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Posts Tagged ‘melancolía’

musicophilia

La música, explica Oliver Sacks, «no sólo nos eleva a grandes alturas emocionales o actúa de acicate de la memoria, sino que puede sumirnos en la depresión o empujarnos a comportamientos y percepciones totalmente obsesivos»

«Pero, ¿dónde están los besos que me debes? /
en cualquier esquina, /
cansados de vivir en tu boquita /
siempre a la deriva…
«

(A fuego, Extremoduro)

Música para disolver los recuerdos, para crear cortocircuitos en las sinapsis que codifican y almacenan las imágenes de aquello que pasó y ya no está, de aquello que sentimos y que ahora es vacío. No siempre la música es una herramienta para la evocación, o quizá por eso, porque tiene un enorme poder de evocación es por lo que se hacen necesarios elementos musicales cuya función es justamente la contraria: ayudar a olvidar.

En este blog la música siempre está presente como una llave que abre las puertas de la memoria. Amàlia Rodrigues me devolvió a las carreteras secundarias del Alentejo portugués, Marketa Irglova a aquel verano en Dublín, Llasa de Sela a la Pampa estrellada, Michael Sardou a un semáforo en rojo cerca de La Caleta, Jeff Buckley a los cipreses del Colegio Aljarafe, Ariel Roth a una noche de primavera a orillas del Guadalquivir, Silvia Pérez Cruz a una corazonada al filo del otoño, Juan Luis Guerra al bullicio de la calle El Conde en Santo Domingo, Andrés Calamaro a las confidencias inesperadas en una pizzería del extrarradio…

Leyendo a Oliver Sacks (Musicofilia) uno puede atisbar los asombrosos mecanismos biológicos, y psicológicos, que dotan a la música de ese tremendo potencial de evocación que, a veces, llega a manifestarse al margen de nuestra voluntad, como si un grupo de neuronas se hubiera amotinado y estuviera pasando a cuchillo a los guardianes de la conciencia. En esos casos, de forma inexplicable o ligado a un acontecimiento aparentemente inocuo, aparece el temible fenómeno de los «gusanos musicales«: melodías que dan vueltas y vueltas en el cerebro, al margen de nuestra voluntad, hasta que se diluyen, horas o días después… al margen de nuestra voluntad.

De alguna manera, la música tiene en numerosas personas, en mi mismo, vida propia. Una vez que he incorporado una melodía a mi íntimo registro musical ya no puedo hacer casi nada por evitar que abra puertas, desate recuerdos, provoque escalofríos, atenace la garganta, alimente sonrisas, invite a las lágrimas… Imposible domesticarla: hará lo que tenga que hacer, y lo hará en el momento que le venga en gana. Por eso coincido con el inquietante diagnóstico del psicoanalista Theodor Reik cuando explica que «las melodías que te rondan por la mente (…) podrían darle al analista una clave de la vida secreta de las emociones que vive cada uno de nosotros«. Y añade: «En este canto interior, la voz de un yo desconocido transmite no sólo estados de ánimo e impulsos pasajeros, sino a veces un deseo reprimido o rechazado, un anhelo y una pulsión que no nos gusta admitir«. Y concluye: «Sea cual sea el mensaje que lleva, la música incidental que acompaña nuestro pensamiento consciente nunca es accidental«.

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Algunos dicos debería guardarlos en la caja de herramientas o en el botiquín… (Foto: José María Montero)

Por eso mismo, porque nada es caprichoso en ese canto interior, es por lo que yo uso música para borrar recuerdos. No es algo consciente y, por tanto, no hay intención manifiesta, pero cuando un determinado tipo de música me domina con un grado de exclusividad desproporcionado sé que ha comenzado el exorcismo, reconozco a mi cerebro en el sano ejercicio de olvidar lo que debe ser olvidado para dejar así sitio a la sonrisa y el optimismo. Para dejar espacio al futuro.

