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Posts Tagged ‘José Antonio Valverde’

Mapa_siglo_XVI[4]

La desembocadura del Guadalquivir en el siglo XVI

«Es un hecho demostrado por la experiencia de los siglos que todo terreno pantanoso es perjudicial para la salud (…) haciéndose extender su perniciosa influencia no solamente a los habitantes de la comarca que arrastran una vida miserable, sucumbiendo algunos de un modo casi fulminante bajo el influjo de las llamadas fiebres pútridas«. El párrafo, tomado literalmente del proyecto de desecación del Lago Almonte (lo que hoy son las marismas de Almonte e Hinojos, en la provincia de Huelva), redactado en 1866, resume a la perfección el valor que se le daba a las zonas húmedas andaluzas a finales del siglo XIX. Se llegó incluso a incentivar la destrucción de los humedales mediante disposiciones como la ley de desecación y saneamiento de lagunas, marismas y terrenos pantanosos de 1918, a cuyo amparo desaparecieron y se privatizaron infinidad de pequeñas lagunas temporales.

De esta manera la mano del hombre inicia la transformación, a gran escala, de las primitivas marismas del Guadalquivir, que en su día llegaron a ocupar más de 200.000 hectáreas. Tierras que, en su estadio más primitivo, estaban surcadas por los cinco brazos del Guadalquivir y el Guadiamar (Canal Principal, Caño Guadiamar, Caño Travieso, Brazo de la Torre y Brazo del Este), cauces que dibujaban un intrincado paisaje de islas y lucios. Aunque pudiera pensarse que este paraíso, y sus peculiares características, se remonta al origen de los tiempos, la Doñana de la que existen referencias históricas y que, más o menos alterada, es la que hoy conocemos, nace de un proceso natural en el que confluyen la acción eólica, marina y fluvial, y que se desarrolla hace apenas dos mil años.

En el siglo IV Avieno señala en su Ora Maritima que el río Tartessos desemboca en el golfo Tartesico, una gran laguna de influencia marina que alcanzaría hasta lo que hoy es La Puebla del Río (Sevilla). Las arenas y otros materiales procedentes de los ríos Tinto, Odiel, Piedras y Guadiana, se van depositando en la boca de esta suerte de inmensa albufera, formando una barra litoral que, finalmente, cierra el estuario, haciendo que en su vaso se depositen los sedimentos que arrastran los diferentes cauces que allí desembocan, sedimentos que, finalmente, constituyen el soporte de las marismas.

Aunque en aquellos remotos tiempos estos humedales no se sometieran a actividades de gran impacto, no por ello estaban libres de la presencia humana, si bien esta no causaba grandes alteraciones. Además de la caza, legal o furtiva, la marisma ofrecía buenos pastos para el ganado y daba cobijo a un sinfín de humildes aprovechamientos tradicionales, como el carboneo, la recolección de piñas o la apicultura. Las huellas de aquellos primitivos colonos, que hasta bien entrada la década de los 60 del pasado siglo modelaron la marisma sin destruirla, aún están presentes en poblados como el de La Plancha, junto a la desembocadura del Guadalquivir, donde se mantienen en pie algunos de los cuarenta chozos (que aquí llaman “ranchos”) donde habitaban las familias dedicadas a la recogida de leña o la fabricación de carbón, recursos que procuraba el cercano pinar.

No existía, pues, amenaza alguna en este tipo de actividades, aunque su rendimiento económico fuera escaso. Los problemas habrían de venir de otro tipo de aprovechamientos mucho más ambiciosos y, sin duda, capaces de alterar profundamente estos territorios y sus señas de identidad.
Ya a mediados del siglo XX, controlado el paludismo y otras enfermedades propias de los humedales, la destrucción de estos espacios se intensificó y no precisamente por motivos de salud pública. Ahora eran víctimas de un desarrollismo brutal, ávido de nuevas zonas aprovechables para la agricultura y la ganadería. Las marismas de la margen izquierda del Guadalquivir, en los dominios de Lebrija, Trebujena y Los Palacios, terminarían por desaparecer, convertidas en tierras de cultivo, y las de la margen derecha se enfrentaban a un futuro poco halagüeño.

