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La desembocadura del Guadalquivir en el siglo XVI

«Es un hecho demostrado por la experiencia de los siglos que todo terreno pantanoso es perjudicial para la salud (…) haciéndose extender su perniciosa influencia no solamente a los habitantes de la comarca que arrastran una vida miserable, sucumbiendo algunos de un modo casi fulminante bajo el influjo de las llamadas fiebres pútridas«. El párrafo, tomado literalmente del proyecto de desecación del Lago Almonte (lo que hoy son las marismas de Almonte e Hinojos, en la provincia de Huelva), redactado en 1866, resume a la perfección el valor que se le daba a las zonas húmedas andaluzas a finales del siglo XIX. Se llegó incluso a incentivar la destrucción de los humedales mediante disposiciones como la ley de desecación y saneamiento de lagunas, marismas y terrenos pantanosos de 1918, a cuyo amparo desaparecieron y se privatizaron infinidad de pequeñas lagunas temporales.

De esta manera la mano del hombre inicia la transformación, a gran escala, de las primitivas marismas del Guadalquivir, que en su día llegaron a ocupar más de 200.000 hectáreas. Tierras que, en su estadio más primitivo, estaban surcadas por los cinco brazos del Guadalquivir y el Guadiamar (Canal Principal, Caño Guadiamar, Caño Travieso, Brazo de la Torre y Brazo del Este), cauces que dibujaban un intrincado paisaje de islas y lucios. Aunque pudiera pensarse que este paraíso, y sus peculiares características, se remonta al origen de los tiempos, la Doñana de la que existen referencias históricas y que, más o menos alterada, es la que hoy conocemos, nace de un proceso natural en el que confluyen la acción eólica, marina y fluvial, y que se desarrolla hace apenas dos mil años.

En el siglo IV Avieno señala en su Ora Maritima que el río Tartessos desemboca en el golfo Tartesico, una gran laguna de influencia marina que alcanzaría hasta lo que hoy es La Puebla del Río (Sevilla). Las arenas y otros materiales procedentes de los ríos Tinto, Odiel, Piedras y Guadiana, se van depositando en la boca de esta suerte de inmensa albufera, formando una barra litoral que, finalmente, cierra el estuario, haciendo que en su vaso se depositen los sedimentos que arrastran los diferentes cauces que allí desembocan, sedimentos que, finalmente, constituyen el soporte de las marismas.

Aunque en aquellos remotos tiempos estos humedales no se sometieran a actividades de gran impacto, no por ello estaban libres de la presencia humana, si bien esta no causaba grandes alteraciones. Además de la caza, legal o furtiva, la marisma ofrecía buenos pastos para el ganado y daba cobijo a un sinfín de humildes aprovechamientos tradicionales, como el carboneo, la recolección de piñas o la apicultura. Las huellas de aquellos primitivos colonos, que hasta bien entrada la década de los 60 del pasado siglo modelaron la marisma sin destruirla, aún están presentes en poblados como el de La Plancha, junto a la desembocadura del Guadalquivir, donde se mantienen en pie algunos de los cuarenta chozos (que aquí llaman “ranchos”) donde habitaban las familias dedicadas a la recogida de leña o la fabricación de carbón, recursos que procuraba el cercano pinar.

No existía, pues, amenaza alguna en este tipo de actividades, aunque su rendimiento económico fuera escaso. Los problemas habrían de venir de otro tipo de aprovechamientos mucho más ambiciosos y, sin duda, capaces de alterar profundamente estos territorios y sus señas de identidad.
Ya a mediados del siglo XX, controlado el paludismo y otras enfermedades propias de los humedales, la destrucción de estos espacios se intensificó y no precisamente por motivos de salud pública. Ahora eran víctimas de un desarrollismo brutal, ávido de nuevas zonas aprovechables para la agricultura y la ganadería. Las marismas de la margen izquierda del Guadalquivir, en los dominios de Lebrija, Trebujena y Los Palacios, terminarían por desaparecer, convertidas en tierras de cultivo, y las de la margen derecha se enfrentaban a un futuro poco halagüeño.

