El 30 de diciembre de 1963 se firmaba en Jerez de la Frontera (Cádiz) el acuerdo por el que un grupo de propietarios vendían al recién nacido WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza) las 6.700 hectáreas que iban en convertirse en la primera reserva biológica de España y germen del futuro Parque Nacional de Doñana. Poco tiempo después, ya en 1964, se constituyó la Estación Biológica de Doñana que, al cabo de 50 años, se ha convertido en referente, a escala planetaria, del conocimiento científico vinculado a la biodiversidad. Ambos acontecimientos, que a lo largo de este año serán objeto de diferentes celebraciones, están vinculados a la figura irrepetible de José Antonio (Tono) Valverde.
Tuve la inmensa suerte de compartir con Tono muchos buenos momentos y de atesorar en la memoria algunas sabrosas anécdotas de un hombre heterodoxo en su profesión y en su manera de vivir. Finalmente, y a pesar de que esta condición era difícil de alcanzar, terminó por considerarme entre sus amigos, por lo que a veces, fiel a su condición de hombre libre, me llamaba a horas intempestivas para comentarme cualquier idea brillante, celebrar algo que yo había escrito y que le había gustado, o afearme un texto con el que no estaba de acuerdo.
En este mismo instante, y justo enfrente de la mesa de casa en la que escribo, estoy viendo la foto en blanco y negro de un nido de águila perdicera. Una instantánea que Tono, en compañía de Antonio Cano (pionero de la fotografía de naturaleza y del periodismo ambiental), tomó en el mes de marzo de 1958 en la rambla de Tartala (Almería), un rincón en el que Tono señalaba el nacimiento de la fotografía ornitológica española. Es el original, aún con la marca de óxido de la chincheta que un día la sostuvo en alguna pared, y en su reverso se dibuja la hermosa dedicatoria que me regaló Mar Cano justo cuando andábamos despidiendo a Tono.
A Tono le hice unas cuantas entrevistas, tanto para prensa escrita como para televisión, pero le tengo especial cariño a la que publiqué en El País un 9 de julio de 1997, porque con la excusa de aquel texto que me pedían desde la redacción de Madrid pasé tres tardes inolvidables en su casa de Los Remedios, escuchándolo transitar por una vida apasionada y apasionante.
José Antonio Valverde, biólogo
«EL METABOLISMO CIENTÍFICO EN ESPAÑA ES RIDÍCULO»
José María Montero.
Fuera de los círculos científicos, a José Antonio Valverde (Valladolid, 1926) se le conoce, sobre todo, por haber sido el padre del Parque Nacional de Doñana o, más correctamente, por haber salvado de la desaparición uno de los espacios naturales más valiosos del continente, encabezando una compleja ofensiva en la que participaron personalidades e instituciones de todo el mundo. Pero el jurado que recientemente le otorgó el Premio a la Protección Medioambiental de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) destacó, además, otros méritos, como su importante contribución al conocimiento de la ecología de los vertebrados o la repercusión que sus trabajos han tenido en el «nacimiento de una conciencia ambiental en España».
Cualquier conversación con José Antonio Valverde, arranca, inevitablemente, en el Valladolid de posguerra, escenario de las primeras excursiones campestres de este naturalista vocacional. En aquellas largas caminatas trataba el joven Valverde, como hoy recuerda, «de identificar a todo bicho viviente», tarea ciertamente complicada en un país y en una época «en la que escaseaban los especialistas y los libros capaces de orientarte en esta tarea».
Ese interés por el conjunto de seres vivos que encuentra en los páramos y humedales vallisoletanos lo acercan, de forma intuitiva, a conceptos como «comunidad» o «nicho», aún novedosos dentro de la biología y desconocidos para un estudiante de bachillerato. «Sin querer fui dándome cuenta de que existían distintas comunidades faunísticas, cada una asociada a un biotopo y estructuradas de distinta forma», explica. En los cuadernos de campo que redacta, cada animal, como si fueran piezas de un gigantesco puzzle, encaja en un lugar preciso, determinado, entre otros factores, por la alimentación, de la que obtiene valiosos datos analizando el estómago de cuantos ejemplares caen en sus manos.
