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Posts Tagged ‘María Novo’

 

Fragmento de la conferencia «El círculo de la voluntad» que dicté en el acto de entrega de los Premios de Comunicación Flacema (Sevilla, 26 de octubre de 2017).  

Para salir airosos de la encrucijada a la que nos conduce el debate en torno a la Economía Circular, y hablando de la cooperación como herramienta decisiva, resulta imprescindible el concurso de los medios de comunicación generalistas, el trabajo de los periodistas que deben, que debemos, trasladar a públicos heterogénos y no especializados la complejidad de estas cuestiones que nos enfrentan a nuestra propia supervivencia. Vivimos prisioneros de los sucesos, que nos entretienen, captan la atención y encienden el debate, pero que difícilmente generan conocimiento. Esta, la información ambiental, es una información de procesos en la que hay que señalar causas, consecuencias, actores, soluciones…, y la atención a todos estos elementos requiere tiempo y conocimiento, reposo y mirada democrática. Los problemas ambientales se llevan muy mal con el periodismo urgente, plagado de inexactitudes y ruido (con frecuencia interesado).

Tampoco conviene caer en la trampa de sentirse más cerca de nuestras fuentes que de nuestros receptores. Cuando un periodista se pone a escribir sólo puede militar en el periodismo. No somos ecologistas, ni somos portavoces de la industria, ni nos alineamos con la Administración… por muy loables que sean sus argumentos: únicamente nos debemos a nuestros receptores. Si nos identificamos con nuestras fuentes hasta el extremo de confundirnos con ellas es fácil que caigamos en un periodismo reduccionista, ese que se asoma a una realidad complejísima y la simplifica hasta obtener un tranquilizador (o inquietante) escenario de buenos y malos, un paisaje de negros y blancos del que han desaparecido los infinitos matices en los que  buscar una explicación, una solución. El periodismo no debe perseguir adhesiones sino argumentos.

¿Qué quieren nuestros receptores? Que les ayudemos a entender la complejidad del mundo que les rodea sin hurtarles ninguno de los elementos que lo componen, incluidas incertidumbres, contradicciones y zonas oscuras. Por eso un periodista, el verdadero periodista ambiental,  necesita una mirada abierta, democrática y conciliadora. Es más importante entender que juzgar, pero es más fácil juzgar que entender. Y no es que los juicios sean malos per se, es que un buen juicio necesita comprensión, interpretación, argumentos, tiempo… Pero un escenario periodístico frenético, entregado a la urgencia del suceso, la denuncia o la exclusiva, se alimenta no de juicios sino de prejuicios (que son fáciles y rápidos, pero que con frecuencia traicionan el verdadero conocimiento de un problema y la búsqueda cooperativa de soluciones).

Insisto: nuestros receptores no quieren, ni merecen, juicios (y menos prejuicios), ni sentencias y condenas rápidas, inapelables, ni siquiera manuales sobre lo que deben o no deben hacer.  En el periodismo en general (y en el ambiental en particular) necesitamos más creatividad que reactividad. Necesitamos una mirada plural, formada, reposada y conciliadora. Y aunque esta es, sobre todo, una responsabilidad nuestra, de los propios periodistas, no lo es menos de cierta clase política, esa que aplaude al peor periodismo, y de algunas fuentes cualificadas (industria, ecologistas, científicos…) que a veces prefieren comportarse como enemigos y no como aliados de los medios de comunicación, sobre todo en cuestiones de tan evidente calado social como es el modelo de desarrollo con el que podemos escapar del desastre.

Abrir espacios como este, donde diferentes voces pueden entablar un diálogo reposado, plural y en libertad, en torno a problemas ambientales complejos, es lo que más necesitamos. Insisto: quizá con más urgencia que leyes o inversiones. Dice mi amiga María Novo, catedrática de Educación Ambiental, y dice bien, que en torno a algunas cuestiones ambientales hemos generado mucho más conocimiento que relaciones, y que, quizá, hay que insistir en las relaciones para poder salir de esta crisis que amenaza nuestra propia supervivencia. Y Einstein aseguraba que en momentos de crisis es más importante la imaginación que el conocimiento. Necesitamos más relaciones, más imaginación, más creatividad, más diálogo, más cooperación, más transparencia, más serenidad… Necesitamos inversiones y tecnología, claro que sí, pero sobre todo necesitamos herramientas intangibles y gratuitas que sólo precisan de nuestra voluntad, la de todos.

