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Posts Tagged ‘entretenimiento’

A veces pienso que nuestra forma de entender el periodismo, que nuestra manera de plantear un informativo en televisión, son propias de un modelo profesional demodé, algo así como un curioso anacronismo que sólo es tolerable en una televisión pública.

En «Tierra y Mar» & «Espacio Protegido» (Canal Sur Televisión) no hiperventilamos, no gritamos agarrados a un micro, ni locutamos de forma atropellada; no tenemos drones, ni cámaras de última generación y apenas disponemos de grafismo molón (la realidad virtual ni está ni se le espera); dejamos que nuestros protagonistas hablen, no alimentamos el morbo, ni la polémica estéril, y tampoco nos ponemos falsamente intrépidos; no forzamos la realidad hasta inventarnos una propia, no endulzamos lo amargo ni hacemos de la anécdota una catástrofe o un milagro.

A veces nos adelantamos a la actualidad pero otras muchas esperamos a que la actualidad pase de largo, sin atropellarnos, para poder interpretarla con calma y algo de distancia. No nos gusta correr, porque las prisas nos impiden entender (para explicarnos). Empleamos mucho tiempo en estudiar (mucho más de lo que nos ocupó esta tarea en la Universidad) porque aún no hemos sido capaces de adquirir conocimientos por ósmosis, y también hacemos muchos kilómetros (para hablar del campo hay que estar en el campo) aunque muchos menos de los deberíamos. Nuestra tierra nos aporta unas señas de identidad muy poderosas, pero entre ellas no se encuentra la soberbia ni el espejismo de creernos únicos, ni tampoco la obligación de ser ocurrentes. En lo sencillo, en lo cotidiano, en lo próximo, encontramos historias extraordinarias (contadas por personas, no por personajes).

A muchos de nosotros la edad nos obliga a usar las gafas de cerca para escribir, pero cuando le damos vueltas a lo que queremos contar nos ponemos, también por edad, las gafas de lejos. Lo inmediato es tentador, pero es más valioso contar lo que vendrá, lo que apenas se dibuja en el horizonte. Tratamos de que lo urgente no nos distraiga de lo importante (aunque algunos digan que en televisión lo primero es trascendente y lo segundo irrelevante).

No nos obsesionan los datos de audiencia, pero la audiencia nos acompaña de manera más que generosa. No pontificamos sobre los nuevos soportes, los nuevos targets o las nuevas narrativas, pero gozamos de una excelente salud en RRSS (ya nos acercamos a las 25 millones de visualizaciones en YouTube).

A lo mejor este modelo de televisión (pública) no está tan pasado de moda. A lo mejor el espectáculo es una cosa y la información otra (y, para colmo, hay espectadores que saben distinguirlos). A lo mejor en lo clásico se esconde la vanguardia, y en el reposo la verdadera agilidad. A lo mejor lo global no se entiende sin recurrir al periodismo de proximidad, ni lo difuso es posible aclararlo sin esforzarse en un periodismo de precisión.

A lo mejor esto es periodismo, sin más (ni menos). 

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Primero fue Luis Guijarro quien desveló en Twitter los resultados de audiencia del canal “Gran Hermano 24 horas”, unos índices de audiencia similares a los que obtenía CNN+, el canal informativo que desapareció con la irrupción de los tontacos cuyas intrascendentes peripecias se desarrollan en una suerte de zoológico cutre con aspecto de casa. Si CNN+ rondaba el 0,7 de share, los tontacos se sitúan en torno al 0,9, pero con una notable diferencia: el coste de los zopencos es cero. Los descerebrados salen casi gratis. El negocio es, pues, redondo.

 

Ayer Urbaneja, en una conferencia muy twitteada, insistía en esta crisis de valores, en esta pérdida de las señas de identidad del verdadero periodismo consumidas por el negocio puro y duro. Una estrategia que, como es lógico, está generando una auténtica sangría en el sector (de ideas y de personas). Y para abundar en la tristeza que nos provoca, a los periodistas vocacionales, este panorama, también hay que lamentar que esta estrategia, lícita (aunque con muchos reparos) en empresas privadas, también ha terminado por contaminar a las televisiones públicas (¿qué hacemos compitiendo, con el dinero de todos, en el terreno de la zafiedad y la memez?).
La jugada me ha recordado algunas de las reflexiones que en 2006, y con motivo del estreno de la película “Buenas noches, y buena suerte”, nos regalaron destacados profesionales de la comunicación, entre ellos Iñaki Gabilondo, la principal víctima de los zoquetes-full-time.
La película de George Clooney , en la que se retrata el pulso entre el periodista de la CBS Ed Murrow y el senador integrista Joseph McCarthy, generó un interesante debate en torno a los informativos de televisión y su capacidad para transmitir, de forma honesta y rigurosa, noticias realmente trascendentes. Murrow, en el lejano 1952, ya advirtió de que la información en el medio televisivo estaba a punto de ser derrotada por el espectáculo, y los profesionales españoles que participaron en aquel debate (Iñaki Gabilondo, Pedro Piqueras, Matías Prats o Lorenzo Milá, entre otros) sólo pudieron certificar lo acertado del pronóstico.

¿El peligro es la censura política?.
No.
El peligro es el entretenimiento.
El espectáculo es la nueva forma de censura que acabará por derrotar a la información honesta en televisión. Ese era el argumento central de Murrow hace ya más de medio siglo, y, no hay más remedio que confesarlo, el pronóstico se ha cumplido.

