemente primario, que nos hace decantarnos por una tarea u otra, por un porvenir u otro; un chispazo en el que hay elementos imponderables, claro que sí, pero en el que influyen, a veces de manera determinante, otros muchos factores que sí podemos precisar (y alabar o lamentar). Hay magia en esa decisión, con frecuencia temprana, pero también hay cálculo y, lo que es peor, oscuras determinaciones.

Lo que sorprendió a Pere fue el estudio que cité para apuntalar mi tesis a propósito de lo que podríamos llamar la paradoja de la creatividad alabada pero perseguida, un problema que penaliza cierto tipo de vocaciones poco convencionales. Es decir, casi todo el mundo admira la creatividad, pero luego la castiga, la castigamos (sobre todo si cuestiona nuestras creencias). El sistema educativo, no nos engañemos, premia la imitación, la uniformidad, la memorización, el orden… Y penaliza la intuición, la individualidad, la diferencia, el riesgo, el atrevimiento… Y así ocurre en cualquier orden de la vida, da igual si estamos tratando de resolver un problema matemático o si no sabemos cómo enfrentar una crisis de pareja. La creatividad, si va a contramano, no está bien vista.

Hasta aquí Pere y un servidor, además de la selecta audiencia que acudió a la Casa de la Ciencia, estábamos más o menos de acuerdo pero, fiel al espíritu del acto que nos congregó, decidí aportar algunas evidencias científicas que fueron las que, en definitiva, sorprendieron al divulgador. En un artículo de Gonzalo Toca a propósito de esta paradoja, se cita un estudio, muy llamativo, de dos psicólogos norteamericanos que viene a reforzar la susodicha tesis:

«A los psicólogos estadounidenses Valina Dawson y Erik Westby se les ocurrió en 1995 la genial idea de cruzar los datos de los alumnos creativos de una clase y los de los favoritos de los profesores. Entonces descubrieron que los maestros dicen admirar la creatividad, pero prefieren a los niños obedientes. Se comportan como los jefes que esos mismos niños encontrarán cuando tengan que trabajar. El mensaje que reciben desde la infancia es claro: el reconocimiento y la estima de la autoridad dependen de la habilidad con la que ejecutemos sus órdenes. Nos pagan para pensar, no para discrepar«.

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Despacho de Albert Einstein (1955). Se ve un poquito desordenado… Así no hay quien formule la teoría de la relatividad… o sí…

Vaya, la Ciencia ha puesto el dedo en la llaga… ¿Qué hacemos para defender la creatividad en una sociedad así, en un sistema educativo así, en unas empresas así, en unas parejas así, en unas familias así? ¿Quién protege a los creativos? ¿Quién los defiende de la rutina y el orden? ¿Quién se ocupa de estos exploradores  sin los que resultará imposible descubrir soluciones a los grandes problemas de la humanidad, desde el cáncer hasta la depresión pasando por el cambio climático? ¿Quién, sin entenderlos, juzgará imprescindible su manera de hacer, heterodoxa y hasta caótica? ¿Cómo sobrevivirán a los mediocres y a los estúpidos, siempre conspirando en contra de la diferencia?

«Quizás lo más misterioso de las personas creativas -concluye Toca- no sea ni la fuente de su inspiración ni su manera de surfear —o de ahogarse ocasionalmente— en la adversidad, los grandes planes o las pasiones extremas. Lo más fascinante es la forma en la que resurgen y sienten sus pensamientos y sus emociones, por dolorosas o alegres que sean, como un continente por explorar, por imaginar, por intuir. Son los exploradores de un pequeño planeta… y ese planeta no es otro que su mirada. Una mirada de infinita curiosidad«.

