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Desde el escenario, cuando dos mil personas te contemplan en silencio, el Liceu impresiona, pero hay cosas más impresionantes…

Como me crié entre las bambalinas del Teatro Góngora esa tramoya en penumbra, desde la que, sin arriesgar, se atisban los focos y el murmullo del público, me resulta un espacio cálido y familiar. Otra cosa distinta es saltar al escenario y verse expuesto a focos y a público. Sentir la descarga de adrenalina que antecede a las grandes ocasiones, esas en las que se mezclan el miedo y la felicidad. El reloj se espesa, el sonido se va acolchando y tres zancadas después se hace el silencio, un silencio que no conviene romper de manera atropellada, un silencio que hay que disfrutar.

El Gran Teatre del Liceu impresiona. Impresiona desde el patio de butacas así es que imaginaros lo que es subir al escenario, plantarse, en soledad y sin la barrera de confianza de un atril, ante más de 2.000 personas y disfrutar de esos dos o tres segundos de silencio antes de decir lo que uno ha venido a decir, lo que, quizá, nadie haya dicho antes en ese escenario.

Junto a mí, dándome el calor imprescindible, una representación de los muchos profesionales que hacen posible «Tierra y Mar» (Esther, Nuria, Susana, Abraham, Sol…) y el propio director general de la Radio Televisión de Andalucía (RTVA), Juan Manuel Mellado, ocupando, por voluntad propia, un discreto segundo plano que le honra.

«Impresiona el Liceu. Impresiona mucho, pero os aseguro que impresiona más una levantá de atunes rojos en una almadraba de Cádiz, o un amanecer en el Cerro de los Ánsares, en el corazón de Doñana; y aún impresionando más, allí no llegan los focos, allí casi nunca llegan las cámaras y nunca llegan los aplausos. Ese es nuestro escenario natural, esa es la redacción de Tierra y Mar, esos son los rincones a los que acudimos todas las semanas buscando historias sencillas, de gente discreta, que nos habla de una Andalucía que trabaja y que innova «. Después de disfrutar ese par de segundos de silencio sobrecogedor, así comenzaron mis palabras de agradecimiento en el Gran Teatre del Liceu la noche del 14 de noviembre de 2019, cuando recogí el Premio ONDAS otorgado al programa «Tierra y Mar» (Canal Sur Televisión), el primer ONDAS en la historia de la televisión pública andaluza (nacida en 1989) concedido a un programa informativo de producción propia, el primero en la historia de los premios ONDAS otorgado a un programa informativo dedicado al sector primario y al periodismo ambiental.

Hablando con acento andaluz en donde no siempre se aprecia el acento andaluz.

Andalucía en el corazón de Cataluña. Barbate en Barcelona. Doñana en Las Ramblas. Atunes rojos en el Liceu. Las historias sencillas de la gente del sur ocupando butaca junto a David Broncano, Carlos Herrera, Rosalía, Jordi Évole, Candela Peña, Rosa María Calaf, Pepa Bueno, Carlos Alsina o Andreu Buenafuente.

En el escenario del Liceu hubo espacio, aquella noche, para un periodismo amable (que no complaciente), un periodismo austero (por obligación y también por convicción), un periodismo con acento andaluz en donde no siempre se aprecia el acento andaluz.

Si no existiera la Radio Televisión de Andalucía, ¿quién nos otorgaría la posibilidad de hacernos visibles en el torbellino de las grandes cadenas nacionales e internacionales? ¿Quién se ocuparía de los grandes titulares pero también se acercaría a las pequeñas historias? ¿Quién sabría interpretar las claves de la cultura andaluza, sus señas de identidad? ¿Quiénes serían los traductores, a escala doméstica, de los grandes desafíos -pandemia, cambio climático, inmigración, crisis económica, política europea…-? ¿Qué televisión en España mantiene en antena un informativo del sector primario desde hace más de 30 años, y un informativo de medio ambiente desde 1998? ¿Quién saca el acento andaluz de las comedias para colocarlo en los informativos? ¿Quién habla del sur?

Es cierto que todas estas virtudes no siempre se expresan con la luminosidad necesaria, y hay sombras que hacen muy difícil el ejercicio de un periodismo digno y riguroso. Resulta triste comprobar, en nuestro día a día, cómo muchas personas se sorprenden al ver el resultado de nuestro trabajo y nos confiesan que no se esperaban el cuidado, el conocimiento, la ecuanimidad, la empatía… con que nos hemos acercado a una realidad compleja para intentar explicarla de manera honesta. Llamar «periodismo» a lo que sólo es desconcierto y bulla, a la información que se construye con artificio, morbo, suposiciones y espectáculo, es ensuciar esta profesión y confundir a los ciudadanos hasta convencerlos de nuestra intrascendencia, de nuestra inutilidad.

La situación de la Radio Televisión de Andalucía es ciertamente compleja, muy delicada. Pero bajo el oleaje y el ruido, con demasiada frecuencia interesados, hay un territorio discreto en donde trabajan muchos profesionales honestos, responsables y conciliadores; profesionales ajenos a otros intereses que no sean los del servicio público y preocupados, muy preocupados, por el manoseo político y los recortes, injustos, que sólo nos conducen al precipicio.

