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Pepe Guzman

Pepe Guzmán. Imposible cazarlo en un renuncio, es decir, serio o malhumorado.

Los que tuvimos la fortuna de conocerlo no necesitamos de muchas explicaciones. En el inhóspito galpón de la Carretera Amarilla disfrutamos de su sentido del humor, de su generosidad, de su peculiar manera de entender el periodismo y la vida (que en él, al igual que en otros maestros, se confundían). Quien tuvo la fortuna de conocer a Pepe Guzmán no necesita de muchas explicaciones, pero quienes sólo saben de él por las referencias cariñosas que estos días han dejado en las redes Juan Holgado, Lola Domínguez o Marta Carrasco, merecen disfrutar de algunas de sus líneas, de un sencillo párrafo de aquellos irrepetibles artículos de quien se bautizó como “mediocolumnista” y sabía acuñar (o destilar o cazar al vuelo) expresiones y giros desternillantes, algunos de los cuales, en boca de quienes tuvimos la fortuna de conocerlo, han sobrevivido hasta nuestros días (¿qué mejor homenaje?).

Pepe Guzmán nos dejó hace ya bastantes años, pero su memoria sigue viva en la generación de periodistas (la última generación que usó tipómetro) que se forjó en las trincheras del Nueva Andalucía y El Correo de Andalucía, donde derrochó paciencia con la pandilla de pipiolos que andábamos trasteando por la redacción con aires de Lou Grant o Billie Newman.

Gracias a la cariñosa antología (“Coser y cantar”, RD Editores) que su buen amigo Paco Gil Chaparro publicó hace algunos años he podido rescatar una perla (intemporal, oportuna y hasta premonitoria) de aquellas que Pepe compartía con nosotros… cuando le daba la gana (porque Pepe sólo escribía cuando le daba la gana).

LA VIDA ES CORTA

Anda el corral como si un mesías con plumas no controlado por Hacienda hubiese levantado el espolón para desencadenar sobre las cabezas de los padres de la patria una tormenta de bacalao con tomate de no te limpies y chupa seguidito, colega, que la vida no es solamente bella sino más bien corta.
Después, se quejan. Resulta que el que no anda pringado en una cosa anda pringado en otra, hasta puede que geográficamente más lejana pero igual de guarretona la muy casquivana. No nos da la gana de preguntarnos a dónde iremos a parar porque ya lo sabemos.
Cuando no se trata de cohecho se trata de prevaricación, de extorsión, desfalco, robo a pecho descubierto, irrupción en la despensa o en la intimidad del cielo de la boca, timo colectivo y otras figuras terroríficas en maniquí de escaparate con las que hasta el diccionario se lleva un respingo cuando abre sus páginas para dejarse, sin resistencia, violar, ya que oponerse sería tan inútil como hablarle a la preciosa abuela Chita en otro idioma que no sea el inglés.
Bien se comprende ahora el por qué de tanta fogosidad en pillar un escaño, un Ministerio o una concejalía de villorrio abandonado para ello incluso un rato en el campo con la familia, y todo ese entusiasmo para que al pueblo no le falte el premio de los finales de nuestra secular tira de cupones, encarnación de la auténtica furia española.
Uno también es enemigo de generalizar, pero, coño, es que de los 25.000 políticos en activo que tenemos en este país ya son 24.580 los que andan con las manos entre pringues. Si ello es malo, peor resulta la frivolidad con que piensan seguir en el machito como perfecta imitación del cabo que solicitaba, mediante papel timbrado, su octavo reenganche en el Ejército, que decía: << Y deseando continuar en la gloriosa carrera de las Armas…>>
Salud y fuerza en el palodú.

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PEriódico Machado

Esta era la parte más suculenta de mi doble página machadiana, con la que me sentí orgulloso aquel 12 de abril de 1983.