A este proceso, que parecía imparable, habría de plantar cara una nueva generación de biólogos, a los que alguien bautizó como «científicos de alpargata y bicicleta» para diferenciarlos de aquellos otros, más numerosos, que por aquellos años se limitaban a escribir sesudos tratados sin pisar apenas el campo. Una historia en la que resultó decisiva la figura de José Antonio Valverde. Pero esa es ya otra historia…

 

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Esturion Guadalquivir 1949

Esturiones capturados en aguas del Guadalquivir (1949).

A pesar de estar estrechamente vinculado a la historia de algunos municipios ribereños, el esturión no solo ha desaparecido de las aguas del Guadalquivir sino que, incluso, se ha borrado de la memoria colectiva de estas poblaciones. Teodoro Classen, el especialista ruso que, a partir de 1932, se hizo cargo de la fábrica de caviar de Coria del Río (Sevilla), señalaba en uno de sus escritos como este pez ya aparecía en las monedas romanas que se acuñaron en esta población,  y destacaba, asimismo, el hecho de que la preparación de caviar fuera, durante el reinado de los Reyes Católicos, un monopolio otorgado a los monjes cartujanos de Sevilla. Sin embargo, concluía, “este arte se perdió en las riberas del Guadalquivir”.

A comienzos del siglo XX, el esturión se seguía pescando en este cauce, pero sus huevas apenas merecían aprecio, hasta el punto de que se empleaban como alimento para el ganado porcino. Fue la familia Ybarra la que, a finales de los años 20, se interesó por el aprovechamiento industrial de esta especie, contratando, como especialista en la materia, a Classen. Tras investigar las potencialidades de esta singular pesquería, la sociedad “Jesús de Ybarra” puso en marcha una fábrica de caviar y carne ahumada que estuvo operativa entre 1932 y 1970. Villa Pepita era el nombre del chalet que, a las afueras de Coria, albergó esta industria.

Un documentado estudio publicado por el Ayuntamiento de este municipio, del que es autor Salvador Algarín, rescató la historia de los esturiones y el caviar del Guadalquivir, completando la minuciosa base de datos que, hasta 1948, elaboró el propio Classen. De acuerdo a estos registros, y los que se llevaron a cabo hasta 1966, la factoría coriana procesó, a lo largo de toda su actividad, cerca de 160.000 kilos de esturiones (más de 4.000 ejemplares), de los que se obtuvieron unas 16 toneladas de caviar. La producción, señaló en su día el especialista ruso, “es suficiente, con amplitud, para cubrir el consumo nacional”, y su calidad “es equivalente a la del mejor caviar ruso”.

Esturion Guadalquivir

Esturión capturado en Alcalá del Río (Sevilla) en el verano de 1957.

Para organizar la explotación de esta especie hubo que importar instrumentos de pesca especializados, similares a los que se usaban en el Danubio y en los ríos rusos. Se trataba, explica Algarín, “de palangres de fondo, con grandes anzuelos empatillados de acero, fabricados especialmente para esturiones”. La adaptación de estas técnicas al Guadalquivir y la elección de las zonas en donde calar las artes corrió a cargo de Efion Moskobició, un especialista rumano que permaneció en tierras andaluzas entre 1934 y 1936.

Aunque los puntos de pesca se distribuían a lo largo de una extensa franja que iba desde la propia desembocadura hasta el municipio de Alcalá del Río, la mayor parte de las capturas se concentraban en La Figuerola y en El Puntal, en la zona de estuario, cerca del caño de la Nueva, frente a lo que hoy son terrenos del Espacio Natural de Doñana. Una vez desenganchados los peces, tarea difícil y peligrosa por la gran cantidad de anzuelos que solían prenderse y la fuerza  del animal, una motora conducía los ejemplares, en vivo, hasta la factoría, en donde la plantilla fija era de ocho personas, aunque en temporada alta solían acudir otras seis mujeres para reforzar las tareas de manipulado y elaboración de los productos.

