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Redacción Informativos Canal Sur Televisión

El mundo está allí afuera, despertándose, y nosotros, aquí dentro, medio dormidos, tratamos de contarlo sin traicionarnos y sin dejar el corazón en la taquilla. Así comenzaba el 19 de agosto en la redacción de Informativos de Canal Sur Televisión (Foto: José Mª Montero)

No sé si todas las personas que se sientan delante de un televisor a ver un informativo, pongamos por ejemplo el Noticias 1 de Canal Sur Televisión, aprecian que, además de otros muchos elementos, esa amalgama de imágenes y sonidos, con los que tratamos de reflejar un trocito del mundo que nos rodea, está teñida por las emociones de las (muchas) personas que hacen ese trabajo.

Es relativamente fácil reparar (aunque no conozcamos sus infinitos detalles) en la sofisticada tecnología que hace posible el milagro de esa ventana que nos asoma al mundo pulsando un sencillo botón; lamentar el olvido de alguna noticia que juzgamos trascendente o el abuso de esas otras cuestiones que creemos irrelevantes y hasta ridículas; celebrar la elegante disposición del decorado, los rizos de la presentadora, la barba del presentador, o, por el contrario, abochornarnos por un error en la dicción, por una tos inoportuna, por un titubeo, por una corbata de estampado cañí, por un peinado demodé, por un rótulo al que le faltan letras o por una confusión a la hora de dar paso a una noticia que nada tiene que ver con lo anunciado.

Visto así, sin mayores consideraciones, todo es como un simple teatrillo donde, con voz más o menos neutra, unos perfectos desconocidos nos van contando una historia que a veces tiene que ver con nuestra propia historia y otras suena a algo lejano, confuso y ajeno. Pero resulta, y eso no se ve y raras veces se cuenta, que a la persona que, por ejemplo hoy mismo, se sienta delante de un ordenador a tratar de contar que decenas de refugiados han aparecido muertos, asfixiados en el interior de un camión, se le hace un nudo en la garganta; que quien tiene que grabar el enésimo cadáver de un inmigrante que desembarca en un puerto andaluz dentro de un saco negro trata de mirar, por el objetivo de la cámara, sin querer ver lo que resulta insoportable ver; que quien, perfectamente maquillad@, relata el desahucio, el crimen, el bombardeo, la hambruna, el accidente o el funeral, tiene, debajo del perfecto maquillaje, piel y corazón, y en los dos siente escalofríos, como el resto de sus compañer@s, los que no están maquillad@s.

En la redacción todo transcurre a un ritmo frenético, intenso y áspero en el que, aparentemente, no caben los sentimientos o, mejor dicho, donde los sentimientos, aparentemente, podrían resultar un estorbo. Pero resulta que este trabajo maravilloso, por el que recibimos tantas críticas injustas y cuya dignidad se empeñan en dinamitar algunos políticos y financieros (entre otros agentes de la autoridad), lo hacen personas que saben, como casi todas las personas, lo que es el dolor y la alegría; personas que se abrazan en los malos momentos y que se parten de risa cuando la ocurrencia ha sido oportuna e inesperada. Personas que se enamoran, que tienen hijos, que cuidan de sus padres ancianos, que se desenamoran, que enferman, que sufren con los amigos que están sin trabajo, que padecen la soledad o el abandono, que cantan cuando se pasan de copas, que pierden a la gente que más quieren, que bailan en todas las fiestas, que lloran, que suspiran, que acarician, que sienten dolor, que comparten, que se guiñan un ojo al cruzarse en un pasillo, que se cabrean, que gritan y luego se arrepienten, que llegan al amanecer y aunque es el mismo todos los días disfrutan de él como si fuera único, que se marchan de noche cerrada y agotados, que silban, que susurran, que regalan, que piden perdón, que dan las gracias, que celebran, que besan… Y todo eso, y muchas cosas más, tiñe las noticias, queramos o no, las colorea o las empaña, las hace humanas.

Y todo eso, que es en definitiva lo que quería contaros esta noche, lo hace gente vulgar y corriente, humanos con corazón que a veces aciertan y otras se equivocan. Ese es el verdadero corazón de la tele, el que no se ve pero lo empapa todo…

PD: Claro que hay fantasmas, mamarrachos y gente sin corazón, como en todas las ocupaciones, pero son minoría y su presencia hay que vivirla como un estímulo, incómodo pero inevitable. Aunque transiten por el lado oscuro, también son parte de esta historia sentimental y, a su manera, nos ayudan a ser mejores.

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Encrucijada en Sierra Morena

Que sí, que sí, que es un STOP pero… ¿qué hago? ¿Lo respeto? ¿Tomo el camino de la derecha? ¿Giro a la izquierda? ¿Doy la vuelta? ¿Me bajo del coche? Qué aburridas son las certezas !!! (Foto: JMª Montero)

De él aprendí que, a menudo, la contradicción es el camino más diáfano para llegar a la verdad” (Patti Smith, Éramos unos niños)

 

Tengo una amiga que hace tiempo me enseñó a “cagarme en mi palabra”, un maravilloso e irreverente sortilegio con el que las risas pulverizan el vértigo que nos provocan nuestras contradicciones. La certeza está sobrevalorada y lo común, lo humano, es contradecirse. Walt Whitman hablaba de las multitudes que lo habitaban y que eran la fuente de sus contradicciones, y el Dr. Cardoso, uno de los personajes de Sostiene Pereira, defendía la existencia de una suerte de confederación de almas que, aún sometidas al yo hegemónico, dependían de un incierto equilibrio de fuerzas que iba modulando nuestra manera de ser, a veces con inesperados quiebros que sorprendían a los que esperaban de nosotros una personalidad inmutable, firme y consecuente.