 

“La complejidad está en horas bajas”, lamentaba Gabilondo, mientras que Piqueras aseguraba que “los contenidos que han de explicarse, se eliminan”. “La lucha hoy”, concluía Milá, “es porque te vea más gente, no porque seas mejor ni más creíble”. Era evidente entonces, o al menos así lo dibujaban estos profesionales del medio, una cierta crisis de profundidad, rigor y credibilidad en los informativos de televisión, secuestrados, al fin, no tanto por las presiones políticas contra las que batalló Murrow sino por la banalización que exige todo espectáculo.

 

Ficción y no ficción, hasta ahora “protocolariamente” separadas, han comenzado a seducirse mutuamente, a intercambiarse y a confundirse. Así lo cree Margarita Riviére que, abundando en esta idea, considera “que el periodismo ya no se concibe más que como una narración de historias, presuntamente reales, de estructura idéntica a la ficción. Es perfectamente normal que la información –desde los deportes y las noticias rosas a la política o las noticias económicas – adopte hoy la forma del folletín y del culebrón”.

 

Y esta batalla por conseguir espectadores a toda costa, fenómeno que no hace muchos años se limitaba a ciertas áreas de la programación claramente asociadas con el entretenimiento (los deportes o los programas de variedades), ha terminado por contaminar el otrora sacrosanto ámbito de los programas informativos, que permanecían más o menos al margen de este tipo de presiones o, al menos, sus contenidos no eran tan vulnerables a la presión de las audiencias. Hoy los informativos se ven interrumpidos para insertar bloques publicitarios e, incluso, algunas de sus secciones se fragmentan o segregan para asociarlas con determinados patrocinadores (como ocurre, por ejemplo, con la información meteorológica). Y los contenidos, para ser fieles a esta lógica del entretenimiento y la máxima audiencia, registran ahora un curioso movimiento pendular que va desde lo banal hasta lo catastrófico, de lo intrascendente a lo hipercomplejo, y donde el punto intermedio, el punto de equilibrio, es muy difícil de encontrar y sostener.
Se gana audiencia pero… ¿se gana en comprensión, en información? 

La evolución que ha experimentado el área de los informativos en la televisión española, al igual que en otras televisiones, es claramente perjudicial para las informaciones científicas y ambientales ya que estas, en la mayoría de los casos, remiten a cuestiones ciertamente complejas, difíciles de interpretar. Cuestiones que en muchos casos terminan resolviéndose por la vía de la frivolización (tuvo más impacto mediático la referencia al primo de Mariano Rajoy y sus discutibles afirmaciones sobre el cambio climático, que el propio problema ambiental al que se refiere esta anécdota) o por el lado del catastrofismo (los sucesos ambientales suelen ser muy apreciados en los informativos de televisión, sobre todo cuando cuentan con imágenes de impacto, como suele ocurrir, por ejemplo, con los incendios forestales).
Pero, ¿realmente este es el tratamiento informativo que reclaman los espectadores? ¿Esta es la televisión que queremos? ¿Por qué las encuestas muestran, de manera insistente, una demanda insatisfecha de rigor y profundidad?

 


Ryszard Kapuscinski (sí, ya se que me repito, pero vuelvo al maestro y a su lúcido lamento) apunta algunas posibles soluciones a este enigma por el cual los responsables de la programación televisiva parecen obrar al margen de las demandas del público y de la clase política, ofreciendo productos que, aún reuniendo audiencias millonarias, son repudiados por su banalidad. Hoy los medios de comunicación, apuntaba el periodista polaco ya en 1999, se gobiernan de tal manera que pesa más el criterio empresarial que el informativo. Las televisiones están lideradas por economistas, publicistas, expertos en marketing y analistas de audiencias, mientras que los periodistas se colocan en un segundo plano. Al menos los periodistas que responden, quizá, a un modelo de este oficio por desgracia ya caduco: “Antes la profesión de periodista era un trabajo de especialistas. Había un limitado grupo de periodistas especializados en algún campo en concreto. Ahora la situación ha cambiado por completo: no existen especialistas en ningún campo”. Y concluye: “Los medios de comunicación, la televisión, la radio, están interesados no en reproducir lo que sucede, sino en ganar a la competencia. En consecuencia, los medios de comunicación crean su propio mundo y ese mundo suyo se convierte en más importante que el real”. 

Hay ejemplos notables de esta perversión por la cual la peripecia que lleva a obtener una noticia, por banal que esta resulte, es más importante que la noticia en sí. De esta manera se han extendido, en todas las televisiones, esos programas de información en directo donde, por ejemplo, un “sufrido” informador, o una “intrépida” informadora, nos relatan, entre jadeos y movimientos de cámara convulsos, el esfuerzo que han tenido que realizar para alcanzar esa pequeña cabaña, perdida en la sierra, donde un rústico pastor nos explica su receta para hacer gachas. Trasladando este concepto a los noticieros en sentido estricto, y a las informaciones ambientales que estos recogen (o deberían recoger), resulta muy acertada la frase con la que la veterana corresponsal de TVE anunciaba la llegada de este tipo de informadores al escenario de alguna noticia trascendente: “Ya están aquí estos que tanto saben de cubrir crisis y absolutamente nada de las crisis que cubren”. Lo dicho: el envoltorio pesa más que el contenido.

En resumen: ahora el pulso no es con un McCarthy de última hora (que también los hay) sino con una pandilla de merluzos que se colocan delante de las cámaras… y también detrás.

Fuentes:

· Cruz, Juan. “El espectáculo frente a la información”, El País, 5 de marzo de 2006.

· Riviére, Margarita. “Cuentistas globales”, El País, 28 de julio de 2006.
· Kapuscinski, Ryszard. “Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo”, Anagrama, 2002.
· Montero, José María. “Información ambiental en televisión” Capítulo en la obra colectiva “El periodismo ambiental. Análisis de un cambio cultural en España” (Fundación Gas Natural, Barcelona, 2008).

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