 

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A un lado la estrella apoyada en la cáscara de naranja, en el diminuto spa de un gintonic, y al otro la fotógrafa (lástima que no quedara reflejada en el vaso o en el hielo…;-). Y una vela encendida, y un mantel que aguantó todas las risas que dejamos en Blanco Enea…

PRÓLOGO.- Ya me lo descubrió Estíbaliz pero, aún así, es como si nunca hubiera pisado esa esquina de la plaza de San Pedro.

Lo inesperado aguardaba en Blanco Enea, donde José María se acercaba a la mesa con esa misma mirada que gastan los niños (entre traviesa y temerosa), para hacer de la comida un relato sugerente pero escueto en palabras, y dejar así que nos perdiéramos, sin brújula, en los vericuetos de sabores para los que vale cualquier adjetivo menos “aburridos”. Bajo el aparente orden de unos manteles impolutos, unos cubiertos alineados y un servicio atentísimo explotó, sin ruido ninguno, el caos (que es, aunque resulte chocante, la fuente original de la inspiración). Un torbellino de sensaciones que no sabes muy bien de dónde vienen y, sobre todo, a dónde te van a llevar. Porque en Blanco Enea se trata de eso, de dejarse llevar, de abandonarse para provocar, de manera suave o rotunda, la aparición de la sorpresa. Y luego, ya con el pelo revuelto y la lengua asombrada, sumergirse en el diminuto oleaje balsámico de un gintonic en el que flota, distraída, una estrella (¿fugaz? ¿de mar? ¿de anís?).

Mi amiga María Novo, que aún siendo gallega también mantiene un largo idilio con Córdoba, no se cansa de decírmelo (en esas tertulias que yo quisiera interminables) y de escribirlo en sus libros. “Lo que me fascina de la vida”, insiste María, “es esa capacidad que tiene para sorprendernos; sin esa presencia de lo aleatorio, de lo inesperado, la vida sería muy aburrida”.

Yo pensé, de manera equivocada (como en otros tantos asuntos en los que he confesado mi error), que la edad termina invitando a un cierto apego por lo previsible. Por simple comodidad. Por olvido o, tal vez, por miedo. Y es cierto que a veces, si uno ha navegado lo suficiente y ha sobrevivido a unas cuantas tormentas, la tentación por la calma chicha, por la dulce rutina, es muy poderosa…

Para evitar esa tentación (que debe ser de las pocas tentaciones malsanas) hay que rodearse de personas dispuestas a improvisar sin perder la sonrisa; viajar con amig@s vulnerables al placer sin medida; hay que visitar lugares en donde el orden es sólo una apariencia; ponerse en manos de artistas capaces de hacernos ver la realidad con otros ojos; dejar que el paladar se interne por territorios desconocidos; celebrar que lo raro es hermoso; beber más de la cuenta para que los brindis no acaben a medianoche; andar bajo la lluvia; bailar sin temor al ridículo ni al sudor; cantar por el puro gusto de oír que alguien nos hace el coro de aquella canción casi olvidada; hablar al oído para sortear el bullicio o para deslizar un secreto; andar descalzos en la madrugada; evitar el sueño para ver cómo amanece en otra ciudad, aunque sea tu propia ciudad, por puro placer…

Después de una noche en Blanco (Enea), el amanecer, que se coló tardío entre las cortinas del hotel, me encontró con el pelo revuelto y la lengua asombrada…

Todo eso, y algunas cosas más, fue lo que compartimos una madrugada de noviembre en Córdoba.

