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Posts Tagged ‘humor’

La portada del disco If Not Now, When?, del grupo Incubus (al que, dicho sea de paso, nunca he escuchado), es la imagen que hace algún tiempo elegí para identificarme en Whatsapp (advirtiendo, eso sí, que: «Me río para mantener el equilibrio«). No sé enfrentarme a la incertidumbre, al vaivén entre el éxito y el fracaso, de otra manera…

 

Nunca habíamos coincidido pero estaba seguro que en el diálogo que nos proponían los organizadores del X Congreso Internacional sobre Investigación en la Didáctica de las Ciencias íbamos a compartir no pocos puntos de vista en torno a algunos elementos que a ambos nos preocupan y que nos parecen decisivos en cualquier debate en torno a la educación y la comunicación de la Ciencia. El rigor, la creatividad, el optimismo o la empatía son valores en los que ambos nos reconocemos y a los que casi siempre nos referimos en nuestras intervenciones.

Con quien tuve ocasión de dialogar hace algunos días, y reconocerme en estas y otras virtudes, fue con José López Barneo, uno de los investigadores más relevantes en el campo de las enfermedades neurodegenerativas, catedrático de Fisiología y director del IBIS (Instituto de Biomedicina de Sevilla). Un periodista y un médico borrando la frontera, anacrónica y estéril, entre las dos culturas.

Frente a un auditorio compuesto por cerca de 800 especialistas llegados de medio mundo e interesados en contribuir a una mejor educación científica, recorrimos algunos de los problemas que dificultan ese esfuerzo, pero también detallamos las soluciones que nos hacen mantener la esperanza en el desarrollo de una sociedad más culta, más crítica y más libre.

Aunque resulte paradójico, el valor que más celebré a lo largo de todo el diálogo, quizá porque suele mantenerse oculto a pesar de su trascendencia, fue el del fracaso. Frente a esa corriente simplona y conformista que quiere hacernos creer que en la cultura científica sólo caben el éxito, la diversión y el asombro, insistí en la necesidad de mostrar (también) el esfuerzo, el error, los tediosos procedimientos a los que se somete el método científico, la falta de reconocimiento y, desde luego, el fracaso, el fracaso como motor de las mejores hazañas. Y justamente en este punto es en donde López Barneo, gracias a su propia experiencia, introdujo algunos matices que arrojaron más luz sobre una cuestión condenada a una cierta oscuridad.

Es necesario apreciar en el fracaso un motivo para medir la verdadera voluntad de un individuo. Esa era la tesis de José López Barneo, la que nos unió, entre otras coincidencias, durante el diálogo sobre educación científica.

En esta tierra, confesó el científico, existe una cierta “celebración del fracaso” entendido como demérito, como tropiezo que únicamente da idea de la mediocridad de aquellos que no consiguen alcanzar sus objetivos. Si un vecino abre un negocio y le va mal, explicó, aquellos que le rodean, o muchos de los que le rodean, sienten un íntimo regocijo, una confirmación de sus peores presagios, una celebración del batacazo. Casi nadie aprecia en el fracaso un motivo para medir la verdadera voluntad de un individuo, su capacidad de sacrificio, la dimensión real de su esfuerzo, la disposición que tiene para adaptarse, para reinventarse, para intentarlo una y mil veces más.

En Estados Unidos, precisó López Barneo, donde no suele existir esta celebración del fracaso ni tampoco ese pudor a admitir que uno ha fracasado, hay quien incluye en su currículum justamente eso: las veces que intentó alcanzar un determinado objetivo, las veces que fracasó antes de conseguirlo. Y esta confesión no sólo no es un elemento que provoque el desprecio de sus semejantes, ni siquiera que invite a un cierto pitorreo, sino que, por el contrario, es el mejor aval para que a uno lo consideren una persona tenaz y decidida, de esas que no le tienen miedo al fracaso, de esas que no se rinden con facilidad.

Me gustaron estas apreciaciones, estas evidencias en torno al valor del descalabro, este elogio de la derrota que tantas satisfacciones nos podría aportar, por ejemplo, en la educación de nuestros hijos, en la defensa de nuestra carrera profesional o, incluso, en nuestras relaciones sociales (siempre sometidas al escrutinio de los que piensan que la felicidad es incompatible con los fracasos emocionales). Y que conste, para que el elogio tampoco se nos vaya de las manos, que una sucesión de fracasos no garantiza, en si misma, el éxito, pero de lo que no hay duda es de que el fracaso nunca debería ser la excusa para no intentarlo (al menos) una vez más (haciendo el esfuerzo oportuno para identificar la pieza que falló, lo que no funcionó como esperábamos, para buscar el mejor remedio).