Antes que juzgar el periodismo busca entender, y para eso requiere reposo, conocimiento, contención y rigor. Se nos olvida que informar, in-formar, es dar forma y, por tanto, explicar, interpretar, y en ese esfuerzo hay que acercarse a los ciudadanos con calma y empatía. Y escuchar. Por eso necesitamos una mirada profesional abierta, democrática y conciliadora.

No tuve que contarlo en ningún sitio ajeno a mi propia empresa, a la que, por cierto, llegué superando una oposición libre en 1989, porque el texto donde tuve oportunidad de explicar mi manera de entender este trabajo, el trabajo de un periodista ambiental en una televisión pública, me lo pidieron los compañeros de nuestra página web con motivo de la concesión del ONDAS. Quiero creer que en ese texto muestro, con sinceridad, cómo entiendo yo el periodismo; cuál es, a mi juicio, el sentido de una televisión pública; por qué perdemos credibilidad ante nuestros espectadores; qué valor tiene el trabajo en equipo. Así es como miro a Andalucía desde mi oficio. Así es como defiendo lo que, siendo obvio, tenemos que seguir defendiendo todos los días, y ahora más que nunca (1).

Me pude permitir hablar de atunes en el Liceu porque la televisión andaluza, una televisión pública, atiende, más allá de los grandes titulares, a lo que ocurre en una almadraba de Barbate, en una pequeña cofradía de pescadores, en la diminuta embarcación de un arráez. Mirar, escuchar y contar, explicar lo que ocurre cerca, muy cerca, tan cerca que a veces no podemos distinguirlo de lo que somos nosotros mismos. Identidad sin soberbia. Una identidad que tiene que ver con el asombro y no con el horror; con el respeto y no con la imposición; con la convivencia y no con el egoísmo. Nuestra identidad, la de Andalucía, la del Periodismo.

(1) Nota al pie: El pasado jueves, 3 de diciembre, creí necesario volver a explicarme, esta vez en las redes sociales, porque la situación de la RTVA origina no pocas confusiones en la opinión pública y algún que otro malentendido entre compañeros. Hoy, dos días después, los tuits que remiten a aquel artículo que escribí en la web de Canal Sur suman más de 31.000 impresiones y, lo que para mí es mucho más importante, han servido para que muchos colegas de profesión, científicos, ambientalistas, ONGs, educadores, universidades, medios de comunicación… enriquezcan con sus propias reflexiones este debate. Seguro que me olvido de alguien, pero hasta este momento, y entre otros, han señalado estos mensajes, y en algunos casos se han sumado a este diálogo virtual en torno a los principios del buen periodismo en una televisión pública, Javier Valenzuela (Asociación de Periodistas de Información Ambiental APIA), Nuria Castaño (periodista), Nino Sanz (biólogo), María García (APIA), Carlos González Vallecillo (biólogo y comunicador), Toni Calvo (Asociación Española de Comunicación Científica AECC), Isabel Morillo (El Confidencial), José Sierra (periodista), Regenera Hub, WWF, María Antonia Castro (APIA), Félix Tena (À Punt), Jesús Soria (SER Consumidores), Isabel Gómez (RTVA), Red Ecofeminista, Elia Valladares (RTVA), Pilar Marín (Oceana), Sostenibilidad a Medida, Juanjo Amate (ambientólogo), Pilar Ortega (RTVA), El blog de la lincesa, José Manuel García (periodista), David F. Caldera (Diputación de Granada), Raúl de Tapia (Fundación Tormes), Joaquín Tintoré (CSIC), Clara Aurrecoechea (RTVA), María José Montesinos (RNE Aragón), Medio Ambiente y Ciencia CYTlab, Roberto Ruiz Robles(Instituto Superior del Medio Ambiente), Álex Fernández Muerza (Universidad de País Vasco), Rafa Ruiz (El Asombrario), Life Invasaqua, AMA KD301 (Agente de Medio Ambiente), Dani Rodrigo (Universidad de Sevilla), Hombre y Territorio, César Javier Palacios (periodista 20 Minutos), Life Watercool, Rosa M. Tristán  (Laboratorio para Sapiens), Arturo Larena (EfeVerde), Plataforma en Defensa de la RTVA, Vega Asensio (ilustradora científica), Pepelu Ramos (RTVA), Carlos Centeno (Universidad de Granada), Asociación de Periodistas de Información Ambiental (APIA), Ángel Torcuato (ADM), Asociación Naturalista de Yuncos, Agencia Nodos, Luis Guijarro (APIA), Antonio Rivero (Grayling España), Fidel del Campo (RTVA), Agrupación de Trabajadores de Canal Sur, Joaquín Araujo (escritor y naturalista), Maite Mercado (Universidad CEU y Diario Levante), Rosa Llacer (Descubre Comunicación), Ignacio Bayo (Divulga), Alejandro Caballero (Informe Semanal TVE), Diego Muñoz, Esther Lazo (RTVA), Juan Armenteros (RTVA), Bienvenido León (Universidad de Navarra), José Antonio Montero (Revista Quercus), Fernando Valladares (CSIC), Miguel Ángel Ruiz (La Verdad, Murcia), Guillermo Prudencio (WWF), Eva Rodríguez (Agencia SINC), Región de Murcia Limpia, José Luis Gallego (naturalista y escritor, Onda Cero), Pau Ivars (periodista), Eva González (Europa Press), Mónica Salomone (periodista de ciencia), Jesús Soria (SER Consumidor), Feria de la Ciencia, Greenteam Spain, EcoInfluencer, Astrid Vargas (Commonland), CDOverde (Creadores de Opinión Verdes, EfeVerde), Gemma Teso (Universidad Complutense), Antonio Cerrillo (La Vanguardia), Benigno Varillas (periodista y naturalista), Piluca Nuñez (Asociación Empresarial Eólica), Centro de Estudios de Ciencia, Comunicación y Sociedad (Universidad Pompeu Fabra), Josechu Ferreras (Argos y Feria de la Ciencia), Carmen Lumbierres (politóloga), Pepe Verón (SER Aragon, Universidad San Jorge), César Colunga (Universidad Autónoma de Querétaro), Cristina Monge (politóloga, ECODES), Óscar Menéndez (Explora Proyectos), Rosa M. Cantón (ambientóloga), Cristina Mata Estacio (Universidad Autónoma de Madrid), Vicent Devís (À Punt), Victoria Mendizábal (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina), Pepe Damián Ruiz (Universidad de Málaga), Jorge Velarde (biólogo), Gerardo Pedrós (Universidad de Córdoba), Carmen Elías (RTVA), Judit Alonso (DW Español), María José Gómez-Biedma (RTVA), Marta Villar (CEU San Pablo Madrid), Jorge Velarde (biólogo), Paco García (SECEM), Rosa Pradas (APIA), Juan Matutano (educador ambiental), Jose M. López de Cózar (APIA), Leo Zurita (realizadora), Mangas Verdes Radio, Teresa Palacio (periodista), José Carlos Guerrero (Universidad de la República, Uruguay), Álvaro Rodríguez( Climate Reality Spain), Alfredo Batlencia (Verdemar), Izan Guerrero (periodista), Mar Verdejo (paisajista), Juan María Calvo (periodista), Facultad de Comunicación (Universidad San Jorge), Sita Méndez (AECC), Rubén Casas (wildlife filmmaker), Araceli Caballero (periodista), José A. García (Universidad Miguel Hernández), Maria Josep Picó (Universitat Jaume I), Alejandro Guelfo (Mis Peces), Geoparque de Sobrarbe, Manuel Colón (Universidad de Cádiz), Mercedes de Pablos (periodista), Teresa Cruz (Fundación Descubre), María Ruiz (RTVA), Belén Torres (RTVA), Héctor Márquez (periodista, Aula Savia), Felipe Molina (biólogo y ganadero)… y la lista sigue creciendo.