A este proceso, que parecía imparable, habría de plantar cara una nueva generación de biólogos, a los que alguien bautizó como «científicos de alpargata y bicicleta» para diferenciarlos de aquellos otros, más numerosos, que por aquellos años se limitaban a escribir sesudos tratados sin pisar apenas el campo. Una historia en la que resultó decisiva la figura de José Antonio Valverde. Pero esa es ya otra historia…

 

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Flamencos en la laguna de Fuente de Piedra. Fotografía de Félix Grande Bagazgoitia (http://www.felixgrandebagazgoitia.com/index.html)

Flamencos en la laguna de Fuente de Piedra (Málaga). Fotografía de Félix Grande Bagazgoitia (http://www.felixgrandebagazgoitia.com/index.html)

 

La costumbre mata el asombro”. La frase la pronunció, rotundo, José Antonio Valverde una soleada mañana de marzo, cuando me contaba, a orillas de la extensa laguna, cómo había descrito por vez primera, hace justamente medio siglo,  la colonia nidificante de flamencos de Fuente de Piedra (Málaga). Valverde se refería a esa paradoja que a veces asalta al visitante de una zona excepcional, o al testigo de un suceso impresionante, cuando comprueba que con ese portento conviven a diario, y sin inmutarse, otros individuos. Una paradoja que suele expresarse en forma de pregunta:  ¿cómo es posible que los vecinos de Fuente de Piedra no se manifestaran asombrados, cada mañana, a cuenta del espectáculo natural que se desarrollaba en la misma puerta de sus viviendas?

Hace unos días volví a asomarme a la laguna de Fuente de Piedra y aunque llevo visitando el humedal cerca de 30 años confieso que mi asombro no disminuye. Este año, gracias a un invierno generoso en lluvias, se han batido todas las marcas y son unas 22.000 parejas de flamencos, llegadas de todo el Mediterráneo occidental, las que han  elegido las aguas salobres de este pequeño mar interior para reproducirse, un privilegio que, en toda Europa,  solo comparte el Parque Nacional de la Camarga, en el Mediodía francés.

Situada al norte de la provincia de Málaga, en las cercanías de Antequera y en las inmediaciones del pueblo del mismo nombre, la laguna de Fuente de Piedra, con sus 1.300 hectáreas de extensión, es una de las de mayor tamaño de España. De aguas fuertemente salinas y escasa profundidad, conserva un importante manto de vegetación en su entorno.

Según algunas citas históricas, la explotación salinera de este espacio se inició durante la época romana, y ya entonces se cazaban flamencos en sus aguas para extraerles la lengua, un bocado muy apreciado en la cocina del Imperio. No se tiene constancia, sin embargo, de que existiera una colonia nidificante como la que hoy conocemos, fenómeno posiblemente ligado a las transformaciones que se introdujeron en el siglo XIX para aprovechar la sal a escala industrial. A diferencia de otras zonas húmedas españolas, el carácter medicinal de sus aguas hizo que Fuente de Piedra se salvara de la desecación.

Si las lluvias han sido abundantes y el agua ha alcanzado un nivel óptimo, los flamencos habrán ido llegando por miles desde finales de febrero.  Inmediatamente, si la temperatura acompaña, se iniciarán las multitudinarias paradas nupciales. Tras estas  ceremonias las parejas comienzan la construcción de sus nidos de barro. El nacimiento de los pollos se produce entre finales de abril y primeros de mayo, y entonces la actividad de los flamencos se multiplica.

Al cabo de unos tres meses, ya mediado el verano, las crías estarán en condiciones de acompañar a sus padres en el viaje migratorio hacia el continente africano, o bien hacia sus cuarteles de invierno en las salinas del Cabo de Gata (Almería), las de Santa Pola en Alicante, la bahía de Cádiz o las Marismas del Odiel (Huelva).

 

 

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Coto Doñana Expedition 1957. José Antonio Valverde es el segundo por la izquierda en la segunda fila.

No he podido resistir la tentación de sumar una nueva entrada a propósito de Tono Valverde porque ayer, cuando en la primera aseguré que atesoraba sabrosas anécdotas, se me vino a la memoria una de las más divertidas que, además, refleja muy bien el carácter impredecible de Tono.

A propósito del 25 aniversario del Parque Nacional de Doñana, y sabiendo de mi amistad con Valverde, el diario El País me pidió una entrevista con el profesor, para que éste relatara, en primerísima persona, las peripecias que llevaron a la creación de este espacio protegido. Querían un texto alejado de consideraciones científicas y pegado, sobre todo, a la parte más costumbrista de aquella aventura. Querían saber cómo se las ingenió Tono, en pleno franquismo, para organizar la operación diplomática que evitó la desaparición de las marismas del Guadalquivir.

