
¿Existen animales capaces de predecir los terremotos? Lo que se consideraba fruto de la superstición parece ser, sin embargo, una muestra más de la minuciosa capacidad de observación de las poblaciones rurales, muy atentas al comportamiento de los seres vivos con los que conviven a diario.
Los terremotos que, desde el pasado mes de diciembre, se vienen registrando al sur del Mar de Alborán, y que se han dejado sentir en numerosas localidades andaluzas, han puesto una vez más de manifiesto las limitaciones a las que se enfrenta la Ciencia cuando trata de predecir este tipo de fenómenos naturales. Aún en zonas de elevado riesgo sísmico, plagadas de sensores y vigiladas de forma permanente, se producen temblores inesperados que pueden llegar a ser catastróficos. Curiosamente, científicos andaluces describieron, hace ya más de quince años, cómo algunos animales perciben los terremotos, incluso antes de que estos se produzcan, y cómo esta cualidad se refleja en su comportamiento o en el metabolismo de alguno de sus órganos vitales, aunque no fueron capaces de precisar el funcionamiento exacto de este sistema de alerta natural.
Nadie suele otorgar rigor científico a los relatos, muy extendidos en el medio rural, en los que determinados animales se convierten en profetas de una catástrofe. En el caso de los terremotos es frecuente oír hablar de pájaros que cantan en plena noche, perros que no dejan de aullar en tono lastimero, caballos que se muestran excitados sin motivo o roedores que abandonan precipitadamente sus madrigueras. Comportamientos anómalos a los que sigue, si hacemos caso a la tradición oral de muchos de nuestros pueblos, un movimiento sísmico de cierta importancia.

La observación del comportamiento animal fue decisiva para predecir el terremoto de Liaoning (China, 1975).
Esta creencia no es exclusiva de nuestro territorio. Cuando las autoridades chinas, tratando de profundizar en el conocimiento de los terremotos, revisaron todas las citas históricas en las que se hacía mención a uno de estos fenómenos encontraron argumentos similares. En la mayoría de los casos, los cronistas anotaban comportamientos extraños en algunos animales antes de producirse el temblor. Ya que esta afirmación se repetía en numerosos documentos, y a lo largo de varios siglos, se llevó a cabo un ambicioso experimento. Durante el verano de 1974, y en la provincia de Liaoning, en Manchuria, los sismógrafos advertían de una importante actividad que podía interpretarse como el anuncio de un gran terremoto. A la población se le pidió que comunicara cualquier anomalía relacionada con el comportamiento de los animales, y se reclutó a un grupo de más de 100.000 voluntarios para que transmitieran sus observaciones. Pasados seis meses comenzaron a acumularse los relatos de extraños hechos: reptiles que despertaban de su letargo invernal y aparecían muertos sobre la nieve; ratas que salían por docenas de sus escondites en pleno día; caballos que huían despavoridos de los establos o gallinas que, asustadas, se encaramaban a la copa de los árboles. Los especialistas interpretaron que el temblor estaba cerca y organizaron un minucioso plan de evacuación. El 4 de febrero de 1975, pocas horas después de que la población se hubiera puesto a salvo, un terremoto, que alcanzó una magnitud de 7,3 en la escala de Richter, arrasó Liaoning.
Sismólogos de todo el mundo comenzaron a interesarse por informaciones que hasta entonces habían despreciado. Los japoneses, por ejemplo, rescataron la vieja tradición de observar el comportamiento de los siluros, peces de agua dulce a los que popularmente se atribuía la facultad de anunciar temblores de tierra, y los norteamericanos revisaron los archivos del terremoto de San Francisco (1906) para estudiar detenidamente las referencias que en ellos se hacía a la extraña actitud de algunos animales en los momentos previos a la catástrofe. Sin embargo, en julio de 1976, un nuevo seísmo sacudió la región china de Tangshan, sin que se advirtiera de ninguna anomalía o señal que lo anunciara. Se registraron más de 650.000 muertos y cerca de 800.000 heridos. Los sistemas de predicción volvieron a cuestionarse.
Las modificaciones en el comportamiento animal, advirtieron algunos especialistas, no dejaban de ser un factor subjetivo, cuya interpretación dependía del observador que las anotara y su cualificación. No podía considerarse, por tanto, una referencia científicamente fiable, a no ser que se encontraran otros parámetros más objetivos, justamente los que a finales de los años 90 del pasado siglo describieron un grupo de investigadores andaluces que, paradójicamente, nada tenían que ver con el mundo de la sismología.
Manuel Repetto, entonces director del Instituto Nacional de Toxicología en Sevilla, hacía tiempo que venía observando cómo algunas de las analíticas que se les realizaban a determinados animales de laboratorio arrojaban, sin motivo aparente, datos extraños en fechas muy concretas. Estas pruebas se consideraban inválidas, pero aún así eran archivadas. Un día, recordaba en 1999 Repetto, “la aparición de estos análisis anormales coincidió con una serie de terremotos en Italia y pensamos que, quizá, ambos hechos estaban relacionados, así es que solicitamos una relación histórica de terremotos de cierta intensidad, y con ella nos fuimos al archivo en donde conservábamos la relación de nuestros análisis fallidos”.