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Redacción Informativos Canal Sur Televisión

El mundo está allí afuera, despertándose, y nosotros, aquí dentro, medio dormidos, tratamos de contarlo sin traicionarnos y sin dejar el corazón en la taquilla. Así comenzaba el 19 de agosto en la redacción de Informativos de Canal Sur Televisión (Foto: José Mª Montero)

No sé si todas las personas que se sientan delante de un televisor a ver un informativo, pongamos por ejemplo el Noticias 1 de Canal Sur Televisión, aprecian que, además de otros muchos elementos, esa amalgama de imágenes y sonidos, con los que tratamos de reflejar un trocito del mundo que nos rodea, está teñida por las emociones de las (muchas) personas que hacen ese trabajo.

Es relativamente fácil reparar (aunque no conozcamos sus infinitos detalles) en la sofisticada tecnología que hace posible el milagro de esa ventana que nos asoma al mundo pulsando un sencillo botón; lamentar el olvido de alguna noticia que juzgamos trascendente o el abuso de esas otras cuestiones que creemos irrelevantes y hasta ridículas; celebrar la elegante disposición del decorado, los rizos de la presentadora, la barba del presentador, o, por el contrario, abochornarnos por un error en la dicción, por una tos inoportuna, por un titubeo, por una corbata de estampado cañí, por un peinado demodé, por un rótulo al que le faltan letras o por una confusión a la hora de dar paso a una noticia que nada tiene que ver con lo anunciado.

Visto así, sin mayores consideraciones, todo es como un simple teatrillo donde, con voz más o menos neutra, unos perfectos desconocidos nos van contando una historia que a veces tiene que ver con nuestra propia historia y otras suena a algo lejano, confuso y ajeno. Pero resulta, y eso no se ve y raras veces se cuenta, que a la persona que, por ejemplo hoy mismo, se sienta delante de un ordenador a tratar de contar que decenas de refugiados han aparecido muertos, asfixiados en el interior de un camión, se le hace un nudo en la garganta; que quien tiene que grabar el enésimo cadáver de un inmigrante que desembarca en un puerto andaluz dentro de un saco negro trata de mirar, por el objetivo de la cámara, sin querer ver lo que resulta insoportable ver; que quien, perfectamente maquillad@, relata el desahucio, el crimen, el bombardeo, la hambruna, el accidente o el funeral, tiene, debajo del perfecto maquillaje, piel y corazón, y en los dos siente escalofríos, como el resto de sus compañer@s, los que no están maquillad@s.