Dicho y hecho. Fueron, como siempre, unas cuantas tardes en su casa, él con la pierna apoyada en la mesa desgranando recuerdos, y yo escuchando embelesado. Grabé alrededor de 8 horas de conversación para terminar escribiendo una sola página, y Tono, sospecho que para compensarme por el exceso verbal al que me había sometido, me regaló Los duelistas , de Joseph Conrad, en edición de bolsillo.

Cuando terminé de escribir el texto que me habían encargado pensé en aliviarlo con un suelto, un  recuadro al margen que sirviera para situar a Tono Valverde, que ayudara a entender su irrepetible personalidad. La SEO acababa de publicar un texto conmemorativo de los 25 años de Doñana y en él encontré una frase de Francisco Bernis que me venía como anillo al dedo: “naturalista de alpargata y bicicleta”. Así describía Bernis a su amigo Valverde, y así titulé el recuadro, explicando, por supuesto, de dónde venía tan curiosa descripción.

Cuando el 16 de octubre de 1994 se publicó mi texto en El País recibí, a primera hora de la mañana, una llamada de Tono. Conociéndolo, como ya lo conocía, antes de agarrar el teléfono respiré hondo, porque podía ser una efusiva felicitación o una furibunda crítica. Y en esta ocasión se trataba de… una monumental bronca. A Tono lo de la alpargata no le había gustado un pelo.

¡¡¡ ¿Quién te ha dicho que yo llevaba alpargatas? ¡!!”, vociferaba indignado.  “Pero si es una frase cariñosa de tu amigo Bernis”, me defendí. Y entonces empezó a arremeter contra Bernis: “!!! ¿Cómo se atreve Bernis a decir que yo llevaba alpargatas? ¡!!! ¡¡¡ Yo no he llevado alpargatas en mi vida!!!!”. No había manera de rebajar su indignación. Traté de calmarlo argumentando que aquella frase lo “humanizaba”, lo convertía en un científico “cercano”, “pegado a la tierra”. Y fue entonces cuando me llamó por mi apellido (recurso que usaba cuando el asunto era realmente serio) y dio por zanjada la discusión con un argumento irrebatible: “Montero, de Margalef nunca se ha dicho que llevara alpargatas, y yo merezco, como mínimo, el mismo respeto que Margalef”. Y colgó.

Esta es la página de las alpargatas, la entrevista que casi me cuesta un disgusto con mi amigo Tono…

25 aniversario del Parque Nacional

MEMORIAS DE DOÑANA

El descubrimiento de las marismas del Guadalquivir en los recuerdos de José Antonio Valverde

– José María Montero –

Desde la lejana Valladolid, y a comienzos de los años 50, Doñana, las marismas del Guadalquivir, debían antojársele a José Antonio Valverde como un idílico edén, plagado de aves y otros animales, y apenas explorado por la ciencia. Los relatos de ornitólogos ingleses como Saunders o Lilford, que a finales del siglo XIX se aventuraron en estos extensos territorios, eran una escasa aunque sugestiva referencia de lo que estas zonas húmedas reservaban a los naturalistas que se decidieran a visitarlas.

Valverde, joven apasionado por la ornitología, autodidacta formado en los páramos y lagunas vallisoletanas y en la biblioteca municipal de su ciudad natal, había encontrando en Francisco Bernis, por aquellos años catedrático de ciencias naturales en un instituto de Lugo y pionero en el estudio de las aves, al maestro que resolvía sus múltiples dudas. De la intensa relación epistolar que mantuvieron durante algunos años nació una sólida amistad, así es que cuando Bernis recibió ayuda de una fundación gallega para visitar Doñana no dudó en pedir a Valverde que lo acompañara.

Jose Antonio ValverdeCorría el año 1952 cuando José Antonio Valverde pisaba por primera vez Doñana, «un rincón absolutamente perdido» como recuerda hoy. «Solamente», continua, «existía carretera hasta Almonte, y a partir de ahí era necesario adentrarse por caminos de arena, que una vez al año recorría una procesión ridículamente pequeña, la del Rocío».

Doñana, las marismas del Guadalquivir, eran entonces un conglomerado de grandes fincas vinculadas a cazadores de Jerez. Visitar lo que más tarde sería la Reserva Biológica, germen a su vez del Parque Nacional, exigía viajar hasta Sanlúcar de Barrameda, cruzar el Guadalquivir y recorrer en mula unos cuantos kilómetros hasta alcanzar el Palacio, una vieja construcción del siglo XVII, obra de los duques de Medina Sidonia, y base de operaciones de los propietarios del coto. Uno de ellos, Mauricio González, bodeguero jerezano y aficionado a la ornitología, sería el anfitrión de Bernis y Valverde (con los que más tarde fundaría la Sociedad Española de Ornitología, SEO, que celebra este año su 40 aniversario).