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¿Quién es este hippy? Perdón, es Le Corbusier en el estudio de su «cabanon de vacances» (Roquebrune-Cap Martin, Francia, 1951)

Cuando yo mismo, en mi papel de padre sobrepasado, me debatía en ese monólogo interior en el que se enfrentan la tranquilizadora (y aburrida) llamada al orden con la silvestre (y peligrosa) inclinación a la creatividad, mi amiga Palir Paroa sacó de su chistera, siempre repleta de bromas inteligentes, un sencillo párrafo que resuelve el dilema:

«Señores Da Vinci, su hijo no tiene remedio. No se centra. Ahora pinta, ahora esculpe o inventa máquinas voladoras. Les paso a la psicóloga«.

 

 

 

 

 

 

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De nuevo me provocan desde la Casa de la Ciencia y… entro al trapo. Es una pena que los debates que Erika propone se conviertan en un bis a bis, pero, aún así, me pierde discutir, sin perder las formas, sobre lo divino y lo humano. Y ese es justamente el debate que ahora proponen: ¿Son incompatibles Ciencia y Religión?

Así, a bote pronto, creo que la incompatibilidad se produce entre Iglesia (cualquier Iglesia) y Ciencia. No creo que Religión y Ciencia sean necesariamente incompatibles. De hecho hay acercamientos, cuando menos curiosos y hasta interesantes, entre, por ejemplo, budismo y física cuántica. En este sentido merece la pena examinar los trabajos del físico austriaco Fritjof Capra (1), algunos de ellos recogidos en un libro que alcanzó cierta popularidad («El Tao de la Física», Editorial Sirio). También es muy interesante (al menos a mi me enganchó ese curioso pulso paternofilial) el libro «El monje y el filósofo», una conversación, desde dos ángulos enfrentados, entre Ricard Mattieu, investigador en genética molecular del Instituto Pasteur y monje budista, y su padre, Jean Francois Revel, ateo y uno de los grandes filósofos franceses contemporáneos.
Erika no tarda en replicar, tirando de mayúsculas e interrogantes: «Pero aquí hay una palabra clave: empirismo. Es en lo que se basa precisamente la ciencia, en lo empírico. Y la religión si NO es algo, es EMPÍRICA. ???»
Precisamente puse el ejemplo de la física cuántica porque en Filosofía de la Ciencia llevan años debatiendo a propósito de los límites del empirismo, sobre todo a partir de la aparición de campos del conocimiento (física de altas energías, física atómica, física cuántica…) que están más allá (o más acá, vete tu a saber) de la experiencia y sobre los que no cabe aplicar un sistema de verificación estricto. Es decir, que la Ciencia, creo, ya no es tan empírica como lo fue hace décadas, y por eso hay territorios fronterizos, territorios en el límite, donde la Ciencia y la Religión pueden llegar a «tocarse» o, al menos, pueden llegar a debilitarse los límites que separan a una de otra (es curioso comprobar cuántas veces cita a Dios en sus escritos científicos un ateo declarado como Stephen Hawking).
Hay filósofos de la Ciencia, nada sospechosos, que mantienen posturas cuando menos interesantes (por lo provocadoras) en este debate, posturas que cuestionan, precisamente, el predominio del empirismo y sus consecuencias. En las circunstancias actuales, vienen a decir autores como Karel Leyva (2), «excluir aquello que queda fuera del conocimiento empírico viola un principio fundamental que ha caracterizado el desarrollo del conocimiento científico: la búsqueda incesante de lo que está más allá de lo evidente y que, además, frecuentemente termina por negar lo que es evidente». Si aplicamos el empirismo estrictamente, ¿pasarían la prueba muchas de las disciplinas científicas que hoy se internan por territorios que rozan la metafísica? ¿Aceptamos la religión como una de las fórmulas heterodoxas de acercarse a la ciencia?
Me gusta cómo, sin acudir al empirismo, Hawking resuelve el debate: «Existe una diferencia fundamental entre ciencia y religión. La religión se basa en la autoridad, y la ciencia se basa en la observación y la razón». A mi también me gusta más la razón que la autoridad, incluso cuando la razón ha de internarse por territorios desconocidos donde el empirismo falla…
Y todo esto lo he escrito sin fumarme un porro, que conste…

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