En la redacción todo transcurre a un ritmo frenético, intenso y áspero en el que, aparentemente, no caben los sentimientos o, mejor dicho, donde los sentimientos, aparentemente, podrían resultar un estorbo. Pero resulta que este trabajo maravilloso, por el que recibimos tantas críticas injustas y cuya dignidad se empeñan en dinamitar algunos políticos y financieros (entre otros agentes de la autoridad), lo hacen personas que saben, como casi todas las personas, lo que es el dolor y la alegría; personas que se abrazan en los malos momentos y que se parten de risa cuando la ocurrencia ha sido oportuna e inesperada. Personas que se enamoran, que tienen hijos, que cuidan de sus padres ancianos, que se desenamoran, que enferman, que sufren con los amigos que están sin trabajo, que padecen la soledad o el abandono, que cantan cuando se pasan de copas, que pierden a la gente que más quieren, que bailan en todas las fiestas, que lloran, que suspiran, que acarician, que sienten dolor, que comparten, que se guiñan un ojo al cruzarse en un pasillo, que se cabrean, que gritan y luego se arrepienten, que llegan al amanecer y aunque es el mismo todos los días disfrutan de él como si fuera único, que se marchan de noche cerrada y agotados, que silban, que susurran, que regalan, que piden perdón, que dan las gracias, que celebran, que besan… Y todo eso, y muchas cosas más, tiñe las noticias, queramos o no, las colorea o las empaña, las hace humanas.

Y todo eso, que es en definitiva lo que quería contaros esta noche, lo hace gente vulgar y corriente, humanos con corazón que a veces aciertan y otras se equivocan. Ese es el verdadero corazón de la tele, el que no se ve pero lo empapa todo…

PD: Claro que hay fantasmas, mamarrachos y gente sin corazón, como en todas las ocupaciones, pero son minoría y su presencia hay que vivirla como un estímulo, incómodo pero inevitable. Aunque transiten por el lado oscuro, también son parte de esta historia sentimental y, a su manera, nos ayudan a ser mejores.

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noloseSoy periodista y, sin embargo, sobre multitud de cuestiones no tengo ni la más remota idea. Este contrasentido, con el que convivo desde hace décadas, no suelo confesarlo por pura vergüenza. Tened en cuenta que pertenezco a un oficio en donde la omnisciencia forma parte de los atributos básicos: las redacciones de periódicos, radios y televisiones están repletas de sabios capaces de resolver, sin despeinarse, cualquier tipo de enigma, problema o coyuntura. Y si hablamos de redes sociales… ni os cuento, ese territorio sí que está repleto de listos, gurús e influencer que se atreven a pontificar con la ridícula y soberbia rotundidad que sólo habita en los ignorantes.

He llegado a pensar que, en realidad, se trata de una virulenta enfermedad profesional. Un patógeno capaz de contagiar, en algunos casos, a otros profesionales que frecuentan nuestros territorios. Es la única explicación a la ilimitada solvencia intelectual con la que se manejan tertulianos y columnistas, sean del oficio que sean, en el momento en que adquieren dicha condición. Hoy abordan con soltura la crisis de Siria, mañana encuentran la solución al cambio climático, durante el fin de semana nos sitúan el bosón de Higgs en su justo contexto y el lunes desbrozan las claves de los mercados de renta fija en un tono claramente pedagógico.

Me coloco en el lugar adecuado. Los focos se encienden. El operador de cámara ajusta el plano y desde el control me piden que hable para ajustar el sonido. Faltan segundos para salir al aire y, una vez más, sufro ese vértigo que produce (que a algunos nos produce, quiero decir), exponer nuestros conocimientos a grandes audiencias temiendo que no aprecien el grado justo de error que puede ocultarse en nuestro discurso. ¿Creerán a pie juntillas todo lo que decimos? ¿Sabrán distinguir información de opinión? ¿Sabremos distinguirla nosotros? ¿Seremos su única fuente de información o sólo una referencia que luego enriquecerán con otros puntos de vista? ¿Estoy hablando a mis iguales o caeré en la trampa ególatra de impartir doctrina? Este, a unos segundos de salir al aire, es el peor momento para que aparezcan estas prevenciones, pero…

Lo malo del conocimiento es que lleva, inexorablemente, a la opinión, y esta nos conduce, querámoslo o no, al juicio. Y eso es muy cansado. Agotador. Uno está más o menos acostumbrado a establecer juicios caseros, de poca monta y escasa trascendencia, como éste que ando tejiendo en mi blog (seamos sinceros), pero de ahí a emitir juicios universales urbi et orbe… hay un trecho.

En la mente del experto no cabe un alfiler. No hay sitio para la sorpresa ni para el atrevimiento. Todo está perfectamente dispuesto en una amalgama de neuronas bien repletas de conocimientos, opiniones y juicios. O, lo que es peor, de prejuicios, hábitos y miedos.

La gran naturalista Rachel Carson, a la que ya he citado en este blog, no dejaba de reivindicar la manera en que los niños se enfrentan al mundo, con esa mente de principiantes en la que todo es posible porque el conocimiento aún no ha hecho de las suyas:

“El mundo de un niño es fresco, nuevo y bello, está lleno de sorpresa y excitación. Por desgracia, para la mayoría de nosotros, esta visión clara, el instinto verdadero de lo que es bello y emocionante, se empaña o incluso de pierde al llegar a la edad adulta. Si pudiera influir en el hada madrina buena que supone vela por todos los niños, le pediría el regalo de que el sentido de lo maravilloso de todos los niños del mundo fuese tan indestructible que durase toda la vida”.

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Solo sé… que no sé nada

Lo que sabemos con certeza de este gran universo cambiante es muy limitado.