Como por entonces no tenía coche ni carnet de conducir (ni un duro), a Baeza me llevó mi padre, convertido, como otros tantos domingos, en solícito conductor de un cuasi-periodista. Con mi flamante Yashica FX-3, diecinueve años y una novia entregada a la poesía, el 10 de abril de 1983 me planté en el homenaje nacional a Antonio Machado, a pesar de que el fiscal Jesús Vicente Chamorro, artífice del encuentro y fundador de Justicia Democrática en plena dictadura, me había confesado por teléfono que le parecía “demasiado joven” para cubrir con rigor un acto de tamaña  trascendencia.

En verdad el homenaje se convocó un 20 de febrero de 1966 pero las autoridades franquistas lo prohibieron y expedientaron a Chamorro por su atrevimiento. El fiscal mantuvo escondido en su casa, durante 17 largos años, el enorme busto de bronce del poeta que, al fin, iba a colocarse en un fanal de hormigón, mirando a la sierra de Cazorla, no muy lejos del instituto donde Machado impartiera clases de francés.

Homenaje a Machado - Montero CIRCULO

Buscando en la red documentación sobre aquella jornada festiva me he encontrado con este regalo: una foto del homenaje de 1983 en la que me he reconocido entre la multitud. A mi novia no la veo 😦

Más de 5.000 personas tomaron Baeza aquella mañana de primavera, soleada y alegre. Y a pesar de las reticencias de Chamorro, yo cubrí, sin que nadie me lo encargara, aquel homenaje capitaneado por Paco Rabal y Rafael Alberti. Con ellos me coloqué en la cabeza de la improvisada peregrinación laica que iba recorriendo todos los hitos machadianos, recitando, en cada uno de ellos, algún poema del ilustre profesor. Y a cada verso encendido yo disparaba mi cámara y miraba a mi novia (o al contrario, ya no me acuerdo bien).

El lunes, de vuelta a la redacción del vespertino Nueva Andalucía, me ofrecí para componer una doble página a la altura del acontecimiento que había tenido la suerte de vivir. En un periódico dirigido por un escritor de buen corazón (Javier Smith) y una teresiana progresista (Carmen Yanes) no era difícil que a un pipiolo  que llevaba de ayudante de redacción unos meses le aprobaran una doble página donde todo (texto, fotos y maqueta) quedaba bajo su responsabilidad.

El reportaje, a doble página, se publicó el martes y cuando, a pie de rotativa, estaba disfrutando de su lectura, hinchado como un pez globo, alguien tocó mi hombro y con voz ronca me preguntó: “¿Es usted comunista?”. El consejero delegado de la empresa editora del diario, Antonio Uceda, me miraba fijamente, con cara de pocos amigos, esperando una respuesta. “Noooooo”, debí contestar con la vocecilla atiplada característica de un pez globo cuando se desinfla a marchas forzadas. Entonces, apretó: “¿Por qué ha puesto usted en el reportaje la foto de Paco Rabal con el puño en alto?”. Tiré de erudición, hice la finta y logré escabullirme cuando ya me veía recogiendo el finiquito: “La hice justo en el momento en que Paco Rabal recitaba <Los olivos>, ya sabe usted, ese poema que dice: <… de los que muestran el puño / al destino / los benditos labradores…>”.

Paco Rabal

Así de revolucionario fotografié a Paco Rabal para plantarlo en las páginas centrales de un diario del Arzobispado. El atrevimiento del becario.

Quizá porque era de Palma del Río, y los labradores no debían resultarle ajenos, o porque el adjetivo “benditos” inspiraba cierta confianza en una empresa propiedad del Arzobispado de Sevilla, el caso es que Antonio Uceda, el temible consejero delegado, soltó a su presa, y el pez globo, convertido ya en un tembloroso chanquete, se escurrió por los talleres hasta alcanzar su Vespa 150 con la que logró escapar, sano y salvo, de aquellas viejas naves del polígono de la Carretera Amarilla.