La riqueza faunística del coto deslumbra a los dos naturalistas que, a partir de ese año, 1952, deciden visitar Doñana todas las primaveras, comenzando a anillar aves a partir de 1953, gracias al instrumental que les facilita la Sociedad de Ciencias Aranzadi, de San Sebastián. Para Valverde «ésta fue la  primera actividad científica regular que se desarrolló en Doñana», en condiciones ciertamente difíciles: «Nos alojábamos en el Palacio e íbamos andando hasta la Algaida, en donde se encontraba la colonia de garzas. Mauricio González se hacía cargo de la manutención, enviándonos una mula, a la que bautizamos la pelegrina, cargada de unos potajes sensacionales, y dejándonos la llave de su armario de botellas para que no nos faltara un buen fino o un oloroso».

De vez en cuando no había más remedio que encaminarse a la aldea de El Rocío o al lejano Almonte para hacerse con provisiones. Un viaje largo y costoso como ilustra una de las anécdotas que vivió Valverde en alguno de estos retiros primaverales: «En cierta ocasión una de mis hermanas me escribió una carta en la que me pedía que le enviara 300 pesetas. La carta llegó a Almonte y desde allí un vecino a caballo me la trajo hasta Palacio. Empleó una jornada completa y me cobró por el servicio 500 pesetas, que era el precio de jinete y caballería».

A pesar de que las comunicaciones no eran fáciles, la nutrida colonia de aves era visitada sistemáticamente por los almonteños para expoliar los nidos, haciéndose con centenares de huevos de garza y crías de martinete, recursos alimenticios nada desdeñables en un medio en donde éstos escaseaban. Coleccionistas privados y expediciones de museos de todo el continente habían causado verdaderos estragos entre 1870 y 1900, y aún seguían apareciendo por la zona con cierta frecuencia.

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De derecha a izquierda: Francisco Bernis, Mauricio González y Tono Valverde.

Aconsejado por Bernis y Valverde, Mauricio González decide contratar a un guarda que durante el verano impida las visitas a la colonia. Menegildo, que así se llamaba, personificó, en opinión de Valverde, «la primera actividad de conservación científica que se llevaba a cabo en España. Nunca hasta entonces se había pagado a un guarda para que protegiera a unas especies, tan sólo por su interés científico».

Los estudios sobre los ecosistemas marismeños le valieron a José Antonio Valverde una beca de la Universidad de Toulouse, con la que a mediados de los años 50 viaja al Instituto Biológico de la Tour du Valet, en la camarga francesa. Lucas Hoffmann, propietario de la multinacional farmacéutica Roche, es el mecenas de este centro de investigación, y años más tarde habría de convertirse en uno de los personajes clave en la campaña internacional para preservar Doñana.

Pero aún habrían de entrar en escena personajes no menos importantes que Hoffmann. En 1957 una expedición inglesa visita Doñana, y Valverde hace las veces de guía. Entre otros recorren la marisma Julian Huxley, más tarde primer director de la UNESCO, Lord Alambrooke, general jefe del Alto Estado Mayor inglés durante la II Guerra Mundial, y Max Nicholson, responsable de los convoyes de aprovisionamiento durante la contienda y reciente fundador de la Nature Conservancy, una sociedad naturalista que acabaría convirtiéndose, por obra y gracia de Doñana, en el Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza (WWF).

La chispa que habría de desatar la compleja operación que acabaría en 1969 con la declaración de Doñana como Parque Nacional salta en Almería. Allí se encuentra Valverde desde 1957,  ocupando eventualmente una plaza de colaborador científico en un instituto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y allí recibe la visita del propietario de una de las grandes fincas de la marisma, «aterrado porque el Ministerio de Agricultura pretendía desecar y poner en cultivo todas estas zonas húmedas».

La amenaza no era nueva, proyectos para introducir ganado cabrío, instalar un campo de maniobras militares, plantar caucho o repoblar con eucaliptos se habían barajado en más de una ocasión. Valverde no se lo piensa: «Sabía lo que tenía que hacer. Decidí que había que intentar comprar la finca que a mi entender era más valiosa y estaba más amenazada, Las Nuevas, y cuyo coste yo calculaba en unos 8 millones de pesetas».