Jack Kornfield, un psicólogo norteamericano que ha estudiado a fondo las claves de la psicología budista y los beneficios de la meditación, cita, a propósito de esta evidencia sobre la ignorancia (o sobre nuestros limitados conocimientos), las enseñanzas de Seung Sahn, un maestro zen coreano que señala la importancia de valorar la mente del “no sé”. A sus alumnos les invita a preguntarse: “¿Qué es el amor? ¿Qué es la conciencia? ¿De dónde viene tu vida? ¿Qué ocurrirá mañana?”. Cada vez que un estudiante le responde: “no lo sé”, Seung Sahn replica: “Bien, mantén esta mente del <no sé>. Es una mente abierta, una mente clara”.

“Piensa cómo sería que te observases a ti mismo, a una determinada situación o a las otras personas, con esa mente del <no sé>. No sé. Sin certezas. Sin opiniones fijas. Permítete desear entender de nuevo. Observa con la mente que no sabe, con apertura (…). Practica el estar en la mente <no sé> hasta que te sientas cómodo descansando en ella, hasta que lo logres al máximo y puedas reírte y decir: <No sé>”.

(El camino del corazón, Jack Kornfield)

 

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En otros sitios no se, pero aquí se hace Periodismo…

Hoy los buitres de siempre revolotean sobre mi empresa, la RTVA, la televisión pública de Andalucía. Disfrazan su apetito, como siempre, con esa cantinela demagógica de la austeridad y el derroche (y viceversa), pero, en realidad, lo que persiguen es que esta casa muera, o la maten, para hacer negocio (como siempre). Algunos incautos, y otros con buena fe, los leeran (o los escucharán) y terminarán convencidos de que son firmes defensores del bien público y la honestidad, sin saber que lo que buscan es hacer caja. Sin más. Como siempre.
No seré yo quien defienda lo indefendible. No me preguntéis por aquellas decisiones que exceden las responsabilidades de los que no ocupamos un cargo directivo. Yo soy periodista y, por eso, después de haber pasado por muchos medios, públicos y privados, y haber bregado con todo tipo de fauna, sólo puedo defender mi trabajo, y el de mi equipo, y hablar, con orgullo y sinceridad, de lo que conozco de primerísima mano.
Y desde ese orgullo, teñido de indignación, este verano, cuando tuve oportunidad de volver a la primera linea de los Informativos Diarios de Canal Sur TV (al Noticias 1, para ser exactos), escribí a propósito de la mierda en televisión. Algunos colegas (¿colegas?) deberían tomar nota… y aprender (antes de dar lecciones).

¿Cuánto de cainismo, interesado, hay en esta crisis del Periodismo?

Así lo conté en verano (y no he cambiado de parecer):
https://elgatoeneljazmin.wordpress.com/2012/09/03/mierda-en-television/

P.D.: Lamento haber utilizado la metáfora de un carroñero maravilloso cuyo trabajo es fundamental para la salud del monte mediterráneo, pero los buitres, más allá de consideraciones ecológicas, son justamente eso, una metáfora que entienden hasta los que no entienden…de animales.

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Uno no siempre hace lo que quiere /
pero tiene el derecho de no hacer /
lo que no quiere” (Hombre preso que mira a su hijo, Mario Benedetti)

Era domingo. Aquel 11 de septiembre de 1983 era domingo, y yo debía  haberme subido al rápido de medianoche con vosotros, en la estación de Plaza de Armas, en Sevilla, como siempre. Pero aquel domingo, 11 de septiembre de 1983, yo estaba en Córdoba, y mientras el rápido salía de Plaza de Armas, a ritmo de rápido, yo aún andaba sudando y vociferando en la Plaza de la Corredera. Diez años se cumplían del golpe de estado contra Allende; una década que Anguita, califa rojo, quiso conmemorar poniendo voz chilena, y uruguaya, a la amarga efeméride. Cantaban los quilapayunes que habían logrado escapar del degüello, y recitaba Benedetti, Mario Benedetti.

En la estación de Córdoba agarré el rápido y os encontré, como siempre, en la cafetería. Y me faltó tiempo para deciros que en el mismo tren, que en la misma cafetería, viajaban los quilapayunes de la Corredera, y Benedetti, porque aquel hombre maduro, de bigote cano era, sin duda, el mismísimo Benedetti. En fin, entonces teníamos veinte años, y aún creíamos en los  héroes; y queríamos escribir, y ser auténticos, y puros, y eternos, como Benedetti.

¿Cuántos tintos nos soplamos en la cafetería del rápido con los chilenos? ¿Cuántos suspiros se le escaparon a Lola, convencida de estar, por fin, cara a cara, con Benedetti? ¿Cuántas fotos nos hicimos en el andén, felices por habernos encontrado?

Amanecía en Atocha y no, no nos fuimos a la pensión de los gallegos, la de Gran Vía 15.

¿A quién se le ocurrió seguir a los chilenos hasta su casa? Una casa extraña, en un lugar imposible, en donde seguimos soplando tinto y dormitando. Allí fue donde descubrimos que Benedetti, Mario Benedetti, no venía en el tren. Allí fue donde aquel hombre maduro, de bigote cano, nos confesó, con cara de asombro, que él no era Mario Benedetti.

¿De qué era el examen? ¿Nos presentamos?