Según el catálogo de precios de 1939, una lata de 1.100 gramos de “caviar español Ybarra selecto” se vendía a 165 pesetas, aunque también era posible, para las economías más modestas, adquirir una lata de 50 gramos de “caviar de segunda”, cuyo precio era de 3,50 pesetas. Por tanto, el caviar de mayor calidad venía a costar siete pesetas el gramo, mientras que en la actualidad esta cifra oscila entre las quinientas y las mil pesetas (según variedades y procedencias). Es decir, la misma lata por la que entonces se pagaba un euro costaría hoy entre 3.000 y 6.000 euros.

El futuro de esta rentable actividad estaba, sin embargo, hipotecado aún antes de ponerse en marcha. La presa de Alcalá del Río, que entró en funcionamiento en 1931, privó a los esturiones de algunas de sus más importantes zonas de cría, al no poder remontar el río. Como señala Algarín, “las obras provocaron el cerramiento del cauce, produciendo un nuevo estado hidrológico e hidrobiológico en el Guadalquivir, de tal forma que por debajo de la presa el río deja de comportarse como tal para hacer la función más cercana a lo que es una ría marina, y por encima se convierte en un embalse con las características propias de este medio”.

A pesar de este grave impacto, los esturiones consiguieron establecer frezaderos aguas abajo de Alcalá, lo que permitió, en principio, la supervivencia de la especie. La pesca se mantiene en unos niveles aceptables hasta que, en 1961, las capturas comienzan a descender de manera acusada. Es muy posible, como detalla Algarín, que la extracción de áridos en numerosos puntos del cauce originara la alteración de las nuevas zonas de cría, y que este animal se viera, además, afectado por la creciente contaminación del río. Como problema añadido, el esturión venía sufriendo una intensa sobrepesca en las mismas compuertas de la presa de Alcalá, en donde quedaban atrapados los animales tratando de remontar el río.

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Esturión a punto de ser procesado en la factoría de Ybarra, situada en Coria del Río (Sevilla). La foto está datada en 1946.

Si a lo largo de 1935 llegaron a procesarse en la fábrica de Coria cerca de 400 esturiones, en 1961 apenas se capturaron 49. Tres años después solo entraron en Villa Pepita 17 ejemplares y, en 1966, cuando terminan los registros de esta actividad, fueron únicamente cuatro los esturiones que pudieron aprovecharse. Así las cosas, en 1970 cierra la factoría, señalándose en la declaración oficial de baja que el motivo de esta decisión era la “falta de entrada de pescado en el río”.

PD: Este post está dedicado a mi amigo Benigno Varillas, pionero y maestro del periodismo ambiental en España, que esta Navidad me pidió que escribiera a propósito de este tema. Benigno, siempre incisivo, me recordó que en una anterior entrada, en la que conté toda la polémica que rodea a la cría y reintroducción de esturiones (publicada en este mismo blog el 31 de marzo de 2011), prometí contar algún día la historia, andaluza, de este mítico animal. Promesa cumplida, Benigno…

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Un soberbio ejemplar de esturión capturado en aguas del Guadalquivir en 1947.

Fotografías: Todas las imágenes históricas que ilustran esta entrada fueron recopiladas en su día por mi buen amigo, y vecino, Antonio Sabater (uno de los grandes fotógrafos de naturaleza españoles) para componer el reportaje fotográfico más completo que se ha realizado hasta la fecha de esta especie y de sus vínculos con Andalucía, reportaje que puede consultarse en: http://www.enfoque10.com/SPANISH/reportajes/oe04_esturion/

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Arrozales y arañas

A primera hora de la mañana el rocío adornaba las telas de araña que cubrían el arrozal (Foto: JMª Montero)

Esta mañana hemos recorrido los arrozales del Bajo Guadalquivir preparando las próximas entregas de «Tierra y Mar» y«Espacio Protegido» (Canal Sur Televisión). Nos hemos manchado de barro y nos hemos dejado picar por los últimos mosquitos de la temporada para poder explicar, a pie de cultivo, cómo es posible que estas extensas llanuras cerealistas convivan, casi en armonía, con uno de los espacios naturales más valiosos de Europa. De hecho, Doñana ya no puede entenderse sin la existencia de los arrozales, que se han convertido en una valiosa despensa cuando el alimento escasea en el interior del territorio protegido.