Desde entonces desconfío de la gente a la que no le gusta la poesía, a la que no le conmueve un verso. O, dicho de otra manera, tiendo a juntarme con personas que encuentran en la poesía consuelo, futuro y alegría.

Hoy, celebrando el Día Mundial de la Poesía, y también la primavera, me lo ha dicho un amigo: “Si me tienen que operar de algo quisiera que el cirujano fuera un lector de poesía, un buen cirujano pero, además, amante de la poesía”. Y yo le alabo el gusto porque, ¿quién si no va a entender, de verdad, qué es lo que hay aquí dentro y cómo es posible que funcione?

P.D.: De casi todo hace ya treinta años…

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Un 3 de diciembre de 1981 el Consejo de la CEE (la actual Unión Europea) aprobaba el «Convenio relativo a la conservación de la vida silvestre y el medio natural de Europa». Es decir, el Convenio de Berna. Ese mismo jueves el diario El País revelaba un sospechoso «silencio oficial sobre una importación ilegal de 40.000 litros de herbicida tóxico». Y La Vanguardia anunciaba en su primera página que en Barcelona «no habrá restricciones de agua». Pues bien, ese mismo día, el 3 de diciembre de 1981, hace ya la friolera de más de 29 años, el que esto suscribe firmaba su primer reportaje de medio ambiente en el diario Nueva Andalucía. En aquel vespertino, de mancheta verde y sepia, con redacción central en Sevilla y perteneciente al grupo de El Correo de Andalucía, andaba yo por entonces estrenándome como colaborador (17 añitos, alumno de 1º de Periodismo en la remota –no existía el AVE– Complutense).

Aquel reportaje, a doble página central, se tituló «Brazo del Este, ejemplo de manipulación humana», y en él denunciaba, de la mano de Andalus (la asociación ecologista más activa de la época en tierras sevillanas), los intentos por desecar uno de los brazos más valiosos del Guadalquivir ante la pasividad del ICONA (tan valioso que fue declarado Paraje Natural en 1989).

Aunque en aquellos meses escribí de todo (y cuando digo de todo me refiero a eso mismo, a todo), desde aquel lejano 3 de diciembre de 1981 dejé claro que lo que yo quería escribir, que lo que a mí me gustaba escribir, que el motivo por el que quería ser periodista era… eso. ¿El qué? Pues, eso. Pero, ¿cómo llamarlo? ¿Medio Ambiente? Casi nadie en un periódico usaba esa expresión. ¿Naturaleza? Sí, pero eran más cosas además de espacios y especies. ¿Entorno? Bueno, podría valer aunque era confuso y difuso.

Yo entonces no lo sabía pero acababa de convertirme en periodista ambiental. Y tampoco sabía si había más como yo y si eso era bueno o malo para mi “carrera” (esto me recuerda a “La invasión de los ladrones de cuerpos”, una película de ciencia ficción, serie-B-años-cincuenta, que a mí me fascinaba de pequeño). O sea, acababa de convertirme en un marciano dentro de la redacción de Nueva Andalucía. Por ejemplo, cuando propuse hacer un reportaje «sobre la malvasía», mi director me dijo, con cara de suficiencia, que ese vino no se producía en Andalucía sino en las islas Canarias. Cuando me marché hasta Hornachuelos (Córdoba), combinando un tren de cercanías y la caja de un camión que había transportado cochinos, el alcalde me dijo que «era imposible, además de muy peligroso», visitar el «cementerio atómico de El Cabril» y que me conformara con fotografiar las pintadas de protesta que salpicaban el pueblo. Y cuando sugerí hacer un balance de la basura que se producía, la luz eléctrica (así se decía entonces) que se consumía y el agua que se gastaba en la Feria de Abril, me afearon la propuesta porque era «muy poco periodístico medir la celebración más importante de la ciudad usando tres elementos tan estrambóticos y reduccionistas». Y uso comillas porque tengo buena memoria.

