Esta semana he celebrado una reunión en un novísimo edificio de oficinas. La temperatura en el exterior debía estar rondando los 10 grados, pero en la sala de reuniones, bien acristalada (como toda la fachada del inmueble), debíamos estar, como mínimo, a 30 grados. El efecto invernadero se manifestaba con toda su crudeza, y lo peor de todo es que al ser un edificio “inteligente”, me comentó con sorna el anfitrión, no era posible activar el aire acondicionado, ya que si era invierno el sistema “inteligente” de climatización sólo permitía usar aire caliente.
Perfecto. Mi anfitrión, como otros muchos amigos, vive en Sevilla pero trabaja en Oslo, porque seguramente quien diseñó un edificio completamente acristalado lo hizo pensando en alguna ciudad cercana al círculo polar ártico, donde cada rayo de sol es una bendición. Pero en Sevilla el invento no funciona… o lo hace consumiendo ingentes cantidades de energía (para refrigerarnos en verano… y también en invierno).
¿Cómo es posible que alguien construya un edificio de oficinas, o una vivienda, o un polideportivo, sin pensar en las circunstancias ambientales, las peculiaridades climáticas, el entorno social o el contexto cultural del lugar elegido? ¿Pero qué clase de arquitectura es esa?
Combatiendo estos despropósitos llevan años, décadas, los defensores de la arquitectura bioclimática, que suena como algo muy sofisticado y ultramoderno, pero que es tan sencillo como mirar por donde sale el sol y por donde se pone…
«Para comprender lo que es la arquitectura bioclimática sólo hay que pasear por la Alhambra granadina». Así me lo explicó hace ya bastantes años uno de los padres de esta disciplina, Jaime López de Asiain, quien en 1980 puso en marcha, en la Escuela de Arquitectura de Sevilla, un Seminario de Arquitectura Bioclimática pionero a escala nacional. Y la rareza no estaba sólo en el contenido de los estudios que allí se impartían, sino en el compromiso del que los impartía.
Andalucía está llena de ejemplos históricos de este tipo de construcciones, adaptadas perfectamente al clima que han de soportar: pueblos de casitas encaladas, arracimados en las laderas orientadas al sur; barrios de estrechas calles, protegidos del calor, del viento y de los fríos; casas con patio y dos plantas, una para verano y otra para invierno, o provistas de amplios miradores acristalados que captan el sol a modo de invernadero. Esta arquitectura, típicamente andaluza, es consecuencia de un peculiar modo de vida en el que el sol, particularmente, y el clima, en términos más amplios, juegan un importantísimo papel.
Los árabes supieron aplicar perfectamente esta filosofía, creando espacios que no sólo eran confortables desde un punto de vista físico sino también psíquico. «La Alhambra, con toda su fuerza formal, no tendría sentido si no hubiera sido la creación de un particular microclima donde, además de controlarse el frío y el calor, se consigue un particular bienestar a través del murmullo del agua o la contemplación de los jardines», precisa López de Asiain.
¿Tan difícil es construir de tal manera que podamos vivir en Sevilla, trabajar en Sevilla y disfrutar de Sevilla?
En Espacio Protegido (Canal Sur 2) acabamos de conocer, y divulgar, la experiencia de “Mazetas” (mazetas.com), una cooperativa de jóvenes arquitectos que, desde Sevilla, apuestan por el hábitat coaching y la arquitectura ecológica. Otra manera de hacer arquitectura. Una manera sensata y sostenible:
Pincha aquí para ver el reportaje «Mazetas» en EspacioProtegido (Canal Sur 2)