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Posts Tagged ‘divulgadores’

«De ser una actividad que no se había explicado a la sociedad, la gestión de los residuos radiactivos se convirtió en España, a mediados de los años ochenta del siglo pasado, en una tarea que requería, a partes iguales, una notable excelencia técnica en su ejecución y un extraordinario esfuerzo de transparencia informativa. Comunicar conocimientos complejos a públicos heterogéneos, buscar la precisión sin caer en una jerga indescifrable y evitar que a las palabras se adhieran emociones que las desvirtúen, no eran, ni entonces ni ahora, empresas sencillas».

Esta es la introducción del artículo, “El laberinto de la palabras”, que acabo de publicar en el número 100 de la revista Estratos, y del que os ofrezco unos pocos párrafos en los que trato de desentrañar algunos de los problemas a los que nos enfrentamos los divulgadores científicos. Si os interesa, podéis leer el texto completo (además de otras muchas colaboraciones de colegas comprometidos con el periodismo científico y ambiental) en: http://www.enresa.es/files/multimedios/estratos100.pdf

“No es cierto que todo conocimiento sea posible codificarlo de una forma óptima en algún tipo de lenguaje, ya sea común o científico. El lenguaje es un ser vivo que habita en su propio laberinto, y en él se encuentra con las emociones, los prejuicios o los conocimientos previos sobre la materia en cuestión. Numerosos estudios, y este argumento es ya un clásico dentro de este debate, han puesto de manifiesto cómo la actitud favorable de los ciudadanos frente a cuestiones relacionadas con la energía nuclear aumenta con el grado de conocimiento sobre esta materia. Y el conocimiento se construye, principalmente, entre la escuela, los medios de comunicación y la experiencia directa. Tres fuentes en las que es inevitable que estén presentes las emociones. ¿Es posible, entonces, gobernar ese cóctel?”.

“Incluso cuando se recurre al lenguaje técnico o científico más duro no hay garantías de que un término, prácticamente intraducible para un lego en la materia y por tanto aparentemente neutro, esté realmente desposeído de connotaciones indeseables. Como demostraron en 2009 los investigadores Hyunjin Song y Norbert Schwarz, del Departamento de Psicología de la Universidad de Michigan, existe una relación directa entre la dificultad para pronunciar un nombre científico (en su caso se trataba de un nombre químico) y el riesgo que se percibe asociado a dicho elemento. O, dicho de otra manera, el nombre puede definir al objeto y determinar su eficacia y su toxicidad, como mínimo, según demostraron Song y Schwarz, en lo que se refiere a fármacos, aditivos alimentarios y otras sustancias químicas”.

“Frente a todas estas dificultades el comunicador, además de contar con una excelente capacitación, sólo puede esgrimir una mirada honesta y buenas dosis de humildad. Lo advierte el lingüista alemán Harald Weinrich, preocupado por el lenguaje de la divulgación científica: “El mundo tiene poco que esperar y mucho que temer del especialista que sólo se ocupa de difundir sus resultados dentro de los límites de su especialidad particular”. Y por eso recomienda algo que en el pulso entre comunicadores y técnicos aporta un argumento de peso a los primeros: “Cuando escribas para tus colegas especialistas, asegúrate de tener un receptor de otras especialidades, afines o no, con el objeto de evitar los guetos  científicos”. 

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Erika, desde la Casa de la Ciencia, propone un nuevo debate (oportuno, como todos los que viene lanzando a la red). La pregunta con la que arranca esta nueva reflexión colectiva es sencilla:

¿Deberían los científicos ser más accesibles para la sociedad?

Y Elena Lázaro, periodista en la Universidad de Córdoba, añade más interrogantes:

¿Cómo convencemos a la comunidad científica de la necesidad de comunicar sus resultados? ¿Cómo arrancamos tiempo para la divulgación de sus apretadas agendas? ¿Cómo convencerlos de que divulgar no es vulgarizar?