Cada vez me gustan menos las certezas, cada vez creo menos en ellas, cada vez me producen más insatisfacción. Lo que lamento es no haber aprendido aún a dejar de perseguirlas porque, con el clásico proceder absurdo con el que acostumbramos a vivir, voy detrás de ellas aún sabiendo que no me van a procurar satisfacción y que, incluso, si me descuido, terminarán por hacerme daño. En demasiadas ocasiones me contemplo como esas mariposillas nocturnas que revolotean en torno a la farola del jardín, tomándola por el centro indiscutible del Universo, hasta que terminan por achicharrarse en la superficie ardiente de una simple bombilla.

Así es que me esfuerzo, sobre todo en vacaciones, en cultivar mis contradicciones, que no es más que dejarlas estar, sin oponerme a ellas ni considerarlas una flaqueza o un signo de inmadurez. Disfruto afirmando con rotundidad algo por la mañana y considerando justamente lo contrario antes de que caiga la noche. Me regalo equivocarme y confundirme, y, sobre todo, me permito admitir que no tengo idea de casi nada, de que todo es cambiante y mi mente no puede aprenderlo precisamente porque no se deja aprehender, porque todo es impermanente. El corazón es un poco más listo, pero también se equivoca y se contradice, y ese defecto de fábrica nos cuesta admitirlo aún más que el que arrastra el cerebro (torpe por naturaleza y sobrevalorado hasta el paroxismo).

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De noche me contradigo aún más. Confundo la luna con las farolas y casi todos los brillos y reflejos me parecen atractivos. Es entonces cuando soy más sensible a la belleza… (Foto: JMª Montero)

Me cago en mi palabra varias veces al día, como un ritual de limpieza, como si fuera una ablución que me libera de todo el polvo del camino, de todo ese hormigón rotundo e inflexible que las certezas han ido depositando en mi cerebro y en mi corazón. Me cago en mi palabra para reírme de mi y de mis certezas, para restarle importancia a la vida y sencillamente vivirla, para dejar que todo suceda tal cual tiene que suceder.

Se acaban las vacaciones y algunas de las certezas que dejé aparcadas a mediados de julio, las que distraje para que no se colaran en la maleta, están ahí, esperándome, como la farola del jardín espera a las mariposillas nocturnas. Las miro en la distancia, cada vez más corta, que me separa de ellas, y a veces digo “” y otras digo “no”, resuelvo con un “no sé” o termino por elegir un “sí pero no (o viceversa)”. Juro que «jamás» y diez minutos después me convenzo de que es mucho mejor «ahora«. Me digo «es suficiente» y cuando veo el manjar pienso «¿y por qué no un poco más?» Quizá de todas ellas la pregunta decisiva, y con respuesta más incierta, sea: ¿seguro?

La vitalidad es mala (¿mala?) consejera porque, en este vaivén, siempre se apunta a la mayor de las tentaciones, la que lo quiere todo y todo ahora, y maquilla las contradicciones hasta convertirlas en obstáculos irrelevantes.

De una compañera aprendí que hay que cosas que “me encantan pero que no me apetecen”, otro sortilegio divertido para disfrutar de esas ridículas contradicciones. Y en ese rincón que mira a la Contraviesa, en el que me pierdo a veces con mis incertidumbres, descubrí que el que ayer pensaba eso o sentía aquello (lo que sea) ya no soy yo; ese ya no existe. ¡ Qué alivio ¡ Sólo soy responsable (es un decir) de lo que pienso, de lo que siento, en este justo instante, así es que cuando me leas ya no pensaré ni sentiré exactamente lo mismo, o sí, no lo sé…

¿Qué pensaré mañana? ¿Qué es lo que sentiré mañana? ¡ Y qué más da ! Mañana volverá a ser, si amanezco, un día lleno de posibilidades y contradicciones. Un lunes lleno de regalos esperados e inesperados. De problemas y soluciones. ¡ Menuda aventura ! En fin, trataré de burlar a la voluntad, cuya mirada es engañosa, y entregarme a la sencilla contemplación, con la mente (casi) en blanco.

Y ahora voy a cruzar los dedos para que este post llegue, como mínimo, hasta Londres… yo me entiendo…

PD: Como mi memoria es caprichosa no he tenido más remedio que hojear, después de muchos años, Sostiene Pereira para asegurarme que la cita era correcta y, sobre todo, para recordar el nombre del médico que defiende la tesis de la confederación de almas.

Al abrir de nuevo el libro, y en uno de esos guiños del destino que tanto me gustan, he descubierto que además de esta cita había otros mensajes cifrados; cintas rojas, portuguesas, que, misteriosamente, enlazan este post con la obra de Tabucchi. Lástima que no pueda revelar esta curiosa relación, pero seguro que algún lector, o lectora, perspicaz descubre el vínculo (y lo mantiene en secreto). Al fin y al cabo este blog, como la vida misma, no es más que un juego o un baile («…y el que no baila está muerto…», Ariel Rot dixit).

Cada tictac es un segundo de la vida que pasa, huye, y no se repite. Y hay en ella cada intensidad, tanto interés, que el problema es sólo saberla vivir. Que cada uno lo resuelva como pueda…”   (Frida Kahlo)

 

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