Después de pedir permiso al CSIC para llevar a cabo la operación, Valverde se dirige a ornitólogos y naturalistas de toda Europa solicitándoles ayuda económica. Hoffmann aporta las primeras 500.000 pesetas y una lista de posibles donantes a los que dirigirse, pero mientras las adhesiones se multiplican por todo el continente el dinero llega con cuentagotas. Nicholson, «un judío especialmente dotado para este tipo de empresas», decide finalmente crear un organismo específicamente dedicado a recaudar fondos y así nace el WWF en 1961, cuya presidencia ocupa el príncipe Bernardo de Holanda.

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Tono Valverde y Félix Rodríguez de la Fuente, en Doñana.

En 1963, el WWF ha reunido 21 millones de pesetas (la finca terminó siendo valorada en 24 millones), pero una sustanciosa oferta de Leo Biaggi, conocido como el rey del azúcar, hace que Las Nuevas vayan a parar a manos de este cazador italiano. Valverde se ve obligado a cambiar de frente y decide adquirir entonces parte del coto de Doñana. A estas alturas de la operación, el príncipe Bernardo de Holanda negocia directamente con el Caudillo y logra que el Estado español se interese por el proyecto y aporte otros 16 millones de pesetas. Valverde considera que todo este revuelo de personalidades e instituciones extranjeras «le vino bien al régimen franquista, deseoso de romper por algún sitio el aislamiento que sufría».

Los 37 millones que finalmente se han conseguido sirven para comprar las primeras 6.700 hectáreas del coto, cedidas al CSIC para la instalación de una Reserva Biológica que pasa a dirigir Valverde.

La ofensiva de los naturalistas de toda Europa, agrupados en torno al WWF y la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), no cesa hasta que agosto de 1969 el Consejo de Ministros aprueba la creación del Parque Nacional de Doñana, con una extensión inicial de 35.000 hectáreas. El Decreto aparece fechado el 16 de octubre, hace justamente 25 años, y Valverde ocupa también la dirección del nuevo espacio protegido.

A partir de entonces, Doñana entra en el intrincado mundo de la política y la burocracia, librándose otras batallas para lograr la ampliación de sus límites o impedir la construcción de una carretera que, recorriendo su franja litoral, uniría Huelva y Cádiz. Aunque José Antonio Valverde se queja amargamente de que «hoy Doñana esté en manos de los políticos», se siente orgulloso de haber capitaneado una de las mayores campañas mundiales en defensa de un espacio natural: «Toda una generación de investigadores españoles han nacido al calor de Doñana, siguiendo mi escuela ecológica, y, lo que es más importante, todavía cuando contemplo la marisma pienso que si no hubiera actuado ahora estaría seca».

NATURALISTA DE ALPARGATA

José Antonio Valverde pertenece a esa clase de naturalistas que su amigo Bernis bautizó en cierta ocasión como «de alpargata y bicicleta», para diferenciarlos de aquellos otros que escribían sesudos tratados, sin pisar apenas el campo, o «banales catálogos de salón».

Nació un 21 de marzo de 1926 en Valladolid, y ya en su juventud se aficionó por el estudio de las aves que poblaban las tierras castellanas. Con 26 años acompañó a Bernis en su primera visita a Doñana, y tres años después, aún sin haber finalizado sus estudios de Biología, viajó por Marruecos y el Sahara español. «Nadie antes había metido la nariz ecológica en el desierto», afirma, y lo cierto es que su estudio sobre las aves de estos territorios africanos tuvo una sorprendente repercusión en la comunidad científica europea.

Aún le quedó tiempo, en 1958, para describir un reptil desconocido hasta la fecha. La Algyroides marchi, o lagartija de Valverde, es un endemismo que sólo es posible encontrar en las sierra de Cazorla y Segura (Jaén), y en la de Alcaraz (Albacete).

Fue becario en Francia e Inglaterra, «experiencias que más tarde serían fundamentales para organizar el modelo de la Estación Biológica de Doñana», y en 1971 fundó el Centro de Rescate de la Fauna Sahariana, en la Alcazaba de Almería, bajo la tutela del Instituto de Aclimatación del CSIC.

Fundador y presidente de la Sociedad Española de Ornitología, ha sido miembro de la Comisión de Ecología y del Comité Directivo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, del Comité de Conservación del Programa Biológico Internacional, de la Junta Rectora de ADENA y asesor ecológico de la Presidencia y de la División de Ciencias del CSIC. Condecorado en España y otros países europeos, Valverde es, desde 1987, hijo predilecto de Andalucía.