El papel ecológico del arrozal nunca puede suplantar a lo que sería una marisma natural no transformada, pero, dicho esto, no cabe duda de que este es el mejor cultivo que puede existir en el entorno de Doñana, porque es el más parecido a los terrenos originales de esta zona.

Los arrozales son una despensa natural a la que acuden las aves en dos momentos especialmente delicados. A finales de la primavera y comienzos del verano, cuando en la marisma comienza a escasear el agua, las tablas de arroz están inundadas por lo que se convierten en una zona de refugio indispensable para asegurar el ciclo reproductivo de numerosas especies.  También en otoño, después de la cosecha, estos campos son frecuentados por las aves migratorias e invernantes, como los numerosos gansos que recalan desde el norte de Europa.

En la zona del Brazo del Este han llegado a censarse más de 230 especies de aves, debido a la interesante configuración del paisaje, compuesto por campos de arroz parcheados con áreas no transformadas; y en la extensa finca de Veta la Palma, se han registrado algunos inviernos concentraciones de hasta 300.000 aves.

Los terrenos de Veta la Palma, aunque sea de forma accidental, albergan elementos que el parque nacional, convertido en una especie de isla, no tiene o ha ido perdiendo con el paso de los años, con lo que actúa como un colchón amortiguador de los defectos de Doñana. Cuando las aves concluyen la reproducción y abandonan los territorios protegidos se distribuyen por zonas como Veta la Palma, de tal manera que si no existieran estas áreas periféricas seguramente habría especies que ni siquiera criarían.

Algunos especialistas están convencidos de que a esta concentración de fauna no se le está sacando el suficiente rendimiento económico a través de iniciativas turísticas. De forma comunal los titulares de estas fincas podrían aprovechar la riqueza inusual que supone tener tal variedad de aves durante largas temporadas a disposición de los visitantes que quieran conocerlas, y que podrían pagar por esas visitas igual que pagan por entrar en los terrenos del parque nacional.

El arrozal, defienden no pocos conservacionistas, es un cultivo perfectamente compatible con el espacio natural de Doñana siempre que se someta a los criterios de la producción integrada, reduzca su dependencia de los productos químicos, no emplee aguas subterráneas para su mantenimiento o reclame infraestructuras claramente insostenibles.

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Doñana a la derecha y Sanlúcar de Barrameda a la izquierda, así se despide el Guadalquivir antes de fundirse con el Atlántico.

La crisis actúa como un perverso túnel del tiempo que nos devuelve ideas caducas, escenarios casposos y debates que creíamos definitivamente resueltos.  ¿Es posible que a estas alturas regrese la cantinela aquella de “conservación o desarrollo”? ¿Todavía hay quién, sin ruborizarse, se atreve a defender que la conservación del medio ambiente hipoteca nuestro desarrollo económico? ¿Hay ciudadanos que, quizá confundidos por la desesperación, están dispuestos a creer que el empleo se multiplica relajando algunas cautelas ambientales «exageradas»?

Ayer volvió a resucitar la plataforma que, hace diez años, se constituyó en Sevilla para reclamar el dragado del Guadalquivir, aumentando así el calado del canal navegable y permitiendo la entrada hasta la capital de buques de gran tonelaje.

El proyecto fue rechazado por el comité científico encargado de analizar su impacto en el estuario del Guadalquivir al considerar, entre otros argumentos demoledores, que es “incompatible con la conservación del estuario” y que los perjuicios que ocasionaría “son mayores que el supuesto beneficio económico”.

Pero, ¿por qué le otorgamos tanto valor al Guadalquivir en su tramo final, en ese estuario que algunos consideran una simple autovía fluvial y otros un paraíso de la biodiversidad?