Y a mí este debate me recuerda un refrán uruguayo que asegura que «todas las cosas son dos cosas». Al margen de algunos problemas que se citan con frecuencia (la nula valoración de estas tareas en el curriculum del investigador, el demérito entre sus iguales, la falta de tiempo…) hay un problema de «sintonía» y otro de «sincronía». Periodistas/comunicadores y científicos no terminan de entenderse (poca sintonía), porque, en España, aún están, estamos, construyendo un territorio común, con herramientas y lenguajes de uso compartido (estamos en ello) que sean realmente operativos. Pero, sobre todo, yo advierto un problema grave de «sincronía» (y aquí están, sobre todo, las «dos cosas» que se necesitan para que una cosa funcione). ¿De qué sirve que esté surgiendo una nueva generación de científicos capaces de divulgar si cuando salen a la calle encuentran a pocos periodistas científicos y, sobre todo, los medios generalistas no cuidan esta parcela de la información? ¿De qué sirve que algunos periodistas, e incluso algunos medios, se esfuercen por atender la información científica si luego no encuentran a científicos, y centros de investigación, capaces de compartir sus conocimientos en esas condiciones (las condiciones de la «vulgarización» en el buen sentido de la palabra: ciencia para el vulgo)? Sintonía y sincronía. Todas las cosas son… dos cosas. O tres cosas, porque no hemos hablado de los receptores: ¿realmente los ciudadanos nos reclaman más y mejor información científica? Uffff, para esa pregunta habrá que plantear un nuevo debate…

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Hoy amanezco con la inquietud de saber si algunas de las centrales nucleares de Japón, afectadas por el devastador seísmo de ayer, habrán sucumbido al desastre y a estas horas estarán fuera de control. Las noticias aún son contradictorias, aunque todo parece indicar que en la central de Fukushima las cosas se están complicando mucho y que los niveles de radiación, en el exterior de la planta, registran niveles alarmantes. De hecho, ya ha comenzado la evacuación de 45.000 personas que viven en un radio de 20 kilómetros en torno a la planta. La cosa no pinta muy bien, y las informaciones de CNN y BBC hablan ya del “peor escenario posible” y de una situación “similar a la de Chernóbil”. Mientras, las autoridades japonesas llaman a la calma.

De manera inevitable la situación me ha recordado una interesantísima conferencia que en 2006 pronunció el profesor Leandro del Moral (Departamento de Geografía Humana, Universidad de Sevilla) en el Curso de Periodismo Científico y Ambiental incluido en el Plan de Formación de la Radio Televisión de Andalucía (RTVA). Como director del curso me pareció interesante invitar a mi buen amigo Leandro, hoy presidente de la Fundación Nueva Cultura del Agua, a hablar de la sociedad del riesgo, un asunto que debería ser de obligado estudio en las facultades de Periodismo y sobre el que le había oído disertar de manera brillante en alguna ocasión anterior. Y, ciertamente, la intervención de Leandro no nos defraudó.

Como quiera que guardo la presentación y las notas que tomé en aquella conferencia, reproduzco aquí algunas de las ideas que nos regaló el conferenciante, muy apropiadas a la hora de evaluar la situación que hoy se vive en algunas zonas de Japón. Las reproduzco de manera casi telegráfica, tal y como aparecían en la presentación, pero creo que no es necesario adornarlas en demasía para comprender lo terrible de su oportunidad.

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Los países desarrollados han evolucionado desde sociedades centradas en la distribución (desigual) de la riqueza, minimizando los efectos colaterales (pobreza, marginalidad), hasta el paradigma de la SOCIEDAD DEL RIESGO, en la que la prevención y la distribución de los desastres producidos como consecuencia de la modernización se convierten en temas cruciales.

La antigua ‘SOCIEDAD DE LA DISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA’ y la emergente ‘SOCIEDAD DE LA DISTRIBUCIÓN DEL RIESGO’ se suceden o se superponen de diferentes maneras.
Nuevas tecnologías y actividades industriales químicas, nucleares, biotecnología, de la información y proceso de modernización: de lo natural e inevitable …> decisión y responsabilidad …> expansión del riesgo en la sociedad contemporánea.