Cuando un 17 de mayo de hace tres años me desayuné con la noticia de la muerte del bueno de Benedetti, de Mario Benedetti, me acordé de aquel domingo, de aquel rápido, de aquella cafetería rodante, de aquellos chilenos y su piso imposible… En fin, me acordé de aquellos años, de aquellos veinte años, en los que queríamos escribir, y ser auténticos, y puros, y eternos, como Benedetti. Y entonces te envié esta carta que hoy rescato de mi archivo y cuelgo en mi pizarra, porque en aquel tren además del falso Benedetti también viajaban nuestras ilusiones de jóvenes periodistas. Y estas eran tan auténticas que, treinta años después, siguen intactas. Y como nos las quieren robar, y como nos quieren robar también la alegría y la dignidad, prefiero escribir para defenderme, para defendernos, porque, a pesar de todo, y de todos, es la única arma que se manejar.

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En estos cinco años, el país ha pasado por muy diversos avatares, del encanto al desencanto, del desencanto a la neura, de la neura al virgencita que nos quedemos como estamos, y de esto, por último, a la tímida, pero creciente, recuperación del activismo, al deseo de conquistar un nuevo encanto, aunque se trate esta vez de un encantamiento cauto y sabio. Han sido cinco años intensos como siglos, cinco años que el periodista medio de EL PAIS ha pasado trabajando en las noticias, pero también cinco años en los que las noticias han trabajado duramente al periodista.

A veces, el periodista medio de EL PAIS se detiene un momento en sus quehaceres, el dedo de pulsar teclas electrónicas suspendido en el aire, y mira alrededor, a esa redacción tan grande, tan lujosa y tan nueva, por la que quizá sienta una mezcla de zozobra y de secreto orgullo (…).

El periodista medio de EL PAIS tiene un cansancio de quinquenio en el cuerpo, y tiene en estos momentos más que nunca la sensación de que sacar EL PAIS cada día es toda una aventura: pero se trata de una aventura diferente, dura, difícil, trabajosa. El periodista medio de EL PAIS está viviendo ahora la crisis de los treinta, la redacción entera está pasando por tal trance: y asumir el crecimiento del país, de EL PAIS y del propio cuerpo de uno, al unísono, es tarea abrumadoramente grande. El periodista medio de EL PAIS está empezando ahora a peinar canas. Y las canas enseñan, pero duelen

«El periodista medio de EL PAIS» // Rosa Montero // Anuario El País 1982, página 347

P.D.: Maldito insomnio.

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Un 3 de diciembre de 1981 el Consejo de la CEE (la actual Unión Europea) aprobaba el «Convenio relativo a la conservación de la vida silvestre y el medio natural de Europa». Es decir, el Convenio de Berna. Ese mismo jueves el diario El País revelaba un sospechoso «silencio oficial sobre una importación ilegal de 40.000 litros de herbicida tóxico». Y La Vanguardia anunciaba en su primera página que en Barcelona «no habrá restricciones de agua». Pues bien, ese mismo día, el 3 de diciembre de 1981, hace ya la friolera de más de 29 años, el que esto suscribe firmaba su primer reportaje de medio ambiente en el diario Nueva Andalucía. En aquel vespertino, de mancheta verde y sepia, con redacción central en Sevilla y perteneciente al grupo de El Correo de Andalucía, andaba yo por entonces estrenándome como colaborador (17 añitos, alumno de 1º de Periodismo en la remota –no existía el AVE– Complutense).

Aquel reportaje, a doble página central, se tituló «Brazo del Este, ejemplo de manipulación humana», y en él denunciaba, de la mano de Andalus (la asociación ecologista más activa de la época en tierras sevillanas), los intentos por desecar uno de los brazos más valiosos del Guadalquivir ante la pasividad del ICONA (tan valioso que fue declarado Paraje Natural en 1989).

Aunque en aquellos meses escribí de todo (y cuando digo de todo me refiero a eso mismo, a todo), desde aquel lejano 3 de diciembre de 1981 dejé claro que lo que yo quería escribir, que lo que a mí me gustaba escribir, que el motivo por el que quería ser periodista era… eso. ¿El qué? Pues, eso. Pero, ¿cómo llamarlo? ¿Medio Ambiente? Casi nadie en un periódico usaba esa expresión. ¿Naturaleza? Sí, pero eran más cosas además de espacios y especies. ¿Entorno? Bueno, podría valer aunque era confuso y difuso.

Yo entonces no lo sabía pero acababa de convertirme en periodista ambiental. Y tampoco sabía si había más como yo y si eso era bueno o malo para mi “carrera” (esto me recuerda a “La invasión de los ladrones de cuerpos”, una película de ciencia ficción, serie-B-años-cincuenta, que a mí me fascinaba de pequeño). O sea, acababa de convertirme en un marciano dentro de la redacción de Nueva Andalucía. Por ejemplo, cuando propuse hacer un reportaje «sobre la malvasía», mi director me dijo, con cara de suficiencia, que ese vino no se producía en Andalucía sino en las islas Canarias. Cuando me marché hasta Hornachuelos (Córdoba), combinando un tren de cercanías y la caja de un camión que había transportado cochinos, el alcalde me dijo que «era imposible, además de muy peligroso», visitar el «cementerio atómico de El Cabril» y que me conformara con fotografiar las pintadas de protesta que salpicaban el pueblo. Y cuando sugerí hacer un balance de la basura que se producía, la luz eléctrica (así se decía entonces) que se consumía y el agua que se gastaba en la Feria de Abril, me afearon la propuesta porque era «muy poco periodístico medir la celebración más importante de la ciudad usando tres elementos tan estrambóticos y reduccionistas». Y uso comillas porque tengo buena memoria.