El estuario del Guadalquivir abarca unos 10.000 kilómetros cuadrados de extensión, y comprende el cauce principal del río desde Alcalá del Río (Sevilla) hasta la desembocadura, tramo que mide unos 115 kilómetros. La riqueza en nutrientes de esta zona húmeda se explica, en parte, por la mezcla de agua dulce y salada, motivo por el que numerosas especies marinas acuden a ella a desovar, haciendo del estuario un elemento indispensable para la recarga de los caladeros del golfo de Cádiz. Asociados a esta arteria principal se encuentran los “brazos”, antiguos cauces que han dejado aislados una serie de territorios conocidos como “islas”. En la margen derecha, el brazo de la Torre traza los límites de la Isla Mayor y el brazo de los Jerónimos los de la Isla Mínima. En la margen izquierda es el brazo del Este el que dibuja los contornos de la Isla Menor.

Este es un territorio  humanizada desde tiempos remotos,  sometido a numerosas intervenciones que la han ido moldeando. Las referencias que se  tienen del cauce en la Alta Edad Media permiten describir cómo funcionaba todo este sistema cuando aún no había sufrido alteraciones de importancia. Entonces el Guadalquivir se abría, en su curso bajo, en tres grandes brazos que penetraban en las marismas, y en los que desembocaban multitud de canales mareales que drenaban de forma natural estas extensas llanuras inundables. El agua dulce, cargada con los nutrientes que habían viajado desde las zonas altas del cauce, se mezclaba, de forma heterogénea, con la salada procedente del mar, creando así multitud de ambientes. Como explica Carlos Fernández-Delgado, catedrático de la Universidad de Córdoba y especialista en peces de aguas continentales, “la biodiversidad acuática en aquella época debió ser  extraordinaria, pues en el estuario confluían especies propias de aguas dulces, aguas salobres y aguas saladas”.

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¿Merece la pena convertir el Guadalquivir en una autovía fluvial? ¿Cuánto ganamos? ¿Cuánto perdemos?

Con el paso de los años tanto el estuario como su entorno comenzaron a sufrir serias transformaciones. El cauce se fue adaptando a las condiciones que imponía el tráfico de buques, las explotaciones agrícolas se extendieron en buena parte de las marismas y a lo largo de la cuenca del Guadalquivir aparecieron pantanos, vertidos y problemas de deforestación.

Ya en 1795 se procedió a ejecutar la primera corta, denominada “Merlina”, para restar unos diez kilómetros a la distancia de navegación que existía entre Sanlúcar de Barrameda y Sevilla. Desde entonces y hasta 1992, cuando se ejecutó la última de estas obras, se han llevado cabo un total de siete cortas, de manera que los 127 kilómetros que originalmente tenían que recorrer los buques han quedado reducidos a medio centenar.

“Estas modificaciones”, explica Fernández-Delgado, “han hecho del antiguo Guadalquivir un cauce casi rectilíneo, alterando la dinámica fluvial, por lo que ahora las mareas dejan sentir sus efectos de una manera mucho más potente que antaño”. Poco se sabe, admite este biólogo, de las repercusiones que ha causado el dragado periódico del canal de navegación, actuación que todos los años supone la retirada de un volumen de fangos de entre 100.000 y 200.000 metros cúbicos.

Pero la gran transformación de los ecosistemas marismeños se produce a partir de los años 30. En la actualidad, y dentro de los límites del Parque Nacional de Doñana, solo unas 27.000 hectáreas de terreno conservan sus características naturales, lo que apenas representa un 12 % de las marismas originales.

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Los sedimentos que arrastra el río, cuando el caudal lo permite, fertilizan los caladeros del Golfo de Cádiz.

La construcción de más de 40 embalses en diferentes puntos de la cuenca, con una capacidad global cercana a los 8.000 hectómetros cúbicos, ha originado una progresiva disminución del volumen de agua dulce que llega al estuario. La intrusión marina es, por tanto, mayor, y los nutrientes, vitales para el desarrollo de las comunidades de fauna que viven en el tramo final del río, son cada vez menores al quedar retenidos en las cubetas de los embalses. Si hasta ahora esta disminución de la fertilización natural no parece haber causado un empobrecimiento de la diversidad biológica es porque, posiblemente, haya sido sustituida por los vertidos orgánicos sin depurar procedentes de algunos municipios.

