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gacelas_alhambragranada

Representación de gacelas en la Alhambra de Granada.

 

Buena parte de los espacios protegidos que se han declarado en la región mediterránea son, en realidad, paisajes seminaturales, territorios modelados por el hombre a lo largo de siglos. En España, por ejemplo, el 80 % de la superficie que ocupan las Zonas de Especial Protección para las Aves, una figura tutelada por la Unión Europea, se corresponde con áreas sometidas a agricultura extensiva en mayor o menor grado. El Parque Nacional de Cabañeros (Ciudad Real-Toledo) constituye, en este sentido, un excelente ejemplo de la riqueza natural que atesoran los sistemas agrosilvopastorales típicos del Mediterráneo, aquellos en los que se conjugan los más tradicionales aprovechamientos agrícolas, ganaderos y madereros.

Esta vinculación entre lo natural y lo cultural ha servido para que la preocupación por el medio ambiente sea una inquietud presente en los pueblos mediterráneos desde muy antiguo, aunque esta parezca una virtud exclusiva de los más modernos movimientos ecologistas.

Las Hemas, áreas protegidas en las que se evitaba el sobrepastoreo para conservar la vegetación y con ella frenar el avance del desierto, aparecieron en la cuenca sur del Mediterráneo incluso antes de que se estableciera el Islam. Y en el mundo árabe se sabe de la existencia de cotos de caza en donde se implantaba la veda durante determinados periodos del año, cotos cuya existencia, en el caso de Túnez, se remonta hasta los albores del siglo XIII.

En la Córdoba califal, los tratados de hisba, o de control de los mercados, incluían, ya en siglo X, múltiples referencias al saneamiento urbano, de cuyo cumplimiento se encargaba el zabazoque o señor del zoco. Él ordenaba la demolición de edificios en estado ruinoso, impedía la invasión privada de espacios públicos y regulaba el tráfico de peatones y animales en las áreas comerciales. También vigilaba la eliminación de materiales perecederos y residuos de fábricas, obligando a sus propietarios a deshacerse correctamente de ellos.

Los historiadores llegan incluso a precisar cómo griegos y romanos establecieron sistemas de bosques protegidos, y aplicaron, asimismo, normas para la protección de la fauna silvestre en determinados enclaves.

Qué poca memoria tenemos…

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Segura de la Sierra. Abril85

Segura de la Sierra (Jaén). Abril de 1985 (todavía no existía el parque natural). Primera promoción de Monitores Ambientales de Andalucía. No están todos los que éramos, pero éramos todos los que estábamos… ¿Quién es quién? ¿Os reconocéis?

 

A comienzos de 1984, hace justamente treinta años, en Andalucía sólo gozaban de protección dos espacios naturales: Doñana y el Torcal de Antequera. Juntos sumaban algo más de 73.000 hectáreas, lo que apenas suponía el 0,6 % del territorio regional. En un par de años, y en un proceso inédito en el resto del país, la cifra se disparó (a pesar de las muchísimas resistencias que hubo que vencer). El milagro fué posible gracias a la valiente estrategia de conservación que puso en marcha la Agencia de Medio Ambiente (AMA), en la que tuve el privilegio de trabajar, como Jefe de Prensa (entonces no existían los dircom ni los community manager), entre 1985 y 1989. Lo hicimos porque no sabíamos que era imposible (parafraseando a Cocteau), y a pesar de nuestro inocente atrevimiento nos sacaron a pedrada limpia (y esto no es una metáfora) de más de un pueblo.

Hoy, treinta años después, en el catálogo andaluz de espacios naturales protegidos se anotan 165 enclaves que ocupan alrededor de 2.800.000 hectáreas, el equivalente a algo más del 32 % del territorio regional. ¿Conocéis un caso parecido en algún otra región de Europa –islas aparte–?

Esta es la obra de un numerosísimo grupo de personas, desde los ecologistas que cimentaron las bases del respaldo social a este tipo de iniciativas hasta los agentes de medio ambiente que todos los días trabajan para conservar estos territorios únicos, pasando por los científicos, los vecinos de los municipios que aportan territorio a este catálogo, los periodistas, los técnicos, los escolares que han hecho suyo este patrimonio, los políticos (algunos hay que se ha dejado el pellejo en este empeño, doy fe)… Pero si tenemos que ponerle nombre a la aventura, al compromiso y al atrevimiento, permitidme que recuerde a aquel grupo de pioneros con el que tuve el privilegio de trabajar y que treinta años después siguen siendo mis amigos: Tomás Azcárate, Isabel Mateos, Mariluz Márquez, Charo Pintos, Fernando Molina, José Antonio Torres, Rafael Arenas, Juan Clavero, Manolo Rendón, Reyes Vila, Benito de la Morena, Antonio Camoyán, Diego de la Rosa, Manolo Colón, Hermelindo Castro … En la primitiva calle Laraña no estábamos muchos más, y si me olvido de algun@, que me perdone y se de por incluid@, de oficio, en la nómina de los pioneros.

P.D.: Una cierta generación de progres patrios siempre ha presumido de su participación en las movilizaciones del mayo del 68 francés, de manera que, como señaló un notable filósofo, si todos los que juran haber estado en aquel entonces  lanzando adoquines en el Barrio Latino no mintieran, España habría estado desierta durante aquella gloriosa primavera… Pues algo parecido ocurre con esta pequeña historia a propósito de la conservación de la naturaleza en Andalucía: a algunos de esos que hoy presumen de su compromiso en aquellos días, de su participación en aquella  aventura de mediados de los ochenta, yo no los ví nunca metidos en faena. Los hubo que (sencillamente) no estaban, otros llegaron tarde, también hay que señalar a los conversos de ultimísima hora y a los clásicos oportunistas, pero  los más, de esos que hoy tanto presumen, ni se enteraron de lo que entonces se estaba cociendo.

 

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