Sin embargo, los nuevos riesgos modernos están fuera de control:
NO son del todo CALCULABLES.
Además, abren un horizonte de daños NO DELIMITABLES o incluso GLOBALES …> ausencia de seguro.
Los riesgos son también DIFÍCILMENTE IMPUTABLES.
La combinación de problemas de EVALUACIÓN, DELIMITACIÓN, IMPUTACIÓN Y COMPENSACIÓN hace que fallen o se dificulten los pilares sociales del cálculo de riesgos.

Ulrich Beck: en la sociedad del riesgo la cobertura del seguro mengua paradójicamente con la magnitud del peligro.

LA CONCEPCIÓN DE LA SOCIEDAD DEL RIESGO TIENE CINCO
IMPLICACIONES BÁSICAS:

1. En el análisis contemporáneo la noción de que los riesgos ambientales y, obviamente, los tecnológicos son una CONSTRUCCIÓN SOCIAL se ha convertido en una idea central.
La fronter a entre riesgos ‘naturales’ y riesgos ‘tecnológicos’ es cada vez más borrosa.
Dualismo naturaleza/cultura propio …> énfasis en el carácter híbrido de los fenómenos ambientales.

Además, el medio ambiente y los desastres son LUGARES DE INTERSECCIÓN Y CONFRONTACIÓN DE DEFINICIONES E INTERESES SOCIALES: la naturaleza y gravedad de las amenazas ambientales, las prioridades, las medidas óptimas… no son realidades meramente objetivas sino objeto y producto de la discusión social.

2. EN LA SOCIEDAD DEL RIESGO EL ANTIGUO MONOPOLIO DE LAS CIENCIAS DE LA NATURALEZA Y DE LA TÉCNICA SOBRE LA RACIONALIDAD SE HA ROTO.

Anthony GIDDENS: la sociedad ha dejado de basar su orden normativo en un acumulación de saberes aceptados, reproducidos  y transmitidos por sucesivas castas de guardianes de la verdad como todavía ocurría en la sociedad industrial clásica.
Ahora la sociedad se ve enfrentada a un muro de incertidumbres, al que las discordantes voces de los expertos no dan respuesta eficaz o, al menos, mayoritaria.

El intercambio de teoría y experimento, que conduce a la verdad en sentido tradicional, muchas veces ya no es posible. LA COMPROBACIÓN SUCEDE A LA APLICACIÓN.
Eso no impide que al mismo tiempo se produzca una CIENTIFIZACIÓN DE LA PROTESTA contra esa ciencia.
La ciencia se hace cada vez más necesaria aunque, al mismo tiempo, cada vez más insuficiente para la definición de la ‘verdad’ socialmente aceptada.

3. En la sociedad del riesgo, LA DISTRIBUCIÓN DE DESASTRES PARECE SER RELATIVAMENTE CIEGA A LAS DESIGUALDADES.
Los riesgos fluyen fácilmente por encima de las fronteras nacionales y de clase. NO PUEDEN DELIMITARSE FÁCILMENTE.
Aunque la clásica distribución desigual de la vulnerabilidad no ha desaparecido, las líneas divisorias de la sociedad del riesgo abandonan paulatinamente las viejas fronteras de clase y pasan a dividir a quienes soportan riesgos potenciales de quienes soportan más difusamente tales riesgos.
Ahí reside la NOVEDOSA FUERZA CULTURAL Y POLÍTICA DE LOS RIESGOS.

4. LA APROXIMACIÓN A LOS RIESGOS COMO CONSTRUCCIONES SOCIALES IMPLICAN UNA ESPECIAL ATENCIÓN A LAS VARIABLES ASOCIADAS CON EL EJERCICIO DEL PODER.
La NATURALEZA, transformada por la acción humana y singularmente por el desarrollo industrial y tecnológico, se ha

convertido en una CREACIÓN POLÍTICA.
La LEGITIMACIÓN DEL RIESGO se basa en los mismos argumentos con los que el PROGRESO salva controles y barreras: ciencia, mejora de la productividad, facilitación del trabajo. Pero una vez que se hace presente, EL DESASTRE CUESTIONA TODAS AQUELLAS INSTITUCIONES QUE LO PRODUJERON Y LEGITIMARON.

