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Posts Tagged ‘minas de Aznalcóllar’

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Aunque a veces, salpicada de azul y batida por el oleaje de arena, parezca lo contrario, Doñana no es una isla…

 

En la primavera de 1987 le pedí a Miguel Delibes que escribiera un artículo para la recién nacida revista «Medio Ambiente», un boletín muy modesto en sus orígenes en el que, sin embargo, se fueron esbozando las líneas maestras de aquella pequeña revolución ambiental que, en Andalucía, vino de la mano de la recién creada Agencia de Medio Ambiente (AMA). La revista, que puse en marcha en el invierno de 1986, era el escaparate de un organismo que resultaría decisivo  en la historia de la conservación española, y en el que tuve el privilegio de trabajar como periodista y responsable de su Unidad de Divulgación.

El artículo de mi buen amigo Miguel Delibes («Conservación de la naturaleza en la sociedad de consumo«) no hizo mucha gracia en los pasillos del poder, pero se publicó (¡faltaría más!). En un momento en el que recibíamos todo tipo de críticas, y en el que plantear cualquier acción que implicara ordenar los aprovechamientos sobre un territorio natural valioso se consideraba un triunfo del ecologismo más radical, el texto de Miguel cayó como un jarro de agua fría porque, con la libertad de opinión que siempre ha sido seña de identidad de este biólogo comprometido, cuestionaba algunas de las estrategias que estaba llevando a cabo la Administración (incluso la más vanguardista, como era el caso de la AMA).

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Las ventajas de tener, en casa, una hemeroteca medio ordenada… Este es el artículo original de Miguel Delibes (Revista Medio Ambiente, Andalucía, Verano 1987).

Algunos párrafos de aquel artículo resumen, de forma simplificada pero nítida, la tesis de Delibes, esa misma que hoy traigo aquí porque, casi 30 años después, y al hilo de lo que está ocurriendo estos días en Doñana, sigue siendo pertinente e incómoda :

«La naturaleza entendida como conjunto es difícil de consumir y por tanto de vender (…). Así pues, no es raro que una tala de árboles o el con frecuencia inadmisible nivel de contaminación de los ríos, o la creciente rarificación de algunas especies, apenas merezcan unos comentarios en los periódicos y unas declaraciones más o menos retóricas de los ecologistas. Pero amigo, ¿qué ocurre si esos mismos árboles se cortan en el Parque Nacional de Doñana o sus alrededores?

(…) Si los árboles (¡o los patos!) mueren en Doñana, se llenarán páginas y páginas de los periódicos, recurrirán los ecologistas a las instancias internacionales, interpelarán con más o menos gracia los políticos en el Parlamento, etc. etc. Si los árboles llegan a morir en Doñana, será la guerra. (…) ¿Extrañará a alguien que para los profanos conservar Doñana sea sinónimo de conservar la naturaleza, mientras asisten impasibles, cuando no son protagonistas, a las mayores tropelías en su entorno inmediato?

(…) Desde mi punto de vista dedicarse de verdad a conservar es una tarea compleja y con frecuencia poco brillante, pues debe tender justamente hacia la uniformidad en las medidas, controles y resultados. Hay que intentar, decía alguien, «desparquerizar» los parques y «parquerizar» el resto de la naturaleza, aunque sea difícil ponerle un nombre a esa mezcla y hacerla noticia de primera plana«.

Hace casi 30 años que Miguel escribió estos párrafos, los que ayer mismo recordé para, modestamente,  convertir sus tesis, que son las tesis de muchos otros especialistas, en «noticia de primera plana». Cuando en La Tertulia de Canal Sur Televisión me pidieron que analizara la oportunísima campaña de WWF en defensa de Doñana, y que lo hiciera en muy pocos minutos, puse el acento en dos ideas básicas, aptas para todos los públicos, que ya latían en aquel artículo:

Doñana no es una isla. De poco sirve «blindar» con todo tipo de figuras (Parque Nacional, Parque Natural, Reserva de la Biosfera, Patrimonio de la Humanidad…) el territorio más valioso de esa comarca si su entorno inmediato no se ajusta a un modelo de desarrollo sostenible, de bajo impacto, compatible con la conservación de ese corazón verde. Lo dijo la Comisión Internacional de Expertos que en 1992 analizó la mejor manera de conservar Doñana sin sacrificar el desarrollo socioeconómico de su entorno, lo defendió en el documento que viajó hasta Bruselas para buscar financiación europea que hiciera posible esa transición. Todos estaban de acuerdo (o casi todos). Todos (o casi todos) lo han olvidado.

En la naturaleza 1+1 casi nunca suman 2. Con demasiada frecuencia esta operación da como resultado 11 o una cifra aún mayor. No podemos contemplar las amenazas que cercan Doñana (pozos ilegales, dragado del Guadalquivir, minas de Aznalcóllar, depósito subterráneo de gas…) como la suma, simple, de una serie de impactos tomados de uno en uno, sino como un auténtico torbellino de alteraciones que se multiplican, casi sin límite, al estar unas en presencia de otras. Quizá por eso algunos proyectos se fragmentan de manera sospechosa en diferentes actuaciones (más pequeñas y aparentemente inconexas) a la hora de someterlos a la obligada Evaluación de Impacto Ambiental.