Después, poco después (verano de 1982), alcancé la categoría de becario e inmediatamente la de auxiliar de redacción. Y al fin llegué a redactor (aunque fuera de facto, porque el contrato, y sobre todo el sueldo, decían otra cosa). Tenía 19 años y una Vespa blanca; ya escribía en El Correo de Andalucía y había conseguido poner en marcha una página semanal de medio ambiente, «Página verde», que estuve firmando hasta 1985, cuando me marché del periódico a seguir haciendo periodismo ambiental en otros escenario. Precisamente, en ese mismo año, 1985, organicé las I Jornadas Nacionales sobre Comunicación y Medio Ambiente, que inauguraron Luis Racionero y Tono Valverde en Granada y a las que asistieron una treintena de periodistas de toda España.

Y todo esto me viene a la memoria justamente hoy, 17 de abril de 2011, cuando han pasado más de 29 años de aquel 3 de diciembre de 1981 porque, al margen de las diferentes concepciones del oficio y el colectivo que puede tener cada uno de sus miembros, hay que celebrar, todos los días, la existencia de APIA (Asociación de Periodistas de Información Ambiental). Hay que celebrar, todos los días, el lugar que nuestro periodismo, el periodismo ambiental, ocupa hoy en los medios de comunicación. Hay que celebrar, todos los días, la generosidad con la que muchos y muchas periodistas han trabajado a lo largo de muchos años para dignificar este oficio. Hay que celebrar, todos los días, que el periodismo ambiental no sea sólo un periodismo de grandes medios nacionales, un periodismo de élite, un periodismo centrípeto, sino que sea un periodismo que también se ha hecho fuerte en lo local y en lo autonómico, que se ha hecho fuerte en la calle, en lo cotidiano, y que habla todas las lenguas del Estado. Hay que celebrar, en definitiva, que se haya convertido, a pesar de algunas resistencias, en un periodismo centrífugo, biodiverso y de geometría variable.

Y que conste que ninguna de estas celebraciones es una exaltación del conformismo y la inacción. A mi lo fácil siempre me ha aburrido.

En estos días dos listas de candidatos/as (amigos/as de largo recorrido, la mayoría) estamos compitiendo, en buena lid, por ocupar la Junta Directiva de APIA. Y nada hay más estimulante, en estos tiempos de crisis, que ver a una asociación movilizarse así. Hay ganas de debatir, ganas de hacer asociación, ganas de despejar el futuro. Y yo, que me he sumado con entusiasmo a una de las listas, ando por este océano electrónico celebrando y haciendo memoria (a partes iguales). Porque nuestro futuro, el de todos/as los/as periodistas ambientales, se soporta sobre nuestra memoria, sobre nuestra historia. Sobre el trabajo de los marcianos que hacíamos periodismo ambiental, sin saberlo, a comienzos de los ochenta, y los que lo hicieron en los setenta, y en los sesenta… y aún antes. Aquellos que no podían, que no podíamos, presumir de “trayectoria profesional” porque el periodismo ambiental no tenía “trayectoria profesional” (ni siquiera «trayectoria», a secas). Sólo podíamos presumir de compromiso y solidaridad, porque eso es lo que nos había llevado a defender lo que casi nadie defendía entonces, a pesar de ser un bien común. Y esos, el compromiso y la solidaridad, deben seguir siendo hoy nuestros principales activos. No nos distraigamos con otras milongas; ni con localismos catetos, ni con egos talla XXL, ni con fuegos artificiales, ni con ínfulas de prima donna, ni con el secreto de la pureza inmaculada, ni con la fórmula del movimiento perpetuo, ni con adeudos de patio de vecinos. Con el compromiso y la solidaridad es con lo único que ganamos todos/as. Seguro. Esto no es una guerra. Y si lo es… no contéis conmigo, yo ya me había declarado objetor de conciencia en aquel lejano1981.

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Hasta el objeto más sencillo, más rústico y menos sofisticado puede convertirse, gracias a la mágica influencia de la sociedad de consumo, en un carísimo elemento de decoración, sofisticado y exclusivo. El reloj de arena (Hourglass Ikepod) del diseñador australiano Marc Newson. con el que ilustro este post, tiene un precio aproximado de 15.000 euros, aunque mide los 60 minutos para los que ha sido diseñado con la misma precisión que uno de esos viejos y baratos relojes de arena con los que nuestras abuelas calculaban los tres minutos en los que un huevo alcanza su punto justo de cocción.

Seguramente Newson y su equipo justifican el precio del Hourglass recurriendo a una serie de argumentos que, en la (i)lógica de la sociedad de consumo, deben ser intachables, pero que en la lógica de la sociedad del bienestar quizá muestren algunas grietas. Y ese abismo, el que separa la lógica del consumo de la lógica del bienestar, es el mismo que mi amiga Pruden ha advertido, con su particular ingenio, en la crisis que ahoga al periodismo (al menos al periodismo clásico, al periodismo riguroso y comprometido).