Entrevista publicada en el diario El País el 16 de octubre de 1994

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El 30 de diciembre de 1963 se firmaba en Jerez de la Frontera (Cádiz) el acuerdo por el que un grupo de propietarios vendían al recién nacido WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza) las 6.700 hectáreas que iban en convertirse en la primera reserva biológica de España y germen del futuro Parque Nacional de Doñana. Poco tiempo después, ya en 1964, se constituyó la Estación Biológica de Doñana que, al cabo de 50 años, se ha convertido en referente, a escala planetaria, del conocimiento científico vinculado a la biodiversidad. Ambos acontecimientos, que a lo largo de este año serán objeto de diferentes celebraciones, están vinculados a la figura irrepetible de José Antonio (Tono) Valverde.

 

Tuve la inmensa suerte de compartir con Tono muchos buenos momentos y de atesorar en la memoria algunas sabrosas anécdotas de un hombre heterodoxo en su profesión y en su manera de vivir. Finalmente, y a pesar de que esta condición era difícil de alcanzar, terminó por considerarme entre sus amigos, por lo que a veces, fiel a su condición de hombre libre, me llamaba a horas intempestivas para comentarme cualquier idea brillante, celebrar algo que yo había escrito y que le había gustado, o  afearme un texto con el que no estaba de acuerdo.

En este mismo instante, y justo enfrente de la mesa de casa en la que escribo, estoy viendo la foto en blanco y negro de un nido de águila perdicera. Una instantánea que Tono, en compañía de Antonio Cano (pionero de la fotografía de naturaleza y del periodismo ambiental), tomó en el mes de marzo de 1958 en la rambla de Tartala (Almería), un rincón en el que Tono señalaba el nacimiento de la fotografía ornitológica española. Es el original, aún con la marca de óxido de la chincheta que un día la sostuvo en alguna pared, y en su reverso se dibuja la hermosa dedicatoria que me regaló Mar Cano justo cuando andábamos despidiendo a Tono.

A Tono le hice unas cuantas entrevistas, tanto para prensa escrita como para televisión, pero le tengo especial cariño a la que publiqué en El País un 9 de julio de 1997, porque con la excusa de aquel texto que me pedían desde la redacción de Madrid pasé tres tardes inolvidables en su casa de Los Remedios, escuchándolo transitar por una vida apasionada y apasionante.

José Antonio Valverde, biólogo

«EL METABOLISMO CIENTÍFICO EN ESPAÑA ES RIDÍCULO»

José María Montero.

Fuera de los círculos científicos, a José Antonio Valverde (Valladolid, 1926) se le conoce, sobre todo, por haber sido el padre del Parque Nacional de Doñana o, más correctamente, por haber salvado de la desaparición uno de los espacios naturales más valiosos del continente, encabezando una compleja ofensiva en la que participaron personalidades e instituciones de todo el mundo. Pero el jurado que recientemente le otorgó el Premio a la Protección Medioambiental de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) destacó, además, otros méritos, como su importante contribución al conocimiento de la ecología de los vertebrados o la repercusión que sus trabajos han tenido en el «nacimiento de una conciencia ambiental en España».

Cualquier conversación con José Antonio Valverde, arranca, inevitablemente, en el Valladolid de posguerra, escenario de las primeras excursiones campestres de este naturalista vocacional. En aquellas largas caminatas trataba el joven Valverde, como hoy recuerda, «de identificar a todo bicho viviente», tarea ciertamente complicada en un país y en una época «en la que escaseaban los especialistas y los libros capaces de orientarte en esta tarea».

Ese interés por el conjunto de seres vivos que encuentra en los páramos y humedales vallisoletanos lo acercan, de forma intuitiva, a conceptos como «comunidad» o «nicho», aún novedosos dentro de la biología y desconocidos para un estudiante de bachillerato. «Sin querer fui dándome cuenta de que existían distintas comunidades faunísticas, cada una asociada a un biotopo y estructuradas de distinta forma», explica. En los cuadernos de campo que redacta, cada animal, como si fueran piezas de un gigantesco puzzle, encaja en un lugar  preciso, determinado, entre otros factores, por la alimentación, de la que obtiene valiosos datos analizando el estómago de cuantos ejemplares caen en sus manos.