Curiosamente no fueron americanos, sino mexicanos, los que pusieron en marcha las Fuckup Nights,  breves conferencias (al estilo de lasTed Talks) que cualquiera puede proponer (en directo o grabadas) para relatar su fracaso personal, el doméstico relato de su patinazo, la historia íntima de sus naufragios. Un magnífico ejemplo de cómo el fracaso llega a ser tan valioso que termina convirtiéndose en una herramienta de aprendizaje compartido (siempre que las lecciones se compartan de igual a igual, con humor y humildad, y no haya, por tanto, juicios maniqueos ni doctos sermones). El modelo ya se ha trasladado a algunos escenarios cercanos como el Campus Gutemberg (Universidad Pompeu Fabra), que en sus premios dedicados a prácticas inspiradoras en comunicación científica pide a los candidatos que sean “valientes” y se atrevan a explicar algo “que no salió bien” pero de lo que aprendieron muchísimo, sobre todo para evitar que “otros repitamos el mismo error”.

Me costó tiempo aprender (por una vez, la edad juega a favor) pero, con cierta paciencia y aplicación, he conseguido no temerle al fracaso (si en el empeño he puesto todas mis capacidades, of course). Mucha más inquietud me causan los que celebran el fracaso ajeno, es decir, los auténticos fracasados, y, sobre todo, me espantan aquellos que emplean gran parte de su existencia en zancadillear al prójimo para que, si es posible, no alcance sus metas. Después de reivindicar, como hizo López Barneo, el valor del fracaso e incluirlo en el relato de nuestra experiencia profesional, habrá que ocuparse de aquellos otros que favorecen el fracaso, promoviendo, por ejemplo, su inclusión en los títulos de crédito de una película o un documental, o en las citas de cualquier obra escrita. Si raramente nos olvidamos de agradecer a quien nos ayuda, ¿por qué no indicar, con nombre y apellido, quién hizo todo lo posible por hundir nuestro proyecto? Ese capítulo podríamos titularlo “A pesar de…”, porque si finalmente conseguimos sortear sus zancadillas es justo reconocer el esfuerzo (miserable) de los que intentaron hacernos fracasar… sin conseguirlo.

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Efectivamente, estos romanos son de chiste, inmortalizados en una de las mejores escenas de «La vida de Brian», de los geniales Monty Python.

Hay días en los que la tristeza sepulta a la indignación (que ya es decir…). Días en los que no entiendes ese afán por separar cuando más unidos tenemos que estar, esa obsesión por reivindicar el ombligo propio, esa malsana costumbre de buscar las diferencias y no las afinidades. Días en los que una apisonadora sin corazón vuelve a machacar, un poco más, este oficio, laminando las bondades de muchos profesionales extraordinarios (¡maldito martes y 13!).  Y, sobre todo, días en los que se te resquebraja la esperanza porque hasta las personas más queridas empuñan un garrote, aunque sólo sea verbal…

Afortunadamente otras personas, no menos queridas, desenfundan la poesía y nos disparan letras de esas que cuando impactan alivian el dolor. Letras como las que hace un rato me ha regalado @MonteroQuercus, recordando a ese emperador-poeta que nació aquí cerquita, en Itálica (Santiponce, Sevilla), y que amaba, a partes iguales, la filosofía estoica y la epicúrea:

Mi manera de obrar se basaba en una serie de observaciones sobre mí mismo, hechas desde mucho tiempo atrás; toda explicación lúcida me ha convencido siempre, toda cortesía me conquista, toda felicidad me da casi siempre la cordura. Y sólo escuchaba a medias a los bien intencionados que afirman que la felicidad relaja, que la libertad reblandece, que la humanidad corrompe a aquellos en quienes se ejerce. Puede ser; pero en el estado actual del mundo, eso equivale a no querer dar de comer a un hombre exánime por miedo de que dentro de unos años sufra de plétora. Cuando hayamos aliviado lo mejor posible las servidumbres inútiles y evitado las desgracias innecesarias, siempre tendremos, para mantener tensas las virtudes heroicas del hombre, la larga serie de males verdaderos, la muerte, la vejez, las enfermedades incurables, el amor no correspondido, la amistad rechazada o vendida, la mediocridad de una vida menos vasta que nuestros proyectos y más opaca que nuestros ensueños — todas las desdichas causadas por la naturaleza divina de las cosas(“Memorias de Adriano”, Marguerite Yourcenar).