El POTENCIAL POLÍTICO CENTRAL contenido en los riesgos ambientales y tecnológicos reside en el colapso administrativo, en la quiebra de la racionalidad científica y jurídica y de las garantías de seguridad política-institucional.

LA ESTRATEGIA DEL PODER
Los rasgos de la posición del poder frente al riesgo se definen por la RETÓRICA DE LA CONTENCIÓN (Maarten A. HAJER, 1997):

– Argumento central: los temores públicos son claramente irracionales.
– Principal tarea: educar a la población a reconocer el sobredimensionamiento de su percepción del riesgo.
– Estrategia: los afectados no son tanto informados o persuadidos como controlados o derrotados.

Los mecanismos de la RETÓRICA DE LA CONTENCIÓN están bien descritos:

– Bombardeo con información técnica, sin explicación ni interpretación.
– Los datos que los afectados reclaman nunca se ponen a su disposición, con vistas a controlar los temas a discutir y desanimar a los ciudadanos de seguir participando.
– Importancia de la retórica y del lenguaje simbólico: estilo abstracto, impersonal, técnico, creando una impresión de neutralidad profesional. Son los afectados lo que se encrespan, permitiendo a los funcionarios descalificarlos como «emocionales».
– La producción de significados no sólo se centra en la palabra, sino en las representaciones visuales dominadas por la imagen.
– Los aspectos de género (en ocasiones, étnicos) pueden ser significativos.

– Gran parte de la investigación sobre desastres cumple la función de lo que HEWETT ha denominado «RITUAL LEGITIMATORIO: persuadir a los sectores en riesgo de que la amenaza está siendo gestionada adecuadamente.

5. La presencia ineludible de los nuevos riesgos no tiene más contrapeso que el de la TRANSPARENCIA DEMOCRÁTICA, extendida a todos los foros: ciencia, tecnología, administración, economía, etc.
Condiciones: intervención de VOCES Y OPINIONES CONTRAPUESTAS, suficiente diversidad interdisciplinar y desarrollo sistemático de alternativas.
Como concluye Ulrich BECK: ¿QUIÉN Y CÓMO SE DEFINE EL RIESGO? La democracia dependerá en el futuro y cada vez más de como se responda a esta pregunta. “Los pasos colectivos podrán darse a ciegas, pero al menos, serán fruto del acuerdo y el establecimiento racional de prioridades”.


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En Twitter se registra estos días cierta agitación a cuenta de los planes de la Administración para reducir el consumo energético y, como es lógico, entre ellos se baraja el que contempla una mejora en la eficiencia de la iluminación urbana. Somos un país sobreiluminado, quizá porque el derroche de luz artificial haya que incluirlo en esa esperpéntica lista de “señales” que identifica a los nuevos ricos (por cierto, casi todas ellas vinculadas al derroche energético).

Ayer, cuando salí de casa para viajar a Madrid, en el cielo nocturno que me despidió, y que aún no se había iluminado con los primeros rayos de sol, se podían distinguir, sin esfuerzo, miles de estrellas (las ventajas de vivir lejos de la gran ciudad). Este espectáculo natural gratuito, que se ha convertido en una rareza, era lo habitual para los habitantes de casi cualquier ciudad española hace tan sólo cincuenta años cuando, a simple vista y en una noche despejada, se podían contemplar hasta 7.000 estrellas en condiciones óptimas. Hoy sólo se puede disfrutar de este espectáculo en zonas rurales apartadas. El cielo nocturno se ha apagado porque la iluminación artificial, excesiva y mal diseñada, ha terminado por ocultar los astros tras un espeso velo blanquecino. En el caso de las grandes capitales esta burbuja de luz, visible a varios kilómetros de distancia, es capaz de reducir el número de estrellas visibles a cifras que apenas suman algunas decenas. Esta noche, cuando en Madrid caminé hacia el hotel, en el cielo (si es que las nubes me lo permiten) tendré serias dificultades para distinguir una sola estrella.