Viendo la peculiar estrategia con la que algunas grandes empresas de comunicación están enfrentando la crisis, el reloj de arena de esta historia adquiere, gracias a Pruden, la categoría de perfecta metáfora. Con el comedimiento que le es propio mi amiga asegura en un mail telegráfico pero contundente: «Hay que joderse. Vamos a la estructura laboral de un reloj de arena muy culón. Por arriba los mandamases cobrando un congo, en la cintura (cada vez más estrecha), nosotros —profesionales con experiencia y preparados–, especie en extinción; y debajo, los becarios esclavos, una franja movible y volátil, a duro la jornada, que hará ricos a los de arriba. Nos queda poco».

Si el del Newson es un reloj de arena carísimo, sofisticado y exclusivo, el que me dibuja Pruden es cínico, injusto y apocalíptico. Me quedo, sin duda, con el de mi abuela. ¿Dónde estará?

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Seguimos recopilando perlas de todólogos, en las procelosas aguas de Twitter, usando como anzuelo nuestro hashtag #perlastodologos.

Esta es la segunda recopilación de perlas. Da gusto tratar con expertos…

* «No hay sol suficiente para toda la energía que necesitamos» (un todólogo explicaba en radio las limitaciones de la energía solar). Aportación de @monteromonti

* «Ya basta de echar al mar los residuos de las centrales nucleares españolas» (untodólogo explicando, también en radio, los problemas de los residuos radiactivos). Aportación de @monteromonti

* «Prepararse para los terremotos forma parte de la cultura budista» (un todólogo, en radio, nos ilustraba sobre la componente geológica del budismo). Aportación de @monteromonti

* “España compra electricidad (nuclear) a Francia” (Una falsedad dicha por decenas de todólogos). Aportación de @pcaceres_

* “La energía que producen las renovables no se puede almacenar” (Curiosa revelación de un todólogo en radio. ¿Y la de otras fuentes de energía, sí, o no?). Aportación de @ClaraNavio y @JosechuFT

* “»Encuentran índices nucleares en la cadena alimenticia». (Da gusto oir a los expertos explicando la contaminación radiactiva de los alimentos). Aportación de @monteromonti

* “Los residuos atómicos españoles están en Francia” (Esto es peor que buscar a Wally…). Aportación de @pcaceres_

* Montserrat Domínguez en la SER matutina: ¿y esos españoles que vuelven de Japón.. esa radiactividad se contagia o qué? (Cuidado con el riesgo de epidemia). Aportación de @pcaceres_

* Vuelve un clásico: «En el último temporal los rios tiraron agua al mar, un desperdicio» (Esta vez los todólogos atacan en un diario de Málaga). Aportación de @monteromonti

* “Los campos de golf conservan el paisaje” (Es de hace un par de años, cuenta @ClaraNavio, pero me llegó al alma).

* “Desde que existe el carril-bici los peatones nos jugamos la vida” (todólogo sevillano alarmado por los mortales atropellos atribuidos a las bicicletas, ¿o eran los coches?) Aportación de @monteromonti

* “Yo de este tema confieso que no tengo ni idea, pero opino que…” (lo mejor para opinar en libertad es no tener ni idea del asunto). Otro clásico que todos hemos oído alguna vez en boca de un todólogo.

Pero la madre de todas las perlas está en boca de un todólogo de verbo fácil y dimensión planetaria. Aquí lo tenéis explicando la presencia de vapor de agua en Marte y cómo la vida en este planeta fue arrasada por un curioso cataclismo…

 

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Erika, desde la Casa de la Ciencia, propone un nuevo debate (oportuno, como todos los que viene lanzando a la red). La pregunta con la que arranca esta nueva reflexión colectiva es sencilla:

¿Deberían los científicos ser más accesibles para la sociedad?

Y Elena Lázaro, periodista en la Universidad de Córdoba, añade más interrogantes:

¿Cómo convencemos a la comunidad científica de la necesidad de comunicar sus resultados? ¿Cómo arrancamos tiempo para la divulgación de sus apretadas agendas? ¿Cómo convencerlos de que divulgar no es vulgarizar?

Y a mí este debate me recuerda un refrán uruguayo que asegura que «todas las cosas son dos cosas». Al margen de algunos problemas que se citan con frecuencia (la nula valoración de estas tareas en el curriculum del investigador, el demérito entre sus iguales, la falta de tiempo…) hay un problema de «sintonía» y otro de «sincronía». Periodistas/comunicadores y científicos no terminan de entenderse (poca sintonía), porque, en España, aún están, estamos, construyendo un territorio común, con herramientas y lenguajes de uso compartido (estamos en ello) que sean realmente operativos. Pero, sobre todo, yo advierto un problema grave de «sincronía» (y aquí están, sobre todo, las «dos cosas» que se necesitan para que una cosa funcione). ¿De qué sirve que esté surgiendo una nueva generación de científicos capaces de divulgar si cuando salen a la calle encuentran a pocos periodistas científicos y, sobre todo, los medios generalistas no cuidan esta parcela de la información? ¿De qué sirve que algunos periodistas, e incluso algunos medios, se esfuercen por atender la información científica si luego no encuentran a científicos, y centros de investigación, capaces de compartir sus conocimientos en esas condiciones (las condiciones de la «vulgarización» en el buen sentido de la palabra: ciencia para el vulgo)? Sintonía y sincronía. Todas las cosas son… dos cosas. O tres cosas, porque no hemos hablado de los receptores: ¿realmente los ciudadanos nos reclaman más y mejor información científica? Uffff, para esa pregunta habrá que plantear un nuevo debate…

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