EPÍLOGO.- Cuando en el coche, ya de vuelta, sonó el «Libera me» de Jocelyn  Pook estuvimos tentados de no parar en Sevilla y continuar viaje hasta Portugal…

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En el huracán de una crisis que va más allá de lo económico y en los primeros días de una campaña electoral que invita al desánimo, algunos ciudadanos siguen dando ejemplo de compromiso, regalando, nunca mejor dicho, motivos para la esperanza.

Anoche presentamos en Gelves, un pequeño municipio sevillano ribereño del Guadalquivir, un Banco del Tiempo. Una sencilla herramienta que devuelve el protagonismo a los ciudadanos, que nos aleja de la cultura del subsidio y la inercia asistencial. Una manera muy poco sofisticada de crear tejido social, de favorecer la integración y el sentimiento de pertenencia a una comunidad. Sí, todas esas cosas que los políticos andan estos días cacareando pero que son tan difíciles de llevar a la práctica. Tan difíciles que, al final, son los ciudadanos comprometidos los únicos que, de verdad, pueden llevarlas a la práctica. Por el puro placer de ayudar. Por la simple satisfacción de reforzar los lazos personales y comunitarios que esta sociedad, tan repleta de ruidos, ha ido debilitando.

Una buena manera de acercarse a lo que son y a lo que significan los Bancos del Tiempo es leer a María Novo. En su libro “Despacio, despacio…” (Ediciones Obelisco, 2010) mi amiga María celebra la existencia de estos “sistemas económicos alternativos”, donde las personas (y no el mercado o el dinero) ocupan el centro de las relaciones humanas y sociales.

Un Banco del Tiempo (BdT), explica María, no es un banco en si aunque funcione como un banco. En realidad es un sistema económico alternativo por el cual un grupo de usuarios puede ofrecer o demandar productos o servicios sin que intervenga la moneda convencional. Es por tanto un sistema de intercambio que va más allá del simple trueque entre dos personas (tu me arreglas el jardín, yo te enseño a cocinar, por ejemplo), porque lo que se recibe a cambio del servicio que se presta es una “moneda no convencional”, en vez de ser euros esa “moneda no convencional” es tiempo, medido en horas. Ese tiempo se puede usar más adelante para adquirir un producto o servicio ofrecido por otro usuario.

En el BdT no se le devuelve el servicio a quien nos lo ha prestado, sino que se acumulan o detraen horas en cada saldo personal, horas que podrán ser utilizadas, en el futuro, para solicitar o dar servicios a un tercer socio. Las prestaciones tampoco tienen que coincidir en el tiempo (se da cuando se puede y se recibe cuando se necesita).

Anoche, en Gelves, celebramos que el tiempo esté en manos de los ciudadanos.

Los que quieran conocer o unirse a este BdT pueden hacerlo visitando este blog:

http://bancodeltiempoaljarafe.blogspot.com/

Quienes quieran conocer algo más a propósito de los BdT pueden consultar el libro de María Novo (aquí podéis leer la introducción: http://www.slowpeople.org/docs/introduccion.pdf).

También pueden resultar útiles otros documentos sobre esta cuestión:

–      Manual “Banco del Tiempo Escolar como un ejemplo de un banco del tiempo” (Ana Molina y Rafael González, Ayuntamiento de San Javier, http://www.red-bdt.org/?q=node/268).

–      Red de Bancos del Tiempo (una iniciativa de la Fundación holandesa STRO, http://www.red-bdt.org/).

–      Asociación Salud y Familia (http://www.saludyfamilia.es/cas/projectes/bancdeltemps.htm).

–      Time Banks UK (www.timebanks.co.uk).

–      Dane County Timebank (www.danecountytimebank.org).

Una forma sencilla, y breve, de introducirse en el concepto y desarrollo de un banco del tiempo es viendo el video, de poco más de tres minutos, que en su día realizó la ONG Cívica para los Bancos del Tiempo de América Latina:

También es muy interesante, para aclarar dudas, visitar esta entrevista a uno de los impulsores de los Bancos del Tiempo en Madrid:

http://www.sindinero.org/blog/archives/1696

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