La contaminación lumínica no es más que el brillo o resplandor que se origina en el cielo a partir de la difusión y reflexión de la luz artificial en los gases y partículas presentes en la atmósfera. El mayor impacto lo causan los focos o proyectores de gran potencia que se utilizan en el alumbrado de grandes áreas, zonas deportivas, aeropuertos, fachadas de edificios o monumentos. Estas fuentes, debido a la inclinación con la que suelen instalarse, envían parte de su flujo directamente sobre el horizonte, desperdiciando gran cantidad de energía luminosa. Un solo proyector de este tipo puede provocar más alteraciones que la iluminación de una localidad de 1.000 habitantes.

Otros elementos muy contaminantes, sobre todo por lo extendidos que están, son los dispositivos de alumbrado decorativos, en los que el flujo de luz, como ocurre con las farolas de tipo globo, se emite en todas las direcciones. La solución en la mayoría de los casos consiste en utilizar dispositivos que permitan dirigir la luz solo al lugar en donde se necesita, evitando que parte de la misma vaya a parar al cielo. Cuando no es posible recurrir a este sistema, como ocurre con algunos carteles publicitarios, deberían instalarse temporizadores que desconectaran la iluminación durante las horas de la noche en que disminuye el tránsito de ciudadanos.

En 2001, y sólo en lo que se refiere a Andalucía, se cifró en más de 30 millones de euros el ahorro energético, por año y a escala regional, derivado de una iluminación más eficiente orientada a moderar el problema de la contaminación lumínica.

Pero, además, los beneficios de este tipo de acciones también repercutirían en la conservación del patrimonio natural ya que, como explica Cipriano Marín, coordinador de la iniciativa Starlight de la Unesco, “el exceso de luz artificial afecta, por ejemplo, a millones de insectos, alimento básico de otros muchos animales, o a las especies migratorias que se orientan por la luz de las estrellas o de la luna, y a las que le hemos ocultado el camino hacia su destino”. Un caso muy llamativo es el de las tortugas marinas que desovan en las costas mediterráneas, cuyas crías, una vez que nacen en las playas, se encaminan al mar, en plena noche, orientándose por los astros, comportamiento que se ve alterado por el exceso de luz artificial. “Ahora”, lamenta Marín con cierta sorna, “en vez de dirigirse al agua se dirigen a la discoteca”.
“Aplicando un poco de sensatez, y ayudándose de la tecnología disponible, se puede reducir la contaminación lumínica sin hipotecar la seguridad o el confort. No pretendemos apagar las luces”, concluye Marín, “lo que queremos es volver a encender el universo”.

En Andalucía ya se han dado pasos decididos para mitigar el problema de la contaminación lumínica: http://www.elpais.com/articulo/andalucia/sanciones/contaminacion/luminica/Andalucia/seran/60000/euros/elpepuespand/20100803elpand_2/Tes

Iniciativa Starlight: http://www.starlight2007.net/

Por cierto, Cipriano Marín es uno de los investigadores que este año participará como ponente en el XIV Seminario Internacional de Periodismo y Medio Ambiente (Córdoba, 21-23 de septiembre 2011). Seguiremos informando…

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Esta semana los amigos de la Universidad de Cádiz me invitaron a hablar de documentales de naturaleza en la Fundación Caballero Bonald (Jerez de la Frontera), dentro de un ciclo dedicado a la Ciencia y la Literatura y en un bis a bis con mi amigo y compañero de aventuras Fernando Hiraldo, director de la Estación Biológica de Doñana.

Una vez más volvimos a insistir en lo evidente: la televisión no siempre conduce a la banalidad. Otra televisión no sólo es posible, sino que ya existe. Desde 2002 la RTVA y el CSIC vienen colaborando en el diseño y ejecución de expediciones científicas a diferentes puntos del planeta, escenarios naturales que mantienen algún vínculo ecológico con la Península Ibérica. Y de esta experiencia, poco común en el ámbito de los medios de comunicación generalistas, han nacido una decena de documentales ya emitidos en Canal Sur TV.