A todos estos problemas hay que sumar la progresiva pérdida de la vegetación que cubría las riberas de todos los ríos y arroyos que desembocan en el estuario, lo que ha dado lugar a importantes pérdidas de suelo, fenómeno que está causando una acelerada colmatación de las marismas. En el caso del cauce principal, el tráfico de buques, unido a la escasa cobertura vegetal que existe en algunos tramos de las orillas, origina graves problemas de erosión.

Si se suman todos estos factores, advierten los especialistas, no es difícil imaginar la delicada situación en la que se encuentra el estuario del Guadalquivir, y lo incierto que se presenta su futuro. No se trata solo de salvaguardar los valores naturales de este espacio, sino también su importancia en el mantenimiento de actividades económicas como la agricultura o la pesca. En el tramo final del río se han censado 55 especies de peces, 49 de crustáceos, 22 de insectos acuáticos y 8 de invertebrados, y, además, constituye la principal zona de cría y engorde para unas 20 especies marinas que son explotadas comercialmente por la flota que faena en el Golfo de Cádiz.

No es de extrañar, por tanto, que el proyecto para mejorar la navegabilidad del río haya sido cuestionado desde diferentes instancias científicas y conservacionistas. En realidad no se trata de “conservación o desarrollo”, sino, más bien, de “pan para hoy y hambre para mañana”. Y en algunas cuestiones, como estamos sufriendo ahora, el pan duró bien poco y el hambre ya está aquí…

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Penacho de sedimentos arrojados por el Guadalquivir al Atlántico. Imagen obtenida por el satélite Terra (NASA) el 13 de noviembre de 2012.

La imagen es espectacular, hermosa e inquietante, a partes iguales. El pasado 13 de noviembre el sensor MODIS del satélite Terra (NASA) captaba una descomunal pluma de sedimentos que, desde la desembocadura del Guadalquivir, se esparcia por el Golfo de Cádiz. El color de la imagen es natural y da idea del volumen de tierra que el cauce entregaba ese día al océano como consecuencia de las fuertes lluvias otoñales.

Las tímidas precipitaciones que suelen salpicar un prolongado periodo seco apenas pueden considerarse un alivio, por más que los ciudadanos las reciban como un regalo del cielo. Con frecuencia, el agua que depositan no es suficiente para equilibrar las graves carencias que sufren los suelos. En un trabajo sobre clima y sequía en España, publicado por el Instituto Nacional de Meteorología, se explica con detalle las necesidades que es necesario cubrir en estas circunstancias: «Después de un largo periodo de sequía, la recuperación de humedad de los suelos no es inmediata sino que se va haciendo de forma progresiva, dependiendo mucho del tipo de planta y carácter del suelo. Se requieren cantidades de 100 a 150 litros por metro cuadrado y periodos de 25 a 40 días o más, para la recuperación de la humedad del suelo».

Claro que, en el otro extremo de la balanza, las lluvias torrenciales plantean graves problemas, aún cuando aporten más recursos a ecosistemas y embalses. Sufrir una intensa sequía a la que bruscamente ponen fin lluvias no menos intensas es un cóctel típico del clima mediterráneo y, al mismo tiempo, una peligrosa combinación para los suelos, en los que dispara los índices de erosión.

En Andalucía alrededor de un 38 % de la superficie regional está afectada por riesgos elevados o muy elevados de erosión (el equivalente a la suma territorial de las provincias de Granada, Málaga y Córdoba), al manifestarse pérdidas de suelo superiores a las 10 toneladas por hectárea y año. En numerosos puntos estas pérdidas pueden llegar a superar las ¡¡ 300 toneladas !! y, lo que es más grave, tal cantidad de suelo fértil puede verse arrastrado al mar no en un año sino en días, como consecuencia de unas pocas tormentas como las que se están registrando estas últimas semanas.

No todas las precipitaciones tienen la misma capacidad erosiva: mientras que en áreas templadas solo un 5 % de la lluvia tiene la intensidad y energía adecuadas para provocar este tipo de daños, en zonas como Andalucía, con chaparrones propios de latitudes tropicales o subtropicales, el porcentaje de lluvias erosivas puede alcanzar el 40 %.

