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Posts Tagged ‘Gabriel Celaya’

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Afortunadamente, Frida, en su papel de bibliotecaria de jardín, pone algo de orden en el caos…

 

Tengo unos cuantos libros en la mesilla, otros tantos en la mochila de playa y alguno más extraviado en la casa serrana, y voy de uno a otro sin importarme mucho el orden. Olvido y releo. Me salto párrafos. Marco algunas líneas que me llaman la atención. Mancho las páginas de tinto o de aftersun. Abandono a la tercera página libros que acabo de comprar y vuelvo a repasar libros que he leído mil veces. Me sorprendo de cómo la vida se acerca a la literatura, ¿o es al contrario? Habito en los libros y por eso a veces me resulta difícil distinguir dónde están los límites de la realidad.

Es verano, y en verano leo de manera anárquica, porque ya bastante orden y compostura soporto durante el resto del año…

«Durante un momento hubo la posibilidad de que no fueran capaces de hacer el cambio, de verse el uno al otro de forma distinta; no recordarían cómo se produjo el cambio, ni les sería otorgada la gracia, y si eso fuese así, ¿qué estaban haciendo en aquel lugar? Al cerrar él la puerta ella volvió a verle. El perfil de su rostro y la inclinaciónde sus pómulos, una inclinación tártara maravillosa y perfecta. Ella percibió el acto de cerrar la puerta como clandestino e insensible, y supo que no había ninguna posibilidad en el mundo de que no hicieran el cambio. Ya estaba hecho» (Las lunas de Júpiter, Alice Munro)

«El buen carácter es, de todas las cualidades morales, la que más necesita el mundo, y el buen carácter es la consecuencia de la tranquilidad y la seguridad, no de una vida de ardua lucha. Los métodos de producción modernos nos han dado la posibilidad de la paz y la seguridad para todos; hemos elegido, en vez de esto, el exceso de trabajo para unos y la inanición para otros. Hasta aquí, hemos sido tan activos como lo éramos antes de que hubiese máquinas; en esto, hemos sido unos necios, pero no hay razón para seguir siendo necios para siempre» (Elogio de la ociosidad, Bertrand Rusell).

Si puedes sentarte en silencio después de recibir noticias difíciles; si en momentos de apuro económico puedes permanecer perfectamente en calma; si puedes ver a tus vecinos viajar a lugares fantásticos sin sentir envidia; si puedes comer cualquier cosa que pongan en tu plato y sentirte tan contento; si puedes dormir después de un día terrible sin tomar un trago ni recurrir a una píldora; si siempre estás contento, estés donde estés, probablemente eres un perro“ (Una lámpara en la oscuridad, Jack Kornfield).

La vida que murmura. La vida abierta.
La vida sonriente y siempre inquieta.
La vida que huye volviendo la cabeza,
tentadora o quizá, sólo niña traviesa.
La vida sin más. La vida ciega
que quiere ser vivida sin mayores consecuencias,
sin hacer aspavientos, sin históricas histerias,
sin dolores trascendentes ni alegrías triunfales,
ligera, sólo ligera, sencillamente bella
o lo que así solemos llamar en la tierra.
(La vida nada más, Gabriel Celaya)
 

…lo más importante que he aprendido al hacer este trabajo es que cocinar nos introduce en una red de relaciones sociales y ecológicas con las plantas, los animales, la tierra, los horticultores, los microbios que hay dentro y fuera de nuestro organismo y, por supuesto, con las personas a las que nutren y deleitan nuestros platos. Es decir, que lo más importante que he aprendido es que cocinar conecta. La cocina –sea de la clase que sea, la cotidiana o la extrema- nos sitúa en un lugar muy especial del mundo, ya que nos coloca entre el mundo natural por un lado y el mundo social por otro. El cocinero permanece firme entre la naturaleza y la cultura, dirigiendo un proceso de traducción y negociación. Tanto la naturaleza como la cultura se transforman mediante el trabajo, y descubrí que el encargado de realizar ese proceso es el cocinero” (Cocinar. Una historia natural de la transformación, Michel Pollan).

El capitán Van Donck era un hombre brutal y simple, que creía en algo, por repugnante que fuera. Era uno de ésos a los que se puede perdonar. Pero a quien Castle nunca podría perdonarle nada era a aquel suave y educado funcionario del BOSS. Los de su especie, los hombres que tienen educación suficiente para saber lo que hacen, son los que organizan el infierno, a pesar del cielo. Pensó en aquello que tan a menudo le había dicho Carson, su amigo comunista: <Nuestros peores enemigos no son los ignorantes ni los simples, por crueles que éstos sean; nuestros peores enemigos son los inteligentes y los corruptos>” (El factor humano, Graham Greene)

 
 
 
 
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