Atraído sobre todo por las aves, Valverde comienza a cartearse con Francisco Bernis, pionero de la ornitología española y por aquel entonces profesor de Ciencias Naturales en Lugo. De la intensa relación epistolar que mantuvieron nació una sólida amistad, así es que cuando, en 1952, Bernis recibe ayuda de la Fundación Fenosa para visitar Doñana no duda en pedir a Valverde que lo acompañe. Aquel primer viaje sería decisivo en la vida y obra de este científico, que se enfrentaba, por vez primera, «a la gran fauna, en un territorio absolutamente perdido e ignorado por la ciencia».

Un año después, de nuevo en Doñana, los dos naturalistas, con instrumental facilitado por la Sociedad de Ciencias Aranzadi de San Sebastián, llevan a cabo el primer anillamiento científico de aves realizado en España. A Bernis le interesa, sobre todo, censar los efectivos de las diferentes especies, mientras que Valverde sigue profundizando en la estructura de las distintas comunidades, plasmándola en esquemas y dibujos que se incorporan a los artículos que sobre este espacio natural comienzan a publicar.

Tono7cm-219x300Aún si haberse licenciado, Valverde obtiene en 1954 una beca de la Universidad de Tolouse, lo que le permite depurar sus tesis en el Instituto Biológico de la Tour du Valet, en la camarga francesa. «Mi manera de ver las cosas, distribuyendo a cada especie en su nicho y estableciendo a partir de ahí esquemas ecológicos, era novedosa y me dio a conocer entre los ornitólogos europeos», confiesa. Y ese mismo enfoque lo traslada, durante tres meses –«los mejores de mi vida»–, al Sahara, expedición que quedaría plasmada en la obra Aves del Sahara español: un estudio ecológico del desierto (1957),  de gran repercusión en círculos científicos nacionales y extranjeros.

Por primera vez, admiten hoy los especialistas, una obra, sin perder la belleza e interés del simple relato descriptivo, incorpora las claves para revelar el complejo entramado que tejen los distintos seres vivos que habitan en un territorio. Valverde dibuja cada biotopo que visita, situando en él a las distintas especies animales de las que, siguiendo una sistemática propia, incorpora todas sus características, incluida la alimentación. Algo que repetiría, poco después, con su Estructura de una comunidad de vertebrados terrestres, tomando en este caso como escenario las marismas del Guadalquivir.

Algunos de los más significativos descubrimientos de Valverde están recogidos o esbozados en este último trabajo, que el tiempo ha convertido en un clásico de la literatura científica española. «En pocas palabras», resume, «incorporé el concepto de microcomunidad, señalando que toda comunidad está formada por la superposición de varias microcomunidades que tienen, por regla general, poca relación entre sí, actuando como verdaderos grupos económicos cerrados». También, continúa, «establecí la relación predador-presa sobre una base energética, algo que se le había pasado por alto a todos los que habían estudiado la evolución».

Un predador, determinó Valverde, persigue a una presa con una intensidad que es proporcional a la energía que obtiene e inversamente proporcional a la energía que consume. De ahí que todas las estrategias de supervivencia que adoptan las presas se basen en hacerse poco rentables energéticamente. «Este concepto tan simple», destaca Valverde, «había pasado inadvertido y, sin embargo, le ha dado la vuelta a la zoología moderna. Hoy todo se mide en función de la cantidad de energía consumida». Es el optimal foragen acuñado por los  anglosajones: uno no come lo que rinde poco o cuesta mucho adquirir. Dicho de otra manera, si Darwin descubrió que sólo sobreviven los más aptos, Valverde matizó este principio: «Sólo sobreviven los que mejor aprovechan la energía».

A partir de ahí, reinterpreta la evolución trófica desde la óptica energética, incluso en el caso de la raza humana, y surgen, así, otras aportaciones como el cenograma, curva que se construye con todos los animales de una comunidad, ordenándolos en función del número de especies y su tamaño o peso. Tratándose de mamíferos la curva tiene la misma trayectoria con independencia de la población elegida y su situación geográfica: las especies presa ocupan los extremos (muy pequeñas o muy grandes) y los predadores el centro. Para los paleontólogos el cenograma  se convierte en una herramienta sumamente útil ya que pueden determinar las especies que poblaban una determinada zona aunque solo tengan evidencias fósiles de unas cuantas.