Después, poco después (verano de 1982), alcancé la categoría de becario e inmediatamente la de auxiliar de redacción. Y al fin llegué a redactor (aunque fuera de facto, porque el contrato, y sobre todo el sueldo, decían otra cosa). Tenía 19 años y una Vespa blanca; ya escribía en El Correo de Andalucía y había conseguido poner en marcha una página semanal de medio ambiente, «Página verde», que estuve firmando hasta 1985, cuando me marché del periódico a seguir haciendo periodismo ambiental en otros escenario. Precisamente, en ese mismo año, 1985, organicé las I Jornadas Nacionales sobre Comunicación y Medio Ambiente, que inauguraron Luis Racionero y Tono Valverde en Granada y a las que asistieron una treintena de periodistas de toda España.

Y todo esto me viene a la memoria justamente hoy, 17 de abril de 2011, cuando han pasado más de 29 años de aquel 3 de diciembre de 1981 porque, al margen de las diferentes concepciones del oficio y el colectivo que puede tener cada uno de sus miembros, hay que celebrar, todos los días, la existencia de APIA (Asociación de Periodistas de Información Ambiental). Hay que celebrar, todos los días, el lugar que nuestro periodismo, el periodismo ambiental, ocupa hoy en los medios de comunicación. Hay que celebrar, todos los días, la generosidad con la que muchos y muchas periodistas han trabajado a lo largo de muchos años para dignificar este oficio. Hay que celebrar, todos los días, que el periodismo ambiental no sea sólo un periodismo de grandes medios nacionales, un periodismo de élite, un periodismo centrípeto, sino que sea un periodismo que también se ha hecho fuerte en lo local y en lo autonómico, que se ha hecho fuerte en la calle, en lo cotidiano, y que habla todas las lenguas del Estado. Hay que celebrar, en definitiva, que se haya convertido, a pesar de algunas resistencias, en un periodismo centrífugo, biodiverso y de geometría variable.

Y que conste que ninguna de estas celebraciones es una exaltación del conformismo y la inacción. A mi lo fácil siempre me ha aburrido.

En estos días dos listas de candidatos/as (amigos/as de largo recorrido, la mayoría) estamos compitiendo, en buena lid, por ocupar la Junta Directiva de APIA. Y nada hay más estimulante, en estos tiempos de crisis, que ver a una asociación movilizarse así. Hay ganas de debatir, ganas de hacer asociación, ganas de despejar el futuro. Y yo, que me he sumado con entusiasmo a una de las listas, ando por este océano electrónico celebrando y haciendo memoria (a partes iguales). Porque nuestro futuro, el de todos/as los/as periodistas ambientales, se soporta sobre nuestra memoria, sobre nuestra historia. Sobre el trabajo de los marcianos que hacíamos periodismo ambiental, sin saberlo, a comienzos de los ochenta, y los que lo hicieron en los setenta, y en los sesenta… y aún antes. Aquellos que no podían, que no podíamos, presumir de “trayectoria profesional” porque el periodismo ambiental no tenía “trayectoria profesional” (ni siquiera «trayectoria», a secas). Sólo podíamos presumir de compromiso y solidaridad, porque eso es lo que nos había llevado a defender lo que casi nadie defendía entonces, a pesar de ser un bien común. Y esos, el compromiso y la solidaridad, deben seguir siendo hoy nuestros principales activos. No nos distraigamos con otras milongas; ni con localismos catetos, ni con egos talla XXL, ni con fuegos artificiales, ni con ínfulas de prima donna, ni con el secreto de la pureza inmaculada, ni con la fórmula del movimiento perpetuo, ni con adeudos de patio de vecinos. Con el compromiso y la solidaridad es con lo único que ganamos todos/as. Seguro. Esto no es una guerra. Y si lo es… no contéis conmigo, yo ya me había declarado objetor de conciencia en aquel lejano1981.

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