Atraído sobre todo por las aves, Valverde comienza a cartearse con Francisco Bernis, pionero de la ornitología española y por aquel entonces profesor de Ciencias Naturales en Lugo. De la intensa relación epistolar que mantuvieron nació una sólida amistad, así es que cuando, en 1952, Bernis recibe ayuda de la Fundación Fenosa para visitar Doñana no duda en pedir a Valverde que lo acompañe. Aquel primer viaje sería decisivo en la vida y obra de este científico, que se enfrentaba, por vez primera, «a la gran fauna, en un territorio absolutamente perdido e ignorado por la ciencia».
Un año después, de nuevo en Doñana, los dos naturalistas, con instrumental facilitado por la Sociedad de Ciencias Aranzadi de San Sebastián, llevan a cabo el primer anillamiento científico de aves realizado en España. A Bernis le interesa, sobre todo, censar los efectivos de las diferentes especies, mientras que Valverde sigue profundizando en la estructura de las distintas comunidades, plasmándola en esquemas y dibujos que se incorporan a los artículos que sobre este espacio natural comienzan a publicar.
Aún si haberse licenciado, Valverde obtiene en 1954 una beca de la Universidad de Tolouse, lo que le permite depurar sus tesis en el Instituto Biológico de la Tour du Valet, en la camarga francesa. «Mi manera de ver las cosas, distribuyendo a cada especie en su nicho y estableciendo a partir de ahí esquemas ecológicos, era novedosa y me dio a conocer entre los ornitólogos europeos», confiesa. Y ese mismo enfoque lo traslada, durante tres meses –«los mejores de mi vida»–, al Sahara, expedición que quedaría plasmada en la obra Aves del Sahara español: un estudio ecológico del desierto (1957), de gran repercusión en círculos científicos nacionales y extranjeros.
Por primera vez, admiten hoy los especialistas, una obra, sin perder la belleza e interés del simple relato descriptivo, incorpora las claves para revelar el complejo entramado que tejen los distintos seres vivos que habitan en un territorio. Valverde dibuja cada biotopo que visita, situando en él a las distintas especies animales de las que, siguiendo una sistemática propia, incorpora todas sus características, incluida la alimentación. Algo que repetiría, poco después, con su Estructura de una comunidad de vertebrados terrestres, tomando en este caso como escenario las marismas del Guadalquivir.
Algunos de los más significativos descubrimientos de Valverde están recogidos o esbozados en este último trabajo, que el tiempo ha convertido en un clásico de la literatura científica española. «En pocas palabras», resume, «incorporé el concepto de microcomunidad, señalando que toda comunidad está formada por la superposición de varias microcomunidades que tienen, por regla general, poca relación entre sí, actuando como verdaderos grupos económicos cerrados». También, continúa, «establecí la relación predador-presa sobre una base energética, algo que se le había pasado por alto a todos los que habían estudiado la evolución».
Un predador, determinó Valverde, persigue a una presa con una intensidad que es proporcional a la energía que obtiene e inversamente proporcional a la energía que consume. De ahí que todas las estrategias de supervivencia que adoptan las presas se basen en hacerse poco rentables energéticamente. «Este concepto tan simple», destaca Valverde, «había pasado inadvertido y, sin embargo, le ha dado la vuelta a la zoología moderna. Hoy todo se mide en función de la cantidad de energía consumida». Es el optimal foragen acuñado por los anglosajones: uno no come lo que rinde poco o cuesta mucho adquirir. Dicho de otra manera, si Darwin descubrió que sólo sobreviven los más aptos, Valverde matizó este principio: «Sólo sobreviven los que mejor aprovechan la energía».
A partir de ahí, reinterpreta la evolución trófica desde la óptica energética, incluso en el caso de la raza humana, y surgen, así, otras aportaciones como el cenograma, curva que se construye con todos los animales de una comunidad, ordenándolos en función del número de especies y su tamaño o peso. Tratándose de mamíferos la curva tiene la misma trayectoria con independencia de la población elegida y su situación geográfica: las especies presa ocupan los extremos (muy pequeñas o muy grandes) y los predadores el centro. Para los paleontólogos el cenograma se convierte en una herramienta sumamente útil ya que pueden determinar las especies que poblaban una determinada zona aunque solo tengan evidencias fósiles de unas cuantas.
Si sus trabajos no han tenido en España la repercusión que merecían, en comparación con el trato recibido en el extranjero, es porque «en nuestro país el metabolismo científico es ridículo», se queja Valverde. Desgraciadamente, concluye, «no hay más remedio que publicar en revistas anglosajonas, porque si lo haces en una española no tiene trascendencia alguna y, además, alguien termina copiando tus aportaciones para trasladarlas a otra publicación de prestigio».