Cuando este tipo de aguaceros se producen tras un dilatado periodo de sequía, los daños se multiplican, porque la cubierta vegetal ha perdido buena parte de su capacidad protectora y el suelo presenta unos índices muy bajos de humedad que lo hacen más sensible al impacto de las gotas. El agua que reciben como una bendición bosques y zonas húmedas, se convierte, al mismo tiempo, en la peor enemiga de los cultivos en pendiente, zonas con escasa vegetación y tierras agrícolas en desuso.

En el caso de que las lluvias sean particularmente intensas y prolongadas los cauces terminaran por arrastrar ingentes cantidades de suelo. En el Guadalquivir, por ejemplo, la cantidad de tierra que se ha llegado a medir en la desembocadura llegaba, en algunos casos, a rondar las 20.000 toneladas por hora.

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El pasado 27 de marzo EfeVerde publicaba una noticia de llamativo titular. “El esturión volverá a surcar las aguas del Guadalquivir”, aseguraba, en su encabezamiento, esta noticia. Sin pretenderlo (porque en el texto no se hacía referencia alguna a este asunto) la información volvía a alimentar una polémica científica y administrativa que en Andalucía lleva sin resolverse más de dos décadas.

Noticia en EfeVerde: http://www.efeverde.com/esl/contenidos/noticias/27-marzo-2011-10-37-00-el-esturion-volvera-a-surcar-las-aguas-del-guadalquivir

Leyendo el titular uno podría pensar que la noticia anunciaba la próxima reintroducción del esturión en el Guadalquivir y, sin embargo, lo que realmente anunciaba era la puesta en marcha de un proyecto de acuicultura, en manos de una empresa privada, que en instalaciones situadas cerca del Guadalquivir pretende criar tres especies de esturiones exóticos, es decir, que nunca habitaron en aguas del Guadalquivir. Ni el “esturión gigante”, ni el “esturión ruso” ni el “esturión estrellado”, las tres especies que se citan en la información, surcaron nunca las aguas del Guadalquivir, y precisamente la polémica a la que hago referencia tiene que ver con ese empeño, que viene del sector privado, en poblar el Guadalquivir con especies que nunca lo habitaron (lo cual es ilegal) o con especies de las que se tienen serias dudas científicas de su presencia en el Guadalquivir (como ocurre con el esturión del Adriático).

El texto, además, incurre en otros errores que también alimentan cierta confusión en un tema que necesita justamente de lo contrario. Por ejemplo, para destacar el valor ecológico de la zona en donde se ubica la explotación acuícola, Isla Mayor, la noticia asegura que está declarada “Reserva de la Biosfera”, distinción que recibe la cercana Doñana pero no estrictamente la Isla Mayor (aunque podríamos considerar que, por extensión, también la Isla Mayor goza de esta distinción). Y en el párrafo final, el autor o autora de la noticia afirma que esta experiencia comercial “servirá de aprendizaje para una futura cría del esturión europeo atlántico con vistas a su reintroducción en el Guadalquivir, río del que esta especie ha sido un elemento destacado hasta su extinción, hace ahora un siglo”, lo cual también llama a la confusión, porque no existe plan alguno para la reintroducción del esturión en el Guadalquivir, la cría en cautividad de la especie autóctona (Acipenser sturio) resulta extremadamente compleja (tarea en la que los franceses llevan años trabajando) y, además no es cierto que el esturión se extinguiera “hace ahora un siglo”, puesto que el último ejemplar, una hembra, se capturó en Sanlúcar de Barrameda en 1992, y si queremos ser menos estrictos hay que hablar de los años 60-70 del siglo XX, y de eso hace medio siglo.

En fin, que me sorprendió la noticia porque EfeVerde nos tiene acostumbrados a informaciones ambientales de calidad. Pero… el error es humano, y todos nos equivocamos alguna vez.

En «Espacio Protegido» (Canal Sur 2, http://www.canalsur.es/portal_rtva/web/noticia/id/70954/seccion/544/Espacio_Protegido) nos hemos ocupado en varias ocasiones de este tema.

