Son sólo unas manos que se acercan en momentos difíciles. Las pintó Louise Bourgois en 2006, cuando tenía 95 años, y forman parte de la serie titulada «10 am When You Come to Me«. A esa hora, todas las mañanas, Jerry Gorovoy recogía a Bourgois para llevarla a su estudio de NYC, y ella esperaba ese momento como el más hermoso del día. Gorovoy, que entonces tenía 51 años, era su asistente y amigo, y llevaba ayudando a la artista, fascinado por su manera de ver el mundo, desde los 21 años.
Son varios cuadros en donde las manos de Bourgois y de Gorovoy, de un rojo intenso en acuarela o gouache, se acercan, se estrechan, se rozan, se separan, se reencuentran… Es una serie que me fascina y me emociona porque expresa, de manera muy sencilla, la belleza de esos encuentros que uno no sabe muy bien cómo describir porque la palabra amistad, a pesar de su inmensidad, no comprende tantos matices ni contempla tantas posibilidades.

El paso de las manos de Bourgeois por mi estudio fue fugaz, pero… suficiente para que se llevaran impregnado algo de este rincón (muy) personal (Foto: JMª Montero)
La tarjeta que ilustra este post la compré el domingo, 30 de agosto, en el Museo Picasso de Málaga, después de pasarme un buen rato disfrutando de la obra de Bourgois, y la coloqué en mi estudio, junto a la foto de unas manos de alguien que medita sobre una túnica (también roja); pero cinco días después, el viernes 4 de septiembre, al amanecer, retiré la tarjeta de ese rincón personal, la metí en un sobre (naranja, por supuesto) y pensé (perdón: sentí) que la tarjeta, en realidad, la había comprado para otra persona, y para ese otro día, para ese viernes «raro»; sentí que la tarjeta, en realidad, era suya, suya desde el mismo domingo…
Son sólo unas manos, rojas, en un sobre, naranja. Sin más. No necesitaron ni una dedicatoria.
Incluso en los momentos más complejos, en los más oscuros, en esos en los que se mezclan tantas emociones, en los que el ruido nos distrae, en los que dudamos, en los que buscamos un poquito de luz y de calma… en esos días, y en todos los días (en los brillantes también), siempre, siempre, hay alguna mano cerca. A veces son invisibles (y por eso Bourgois nos las recuerda) pero están ahí, cerca, muy cerca, y son las manos de alguien que nos abraza sin reloj, de alguien que nos quiere bien.