Permitidme que vuelva a inspirarme en Miguel Delibes y en la que yo llamo su metáfora de la lavadora. Imaginemos que cada cierto tiempo retiramos la lavadora que todos tenemos en casa para limpiar la suciedad que se acumula bajo este electrodoméstico. Encontraremos pelusas, restos de vasos rotos, alguna porción de comida momificada y también una tuerca, o un tornillo, o una pequeña arandela. Como no sabemos de dónde salió esa pieza (aunque suponemos que es de la lavadora) sencillamente la tiramos a la basura, con la tranquilidad de conciencia que da saber (o más bien creer) que la lavadora sigue funcionando sin fallos aparentes. Cada cierto tiempo repetimos la operación de limpieza y vuelven a aparecer otras piezas que juzgamos intrascendentes, piezas que también van a la basura, hasta que un día la lavadora deja de funcionar, así, de pronto, sin avisar… Bueno, en realidad nos estaba avisando de la catástrofe, pieza a pieza, pero no le hicimos caso. ¿Cuál fue la pieza decisiva que precipitó la muerte de la lavadora? Todas y ninguna en particular. ¿Qué hacemos para que vuelva a funcionar la lavadora? ¿Alguien sabe cómo se colocan esas piezas, dónde estaban situadas? Pero, lo que es más grave aún, ¿alguien conserva esas piezas, sabe dónde las venden (si es que las venden) o tiene a mano una lavadora exactamente igual para comprobar en dónde está el corazón del problema y su correcta solución?

El corazón del problema no es otro que la desidia, la inconsciencia y, sobre todo, la soberbia de pensar que seremos capaces de sustituir o prescindir de lo insustituible e imprescindible.

PD: Ayer traté de explicarme en el primer informativo de la mañana (Buenos Días) de Canal Sur Televisión.  Hablé del QUIÉN, de la ESCALA, de los VÍNCULOS y de las SUMAS. Son cuatro ideas, sencillas, muy claras, pero sobre las que hay que insistir, e insistir, e insistir…

PD: Los que hayan tenido la paciencia de ver la entrevista hasta el final habrán comprobado que hubo tiempo, incluso, para un zasca. A mi no me gustan los zascas, advierto, porque prefiero el debate sosegado, pero hay tesis, arcaicas e insostenibles, que sólo admiten una réplica contundente, rápida e incuestionable. No, la naturaleza nunca es un castigo, más bien ocurre todo lo contrario: nosotros sí que somos un castigo para la naturaleza.

 

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La identidad de nuestro informante permaneció a salvo pero, aún así, la tragedia lo persiguió hasta el día de su muerte.

El facultativo de minas me pidió que no revelara su identidad y así lo hice. Oculto en el interior de nuestro todoterreno detalló, con serenidad, las deficiencias técnicas de la presa que retenía los residuos de las minas de Aznalcóllar (Sevilla) y advirtió que si se rompía se produciría una catástrofe ecológica.

Las intensas lluvias de aquel invierno habían originado numerosas filtraciones en distintos puntos del dique, y el agua contaminada escapaba sin control hacia el cauce del Guadiamar. En opinión de aquel especialista la balsa había sido recrecida por la empresa Boliden, titular de la explotación, sin respetar unos mínimos criterios de seguridad.

La entrevista se emitió en los informativos de Canal Sur Televisión el 19 de enero de 1996 (hoy se cumplen 18 años) y sólo 48 horas después los máximos responsables de Boliden, llegados desde Suecia, convocaban una rueda de prensa en Sevilla. A su juicio, tanto la denuncia del antiguo empleado de las minas como las imágenes que mostraban las filtraciones formaban parte de una “campaña de desprestigio”. Incluso llegaron a acusar a Canal Sur Televisión de haber “manipulado las imágenes”, grabando “residuos urbanos” para hacerlos pasar por el “supuesto vertido de la balsa de Aznalcóllar”. Y a aquella rueda de prensa siguieron unos cuantos días de presiones, más o menos veladas. Los portavoces de Boliden no se cansaron de recordarnos el impacto que tendría el cierre de las minas en el municipio de Aznalcóllar, y la responsabilidad que a Canal Sur Televisión le correspondería en el despido de cientos de trabajadores.

A pesar de todo, tanto la entonces Agencia de Medio Ambiente como la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir y la Consejería de Industria, abrieron sendos expedientes informativos, y al menos en el de Medio Ambiente se reconocía la existencia de las filtraciones, ya que estas habían sido comprobadas, in situ, por técnicos de este organismo. El asunto terminó en manos de la justicia, merced a una denuncia de la Confederación Ecologista y Pacifista de Andalucía (CEPA), y nunca más se supo…

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La balsa reventó a pocos metros de donde realizamos la entrevista.

Y así hasta que en la madrugada del 25 de abril de 1998, dos años y tres meses después de aquella entrevista, la balsa reventó, dejando escapar más de cuatro hectómetros cúbicos de aguas fuertemente ácidas en las que, disueltos, viajaban lodos cargados de metales pesados. La riada tóxica se extendió a lo largo del Guadiamar en pocas horas, depositando en su lecho, y en los terrenos colindantes, casi dos millones de metros cúbicos de residuos mineros.

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Aquella mañana de abril volví a la balsa de Aznalcóllar, pero esta vez los pies los tenía hundidos en lodos tóxicos.

Aquella mañana de abril volví al cauce del Guadiamar para certificar, de nuevo cámara en ristre, que el facultativo de minas tenía razón, que la entrevista se había grabado a pocos metros del lugar en donde reventó la presa y que Canal Sur Televisión, desgraciadamente, se había adelantado a la noticia. Una amarga exclusiva.

Manuel Aguilar se llamaba aquel facultativo de minas que tuvo la valentía de denunciar lo que entonces hubiera sido evitable. Murió en 2000 después de haberse tenido que marchar de Aznalcóllar debido a las presiones y amenazas que lo persiguieron desde aquel fatídico 25 de abril de 1998.

PD: Este es el relato audiovisual de aquella amarga exclusiva:

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