Para que tengáis alguna referencia más detallada de esta polémica en torno al esturión del Guadalquivir, añado aquí la última información que publiqué sobre este asunto en el diario El País (26 de junio de 2006):

PECES EN AGUAS REVUELTAS

Posiblemente sea la disputa científica que, localizada en Andalucía, más se está prolongando en el tiempo sin que termine de resolverse a pesar de la intervención de numerosos especialistas, universidades y centros de investigación. La polémica, que se inició en 1987, gira en torno al esturión y a la posibilidad de que fueran dos especies distintas de esta misma familia (Acipenser sturio y Acipenser naccarii) las que en su día habitaron en aguas del Guadalquivir, y no una sola (Acipenser sturio) como tradicionalmente se ha considerado.

La controversia podría parecer irrelevante más allá de los círculos científicos si no fuera porque de su resolución depende el que este animal vuelva a poblar las aguas del Guadalquivir, de las que desapareció, por las graves modificaciones que sufrió el cauce, a finales de los años 60. Reintroducir al Acipenser sturio (esturión común o sollo) no es tarea fácil por el reducido tamaño de las poblaciones que han sobrevivido en algunos cauces europeos, pero sí que resulta viable la suelta de ejemplares de Acipenser naccarii (esturión del Adriático) que se crían, desde hace años y con notable éxito, en las instalaciones de la Piscifactoría de Sierra Nevada, una explotación comercial situada en Riofrío (Granada). Pero para poder llevar a cabo esta iniciativa es imprescindible demostrar que la especie es autóctona y no una especie exótica que jamás habitó en los ríos andaluces.

Los propietarios de la piscifactoría granadina son los que han impulsado, desde 1987, todo tipo de estudios y análisis que certificaran el carácter autóctono del esturión del Adriático, tesis a la que se han sumado especialistas de las universidades de Cádiz y Granada, así como expertos rusos e italianos. Por el contrario, otra extensa nómina de científicos, nacionales y extranjeros, respaldados por instituciones como la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) siguen poniendo en entredicho los argumentos que respaldan el supuesto carácter autóctono del Acipenser naccarii.

De poco han servido los dictámenes, neutrales, que en su día solicitó la Consejería de Medio Ambiente y que, en todos los casos, aconsejaban no llevar a cabo ninguna actuación en tanto no se resolviera la controversia.

Aún así, los expertos que consideran viable la suelta de esta especie en el Guadalquivir volvieron a insistir, a finales del pasado año, en la solidez de sus argumentos. A este pronunciamiento acaban de contestar más de cincuenta especialistas de todo el país, pertenecientes a una docena de universidades así como a diferentes centros de investigación, que han remitido una carta a la consejera de Medio Ambiente, Fuensanta Coves, advirtiéndole del discutible rigor científico que, a su juicio, tienen las pruebas aportadas y pidiéndole, en consecuencia, que no autorice ninguna suelta de Acipenser sturio en cauces de la comunidad autónoma. Los firmantes representan a la práctica totalidad de los grupos de investigación que en España trabajan en ecosistemas acuáticos y peces de aguas continentales, y a ellos se han sumado las principales organizaciones ecologistas.

Coves ha contestado a la misiva, reiterando que su departamento actuará «con todas las cautelas necesarias, y pulsando todas las opiniones, antes de poner en riesgo el equilibrio ecológico de nuestros ríos». La reintroducción de este valioso animal sigue, por tanto, paralizada, y la polémica, casi veinte años después de que empezara a debatirse el asunto, continúa sin resolverse.

Así estaban las cosas en 2006, y así siguen…

Otro día os contaré la historia de aquellos esturiones del Guadalquivir que alimentaron una próspera industria de caviar en Coria del Río (Sevilla).

Fuente original: http://www.elpais.com/articulo/andalucia/Peces/aguas/revueltas/elpepiespand/20060626elpand_19/Tes

Identificación de esturiones procedentes del Guadalquivir usando ejemplares que se conservan en museos: http://www.juntadeandalucia.es/medioambiente/contenidoExterno/Pub_revistama/revista_ma36/ma36_12.html

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