Hemos viajado hasta Kazajstán para explicar el funcionamiento de las estepas vírgenes y la conservación de las grandes rapaces euroasiáticas; hasta Mauritania y Senegal, siguiendo a un alimoche nacido en tierras gaditanas, para revelar qué ocurre con las aves migratorias cuando cruzan el Estrecho camino de sus cuarteles africanos; hasta Argentina para mostrar cómo el estudio de la avifauna pampeana y andina nos ayuda a preservar nuestra propia avifauna, y, finalmente, hasta las antípodas, a las tierras australianas y tasmanas, para descubrir el origen de la vida en la Tierra y la paradoja de las especies invasoras.

Si algo llamó la atención al público que llenaba el salón de actos de la Fundación Caballero Bonald fue esta última paradoja: lo que en Andalucía es pieza clave para el funcionamiento del monte mediterráneo, en Australia es una plaga de graves consecuencias ambientales, y viceversa.

En nuestro país el eucalipto es una especie exótica que llegó, desde Oceanía, a mediados del siglo XIX. No puede decirse que en España este árbol tenga muy buen prensa, sobre todo en los círculos conservacionistas. Consume demasiada agua, empobrece los suelos, alimenta los peores incendios forestales y es poco atractivo para la fauna autóctona. Un bosque de eucaliptos es, en tierras españolas, un desierto de vida, un desierto verde que sólo tiene sentido económico, porque es una excelente materia prima para la industria papelera.

Sin embargo, en Australia la situación es bien distinta. Allí, donde crecen más de 600 variedades de este árbol, los eucaliptos, adornados con un tupido sotobosque, albergan una rica biodiversidad y constituyen una de las señas de identidad de la naturaleza australiana.

En su hábitat original los bosques de eucalipto muy poco tienen que ver con las plantaciones que encontramos en Europa. Entre otras cosas porque en Australia existe una fauna asociada a este tipo de escenarios. Si hay un animal estrictamente ligado a los eucaliptales ese es el koala, el único mamífero, de cierto tamaño, capaz de considerar como alimento las hojas de estos árboles, un recurso difícil de digerir, muy pobre en nutrientes y hasta tóxico. Gracias a un complejo sistema digestivo y a un modo de vida orientado al mínimo consumo energético, lo que les hace dormir hasta 20 horas al día, los koalas nos muestran cómo la vida se adapta a lo que hay usando todo tipo de mecanismos naturales, esos que no existen o fallan cuando una misma especie se traslada a un territorio que le es ajeno.

Hablamos, por tanto, de un ecosistema repleto de vida, que nada se parece a ese desierto verde que en España ocupa unas 450.000 hectáreas. Ni siquiera podemos establecer similitudes cuando hablamos del fuego, porque en Australia es un elemento fundamental para la supervivencia de algunas especies de eucalipto, aunque la frecuencia de los incendios se haya disparado, como no, por la presión humana.

Pero el ejemplo de los eucaliptos también se puede plantear a la inversa. El conejo, una pieza clave en el monte mediterráneo al servir de alimento a especies tan emblemáticas como el lince o el águila imperial, se ha convertido en una auténtica plaga, de proporciones bíblicas, en tierras australianas.

Las primeras dos docenas de conejos llegaron, importadas desde Inglaterra, en 1859. En pocos años este puñado de animales se había multiplicado hasta extremos desconocidos en Europa. De nada sirvieron disparos, trampas, alambradas o venenos. La plaga avanzaba a razón de 100 kilómetros por año y en 1950, un siglo después de la llegada de esta especie exótica, la población de conejos había alcanzado en toda Australia los 600 millones de individuos. La guerra biológica, en forma de virus como el de la mixomatosis, tampoco sirvió de mucho ya que inicialmente provocó grandes mortandades pero a la postre resultó inútil ya que lograron sobrevivir aquellos ejemplares resistentes a los patógenos. Hoy la población de conejos supera los 300 millones de individuos, y sigue creciendo…

Foto: Héctor Garrido (EBD-CSIC)

La cita jerezana en la prensa local: http://www.diariodejerez.es/article/ocio/907887/fin/una/relacion/quotcontra/naturaquot.html

«La vida en las antípodas» (Segundo capítulo de la serie «Planeta Australia» – Canal Sur TV):

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