Para sorpresa de estos investigadores, seísmos y resultados anormales en algunas pruebas de laboratorio coincidían en muchos casos. Es más, añadía entonces Repetto, “cuando recopilamos información a propósito de otros fenómenos naturales vimos que también afectaban”. Días de grandes tormentas o eclipses provocaban alteraciones significativas en algunos parámetros bioquímicos de los animales usados en experimentación, “y esto no es una opinión subjetiva, sino un dato objetivo, una cifra que se puede medir”, advertía este toxicólogo. Por ejemplo, en el caso de las ratas comprobaron cómo “son capaces de detectar la existencia de movimientos sísmicos ocurridos a grandes distancias del laboratorio, y que el estrés que este hecho les produce se pone de manifiesto en una brusca disminución del glucógeno hepático, que puede quedar reducido a menos del 10 % de sus valores normales”.
A veces se trataba de terremotos registrados en Andalucía, pero también se observó la influencia de seísmos cuyo epicentro estaba en otras regiones o países del entorno. De la misma manera, las alteraciones de las analíticas aparecían coincidiendo con el temblor y, en algunas ocasiones, horas antes de que este se produjera. Las ratas de laboratorio parecen ser las más sensibles a estos fenómenos, aunque también se registraron anomalías en el metabolismo de conejos, cobayas y perros. Los datos recogidos mostraban alteraciones en el normal funcionamiento de órganos como el hígado o el cerebro, aunque no llegaron a precisarse de qué manera se activan estos mecanismos de alerta.

El terremoto de la madrugada del 25.1.16 tal y como se anotó en el sismógrafo de Nerja (Málaga).
Los investigadores del Instituto Nacional de Toxicología reconocían, en una de las comunicaciones científicas dedicadas a esta anomalía, “que la relación causa-efecto de este tipo de fenómeno es difícil de demostrar de forma inequívoca, ya que son aleatorios, la coincidencia es fruto de la casualidad y no son susceptibles de experimentación”. Aún así, añadían en el mismo documento, “resulta evidente la necesidad de tener en cuenta estas interacciones en la experimentación animal”. Dicho de otra manera: aunque los terremotos son percibidos por algunas especies, originando en ellas diversas respuestas bioquímicas, esta situación no se da en todos los casos y no parece fácil determinar por qué ocurre así.
Algunos expertos sospechan que los animales perciben en estos casos algún tipo de alteración eléctrica causada por el seísmo, algo parecido a lo que ocurre cuando se fragua una tormenta y el aire se carga de iones positivos provocando desasosiego y nerviosismo en algunas personas. Los criadores de toros bravos saben que cuando sopla levante, un viento saturado de iones positivos, aumenta la agresividad de las reses y que en las corridas lidiadas en estas circunstancias cambia la forma de embestida. También es posible que los temblores originen cambios en el campo electromagnético natural, como los que provocan las erupciones solares, fenómeno que se ha relacionado, por ejemplo, con un aumento de la fertilidad en algunas especies animales.
Toda esta información, que de forma detallada se hizo pública en congresos y revistas especializadas, es prácticamente desconocida por los sismólogos ya que se dirigía exclusivamente a sectores relacionados con la medicina o la toxicología. “Nuestro objetivo”, precisaba Repetto, “era señalar la existencia de algunos factores, que hasta entonces no se tenían en cuenta, capaces de alterar el resultado de algunas analíticas, no el establecer un sistema que permitiera avanzar en la predicción de los terremotos”.
Estudios posteriores, específicamente destinados a analizar la relación entre el comportamiento animal y los terremotos, han aportado nuevas pruebas que refuerzan las tesis de aquellos trabajos localizados en Andalucía y también algunas de las hipótesis avanzadas por los investigadores. Efectivamente, como demostraron entre 2011 y 2015 científicos de la Universidad Anglia Ruskin (Reino Unido), ciertos animales modifican de manera notable su comportamiento días antes de que se produzca un seísmo, hecho que analizaron en el entorno de Contamana (Perú).
Una de las causas más probables de la respuesta inusual de los animales ante este tipo de fenómenos, precisan los investigadores británicos, «son los iones con carga positiva presentes en el aire, que se sabe se generan en grandes cantidades en la superficie terrestre cuando las rocas de las capas profundas son sometidas a las tensiones crecientes previas al terremoto».
En el caso de Contamana los científicos identificaron «perturbaciones en la ionosfera, las cuales comenzaron dos semanas antes de un terremoto de magnitud 7». Se midió una fluctuación particularmente grande ocho días antes del seísmo, coincidiendo con una disminución relevante en la actividad de los animales. Una carga inusualmente elevada de iones positivos en el aire pudo ser la causante de «efectos adversos en animales y humanos, como el síndrome de la serotonina, causado por un aumento en la concentración de este neurotransmisor», circunstancia que puede provocar inquietud, agitación, hiperactividad y confusión.
Lo que se consideraba fruto de la superstición parece ser, sin embargo, una muestra más de la minuciosa capacidad de observación de las poblaciones rurales, muy atentas al comportamiento de los seres vivos con los que conviven a diario. La Ciencia aporta ya algunas evidencias que ratifican lo que en el saber popular apenas se intuía: existen los profetas de terremotos.