Para mi gusto lo único que combina con la poesía, si lo que buscamos es ese dulce efecto terapéutico que nos libre de la melancolía, es el humor. Así es que, regalo por regalo, os dejo este eficaz tratamiento contra el dogmatismo y las angustias identitarias, esas que, en cuanto nos despistamos, nos conducen al odio y la soledad (un territorio en el que nunca habita la risa):

 

 

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Una de las estrategias más perversas que se vienen aplicando en el ámbito laboral desde hace siglos es aquella que busca la división, y hasta el enfrentamiento, entre los trabajadores. Aplicando diferentes técnicas, no muy sofisticadas, y aprovechando las debilidades y miserias humanas, cualquier patrono es capaz de provocar el suficiente mal rollo entre sus subordinados como para que a nadie se le ocurra buscar la solidaridad de sus iguales a la hora de reivindicar lo más mínimo. Diferencias salariales injustificadas, propagación de rumores insidiosos, fomento del chivateo, sanciones y recompensas arbitrarias… son algunas de las muchas técnicas que buscan, en definitiva, borrar la amistad de ciertos escenarios, aniquilar la diversión, fulminar la solidaridad y la empatía.

Esta malsana costumbre, que para colmo va en contra de la propia productividad (http://www.humorpositivo.com), ha terminado por contaminar otros muchos escenarios.  En realidad el elogio de la seriedad y hasta el mal rollo se considera, con demasiada frecuencia, un activo en el desarrollo de múltiples actividades (“A ti te falta mala leche, no llegarás muy lejos”, es una máxima que todos hemos oído en alguna ocasión en boca de esos gurús del lado oscuro).

Hace algún tiempo leí las cinco lecciones básicas que un especialista en mejora de la gestión empresarial (Fernando Gastón,http://improsofia.wordpress.com) confesaba haber aprendido a lo largo de su carrera profesional como ingeniero, lecciones sencillas que había colgado en su blog:

1.- La humildad es más importante que la mala leche.

2.- La mala leche es innecesaria.

3.- Que la mala leche sea necesaria para ti depende de dos cosas: los objetivos que te marques y tu capacidad para respetar ciertos valores.

4.- En el mundo de la empresa falta humildad y sobra mala leche.

5.- Los líderes se mueven por valores y la mala leche no es uno de los importantes.

En estos tiempos de zozobra, cuando demasiadas conquistas sociales se resquebrajan y es difícil mantener un espíritu solidario porque nos hacen creer que el otro es siempre una amenaza, conviene defender los valores por encima, incluso, de las acciones (no puedo evitar pensar que si los primeros no existen, las segundas nacen ciegas). Hablar del espíritu de camaradería, de la solidaridad, de la diversión con la que tendríamos que encarar las actividades cotidianas o de los lazos de amistad que fortalecen cualquier agrupación humana (desde una comunidad de vecinos hasta una empresa pasando por una asociación profesional o un equipo de fútbol) debería considerarse, siempre, como una fortaleza y, sin embargo, algunas minorías influyentes tratan de hacernos creer que son debilidades que nos alejan de la excelencia y el progreso.

Como les ocurría a aquellos monjes recluidos en la abadía benedictina de “El nombre de la rosa” acercarse hoy a la risa, como vía para conocer la verdad (aunque sea una verdad muy pequeña y doméstica) puede resultar  peligroso,  porque el veneno de la seriedad lo impregna casi todo. No nos dejan hacer amigos en según qué sitios, porque estos guardianes de la ortodoxia aseguran que los afectos son siempre un estorbo en el universo profesional. ¿Es mejor dejar el cultivo de la amistad para otros ámbitos que no sean los laborales? ¿Las amistades que nacen en el seno de una empresa o de una asociación profesional son de regular calidad? ¿El buen rollo es una debilidad? ¿Hablar de amistad es distraernos de cosas más importantes?

No estoy seguro de que las organizaciones más serias sean las mejores, pero estoy absolutamente seguro de que son las más aburridas e incómodas. Y aquí hemos venido, aunque algunos lo nieguen, a pasarlo bien y, si es posible, en buena compañía.

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