A causa de una tuberculosis ósea que le paralizó durante algunos años de su juventud, Valverde llegó a la Universidad algo más tarde que sus contemporáneos. El retraso no influyó en su actividad científica, intensa e innovadora antes de haber obtenido la licenciatura. Autodidacta y heterodoxo, sigue convencido de que «ir por libre tiene sus ventajas, porque uno interpreta las cosas según su propio criterio y no sometiéndose al dictado de nada ni nadie».
Su carácter inquieto le ha hecho interesarse por todo tipo de cuestiones, convencido de que lo importante «son los problemas y no los escenarios». Aunque se le suele asociar únicamente con Doñana, fue el primer biólogo en describir la colonia de flamencos de Fuente de Piedra (Málaga), una de las más importantes del Mediterráneo occidental, los humedales de Punta Entinas (Almería) o alguno de los enclaves más valiosos de lo que hoy es el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas (Jaén). También descubrió, en 1958, un reptil desconocido hasta la fecha: la Algyroides marchi, bautizada como lagartija de Valverde, endemismo que solo es posible encontrar en el citado parque natural y en la sierra de Alcaraz (Albacete).
En 1971 fundó el Centro de Rescate de la Fauna Sahariana, en la Alcazaba de Almería, instituto dependiente del CSIC que se ha ocupado de reintroducir gacelas y antílopes en varias zonas de África de las que habían desaparecido.
Fundador y primer presidente de la Sociedad Española de Ornitología (SEO), ha sido miembro de la Comisión de Ecología y del Comité Directivo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), del Comité de Conservación del Programa Biológico Internacional, de la Junta Rectora de ADENA y asesor ecológico de la Presidencia y de la División de Ciencias del CSIC. Condecorado en España y otros países europeos, Valverde es, desde 1987, hijo predilecto de Andalucía.
Preocupado por los rumores que hablaban de un plan del Ministerio de Agricultura para desecar y poner en cultivo las marismas del Guadalquivir, Valverde inicia, a finales de los años cincuenta, la delicada operación que habría de concluir con la declaración del Parque Nacional de Doñana.
Aunque él insiste en reivindicar únicamente su papel como científico, actúa entonces como un pionero del ecologismo, recaudando fondos por toda Europa y movilizando a personalidades e instituciones para que respalden su iniciativa. A pesar de contar con el permiso del CSIC, debe maniobrar con cautela «porque el régimen franquista no era muy amigo de estos revuelos, aunque a la larga le vino bien toda esta publicidad para romper, en cierto modo, su aislamiento internacional».
Inicialmente, su objetivo era comprar una de las fincas amenazadas y salvar, al menos, una parte del humedal. En 1963, y gracias al Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza (WWF), nacido con este propósito, logra recaudar 21 millones de pesetas, cantidad aún insuficiente. El último empujón viene de la mano del príncipe Bernardo de Holanda que convence al Caudillo de la bondad de la operación, logrando que el Estado español se interese por el proyecto y aporte otros 16 millones a la peculiar cuestación. Los 37 millones de pesetas que finalmente se han conseguido sirven para comprar las primeras 6.700 hectáreas del coto de Doñana, cedidas al CSIC para la instalación de una Reserva Biológica que pasa a dirigir Valverde, y que sería el germen de la actual Estación Biológica.
La ofensiva de los naturalistas de toda Europa, agrupados en torno al WWF y la UICN, no cesa hasta que en agosto de 1969 el Consejo de Ministros aprueba la creación del Parque Nacional de Doñana, con una extensión inicial de 35.000 hectáreas. Como no podía ser de otra manera, Valverde ocupa también la dirección del nuevo espacio protegido.
Ganada la batalla legal, vendría después la educativa, no menos compleja «y aún sin concluir». «Tuvimos que luchar contracorriente», admite, «trabajando para cambiar la mentalidad de la gente que todavía, por ejemplo, hablaba de las rapaces como animales dañinos a exterminar». En esta tarea, Valverde otorga los mayores méritos a Félix Rodríguez de la Fuente, «un cetrero reconvertido que, tras visitar Doñana, se pasó a las filas del conservacionismo».
Entrevista publicada en el diario El País, el 9 de julio de 1997.