Si sus trabajos no han tenido en España la repercusión que merecían, en comparación con el trato recibido en el extranjero, es porque «en nuestro país el metabolismo científico es ridículo», se queja Valverde. Desgraciadamente, concluye, «no hay más remedio que publicar en revistas anglosajonas, porque si lo haces en una española no tiene trascendencia alguna y, además, alguien termina copiando tus aportaciones para trasladarlas a otra publicación de prestigio».

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A causa de una tuberculosis ósea que le paralizó durante algunos años de su juventud, Valverde llegó a la Universidad algo más tarde que sus contemporáneos. El retraso no influyó en su actividad científica, intensa e innovadora antes de haber obtenido la licenciatura. Autodidacta y heterodoxo, sigue convencido de que «ir por libre tiene sus ventajas, porque uno interpreta las cosas según su propio criterio y no sometiéndose al dictado de nada ni nadie».

Su carácter inquieto le ha hecho interesarse por todo tipo de cuestiones, convencido de que lo importante «son los problemas y no los escenarios». Aunque se le suele asociar únicamente con Doñana, fue el primer biólogo en describir la colonia de flamencos de Fuente de Piedra (Málaga), una de las más importantes del Mediterráneo occidental, los humedales de Punta Entinas (Almería) o alguno de los enclaves más valiosos de lo que hoy es el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas (Jaén). También descubrió, en 1958, un reptil desconocido hasta la fecha: la Algyroides marchi, bautizada como lagartija de Valverde, endemismo que solo es posible encontrar en el citado parque natural y en la sierra de Alcaraz (Albacete).

En 1971 fundó el Centro de Rescate de la Fauna Sahariana, en la Alcazaba de Almería, instituto dependiente del CSIC que se ha ocupado de reintroducir gacelas y antílopes en varias zonas de África de las que habían desaparecido.

Fundador y primer presidente de la Sociedad Española de Ornitología (SEO), ha sido miembro de la Comisión de Ecología y del Comité Directivo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), del Comité de Conservación del Programa Biológico Internacional, de la Junta Rectora de ADENA y asesor ecológico de la Presidencia y de la División de Ciencias del CSIC. Condecorado en España y otros países europeos, Valverde es, desde 1987, hijo predilecto de Andalucía.

TonoEL PADRE DE DOÑANA

Preocupado por los rumores que hablaban de un plan del Ministerio de Agricultura para desecar y poner en cultivo las marismas del Guadalquivir, Valverde inicia, a finales de los años cincuenta, la delicada operación que habría de concluir con la declaración del Parque Nacional de Doñana.

Aunque él insiste en reivindicar únicamente su papel como científico, actúa entonces como un pionero del ecologismo, recaudando fondos por toda Europa y movilizando a personalidades e instituciones para que respalden su iniciativa. A pesar de contar con el permiso del CSIC, debe maniobrar con cautela «porque el régimen franquista no era muy amigo de estos revuelos, aunque a la larga le vino bien toda esta publicidad para romper, en cierto modo, su aislamiento internacional».

Inicialmente, su objetivo era comprar una de las fincas amenazadas y salvar, al menos, una parte del humedal. En 1963, y gracias al Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza (WWF), nacido con este propósito, logra recaudar 21 millones de pesetas, cantidad aún insuficiente. El último empujón viene de la mano del príncipe Bernardo de Holanda que convence al Caudillo de la bondad de la operación, logrando que el Estado español se interese por el proyecto y aporte otros 16 millones a la peculiar cuestación. Los 37 millones de pesetas que finalmente se han conseguido sirven para comprar las primeras 6.700 hectáreas del coto de Doñana, cedidas al CSIC para la instalación de una Reserva Biológica que pasa a dirigir Valverde, y que sería el germen de la actual Estación Biológica.

La ofensiva de los naturalistas de toda Europa, agrupados en torno al WWF y la UICN, no cesa hasta que en agosto de 1969 el Consejo de Ministros aprueba la creación del Parque Nacional de Doñana, con una extensión inicial de 35.000 hectáreas. Como no podía ser de otra manera, Valverde ocupa también la dirección del nuevo espacio protegido.

Ganada la batalla legal, vendría después la educativa, no menos compleja «y aún sin concluir». «Tuvimos que luchar contracorriente», admite, «trabajando para cambiar la mentalidad de la gente que todavía, por ejemplo,  hablaba de las rapaces como animales dañinos a exterminar». En esta tarea, Valverde otorga los mayores méritos a Félix Rodríguez de la Fuente, «un cetrero reconvertido que, tras visitar Doñana, se pasó a las filas del conservacionismo».

Entrevista publicada en el diario El País, el 9 de julio de 1997.

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