Los que me conocen bien no se sorprenden, pero los que me tratan de manera más superficial piensan que estoy gamberreando, que me he equivocado de emisora o que estoy adoptando una pose. Y lo entiendo, porque resulta difícil de creer que a las siete de la mañana, camino del trabajo, en mi coche los altavoces estén a punto de reventar con el serrucho eléctrico de las guitarras de Extremoduro. Sí, este otoño estoy Extremoduro, estoy Robe Iniesta, muy Robe Iniesta, y eso quiere decir que mi cerebro, y mi corazón, están en modo auto-clean. Como los granos de una lija del 50 las notas, una a una, van puliendo los recuerdos hasta convertirlos en polvo. Como un soplete de acetileno los acordes van reduciendo a ceniza las armaduras en donde aún se sostienen esos decorados en los que un día, lejano, representamos aquel lindo teatro. Como un martillo pilón cada uno de los compases, rotundos, va demoliendo los pilares de una casa en la que ya no vive nadie.

Música para matar los recuerdos. Y aún así, sigue siendo hermosa, porque en esta función homicida también está a nuestro favor, también nos ayuda, también es profunda y exclusivamente humana.

 

PD: «A fuego» es uno de mis disolventes favoritos. Dos o tres pases, a primera hora de la mañana, y no hay recuerdo que se le resista. La melancolía es incompatible con este contundente tema de letra más que explícita (Robe style).

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Manos-Miguel-Ángel

Entre el pensamiento y la acción la distancia es mínima, pero hay que salvarla si queremos que algo cambie, que algo se manifieste, que adquiera vida propia. Pensar no es suficiente… (Detalle de «La creación de Adán», el famoso fresco de Miguel Ángel que adorna la Capilla Sixtina)

«Entre lo que veo y digo,
entre lo que digo y callo,
entre lo que callo y sueño,
entre lo que sueño y olvido.
La poesía.
Se desliza entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido.
No es un decir:
es un hacer«

(Decir, hacer // Octavio Paz)

Si alguien se ocupara de susurrarnos cada uno de ellos al oído terminaríamos volviéndonos locos. No podríamos soportar ese parloteo sin descanso. Pero, aunque nos resulte increíble, ese discurso ininterrumpido e inconexo habita dentro de nosotros todos los días, a todas horas… sin descanso. Ni siquiera respeta un orden. No hay un guión. No es un relato. Son frases sueltas, exclamaciones, parrafadas que van de un sitio a otro, lamentos, ideas absurdas, reflexiones oportunas, recuerdos, planes. Se llaman pensamientos y cada día generamos unos 70.000, de manera que apenas existen espacios de silencio entre uno y otro. Somos, para nuestra desgracia, incapaces de dejar de pensar.

Y lo peor de todo es que damos tanta importancia a lo que pensamos que terminamos por creer que, en realidad, somos lo que pensamos, y que es suficiente con pensar algo para dotarlo de existencia, para que se manifieste, se haga tangible o se produzca el cambio que anuncia esa idea.

A veces damos un paso más y decimos lo que pensamos, compartimos, gracias a la palabra, esa idea, y así el engaño se intensifica. Si lo he pensado y lo he dicho… ya está hecho!! Pero no: pensar y decir no es suficiente para que nuestras buenas intenciones, o nuestras maldades, se materialicen y adquieran vida propia.

Decimos «pienso en ti» y con esas tres palabras, que remiten a la presencia constante de alguien en nuestra mente, creemos que todo está hecho, pero, en realidad, hacer, lo que se dice hacer, no hemos hecho nada más allá de emitir unos sonidos que pueden ser, o no, agradables al oído.

A diferencia de Uri Geller ni tu ni yo podemos cambiar nada con un simple pensamiento. Por más que pensemos y pensemos y pensemos… no hay acción. Ni doblamos cucharillas, ni detenemos el tictac de los relojes, ni nos deshacemos… Bastaría una caricia, el roce de un dedo, el aliento entrecortado agitando el vello de la nuca, una gota de sudor – o una lágrima- salpicando la mejilla, las manos entrelazadas… Qué se yo… Bastaría dar un paso, pequeño, que convirtiera el pensamiento en acción para que se produjera un cambio.

Pensar mucho, y no hacer nada, sólo conduce a la melancolía… Y la palabra, aunque poderosa, no es suficiente.

Los pensamientos son las sombras de nuestros sentimientos” (Nietzsche)

 

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